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Cuando hablamos de telenovelas, sin duda, sorprende su asombroso impacto y el inmenso tamaño de las audiencias que cautivan.
Quizás una de las primeras producciones que marcó a América Latina fue El derecho de nacer, de Félix B. Caignet, “el más humano de los autores”, como lo anunciaba la emisora CMQ. Esta radionovela cubana producida en 1948 paralizó a los países hispanos del Caribe. Años después fue transformada en telenovela y volvió a hipnotizar al continente.
Los ejemplos que voy a mencionar a continuación provienen del libro de June Carolyn Erlick titulado Telenovelas en el mundo latino, publicado por el Fondo Editorial de la Universidad del Pacífico de Lima. A partir de ellos podremos comenzar a entrever las huellas que han dejado estas producciones sobre la agenda cultural, social y política latinoamericana.
El derecho de nacer, es la historia de Albertico Limonta, un hijo nacido fuera del matrimonio y a quien su abuelo manda matar para salvar el honor de la familia. Afortunadamente, el verdugo se arrepiente y el niño es rescatado por la criada negra de la familia, mamá Dolores, quien lo cuida y educa como si fuera su propio hijo. La historia de la familia del Junco, de mamá Dolores y Albertico conmovió a América Latina. Algunos críticos sorprendidos ante el éxito sostenían que se debía al gran número de hijos naturales del continente.
Cuando la telenovela se transmitió en Nicaragua, décadas después, coincidió con la visita del presidente Jimmy Carter, a quien también la Universidad Jesuita le otorgaba un título honorífico. La ceremonia se retrasó mientras Carter se reunía con los funcionarios del nuevo gobierno. La comandante sandinista Dora Téllez, ministra de Salud, consultaba su reloj con impaciencia: “Si ese tipo no llega pronto”, decía con inquietud, “me voy a perder la telenovela”. En los hospitales nicaragüenses no se realizaban cirugías durante las horas de transmisión del melodrama. Albertico Limonta creció y estudió medicina. Todos los médicos jóvenes en Nicaragua se identificaban con el profesionalismo de Albertico, quién se volvió ídolo de la profesión.
La producción peruana Simplemente María narraba la historia de una campesina peruana que llega de los Andes a la capital para trabajar como empleada doméstica. Aprende a leer, escribir y coser, transformándose en una diseñadora de alta costura. El éxito de este melodrama llevó a que se extendiera de tal forma que la bella actriz Saby Kamalich llegó a ser bisabuela en la novela, claro que sin envejecer ni un día. Uno de los grandes milagros de estas producciones. Pero la historia, a pesar de su simplicidad, pasó a ser un hálito de esperanza para las empleadas domésticas y mujeres pobres de la región, quienes empezaron a asistir a la escuela nocturna y comprar su máquina de coser. Fue tal el volumen de máquinas que vendió la compañía Singer que le regalaron a la actriz protagonista de la serie una máquina de oro.
La telenovela venezolana Por estas calles, del dramaturgo y periodista Ibsen Martínez, causó furor a mediados de la década de los noventa. El seriado sacó a la palestra el tema de la corrupción política que anidaba en el país. Destapó un número de conflictos sociales que le permitió al público identificarse con lo que venía aconteciendo en la realidad nacional. El éxito de la telenovela la protegió, a pesar de las intenciones del Ministerio de Comunicaciones de acallarla. El entonces presidente, Carlos Andrés Pérez, se vio obligado a renunciar y muchos sostienen que la serie jugó un papel fundamental en la caída del mandatario. Uno de los actores principales contó que en un restaurante se encontró con Carlos Andrés Pérez, quien lo abordó para decirle: “Usted trabajo en una telenovela que le hizo mucho daño al país y a mí en lo personal”.
La primera telenovela en plantear el tema del homosexualismo se produjo en Colombia, Los pecados de Inés de Hinojosa, en 1988, y fue la primera vez que se vio un beso entre dos mujeres en la pantalla chica. Sin embargo, fue la televisión argentina y la brasileña, en Botineras y Amor à vida, que terminaron por darle otra vuelta a la tuerca, cuando presentaron en el 2010, por primera vez, un beso entre dos hombres. La relación entre hombres, el homosexualismo y sus estereotipos, fue tema central en estas producciones. No es casual que el actual presidente del Brasil, Jair Bolsonaro, entonces congresista, calificara el beso como “un hito en la perversión del país”.
El racismo es otro tema que gracias a la telenovela encontró un terreno fértil para exponer sus injusticias y dilemas. Telenovelas como Escrava Isaura o Duas Caras permitieron hablar de lo que se silenciaba en la realidad social. Y a pesar de que no dejaban de mantener un trasfondo conservador, estas producciones abrieron y plantearon temas que de otra manera hubiera sido imposible que hubiesen permeado los hogares de América Latina.
Hoy día, estas producciones no constituyen solo un fenómeno latinoamericano sino también mundial. Si bien el continente se destacó por años como el gran productor y exportador de estos seriados, en la actualidad vemos telenovelas turcas en Colombia, y Betty la fea o Café con aroma de mujer se transmitieron en Turquía y toda Europa oriental. La telenovela es un fenómeno global. Otro ejemplo sería el de la telenovela brasileña La esclava Isaura, quien lucha por lograr su libertad; cuando se transmitió en Hungría, supuestamente los espectadores realizaron una colecta para comprar la libertad de Isaura. La identificación del público televidente con las telenovelas no solo es un fenómeno latinoamericano.
A pesar del desdén que a ratos han generado estas producciones entre el mundo intelectual y la clase dirigente, este tipo de producciones no fueron ni son un producto cultural socarrón, como a veces se piensa. Su evolución y desarrollo como fenómeno de masa han jugado un papel fundamental en la transformación de la vida política, cultural y social del mundo latino. Estas producciones han permitido y facilitado el debate a lo largo de los años sobre temas álgidos como el homosexualismo, la identidad transgénero, el racismo, la corrupción y el narcotráfico, para dar solo algunos ejemplos, y por ello han alentado cambios de actitud en la sociedad.
Quizás fue exactamente que las telenovelas se consideraran ligeras y cursis lo que permitió abordar algunos temas que de otra manera estarían vedados. En cierta forma, la evolución de la telenovela recuerda aquella que tuvo la ópera en Alemania en los siglos XVIII y XIX, donde también se creyó al comienzo que era un género ligero y banal, hasta que grandes libretistas y músicos entendieron su valor como medio ideal para tratar temas complejos y prohibidos. Al endulzarlos con la música eran aceptados, ya que de otra manera hubieran sido inconcebibles. Las bodas de Fígaro fue el conducto ideal para tratar argumentos censurados en la época. Mozart y sus óperas lograron que temas como la masonería entraran a los teatros, aun cuando la logia estaba proscrita en la época.
Por último, creo pertinente citar a Gabriel García Márquez, quien hablando en una entrevista en 1987 sobre las telenovelas dijo: “Siempre he querido escribir una telenovela. Son maravillosas… el problema está en que estamos acostumbrados a pensar que una telenovela es necesariamente de mal gusto y no creo que sea el caso… solo en Colombia en una noche un episodio de una telenovela puede llegar a 10 o 15 millones de personas. Es natural que las personas se vean atraídas por ellas como un polo magnético. No lo pueden resistir”.
* Fundador de la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional y autor de las novelas Migas de pan (Alfaguara) y El rumor del Astracán.