Álvaro Cepeda Samudio, a la espera de dedicarse al cine
La obra y vida del escritor caribeño, que perteneció al Grupo de Barranquilla, estuvo permeada por el cine. Vio cine clásico, independiente y vanguardista; creó el primer cineclub en Barranquilla e hizo reseñas y cortometrajes; luego vio la muerte.
Alberto González Martínez
Como buen multifacético, había hecho todo y nada. Quería dedicar el resto de su vida solo a dos oficios: la literatura y el cine, como lo asegura el periodista Samper Pizano en un texto. En el cine podían converger todas sus habilidades. Se lo impidió su muerte prematura. En su vida, su obra literaria y audiovisual dejó las huellas.
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Como buen multifacético, había hecho todo y nada. Quería dedicar el resto de su vida solo a dos oficios: la literatura y el cine, como lo asegura el periodista Samper Pizano en un texto. En el cine podían converger todas sus habilidades. Se lo impidió su muerte prematura. En su vida, su obra literaria y audiovisual dejó las huellas.
La influencia cinematográfica está presente desde su primer libro de cuentos Todos estábamos a la espera, pasando por su icónica novela La casa grande, hasta su recopilación póstuma Los cuentos de Juana, del que hace parte “Las muñecas que hace Juana no tienen ojos”, que parece más guion que cuento. Tanto, que luego inspiraría una película del director Pacho Bottía.
Su vida parecía estar encaminada a ser director de cine. De niño, cuando vivía en Ciénaga, Magdalena, su padre le regaló un proyector marca Pathé Baby, donde vio clásicos como los de Chaplin. Luego, en su adolescencia, mientras estudiaba en Barranquilla, trabajó como acomodador del Teatro Rex. Es como un mix entre la película autobiográfica de Steven Spielberg y el clásico Cinema Paradiso, para poner un par de ejemplos.
Cuando fue a estudiar Periodismo a Nueva York, dicen sus biógrafos, vio todo el cine independiente que quiso. De esa ciudad regresó con su primer libro escrito y la idea de hacer La langosta azul, su audiovisual de mayor alcance, que finalmente rodó junto con Gabo, Grau, Nereo y otros amigos del Grupo de Barranquilla.
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El cine que vio
Nereo López, director de fotografía y actor principal del corto, cuenta que este se gestó gracias a su encuentro con Luis Vicens, quien había creado el primer cineclub en Colombia, y luego, junto con él, abriría el primero de Barranquilla en 1956. La mayoría de las películas, que se proyectaron en el Teatro Colón, fueron también reseñadas en su labor de periodista.
Entre su biógrafa Claudine Bancelin, el periodista Samper Pizano y Alfredo Sabaggth, académico de la Universidad del Norte, se puede recoger el cine que vio Cepeda gracias a sus reseñas. Estuvo permeado por el neorrealismo italiano de Michelangelo Antonioni, el surrealismo de Luis Buñuel, el suspenso de Alfred Hitchcock, el western de John Ford, la nueva ola francesa, el cine soviético y un montón más.
Tanto cine había visto que Gabo reconoció su influencia en Vivir para contarla. “Antes de conocerlo a él, yo no sabía que lo más importante era el nombre del director, que es lo último que sale en los créditos. Me dio un curso completo a base de gritos y ron blanco en las mesas de las peores cantinas, para enseñarme a golpes lo que le habían enseñado de cine en Estados Unidos”.
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El cine que hizo
Finalmente puso en marcha su idea de hacer el cortometraje argumental La langosta azul con sus amigos. Una rareza para la época, que para muchos sigue oculta y la convierte en la ópera prima vanguardista del Caribe colombiano. El resto fueron cortos documentales, como Las regatas de Cartagena y La subienda del Magdalena, considerada su mayor obra documental.
También filmó Un carnaval para toda la vida, editado y lanzado de manera póstuma por Tita Cepeda, su esposa. Lo mismo hizo con su recopilación de Los cuentos de Juana. Ahí incluyó literalmente un script cinematográfico llamado “El ahogado”, que tiene indicaciones técnicas como “cámara en fondo de agua”, “cámara al aire” y “primera toma”. No le alcanzó el tiempo para filmarlo, dijo Sabaggth.
Todos esos indicios y hechos que dejó regados en su vida y obra dan para creer lo que dice Samper Pizano al principio de este texto. Algunos agregan que, además, junto con Gabo querían montar un festival y una escuela de cine en Barranquilla, que se terminaría estableciendo en Cuba. Gabo por aquí, Gabo por allá.
Casi cincuenta años después de su muerte, La langosta azul fue exhibida en un museo de Nueva York; un hecho sin precedentes en el cine colombiano. Qué habría pasado con su proyecto como cineasta. Es la pregunta más fácil de hacerse porque las respuestas pueden ser muchas y ninguna. Le habría pasado lo mismo que a Gabo, a quien le devolvieron los guiones que entregó a productores en Hollywood o tendríamos quizás a uno de los mayores exponentes del cine. O, quizá, sería otra de sus tareas que hubiese dejado a la espera.