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                                                                                                                                Así se hizo periodista Juan Gossaín en Bogotá

                                                                                                                                El pasado 17 de enero de 2019, el periodista y escritor costeño Juan Gossaín Abdallah cumplió 70 años. El siguiente fragmento corresponde al libro "Juan el hijo de Juan, Gossaín según Howard Gradner", escrito por los periodistas y académicos Alberto Martínez y Óscar Durán, una coedición de las Universidades del Norte y Jorge Tadeo Lozano, que será presentado durante la Feria Internacional del Libro de Bogotá de 2019.

                                                                                                                                Alberto Martínez y Óscar Durán

                                                                                                                                Juan Gossaín con su mamá, el papá y el tío Moisés. / Archivo personal de Juan Gossaín
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                “Lo que me salvó fue un afortunado vestido que me regaló mi primo Nemesio en Cartagena”, dice, mientras recuerda aquellas primeras imágenes.

                                                                                                                                Llovía, como siempre. En la puerta del aeropuerto lo estaba esperando Daniel Jiménez, un joven periodista asistente de Guillermo Cano, que en ese entonces era el director del diario El Espectador, con un cartón de aeropuerto que decía su nombre. Lo que más le impactó de esa llegada es que al cruzar la calle en la “chiva” de El Espectador, “como llamaban a esos jeeps que ellos tenían”, vio en una esquina, entre gallos de media noche y los vapores del recuerdo, a una niña parada en una esquina. Era muy pequeña, de siete u ocho años, que lloraba bajo la lluvia, debajo de la ropa empapada. “Me impresionó que nadie se detuviera a preguntarle qué le pasaba, por qué lloras o qué pasó con tu mamá”, tal como habría ocurrido en San Bernardo.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Salgar había hecho toda su carrera profesional en esa sala de redacción. Hijo de la señora que repartía los tintos en el periódico, desde muy pequeño había trasladado prácticamente su lugar de residencia a la sede de la avenida 68 con calle 22, donde sirvió de mensajero, linotipista, corrector de estilo y redactor. Cuando se encontró con Gossaín, era ya un maestro del periodismo.

                                                                                                                                Gabo y Gossaín de paranda. Foto: Manuel Pedraza para los autoresPor sus manos había pasado, diez años atrás, el mismo Gabriel García Márquez, quien hizo época con las crónicas que luego se silenciaron con su partida. “Yo sé quién es usted”, le dijo Juan al que sería su maestro. “¿Qué hace aquí que no se ha ido a trabajar?”, le reclamó. “¿A qué se refiere?”, le contestó. “Pues está empezando el debate de Nacho Vives y Enrique Peñalosa en el Congreso, que es el hecho político del año. Váyase y me hace una crónica”, le terminó ordenando.

                                                                                                                                Cuando lo vio llegar con su camisa de colores y perdido en la gran ciudad, José Salgar tuvo la impresión de haber visto llegar al mismo García Márquez. Y cuando leyó sus primeras notas, lo vio aún más cerca de Gabo. “Mire, mijo, esto es periodismo, no es literatura”, le reclamaría Salgar. Juan se preguntaba en sus adentros qué era eso, cómo se escribía una crónica, a qué se estaba refiriendo este señor. “Pero me hicieron dejar la maleta allí e ir al Congreso”, recuerda hoy.

                                                                                                                                (Aquí una crónica de Juan Gossaín para Cromos: Pambelé descrito por Juan Gossaín)

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Su primer guía fue el periodista Hernán Gallego, quien se convertiría en su gran amigo y compañero. “Como él cubría el Congreso, fue mi lazarillo”. Al llegar al Capitolio, con sus columnas republicanas y sus estatuas de bronce, Juan tuvo la impresión de estar entrando a un palacio griego de los que hablaban las tragedias de Sófocles. Bogotá, más glacial que de costumbre, bien podía ser la metáfora de Esparta. De entrada no sabía quién era quién en aquel Congreso que estaba lejos de ser el Zapeion griego, así que hizo lo mismo que hizo cuando lo mandaban a cubrir los juegos de béisbol en Cartagena, es decir, “hablé de la Plaza de Bolívar, de la estatua del Libertador, de las palomas, y, claro, del maletín de Nacho Vives que era como el de Sherlock Holmes y las actitudes detectivescas del otro”, porque el debate, según pudo comparar, parecía una película de las que había visto en el teatro al aire libre de San Bernardo, en la que el protagonista apelaba a pruebas inverosímiles para probar el error del otro.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En la noche se fue para el hotel San Francisco, que quedaba frente a El Espectador de la Avenida Jiménez, donde le habían reservado una habitación. Allí lo esperaba un señor llamado Manuel Corrales, legendario en su época, quien le dio una noticia que él atribuyó a la conmiseración de los capitalistas. “Mire –le dijo- nosotros no le vamos a cobrar los días que esté aquí”. Lo que no sabía era que a Corrales le dio pesar cobrarle a un tipo que llegaba a las once de la noche con una camisa de flores, muriéndose del frío, y con la ironía de un ventilador en la maleta.

                                                                                                                                “Empotrado en un pedestal, el ventilador sobrevivió a los estragos de varias mudanzas y algunas peloteras. Lo conservé como un trofeo merecido de la inocencia provinciana, hasta el día en que desapareció misteriosamente”, concluye.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Juan Gossaín pasó su primera noche en medio de las remembranzas de su pueblo y el impacto por el acelerado ritmo de la Capital. Apenas pudo conciliar el sueño pensando en el tratamiento que el periódico le daría a su nota, al día siguiente. El único ruido que traía el silencio de la noche, era el del motor de los buses que hasta la madrugada estuvieron recogiendo y dejando pasajeros. A diferencia de los palos de matarratón de San Bernardo, que bailaban y hablaban entre ellos, los árboles de Bogotá permanecían estupefactos, como entumecidos por la heladez que bajaba del cerro de Guadalupe. En el fondo de sus recuerdos sonaba un vallenato de Leandro Díaz que cuenta cómo el cardón del desierto prefiere los tiempos secos a la “tierra mojada” donde “nace de muy corta vida”.

                                                                                                                                (Puede gustarle esta mirada al reinado de Cartagena en la pluma de Juan Gossaín: «Los pronombres de una reina»)

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “A las cinco de la mañana me desperté estremecido por el frío, por la nueva experiencia, por tantas emociones”, recuerda. Al pie del hotel había un pequeño café, diagonal al Hotel Continental, que parecía una mezcla de cafetería de pobres y prostíbulo, porque “tenía unas habitaciones muy raras”. Pasó al frente, compró el periódico y se sentó a desayunar -se acuerda- un café con leche y un pan. “Y busco mi crónica y no aparece por ninguna parte”, dice. Dobló entonces el periódico y lo abandonó a su suerte. Le entró una sensación de fracaso: “A estos señores no les gustaron mis cosas, les pareció horrible lo que yo hice, esta cosa no funcionó”. Por fortuna –pensó- el tiquete que le dieron era de ida y regreso: “Yo me voy, hoy mismo, y no voy ni a preguntar”. Pero no había terminado de tomar el café cuando entró a la cafetería “un señor muy pequeño, como muy elegantoso, con una pipa en la mano”, y se lo queda viendo y le dice:

                                                                                                                                - ¿Usted es Juan Gossaín?

                                                                                                                                - Ese soy yo, le respondió.

                                                                                                                                - Pues, lo felicito, excelente crónica.

                                                                                                                                - Crónica de qué –le dijo- si ni siquiera la publicaron.

                                                                                                                                - No sea imbécil –le gritó el hombrecillo- está en la primera página.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Cerrando la portada, entre la noticia del regreso de Ted Kennedy al Senado, lo cual lo inhabilitaba para la Presidencia; la petición de Alberto Lozano Simonelli a Hernando Agudelo Villa para que volviera a las toldas del Partido Liberal, y la llegada del Papa Paulo VI a Kamapala, Uganda, apareció un flamante titular: “Crónica del día: El show de ´Perry´ Vives y el ministro ´Peñalosa´ ”. Era la única página que no había visto Gossaín. Y a renglón seguido, los lectores pudieron encontrar un relato fresco y entretenido, que apelaba a la técnica literaria del suspenso:

                                                                                                                                “Todo estaba listo a las cuatro de la tarde. Las tramoyas preparadas. Los ingredientes que el espectáculo requería en su punto de combinación: cintas magnetofónicas, cartas, telegramas, hojas volantes, copias de documentos originales, autenticadas por notarios. Y el factor supremo: el público”, decía el texto de Juan.

                                                                                                                                Juan Gossaín, reportero. En la foto, José Barros y Delia Zapata Olivella. Foto del archivo particular de Juan Gossaín- ¿Y usted quién es? - preguntó Juan a aquel extraño que le interrumpía con semejante noticia el desayuno.

                                                                                                                                - Javier Ayala. Yo soy periodista económico de El Espectador, mi oficina está aquí al frente.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                - Pues usted me ha salvado de regresar a San Bernardo del Viento, agradeció.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Hoy, cuando Javier Ayala revivió aquel encuentro, dijo tener la impresión de que Juan llegó con mucha sencillez a Bogotá, sin la arrogancia de muchas personas que “vienen a tragarse al mundo”. Por el contrario, “venía a mirar qué había, en medio de un mar de dudas”. Esas dudas existían porque él lo que quería ser era un hombre completamente libre, y sentía, al principio, que no lo era, porque ya no hacía lo que se le ocurría sino aquello que le mandaba a hacer el director o el jefe de redacción. Pero “apenas se dio cuenta de la cantidad de cosas que podía aportar, se convirtió de inmediato en el gran cronista que estaba necesitando el periódico”, con un aporte adicional que destaca el mismo Ayala: “Siempre fue un periodista honrado. Y esa honradez lo llevó a ser un periodista muy claro, porque nunca transige frente a la verdad”.

                                                                                                                                Juan sospecha que fue Ayala quien se quedó con el abanico de la inocencia, pues “para desmontarlo se necesitaba tener el alma de un poeta extraviado en las páginas económicas de la prensa. Nunca más he vuelto a verlo.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Ayala, que se volvió, desde entonces, uno de sus grandes amigos, le dijo algo que, según Juan, nunca ha podido pagar en la vida, y tampoco cree cómo hacerlo: “Yo creo que usted está perdido. Usted nunca había venido aquí, usted no sabe qué es un periódico, no sabe nada. Acuda a mí permanentemente, yo le ayudo en lo que necesite, no vaya a tomar decisiones apresuradas ni locas como eso de devolverse para el San Bernardo ese”, le diría.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Y no tenía por qué hacerlo, a la luz de lo que, en la juventud de su experiencia de la gran urbe, pensaban sus mentores. “Cuando él llega a El Espectador ya estaba hecho, ya estaba terminado”, afirmó hace algunos años José Salgar, de quien Gossaín, muchos años después, reconocería su talante de formador con una frase tan contundente como aquella: “De una arcilla Salgar saca un periodista”. Era, según don José, muy pulcro en la escritura: “Vaciaba canecas enteras con papeles que corregía, pues tachaba mucho”. Como no había computadores en esa época, cada texto lo escribía muchas veces en las hojas de rodillo que los redactores pertrechaban en el cilindro prieto de las máquinas Woodstock o Underwood 98, como la de su papá.

                                                                                                                                La máquina en la que Juan Gossaín escribió su primer cuento. Foto: Manuel Pedraza para los autoresPara entonces, las fronteras distantes entre literatura y periodismo se habían estrechado en Gossaín. Y voces autorizadas, como la del mismo Salgar, habían empezado a despejar las dudas que quedaban: “Juan creía que la literatura era más importante que el periodismo, por eso yo chocaba con él, porque le decía que la literatura estaba más relacionada con la música y las artes, mientras el periodismo era la realidad y la verdad”.
                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Pero Gossaín encontró el parentesco de las dos actividades en un justo medio, que tiempo después definiría en una frase: “El periodismo es literatura a la carrera”. Así que, al mes de estar trabajando en el periódico de los Cano, salió publicada una nota en el Magazín Dominical del mismo diario, firmada por un intelectual de nombre Gonzalo González, GOC, con el título: El hombre que enderezó la pirámide. “Yo no entendía nada –confiesa- y me puse a leerlo: “el periodismo –decía la nota- es una pirámide invertida, la base es la parte ancha y queda hacia arriba. ¿Qué pasó? ¿Dónde pasó y ¿Cómo pasó? Y se va angostando hasta extinguirse en el vértice. Y este señor la enderezó, empezó por lo menos importante y la base la dejó al final”.

                                                                                                                                “Le confieso que yo no comprendí, porque no me alcanzaba la entendedera para eso. Mucho tiempo después vine a saber qué era”, recuerda Gossaín.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Tal vez a ello obedezca la sentencia que, luego de varios años de estudio, hiciera Jorge García Usta (QEPD) sobre su trabajo: “El periodismo de Juan Gossaín es una de las obras más renovadoras que tiene la historia del periodismo colombiano”. Se trata, según señaló el desaparecido investigador, de un periodista permanente, cotidiano, que vive en función de la crónica o del reportaje, que mira la vida con ojos de cronista “pero que al mirarla la está nutriendo de una gran influencia literaria”.

                                                                                                                                Y es que –agregó Salgar- hace un buen periodismo quien sepa contar el cuento, “como él lo supo desde que llegó con la calidad de los relatos, porque, como dijera, él vino ya formado, con vocación de comunicador y como un escritor bueno”. Salgar, maestro también de Gabriel García Márquez, apuró una sentencia definitiva: “En sus inicios, Gossaín era mejor periodista que Gabo”. Juan lo duda un poco, para hacer un reconocimiento que considera justo a sus mentores:

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “Cuando jóvenes, los periodistas somos como los ciegos: caminamos tanteando la pared para no tropezarnos, tocando para que no haya un mueble atravesado, y si usted encuentra un lazarillo como los que yo encontré en ese comienzo, queda infinitamente agradecido. Imagínese, yo tuve a los 20 años al mártir Guillermo Cano de primer director, y tuve a José Salgar, que es el más grande formador de periodistas que ha habido en la historia de Colombia, como jefe de redacción. Imagíneme en los debates sobre ética profesional que lideraba Guillermo Cano o las lecciones de rigor periodístico que impartía Salgar”, recuerda.

                                                                                                                                Juan Gossaín en las calles de Cartagena, donde vive hoy. Foto: Manuel Pedraza para los autoresMientras todo eso ocurría, en San Bernardo empezaba a cuajar una fiesta de orgullo. “Nuestra sorpresa fue grande cuando vimos la primera página y encontramos la nota de Juan”, dice Bertha Gossaín, su hermana. El Espectador era el único periódico que llegaba a San Bernardo, de manera que se leía como si fuera un diario local. La preocupación de la familia, hasta ese momento, tenía que ver sobre el sitio donde se iba a hospedar, las comidas que estaría consumiendo, si le hacía faltan sus hermanos, cómo le había ido con el miedo a los aviones. Pero cuando vieron su nombre en letras de molde, al día siguiente de haber llegado, respiraron tranquilos. Las suyas eran preocupaciones menores.

                                                                                                                                Las primeras páginas, de hecho, seguirían. Al día siguiente, mientras el periódico registraba la protesta de la Asociación Nacional de Industriales contra los nuevos impuestos, los rumores sobre el embarazo de Jacqueline Onassis y el regreso de los conquistadores de la Luna a Nueva York, Juan volvía a publicar su crónica del día. En “Cuento de nunca acabar”, como se llamaba, recreaba la segunda parte del debate de Nacho Vives y Peñalosa, con un pasaje del folclor de su región Caribe:

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                - “¿Usted quiere que le cuente el cuento del gallo capón?

                                                                                                                                - Pues sí. Cuénteme el cuento del gallo capón.

                                                                                                                                - No le he dicho que sí, sino que si quiere que le cuente el cuento del gallo capón.

                                                                                                                                - Entonces no. ¡No me cuente ningún cuento de ningún gallo capón!

                                                                                                                                - ¡Qué problema! No le he pedido que me diga que no le cuente el cuento del gallo capón, sino que si quiere que le cuente el cuento del gallo capón.

                                                                                                                                - ¿Usted piensa tomarme del pelo?

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                - ¡No le he solicitado que me pregunte si le estoy tomando del pelo, sino que si quiere que le cuente el cuento del gallo capón!

                                                                                                                                - ¡Váyase al diablo usted, su cuento y su gallo capón!

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El interlocutor se embravece. Ya ha perdido la paciencia. Y, después de todo, no ha oído el dichoso cuento… En realidad, el cuento del gallo capón, famoso en toda la Costa Atlántica, parte de su folclor y de sus leyendas, no es más que eso: un interminable juego de palabras, de frases entrelazadas, tomando siempre la última respuesta del contrario, es el cuento de nunca acabar. Cualquier parecido entre el cuento y el debate embolatado que se realiza en el Senado, es pura coincidencia”. Escribiría Gossaín.

                                                                                                                                Juan Gossaín en su biblioteca personal. Foto: Manuel Pedraza para los autores“Cuando vimos que le publicaban y le publicaban, pensamos: Juan se quedará mucho tiempo en la Capital”, sostiene Janeth, la hermana con la que más se entendía en asuntos de juego y travesuras, por la cercanía generacional. Y se quedó alrededor de 18 meses en El Espectador, durante los cuales escribió alrededor de 900 páginas de crónicas, según se puede contar en los archivos del periódico.

                                                                                                                                El escritor Juan José Hoyos, en el prólogo de Crónica del día, resume lo que fueron esos días:

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “Allí, Gossaín nos contó un país convulsionado, lleno de pobreza y de ilusiones y también lleno de alegrías. Un país de porros y vallenatos, corralejas e invasiones de tierras, de políticos decadentes y de artistas inolvidables como Leandro Díaz. Un país donde los congresistas y los periodistas se dormían en los largos debates políticos del Capitolio. Un país de gente que sin ninguna esperanza viajaba hasta Bogotá, en manifestaciones multitudinarias, para pedirle al presidente que les regalara una volqueta. Un país de compositores como José Barros, de poetas como León de Greiff, de gente sencilla como la que en domingos subía al cerro de Monserrate, y como la que los 6 de enero de congregaba en el barrio Egipto a rezarle a los Santos Reyes, al Divino Niño y a tomar aguardiente”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Al final de esos recorridos, Gossaín robusteció su músculo periodístico y construyó una mejor relación con Bogotá, fruto de sus incursiones en la miseria y las ilusiones de sus comunidades. “Cuando fui a los barrios más pobres, a los vecindarios más tristes, a los sitios más lóbregos de la ciudad, encontré a la mejor gente”. Entonces entendió que el tamaño de las grandes ciudades hace que la gente se distancie y que no haya la misma solidaridad virtuosa de los pueblos, porque a la hora de la lluvia, todos tienen que correr y refugiarse. Simplemente: “Pero yo me rebelo contra eso – dice-, prefiero mojarme y atender a la niña”.

                                                                                                                                Aquel día, su primer día, Juan, en efecto, decidió levantarse contra la realidad. Y lo hizo durante casi 50 años, pues para él periodismo siempre fue un acto sagrado de sublevación.

                                                                                                                                Juan Gossaín con su mamá, el papá y el tío Moisés. / Archivo personal de Juan Gossaín
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                “Lo que me salvó fue un afortunado vestido que me regaló mi primo Nemesio en Cartagena”, dice, mientras recuerda aquellas primeras imágenes.

                                                                                                                                Llovía, como siempre. En la puerta del aeropuerto lo estaba esperando Daniel Jiménez, un joven periodista asistente de Guillermo Cano, que en ese entonces era el director del diario El Espectador, con un cartón de aeropuerto que decía su nombre. Lo que más le impactó de esa llegada es que al cruzar la calle en la “chiva” de El Espectador, “como llamaban a esos jeeps que ellos tenían”, vio en una esquina, entre gallos de media noche y los vapores del recuerdo, a una niña parada en una esquina. Era muy pequeña, de siete u ocho años, que lloraba bajo la lluvia, debajo de la ropa empapada. “Me impresionó que nadie se detuviera a preguntarle qué le pasaba, por qué lloras o qué pasó con tu mamá”, tal como habría ocurrido en San Bernardo.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Salgar había hecho toda su carrera profesional en esa sala de redacción. Hijo de la señora que repartía los tintos en el periódico, desde muy pequeño había trasladado prácticamente su lugar de residencia a la sede de la avenida 68 con calle 22, donde sirvió de mensajero, linotipista, corrector de estilo y redactor. Cuando se encontró con Gossaín, era ya un maestro del periodismo.

                                                                                                                                Gabo y Gossaín de paranda. Foto: Manuel Pedraza para los autoresPor sus manos había pasado, diez años atrás, el mismo Gabriel García Márquez, quien hizo época con las crónicas que luego se silenciaron con su partida. “Yo sé quién es usted”, le dijo Juan al que sería su maestro. “¿Qué hace aquí que no se ha ido a trabajar?”, le reclamó. “¿A qué se refiere?”, le contestó. “Pues está empezando el debate de Nacho Vives y Enrique Peñalosa en el Congreso, que es el hecho político del año. Váyase y me hace una crónica”, le terminó ordenando.

                                                                                                                                Cuando lo vio llegar con su camisa de colores y perdido en la gran ciudad, José Salgar tuvo la impresión de haber visto llegar al mismo García Márquez. Y cuando leyó sus primeras notas, lo vio aún más cerca de Gabo. “Mire, mijo, esto es periodismo, no es literatura”, le reclamaría Salgar. Juan se preguntaba en sus adentros qué era eso, cómo se escribía una crónica, a qué se estaba refiriendo este señor. “Pero me hicieron dejar la maleta allí e ir al Congreso”, recuerda hoy.

                                                                                                                                (Aquí una crónica de Juan Gossaín para Cromos: Pambelé descrito por Juan Gossaín)

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Su primer guía fue el periodista Hernán Gallego, quien se convertiría en su gran amigo y compañero. “Como él cubría el Congreso, fue mi lazarillo”. Al llegar al Capitolio, con sus columnas republicanas y sus estatuas de bronce, Juan tuvo la impresión de estar entrando a un palacio griego de los que hablaban las tragedias de Sófocles. Bogotá, más glacial que de costumbre, bien podía ser la metáfora de Esparta. De entrada no sabía quién era quién en aquel Congreso que estaba lejos de ser el Zapeion griego, así que hizo lo mismo que hizo cuando lo mandaban a cubrir los juegos de béisbol en Cartagena, es decir, “hablé de la Plaza de Bolívar, de la estatua del Libertador, de las palomas, y, claro, del maletín de Nacho Vives que era como el de Sherlock Holmes y las actitudes detectivescas del otro”, porque el debate, según pudo comparar, parecía una película de las que había visto en el teatro al aire libre de San Bernardo, en la que el protagonista apelaba a pruebas inverosímiles para probar el error del otro.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En la noche se fue para el hotel San Francisco, que quedaba frente a El Espectador de la Avenida Jiménez, donde le habían reservado una habitación. Allí lo esperaba un señor llamado Manuel Corrales, legendario en su época, quien le dio una noticia que él atribuyó a la conmiseración de los capitalistas. “Mire –le dijo- nosotros no le vamos a cobrar los días que esté aquí”. Lo que no sabía era que a Corrales le dio pesar cobrarle a un tipo que llegaba a las once de la noche con una camisa de flores, muriéndose del frío, y con la ironía de un ventilador en la maleta.

                                                                                                                                “Empotrado en un pedestal, el ventilador sobrevivió a los estragos de varias mudanzas y algunas peloteras. Lo conservé como un trofeo merecido de la inocencia provinciana, hasta el día en que desapareció misteriosamente”, concluye.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Juan Gossaín pasó su primera noche en medio de las remembranzas de su pueblo y el impacto por el acelerado ritmo de la Capital. Apenas pudo conciliar el sueño pensando en el tratamiento que el periódico le daría a su nota, al día siguiente. El único ruido que traía el silencio de la noche, era el del motor de los buses que hasta la madrugada estuvieron recogiendo y dejando pasajeros. A diferencia de los palos de matarratón de San Bernardo, que bailaban y hablaban entre ellos, los árboles de Bogotá permanecían estupefactos, como entumecidos por la heladez que bajaba del cerro de Guadalupe. En el fondo de sus recuerdos sonaba un vallenato de Leandro Díaz que cuenta cómo el cardón del desierto prefiere los tiempos secos a la “tierra mojada” donde “nace de muy corta vida”.

                                                                                                                                (Puede gustarle esta mirada al reinado de Cartagena en la pluma de Juan Gossaín: «Los pronombres de una reina»)

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “A las cinco de la mañana me desperté estremecido por el frío, por la nueva experiencia, por tantas emociones”, recuerda. Al pie del hotel había un pequeño café, diagonal al Hotel Continental, que parecía una mezcla de cafetería de pobres y prostíbulo, porque “tenía unas habitaciones muy raras”. Pasó al frente, compró el periódico y se sentó a desayunar -se acuerda- un café con leche y un pan. “Y busco mi crónica y no aparece por ninguna parte”, dice. Dobló entonces el periódico y lo abandonó a su suerte. Le entró una sensación de fracaso: “A estos señores no les gustaron mis cosas, les pareció horrible lo que yo hice, esta cosa no funcionó”. Por fortuna –pensó- el tiquete que le dieron era de ida y regreso: “Yo me voy, hoy mismo, y no voy ni a preguntar”. Pero no había terminado de tomar el café cuando entró a la cafetería “un señor muy pequeño, como muy elegantoso, con una pipa en la mano”, y se lo queda viendo y le dice:

                                                                                                                                - ¿Usted es Juan Gossaín?

                                                                                                                                - Ese soy yo, le respondió.

                                                                                                                                - Pues, lo felicito, excelente crónica.

                                                                                                                                - Crónica de qué –le dijo- si ni siquiera la publicaron.

                                                                                                                                - No sea imbécil –le gritó el hombrecillo- está en la primera página.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Cerrando la portada, entre la noticia del regreso de Ted Kennedy al Senado, lo cual lo inhabilitaba para la Presidencia; la petición de Alberto Lozano Simonelli a Hernando Agudelo Villa para que volviera a las toldas del Partido Liberal, y la llegada del Papa Paulo VI a Kamapala, Uganda, apareció un flamante titular: “Crónica del día: El show de ´Perry´ Vives y el ministro ´Peñalosa´ ”. Era la única página que no había visto Gossaín. Y a renglón seguido, los lectores pudieron encontrar un relato fresco y entretenido, que apelaba a la técnica literaria del suspenso:

                                                                                                                                “Todo estaba listo a las cuatro de la tarde. Las tramoyas preparadas. Los ingredientes que el espectáculo requería en su punto de combinación: cintas magnetofónicas, cartas, telegramas, hojas volantes, copias de documentos originales, autenticadas por notarios. Y el factor supremo: el público”, decía el texto de Juan.

                                                                                                                                Juan Gossaín, reportero. En la foto, José Barros y Delia Zapata Olivella. Foto del archivo particular de Juan Gossaín- ¿Y usted quién es? - preguntó Juan a aquel extraño que le interrumpía con semejante noticia el desayuno.

                                                                                                                                - Javier Ayala. Yo soy periodista económico de El Espectador, mi oficina está aquí al frente.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                - Pues usted me ha salvado de regresar a San Bernardo del Viento, agradeció.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Hoy, cuando Javier Ayala revivió aquel encuentro, dijo tener la impresión de que Juan llegó con mucha sencillez a Bogotá, sin la arrogancia de muchas personas que “vienen a tragarse al mundo”. Por el contrario, “venía a mirar qué había, en medio de un mar de dudas”. Esas dudas existían porque él lo que quería ser era un hombre completamente libre, y sentía, al principio, que no lo era, porque ya no hacía lo que se le ocurría sino aquello que le mandaba a hacer el director o el jefe de redacción. Pero “apenas se dio cuenta de la cantidad de cosas que podía aportar, se convirtió de inmediato en el gran cronista que estaba necesitando el periódico”, con un aporte adicional que destaca el mismo Ayala: “Siempre fue un periodista honrado. Y esa honradez lo llevó a ser un periodista muy claro, porque nunca transige frente a la verdad”.

                                                                                                                                Juan sospecha que fue Ayala quien se quedó con el abanico de la inocencia, pues “para desmontarlo se necesitaba tener el alma de un poeta extraviado en las páginas económicas de la prensa. Nunca más he vuelto a verlo.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Ayala, que se volvió, desde entonces, uno de sus grandes amigos, le dijo algo que, según Juan, nunca ha podido pagar en la vida, y tampoco cree cómo hacerlo: “Yo creo que usted está perdido. Usted nunca había venido aquí, usted no sabe qué es un periódico, no sabe nada. Acuda a mí permanentemente, yo le ayudo en lo que necesite, no vaya a tomar decisiones apresuradas ni locas como eso de devolverse para el San Bernardo ese”, le diría.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Y no tenía por qué hacerlo, a la luz de lo que, en la juventud de su experiencia de la gran urbe, pensaban sus mentores. “Cuando él llega a El Espectador ya estaba hecho, ya estaba terminado”, afirmó hace algunos años José Salgar, de quien Gossaín, muchos años después, reconocería su talante de formador con una frase tan contundente como aquella: “De una arcilla Salgar saca un periodista”. Era, según don José, muy pulcro en la escritura: “Vaciaba canecas enteras con papeles que corregía, pues tachaba mucho”. Como no había computadores en esa época, cada texto lo escribía muchas veces en las hojas de rodillo que los redactores pertrechaban en el cilindro prieto de las máquinas Woodstock o Underwood 98, como la de su papá.

                                                                                                                                La máquina en la que Juan Gossaín escribió su primer cuento. Foto: Manuel Pedraza para los autoresPara entonces, las fronteras distantes entre literatura y periodismo se habían estrechado en Gossaín. Y voces autorizadas, como la del mismo Salgar, habían empezado a despejar las dudas que quedaban: “Juan creía que la literatura era más importante que el periodismo, por eso yo chocaba con él, porque le decía que la literatura estaba más relacionada con la música y las artes, mientras el periodismo era la realidad y la verdad”.
                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Pero Gossaín encontró el parentesco de las dos actividades en un justo medio, que tiempo después definiría en una frase: “El periodismo es literatura a la carrera”. Así que, al mes de estar trabajando en el periódico de los Cano, salió publicada una nota en el Magazín Dominical del mismo diario, firmada por un intelectual de nombre Gonzalo González, GOC, con el título: El hombre que enderezó la pirámide. “Yo no entendía nada –confiesa- y me puse a leerlo: “el periodismo –decía la nota- es una pirámide invertida, la base es la parte ancha y queda hacia arriba. ¿Qué pasó? ¿Dónde pasó y ¿Cómo pasó? Y se va angostando hasta extinguirse en el vértice. Y este señor la enderezó, empezó por lo menos importante y la base la dejó al final”.

                                                                                                                                “Le confieso que yo no comprendí, porque no me alcanzaba la entendedera para eso. Mucho tiempo después vine a saber qué era”, recuerda Gossaín.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Tal vez a ello obedezca la sentencia que, luego de varios años de estudio, hiciera Jorge García Usta (QEPD) sobre su trabajo: “El periodismo de Juan Gossaín es una de las obras más renovadoras que tiene la historia del periodismo colombiano”. Se trata, según señaló el desaparecido investigador, de un periodista permanente, cotidiano, que vive en función de la crónica o del reportaje, que mira la vida con ojos de cronista “pero que al mirarla la está nutriendo de una gran influencia literaria”.

                                                                                                                                Y es que –agregó Salgar- hace un buen periodismo quien sepa contar el cuento, “como él lo supo desde que llegó con la calidad de los relatos, porque, como dijera, él vino ya formado, con vocación de comunicador y como un escritor bueno”. Salgar, maestro también de Gabriel García Márquez, apuró una sentencia definitiva: “En sus inicios, Gossaín era mejor periodista que Gabo”. Juan lo duda un poco, para hacer un reconocimiento que considera justo a sus mentores:

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “Cuando jóvenes, los periodistas somos como los ciegos: caminamos tanteando la pared para no tropezarnos, tocando para que no haya un mueble atravesado, y si usted encuentra un lazarillo como los que yo encontré en ese comienzo, queda infinitamente agradecido. Imagínese, yo tuve a los 20 años al mártir Guillermo Cano de primer director, y tuve a José Salgar, que es el más grande formador de periodistas que ha habido en la historia de Colombia, como jefe de redacción. Imagíneme en los debates sobre ética profesional que lideraba Guillermo Cano o las lecciones de rigor periodístico que impartía Salgar”, recuerda.

                                                                                                                                Juan Gossaín en las calles de Cartagena, donde vive hoy. Foto: Manuel Pedraza para los autoresMientras todo eso ocurría, en San Bernardo empezaba a cuajar una fiesta de orgullo. “Nuestra sorpresa fue grande cuando vimos la primera página y encontramos la nota de Juan”, dice Bertha Gossaín, su hermana. El Espectador era el único periódico que llegaba a San Bernardo, de manera que se leía como si fuera un diario local. La preocupación de la familia, hasta ese momento, tenía que ver sobre el sitio donde se iba a hospedar, las comidas que estaría consumiendo, si le hacía faltan sus hermanos, cómo le había ido con el miedo a los aviones. Pero cuando vieron su nombre en letras de molde, al día siguiente de haber llegado, respiraron tranquilos. Las suyas eran preocupaciones menores.

                                                                                                                                Las primeras páginas, de hecho, seguirían. Al día siguiente, mientras el periódico registraba la protesta de la Asociación Nacional de Industriales contra los nuevos impuestos, los rumores sobre el embarazo de Jacqueline Onassis y el regreso de los conquistadores de la Luna a Nueva York, Juan volvía a publicar su crónica del día. En “Cuento de nunca acabar”, como se llamaba, recreaba la segunda parte del debate de Nacho Vives y Peñalosa, con un pasaje del folclor de su región Caribe:

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                - “¿Usted quiere que le cuente el cuento del gallo capón?

                                                                                                                                - Pues sí. Cuénteme el cuento del gallo capón.

                                                                                                                                - No le he dicho que sí, sino que si quiere que le cuente el cuento del gallo capón.

                                                                                                                                - Entonces no. ¡No me cuente ningún cuento de ningún gallo capón!

                                                                                                                                - ¡Qué problema! No le he pedido que me diga que no le cuente el cuento del gallo capón, sino que si quiere que le cuente el cuento del gallo capón.

                                                                                                                                - ¿Usted piensa tomarme del pelo?

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                - ¡No le he solicitado que me pregunte si le estoy tomando del pelo, sino que si quiere que le cuente el cuento del gallo capón!

                                                                                                                                - ¡Váyase al diablo usted, su cuento y su gallo capón!

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El interlocutor se embravece. Ya ha perdido la paciencia. Y, después de todo, no ha oído el dichoso cuento… En realidad, el cuento del gallo capón, famoso en toda la Costa Atlántica, parte de su folclor y de sus leyendas, no es más que eso: un interminable juego de palabras, de frases entrelazadas, tomando siempre la última respuesta del contrario, es el cuento de nunca acabar. Cualquier parecido entre el cuento y el debate embolatado que se realiza en el Senado, es pura coincidencia”. Escribiría Gossaín.

                                                                                                                                Juan Gossaín en su biblioteca personal. Foto: Manuel Pedraza para los autores“Cuando vimos que le publicaban y le publicaban, pensamos: Juan se quedará mucho tiempo en la Capital”, sostiene Janeth, la hermana con la que más se entendía en asuntos de juego y travesuras, por la cercanía generacional. Y se quedó alrededor de 18 meses en El Espectador, durante los cuales escribió alrededor de 900 páginas de crónicas, según se puede contar en los archivos del periódico.

                                                                                                                                El escritor Juan José Hoyos, en el prólogo de Crónica del día, resume lo que fueron esos días:

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “Allí, Gossaín nos contó un país convulsionado, lleno de pobreza y de ilusiones y también lleno de alegrías. Un país de porros y vallenatos, corralejas e invasiones de tierras, de políticos decadentes y de artistas inolvidables como Leandro Díaz. Un país donde los congresistas y los periodistas se dormían en los largos debates políticos del Capitolio. Un país de gente que sin ninguna esperanza viajaba hasta Bogotá, en manifestaciones multitudinarias, para pedirle al presidente que les regalara una volqueta. Un país de compositores como José Barros, de poetas como León de Greiff, de gente sencilla como la que en domingos subía al cerro de Monserrate, y como la que los 6 de enero de congregaba en el barrio Egipto a rezarle a los Santos Reyes, al Divino Niño y a tomar aguardiente”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Al final de esos recorridos, Gossaín robusteció su músculo periodístico y construyó una mejor relación con Bogotá, fruto de sus incursiones en la miseria y las ilusiones de sus comunidades. “Cuando fui a los barrios más pobres, a los vecindarios más tristes, a los sitios más lóbregos de la ciudad, encontré a la mejor gente”. Entonces entendió que el tamaño de las grandes ciudades hace que la gente se distancie y que no haya la misma solidaridad virtuosa de los pueblos, porque a la hora de la lluvia, todos tienen que correr y refugiarse. Simplemente: “Pero yo me rebelo contra eso – dice-, prefiero mojarme y atender a la niña”.

                                                                                                                                Aquel día, su primer día, Juan, en efecto, decidió levantarse contra la realidad. Y lo hizo durante casi 50 años, pues para él periodismo siempre fue un acto sagrado de sublevación.

                                                                                                                                Por Alberto Martínez y Óscar Durán

                                                                                                                                Temas recomendados:

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