“Babylon” y “The Fabelmans”: cuando el metacine no es suficiente
Dos de las películas más esperadas de la temporada. Ambas referencian el cine dentro del cine. Su angustias, excesos, crueldades y carencias.
Sandra M Ríos U – Cine Vista
En “The Fabelmans”, Steven Spielberg por primera vez dirigió una historia personal y con “Babylon” Damien Challeze muestra con desenfreno lo desagradable de Hollywood, guardada las proporciones, porque esta producción es de Paramount.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
En “The Fabelmans”, Steven Spielberg por primera vez dirigió una historia personal y con “Babylon” Damien Challeze muestra con desenfreno lo desagradable de Hollywood, guardada las proporciones, porque esta producción es de Paramount.
El director de “La La Land”, al igual que Spielberg, dice que desde pequeño no pensó en otra cosa que hacer cine. A los 29 años estrenó su primer largometraje (“Whiplash”) y dice que ha mantenido una relación de amores y odios con la industria de Los Ángeles.
Pareciera entonces que de esas tensiones que suelen darse entre la parte creativa y los grandes estudios saliera “Babylon”, una historia que cuenta cómo fue, desde adentro de la propia industria, el paso del cine mudo al cine sonoro y lo hace mostrando lo difícil que fueron esos inicios, lo imaginativo y recursivo que se necesitaba ser para sacar secuencias completas de acción o drama o romance, inventarse decorados, efectos o movimientos de cámara de forma casi que artesanal.
Pero todo eso se narra, no desde la creída majestuosidad y elegancia de los años veinte, sino desde lo salvaje, desde los excesos. Mostrando también lo feo y lo desagradable, las luces y las sombras, así que su título es más que descriptivo.
“Babylon” tiene un reparto coral, pero esencialmente se cuenta desde tres personajes, Manuel (Diego Calva), un asistente de dirección mexicano que llega por accidente a la industria y va ascendiendo por una mezcla ganadora de suerte, virtud, adaptabilidad, carisma y ambición; Nellie LaRoy (Margot Robbie), una aspirante a actriz sin recomendaciones ni abolengos, que va escalando a un alto precio; y Jack Conrad (Brad Pitt), una estrella famosa del cine silente, que ve cómo el huracán del cine sonoro pone en riesgo su carrera.
La familia de los Fabelman es la de Spielberg y es a través de Sammy, el hijo mayor, que conocemos la historia de un director que exploró la realización desde los siete años, que nació con ese talento, que se confirmó cuando fue con sus padres a ver su primera película en una sala de cine. Sus juegos eran los de recrear las escenas que veía con el auspicio económico de sus padres y la ayuda de hermanas, amigos y otros familiares que le servían de asistentes de cámara o actores. Esa soñada infancia y adolescencia tuvo sus momentos dolorosos a raíz de la infidelidad de su madre con el mejor amigo de su padre.
Todo esto, en ambas historias, ocurre entre la introducción y el primer tramo de las películas. Ambas comienzan a partir de ahí una serie de altibajos. La primera parte de “Babylon” es prácticamente demoledora, con una Margot Robbie brillante que se vuelve el todo de esta película. Cuando desaparece para desarrollar la historia del ascenso de Many Torres, toda esa adrenalina se termina y se vuelve una historia errática, de momentos aislados, unos muy notables, otros muy risibles, otros extraños o con poco sentido.
La de Spielberg entra también en un limbo donde la cotidianidad se vuelve repetitiva: los niños crecen, el padre, interpretado por un gran Paul Dano, se esfuerza por seguir trabajando duro para dar lo mejor a su familia y su madre tan singular, una habilidosa pianista, en manos de la siempre fabulosa Michelle Williams, quien como buena artista, pasa por etapas de crisis, mientras Sammy sigue recreando películas que son las delicias y el respiro de la audiencia y el éxtasis para el fanático del cine.
“The Fabelmans” se narra con la visión bondadosa e ingenua que acostumbra Spielberg y que de alguna forma logran cautivar. Aquí abre su corazón más íntimo, pero paradójicamente varios de esos sucesos se sienten ficticios y en exceso preparados. Ambas películas retoman para su desenlace. La de Spielberg a partir del momento en que Sammy le llega la hora de definir su etapa profesional, con un estupendo y esperado cameo de David Lynch, encarnando al cineasta Jonh Ford, influyente en la carrera de Steven y quien le brinda un memorable consejo, tan perdurable como el bello final que el director de “E.T.” ha decidido darle a su película sembiográfica.
En “Babylon” todo se retoma con el presente de sus tres personajes olvidados tras esa transición, representando las lecciones crudas de una industria de entretenimiento que, a veces, es implacable con sus artistas. Jamás me he drogado, pero lo que ofrece Chazelle, que le faltó contención, quizás se le acerque. Qué buena su banda sonora y su diseño de producción. Qué buenos momentos cuando la música referencia la tonalidad de “La la land”. En ese desenlace el director deja esa desbordada extravagancia y regresa a ese halo nostálgico de la búsqueda de los sueños versus la realidad, que le habíamos visto en sus anteriores largometrajes.
La turbulencia, la euforia y lo deslumbrante de ambas historias son proporcionales a sus altibajos y a ambas les pesa su metraje extendido (151 minutos de “Los Fabelman” y 189 de “Babylon”). Y a la final, mi sensación es que ambas son películas que ofrecen varios buenos momentos en pantalla grande, no imagino soportarlas en plataformas, pero su metacine no les alcanza para ser sobresalientes.