Carver, el inspirador de González Iñárritu
El ganador del Oscar a mejor director y mejor película construyó el argumento de ‘Birdman’ inspirado en un autor norteamericano al que los lectores deberían acercarse para ver de otra manera nuestra cotidianidad.
Nelson Fredy Padilla*
Cuando recibió el Oscar a Mejor Película, el director Alejandro González Iñárritu dio crédito como uno de sus inspiradores para la creación de ‘Birdman’ al escritor norteamericano Raymond Carver. Surgió la pregunta: ¿Quién es Caver? Quién era, porque murió a los 50 años de edad, en 1988. Pues fue el autor que desató lo que el cineasta mexicano quería explorar a nivel de condición humana luego de que en 2012 él y su equipo se encontraran con el libro de cuentos ‘¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?’, con el contradictorio viaje al ego que son sus relatos y, basado en las percepciones de Carver sobre el amor propio y hacia los otros, construyó el argumento para el guión.
Esa búsqueda fallida del reconocimiento personal y espiritual estaba en el cuento ‘Beginners’ (‘Principiantes’), cuyo uso adaptado le fue autorizado por la viuda de Carver, la poeta Tess Gallagher, a quien también agradeció durante la ceremonia de los oscares en Los Ángeles.
Aunque es considerado un autor de culto, de cerrados círculos literarios, en Colombia Carver, el discípulo moderno del ruso Chéjov a quien le dedicó “Tres rosas amarillas”, está disponible en español en las bibliotecas públicas y estuvo en las bibloestaciones de Transmilenio en Bogotá.
Su narrativa es como en cierto modo como ‘Birdman’: inquietante. Carver está en las grandes ligas de la literatura porque replanteó la historia del relato de ficción inspirado en el realismo cotidiano. En Estados Unidos se hizo famoso luego de la publicación de ‘De qué hablamos cuando hablamos de amor’ (1981) y pasó a ser escritor universal desde su muerte prematura por un cáncer de pulmón. Diez años después, investigadores literarios de ‘The New York Times’ empezaron a redescubrir la obra a partir de los borradores mecanografiados que le había dejado a su editor Gordon Lish, quien los vendió a la Biblioteca Lilly, de la Universidad de Indiana, con las mutilaciones que había hecho de su puño y letra, y que en algunas historias llegó al 50%.
Esas pesquisas generaron luego un largo enfrentamiento judicial entre Lish y la viuda de Carver. Al final se impuso el deseo de la segunda esposa de Carver para que se conocieran en su integridad los originales del cuentista. Hace cuatro años, gracias al sello Anagrama, llegó a Colombia ‘Principiantes’, la versión original de los 17 relatos publicados como ‘De qué hablamos cuando hablamos de amor’.
Este libro es el redescubrimiento del talento natural de Carver para perturbarnos. La demostración de que sus estructuras narrativas no eran tan austeras para clasificarlo como minimalista obsesivo, que sus personajes no eran tan fríos y planos, que daba cabida a las disgresiones e incluso a la ternura. Y aun así Lish no queda descalificado. Se puede estar o no de acuerdo con las ediciones que hizo, pero es indiscutible que su olfato permitió descubrir un clásico que dedicó su vida a recrear episodios de gente del común, jugando con la tensión y la violencia implícita en el ser humano.
Ejemplos: ‘Diles a las mujeres que salimos’, ‘Todavía una cosa’ e ‘Intimidad’, para abordar tres cuentos al azar. Dos amigos, con esposa e hijos, en apariencia normales, salen a dar una vuelta y protagonizan el asesinato de dos adolescentes; un marido borracho pelea con su esposa, en presencia de su hija, antes de dejarlas; un hombre sin rumbo visita a su ex esposa y ella lo agrede con una especie de monólogo que lo pone de rodillas...
¿De dónde sale la materia prima de sus ficciones? Carver fue un alcohólico nómada de Oregon, hecho en las más deprimidas calles norteamericanas, trabajando en lo que fuera, yéndose a los puños con tal de sobrevivir. Así fue hasta el día que, siendo mensajero de una farmacia, descubrió la poesía gracias a un anciano que le regaló el primer libro y la primera revista que lo llevaron (Prosa sobre POETRY) a descubrir que de sus hoscas manos también podían surgir versos. Él lo dijo: Fue la “estrella polar” que redireccionó su agresividad y su vida en un mundo “siempre amenazante”. Su viuda definió la poesía (en ‘All of us the selected poems’, Londres 1997) como “el cauce espiritual” que llevó a Carver a escribir.
Es la poética de un hombre rudo con una “única convicción moral” aprendida de Ezra Pound y moldeada por el ambiente hostil en que creció. El caldo de cultivo es el desasosiego de aquellos estadounidenses que nunca alcanzaron el sueño americano, la materia prima de ‘Birdman’. Otro ejemplo: ‘Vecinos’ (1971), donde el cruce de palabras y de silencios entre un matrimonio austero, que cuida la casa de sus afortunados vecinos del frente mientras ellos salieron de viaje. La muestra perfecta de cómo la envidia y la frustración marcan vidas frente a nosotros sin que nos demos cuenta.
Entre líneas, sus personajes dan pistas de su método. En ‘Intimidad’ una mujer amargada suelta una frase que debiera ser una sentencia para un escritor: “Cuéntalo como crees que debes, y olvida lo demás”. El lenguaje literario no es la reproducción literal de las voces resentidas de esos pueblos perdidos a espaldas de las grandes ciudades.
Carver le da al lector “bofetadas emocionales”. En ‘Si me necesitas, llámame’ (2001), una pareja se da una última oportunidad de reconstruir su vida en familia, pero no lo logra y, antes del desenlace, el hombre ve a un colibrí extasiado por el néctar de las flores; llegan al jardín de su casa cuatro caballos blancos, un bálsamo que los acerca a la belleza estética, hacen el amor por última vez y, a pesar de todo, se separan. En Carver los personajes son pocos, contundentes; construidos a partir de sus propias palabras y anclados a su destino. “No sé lo que quiero hasta que lo veo”, le dice Nancy a su esposo, y eso basta para lo que requiere el relato. Las imágenes las dictan ellos mismos y el narrador sólo interviene para darle “unas cuantas bofetadas emocionales” al lector con descripciones impredecibles: un automóvil con el escape suelto que chispea al rozar contra la autopista, “una luna blanca suspendida en el cielo de la mañana” vista por un hombre intimidado que teme mostrársela a su agresiva ex esposa.
Vila-Matas ve al Carver de ‘Si me necesitas, llámame’ como miembro de una familia literaria de la que forman parte canónicos como William Faulkner y Flannery O’connor, aunque el propio autor se remitía a V. S. Pritcher para explicar el cuento como “algo vislumbrado con el rabillo del ojo” y a la poesía de Antonio Machado para justificar la musicalidad que buscaba cuando escribía poesía. La corriente minimalista en expresión de Carver es “eliminar la paja”.
Los objetos también cumplen un papel clave en su forma de contar. Un televisor (como en ‘Catedral’), un cenicero (como en ‘Plumas’), un cigarrillo, un cuchillo (como en ‘Intimidad’), operan como un cable conectado al detonante... Transforma lo inerte en poético. Convierte en norma lo aprendido de Flaubert: “Siempre me he esforzado por llegar al alma de las cosas...”.
Carver es un pugilista de ficción desde la primera hasta la última línea. El lector siente un jab en cada punto seguido (un arma que le prestó Isaac Babel), los diálogos son como seguidillas de golpes de un boxeador rápido, que entra y sale (“verlo y soltarlo”, dijo él), calando poco a poco, y se guarda para el último instante un recto al mentón o un gancho al hígado. Finales abiertos y estremecedores. Gana puntos asalto por asalto y se asegura una victoria por nocáut. Bien escribió Cortázar en “Aspectos del cuento” que “el buen cuentista es un boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando, en realidad, están minando ya las resistencias más sólidas del adversario”.
Si su prosa no es rebuscada sino eficaz, si se basa exclusivamente en lo cotidiano de la vida, si no recurre al sentimentalismo ni al romanticismo, casi nunca a las metáforas; si los adjetivos son escasos, si su estilo es la condensación de la trama en lo sugerente, ¿en qué radica el talento de Carver? Él mismo dijo: “... esa forma especial de contemplar las cosas...”.
*Texto adaptado a partir de un ensayo publicado por el autor en El Espectador en 2010.
Cuando recibió el Oscar a Mejor Película, el director Alejandro González Iñárritu dio crédito como uno de sus inspiradores para la creación de ‘Birdman’ al escritor norteamericano Raymond Carver. Surgió la pregunta: ¿Quién es Caver? Quién era, porque murió a los 50 años de edad, en 1988. Pues fue el autor que desató lo que el cineasta mexicano quería explorar a nivel de condición humana luego de que en 2012 él y su equipo se encontraran con el libro de cuentos ‘¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?’, con el contradictorio viaje al ego que son sus relatos y, basado en las percepciones de Carver sobre el amor propio y hacia los otros, construyó el argumento para el guión.
Esa búsqueda fallida del reconocimiento personal y espiritual estaba en el cuento ‘Beginners’ (‘Principiantes’), cuyo uso adaptado le fue autorizado por la viuda de Carver, la poeta Tess Gallagher, a quien también agradeció durante la ceremonia de los oscares en Los Ángeles.
Aunque es considerado un autor de culto, de cerrados círculos literarios, en Colombia Carver, el discípulo moderno del ruso Chéjov a quien le dedicó “Tres rosas amarillas”, está disponible en español en las bibliotecas públicas y estuvo en las bibloestaciones de Transmilenio en Bogotá.
Su narrativa es como en cierto modo como ‘Birdman’: inquietante. Carver está en las grandes ligas de la literatura porque replanteó la historia del relato de ficción inspirado en el realismo cotidiano. En Estados Unidos se hizo famoso luego de la publicación de ‘De qué hablamos cuando hablamos de amor’ (1981) y pasó a ser escritor universal desde su muerte prematura por un cáncer de pulmón. Diez años después, investigadores literarios de ‘The New York Times’ empezaron a redescubrir la obra a partir de los borradores mecanografiados que le había dejado a su editor Gordon Lish, quien los vendió a la Biblioteca Lilly, de la Universidad de Indiana, con las mutilaciones que había hecho de su puño y letra, y que en algunas historias llegó al 50%.
Esas pesquisas generaron luego un largo enfrentamiento judicial entre Lish y la viuda de Carver. Al final se impuso el deseo de la segunda esposa de Carver para que se conocieran en su integridad los originales del cuentista. Hace cuatro años, gracias al sello Anagrama, llegó a Colombia ‘Principiantes’, la versión original de los 17 relatos publicados como ‘De qué hablamos cuando hablamos de amor’.
Este libro es el redescubrimiento del talento natural de Carver para perturbarnos. La demostración de que sus estructuras narrativas no eran tan austeras para clasificarlo como minimalista obsesivo, que sus personajes no eran tan fríos y planos, que daba cabida a las disgresiones e incluso a la ternura. Y aun así Lish no queda descalificado. Se puede estar o no de acuerdo con las ediciones que hizo, pero es indiscutible que su olfato permitió descubrir un clásico que dedicó su vida a recrear episodios de gente del común, jugando con la tensión y la violencia implícita en el ser humano.
Ejemplos: ‘Diles a las mujeres que salimos’, ‘Todavía una cosa’ e ‘Intimidad’, para abordar tres cuentos al azar. Dos amigos, con esposa e hijos, en apariencia normales, salen a dar una vuelta y protagonizan el asesinato de dos adolescentes; un marido borracho pelea con su esposa, en presencia de su hija, antes de dejarlas; un hombre sin rumbo visita a su ex esposa y ella lo agrede con una especie de monólogo que lo pone de rodillas...
¿De dónde sale la materia prima de sus ficciones? Carver fue un alcohólico nómada de Oregon, hecho en las más deprimidas calles norteamericanas, trabajando en lo que fuera, yéndose a los puños con tal de sobrevivir. Así fue hasta el día que, siendo mensajero de una farmacia, descubrió la poesía gracias a un anciano que le regaló el primer libro y la primera revista que lo llevaron (Prosa sobre POETRY) a descubrir que de sus hoscas manos también podían surgir versos. Él lo dijo: Fue la “estrella polar” que redireccionó su agresividad y su vida en un mundo “siempre amenazante”. Su viuda definió la poesía (en ‘All of us the selected poems’, Londres 1997) como “el cauce espiritual” que llevó a Carver a escribir.
Es la poética de un hombre rudo con una “única convicción moral” aprendida de Ezra Pound y moldeada por el ambiente hostil en que creció. El caldo de cultivo es el desasosiego de aquellos estadounidenses que nunca alcanzaron el sueño americano, la materia prima de ‘Birdman’. Otro ejemplo: ‘Vecinos’ (1971), donde el cruce de palabras y de silencios entre un matrimonio austero, que cuida la casa de sus afortunados vecinos del frente mientras ellos salieron de viaje. La muestra perfecta de cómo la envidia y la frustración marcan vidas frente a nosotros sin que nos demos cuenta.
Entre líneas, sus personajes dan pistas de su método. En ‘Intimidad’ una mujer amargada suelta una frase que debiera ser una sentencia para un escritor: “Cuéntalo como crees que debes, y olvida lo demás”. El lenguaje literario no es la reproducción literal de las voces resentidas de esos pueblos perdidos a espaldas de las grandes ciudades.
Carver le da al lector “bofetadas emocionales”. En ‘Si me necesitas, llámame’ (2001), una pareja se da una última oportunidad de reconstruir su vida en familia, pero no lo logra y, antes del desenlace, el hombre ve a un colibrí extasiado por el néctar de las flores; llegan al jardín de su casa cuatro caballos blancos, un bálsamo que los acerca a la belleza estética, hacen el amor por última vez y, a pesar de todo, se separan. En Carver los personajes son pocos, contundentes; construidos a partir de sus propias palabras y anclados a su destino. “No sé lo que quiero hasta que lo veo”, le dice Nancy a su esposo, y eso basta para lo que requiere el relato. Las imágenes las dictan ellos mismos y el narrador sólo interviene para darle “unas cuantas bofetadas emocionales” al lector con descripciones impredecibles: un automóvil con el escape suelto que chispea al rozar contra la autopista, “una luna blanca suspendida en el cielo de la mañana” vista por un hombre intimidado que teme mostrársela a su agresiva ex esposa.
Vila-Matas ve al Carver de ‘Si me necesitas, llámame’ como miembro de una familia literaria de la que forman parte canónicos como William Faulkner y Flannery O’connor, aunque el propio autor se remitía a V. S. Pritcher para explicar el cuento como “algo vislumbrado con el rabillo del ojo” y a la poesía de Antonio Machado para justificar la musicalidad que buscaba cuando escribía poesía. La corriente minimalista en expresión de Carver es “eliminar la paja”.
Los objetos también cumplen un papel clave en su forma de contar. Un televisor (como en ‘Catedral’), un cenicero (como en ‘Plumas’), un cigarrillo, un cuchillo (como en ‘Intimidad’), operan como un cable conectado al detonante... Transforma lo inerte en poético. Convierte en norma lo aprendido de Flaubert: “Siempre me he esforzado por llegar al alma de las cosas...”.
Carver es un pugilista de ficción desde la primera hasta la última línea. El lector siente un jab en cada punto seguido (un arma que le prestó Isaac Babel), los diálogos son como seguidillas de golpes de un boxeador rápido, que entra y sale (“verlo y soltarlo”, dijo él), calando poco a poco, y se guarda para el último instante un recto al mentón o un gancho al hígado. Finales abiertos y estremecedores. Gana puntos asalto por asalto y se asegura una victoria por nocáut. Bien escribió Cortázar en “Aspectos del cuento” que “el buen cuentista es un boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando, en realidad, están minando ya las resistencias más sólidas del adversario”.
Si su prosa no es rebuscada sino eficaz, si se basa exclusivamente en lo cotidiano de la vida, si no recurre al sentimentalismo ni al romanticismo, casi nunca a las metáforas; si los adjetivos son escasos, si su estilo es la condensación de la trama en lo sugerente, ¿en qué radica el talento de Carver? Él mismo dijo: “... esa forma especial de contemplar las cosas...”.
*Texto adaptado a partir de un ensayo publicado por el autor en El Espectador en 2010.