Cate Blanchett, la actriz que prefiere hablar de otras vidas
La estrella de Hollywood interpreta a una directora de orquesta en “Tár”, película por la que podría llevarse el Óscar a Mejor actriz. Sería su tercera estatuilla.
Danelys Vega Cardozo
Hace unos años, cuando Cate Blanchett vivía en Australia, su casa tenía una particularidad: no había espejos. Por eso, las duchas eran más cortas. Algo que le agradaba y no solo por un tema medioambiental o al menos eso dijo un día para El País. En los rincones de aquel lugar convivía con cuatro hombres: su esposo y sus tres hijos. Había alguien más: Carol, su perro. A veces deseaba tener una niña, porque “los chicos pueden ser unos diablos”. Pero, en realidad, Dashiell, Roman e Ignatius, sus hijos, la hacían reír con frecuencia. En especial en esos momentos en los que les hacía pasar vergüenza, como aquel día en que iban en el auto y se le dio por cantar. “Me dijeron que me callara porque alguien me podía oír”. A diferencia de otras casas, sus hijos no tenían tantos juguetes y, menos, cristales donde mirarse en diferentes ángulos. De lo que sí no carecían era de libros, de historias con las cuales fantasear. De hecho, a Dashiell “le gustaba el olor del papel” y por eso ella y su esposo pensaban que habían hecho algo bien.
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Hace unos años, cuando Cate Blanchett vivía en Australia, su casa tenía una particularidad: no había espejos. Por eso, las duchas eran más cortas. Algo que le agradaba y no solo por un tema medioambiental o al menos eso dijo un día para El País. En los rincones de aquel lugar convivía con cuatro hombres: su esposo y sus tres hijos. Había alguien más: Carol, su perro. A veces deseaba tener una niña, porque “los chicos pueden ser unos diablos”. Pero, en realidad, Dashiell, Roman e Ignatius, sus hijos, la hacían reír con frecuencia. En especial en esos momentos en los que les hacía pasar vergüenza, como aquel día en que iban en el auto y se le dio por cantar. “Me dijeron que me callara porque alguien me podía oír”. A diferencia de otras casas, sus hijos no tenían tantos juguetes y, menos, cristales donde mirarse en diferentes ángulos. De lo que sí no carecían era de libros, de historias con las cuales fantasear. De hecho, a Dashiell “le gustaba el olor del papel” y por eso ella y su esposo pensaban que habían hecho algo bien.
Su voz no se escuchaba con frecuencia en su hogar. Blanchett era de las que elegían permanecer en silencio. Lo que le gustaba era escuchar y observar. A veces clavaba sus ojos en una de las estatuas o pinturas que coleccionaban. Por aquella época, deseaba tener cuadros de dos artistas: Gerhard Richter y Lucian Freud, pintores que la han influenciado, al igual que Turner. Antes que ser actriz, quería ser restauradora de cuadros o comisaria de museos, pero la vida la fue llevando por el camino de la actuación. “Siempre me dije que si no funcionaba volvería a mi primera pasión. No fue así, pero mi forma de pensar sigue siendo muy visual y la mayoría de las veces mi conexión con un escenario, con un personaje, viene de una imagen”, le confesó un día de 2018 a Paola Genone, periodista de la revista de moda francesa Madame Figaro.
Artistas como Rembrandt y Picasso escapaban de su colección, porque ella prefería tener algo modesto, como dijo para El País. “Soy de las que siento que el arte no nos pertenece. Solo somos los custodios de un trabajo que trasciende fronteras”. El gusto por el arte es algo que comparte con sus hijos, sobre todo con Dashiell, a quien le apasiona hacer cómics. Eso sí, ellos no se entusiasman tanto cuando Blanchett les dice que vayan a la National Gallery, en Londres (Inglaterra). No es que tengan que viajar miles de kilómetros hasta allá, porque desde 2016 se fueron a vivir a una mansión en un condado ubicado el ese país del Reino Unido, tal vez porque en marzo de 2015 su familia se agrandó.
Ese año, Blanchett y su esposo, Andrew Upton, adoptaron a la niña Edith Vivian Patricia. “No diré que adoptar era nuestro sueño, pero siempre fue parte de nuestra conversación”. En ese momento, contemplaron la posibilidad de mudarse a Estados Unidos. En ese país donde ella muchas veces ha caminado por alfombras rojas, que la ponen nerviosa. No es lo único. “Siempre soy un manojo de nervios. Con todo lo que hago. Porque creativamente hablando intento abarcar más de lo que puedo. Y a veces no funciona. Soy la eterna insatisfecha... así que sigo trabajando”, confesó en alguna ocasión para El País. Continúa trabajando, pero eso no quiere decir que no haya espacio para el caos. “Siento una perversa atracción hacia él. Siempre dejo que se apodere de mí, de mi casa, durante cuatro, cinco o seis meses hasta que de repente me echo a llorar por la mayor banalidad”. Y entonces, prefiere meterse en un armario para recuperarse. “En algún lugar pequeño donde nadie pueda encontrarme”.
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En febrero de este año recordó a Picasso, a quien han tildado de machista, y lo hizo durante una entrevista para Radio Times, de la BBC. El nombre del pintor español surgió tras una reflexión sobre la cultura de la cancelación a raíz de su papel protagónico en la película Tár, donde interpretó a una directora de orquesta que termina siendo afectada por este fenómeno. “Miras al Guernica y dices: ¿esa es una de las mejores obras de arte de todos los tiempos? Sí. Es un hecho. Creo que es importante tener una crítica saludable”. Su reflexión fue más allá del arte y se expandió hasta la literatura. “Si no lees libros antiguos que son un poco ofensivos por lo que dicen en un contexto histórico, entonces nunca lidiarás con las mentes de la época y estaremos destinados a repetir esas cosas”.
A veces, por su cabeza se cruza un pensamiento: dejar la actuación. Incluso hace una promesa cada vez que culmina el rodaje de una película: “Esta es la última”. Siempre la incumple porque le “llega una idea fascinante o conozco a un maravilloso narrador, a un visionario, y me veo forzada a seguir la llamada”. Como cuando el cineasta Woody Allen le envió el guion de su largometraje Blue Jasmine. El director puso todas sus esperanzas en Blanchett, en que ella aceptara protagonizarlo. Y así lo hizo. Y ahí también el caos se apoderó de ella.
Hablaba sola y se aferraba al estilo de vida que ya no tenía. Entonces, los recuerdos del pasado le llegaban. Había perdido a su esposo. Su matrimonio se había acabado antes de que él pusiera fin a su vida. Por mucho tiempo, él le fue infiel. Todos parecían saberlo, menos ella, quien, finalmente, lo entregó a prisión, porque en realidad él era un estafador. La sobriedad se apartó de ella: consumía licor con frecuencia. También, pastillas para la ansiedad. Hubo mentiras. Y al final no quedó nada ni nadie. Nada de eso le ocurrió a Cate Blanchett, pero sí a Jasmine, el personaje que encarnó en Blue Jasmine. El personaje, que como todos los que ha interpretado alguna vez, trató de comprender. “Tienes que ser valiente y hacer algo, dar algo propio para que los demás lo hagan suyo”.
En realidad, a ella le cuesta descansar. “Soy una persona hiperactiva que siempre está pensando: ‘¿Y mañana? ‘”, eso le comentó a Paola Genone, periodista de Madame Figaro. Si hoy hiciera las cuentas, llegaría a la conclusión de que en los últimos diez años, solo en 2016 y 2020 no hizo parte del elenco de las películas que se estrenaron. En 2015, había decidido que al año siguiente no trabajaría tanto, pues quería dedicar más tiempo a la maternidad. Y quizá no la extrañaron tanto porque, ese año (2015), se estrenaron cinco largometrajes en los que participó: Destinos, Manifesto, La cenicienta, Conspiración y poder (Truth) y Carol. Por la última cinta tuvo que lidiar con un chisme.
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La película, basada en la novela homónima de Patricia Highsmith, retrata la relación amorosa de dos mujeres durante los años cincuenta. Blanchett interpretó a una de ellas. Por aquel papel concedió una entrevista a Variety. Allí, dijo haber sostenido relaciones con otras mujeres, pero la revista nunca especificó que no habían sido de carácter sexual, a pesar de ella haberlo afirmado. Entonces, se difundió información falsa en otros medios. Y los cuestionamientos no faltaron. Hasta que un día, durante la rueda de prensa de Carol, decidió desmentir aquello. “¿Si he tenido relaciones sexuales con mujeres? La respuesta es no. En realidad, eso no debería importarle a nadie. Como actriz, no me interesa hablar sobre mí misma, sino explorar otras vidas”.
Lo que también le interesa es conocer la Antártida, ya que, muchos años atrás, si el barco de su padre, quien pertenecía a la Marina estadounidense, no hubiera encallado en ese continente, tal vez él no hubiera conocido a su madre. Pues a raíz de aquel suceso, decidieron reparar el navío en Melbourne, la ciudad australiana donde se enamoró de ella. Por eso, en varias oportunidades, ha dicho que mantiene una relación romántica con la Antártida, así que “siento que necesito hacer ese viaje a mis orígenes”, fue lo que expresó un día para El País. De hecho, en especial, comenzó a pensar en sus orígenes luego de recorrer el jardín de la casa de Charles Darwin. Creyó que sería extenso y, por lo tanto, le tomaría mucho tiempo recorrerlo. Para sorpresa suya no fue así: le bastó con cinco minutos. “Eso me hizo reflexionar sobre lo importante que es ahondar en el lugar de donde eres, no pensar que la vida es mejor en otro lado”.
Su padre fue quien la introdujo en el mundo del cine, pues era con él con quien solía ver películas cuando era una niña. A medida que fue creciendo también sus gustos cinematográficos se fueron afinando, como mencionó hace unos años para Madame Figaro. “Los cineastas son pintores que perfeccionan su oficio, como los actores, a lo largo de la realización de las imágenes en movimiento que son las películas. A veces repiten el mismo tema una y otra vez, como el pintor italiano Giorgio Morandi, que reprodujo una serie de botellas durante toda su vida”. En ocasiones, se pasean por su mente las escenas de tres películas, en especial las de El conformista, de Bernardo Bertolucci. “Es una película extraordinariamente inteligente, que cuestiona las monstruosidades que se pueden producir al obligarse a ser ‘como los demás’”. Las otras dos son Sweetie, de Jane Campion, y L’Avventura, de Michelangelo Antonioni.
En realidad, con su padre solo compartió sus primeros diez años de vida. No fue algo que ella eligió, sino que así se dio. Un día, él salió a trabajar, en ese momento ya no estaba en la Marina y, en vez de eso, ejercía de publicista. No regresó jamás a su casa. Le dio un infarto. Cuando su madre les contó a ella y a sus dos hermanos, se quedó pensando en que ese día ni siquiera se había despedido de su padre. Ahora, ella procura hacerlo con su familia cada vez que sale de su casa. Aunque, la verdad es que sus hijos han crecido entre los bastidores de un teatro y un set de grabación. En esos espacios, ellos han visto desde el resultado final hasta todo el trabajo que hay detrás. “Mi trabajo como madre es enseñarles que no se llega a ninguna parte sin esfuerzo. El riesgo de ser una estrella de cine es que expones a tus hijos a un mundo irreal, obsesionado con la celebridad, donde aplauden sin entender lo que hay detrás de la creación, que es la fuente de todo. Espero que mis hijos lo hayan entendido”.
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