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Cuando el biólogo Maxim Chakilev abre la puerta de su cabaña en Siberia en el documental nominado al Óscar “Haulout”, impacta a la audiencia con la imagen de 100.000 morsas amontonadas en la playa. Durante dos minutos, la pantalla es dominada por los animales apiñados. Sus ruidos guturales hacen las veces de banda sonora y colocan al espectador en el centro del impresionante espectáculo natural.
La escena central de la pieza de 25 minutos, que aborda cómo el cambio climático afecta a la naturaleza, es un ejemplo de que los documentales cortos se han convertido en una expresión artística más. Es por eso que grandes compañías como The New Yorker y Netflix están entrando en el mercado.
“El video es un vehículo muy poderoso, y en este momento es la forma en que mucha gente se informa sobre el mundo”, dijo Soo-Jeon Kang, directora ejecutiva de programación y desarrollo de The New Yorker. “Los medios de comunicación tradicionales están reconociendo esto como una forma de llegarle a nuevas audiencias y como una plataforma narrativa”.
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“Haulout”, que transcurre casi sin diálogo, fue producida por los hermanos Maxim Arbugaev y Evgenia Arbugaeva, que pasaron tres meses viviendo con Chakilev en una rudimentaria cabaña. La producción es el tipo de contenido que encaja con la ficción de alto nivel y con los reportajes de profundidad de The New Yorker, dijo Kang. “Es pura experiencia cinematográfica, no necesitas una palabra para saber sobre la historia (...) una extensión de esa intersección entre arte y gran periodismo”.
Amplitud del formato
“Haulout” compite por el mejor cortometraje documental contra otros cuatro trabajos que demuestran la amplitud del formato cada vez más demandado por el público. “Stranger at the Gate” (Un extraño en la puerta), también de The New Yorker, cuenta la historia de un militar estadounidense que, lleno de odio tras luchar en la guerra, quiere colocar una bomba en una mezquita. Pero la cálida recepción de la gente que él planeaba matar lo conecta de nuevo con la humanidad y cambia su vida. La cinta está producida por la ganadora del Nobel de la Paz, Malala Yousafzai. “How Do You Measure a Year?” (¿Cómo mides un año?) junta entrevistas que el cineasta Jay Rosenblatt realizó anualmente con su hija desde los 2 hasta los 18 años.
Por otra parte, “The Elephant Whisperers” (Los encantadores de elefantes), de Netflix, aborda el amor que una pareja de India siente por los animales que cuidan. La gigante del streaming también presenta “The Martha Mitchell Effect” (El efecto Martha Mitchell), una recopilación de material de archivo sobre una mujer al margen del escándalo político estadounidense Watergate. Los candidatos de Netflix son sólo dos de las decenas de documentales que la plataforma tiene disponibles, algunos de los cuales figuran regularmente entre los más vistos.
Democratización
El rubro documental fue dominado en décadas pasadas por medios como la cadena británica BBC o la estadounidense PBS, ambos inclinadoa hacia un estilo didáctico. Pero recientemente, el sector ha mostrado su potencial como pieza de entretenimiento. “Making a Murderer” (Fabricando un asesino), de Netflix, y “The Jinx”, de HBO, ambos de 2015, siguen historias de crímenes de la vida real y fueron cruciales para mostrar cómo el formato ha ganado popularidad entre el público joven.
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La audiencia consume documentales a una velocidad tal que mucho antes de que un jurado declarara a un prominente abogado de Carolina del Sur culpable de matar a su esposa y a su hijo el jueves, Netflix informaba que su documental “Murdaugh Murders A Southern Scandal” (Asesinatos en la familia Murdaugh, un escándalo sureño) era uno de sus productos más populares.
Pero incluso programas que pueden parecer menos comerciales, pero que abordan temas importantes como cambio climático e identidad, están ganando espacio entre la audiencia. The New Yorker dice que contabiliza unas 11 millones de visualizaciones por mes en YouTube y en su portal newyorker.com, y que los documentales destacan como los más vistos. Ese público cada vez mayor se ve cada vez más reflejado en los documentales que están siendo producidos, en tiempos que el avance de la tecnología democratiza el acceso y permite a casi cualquiera convertirse en cineasta.
“En años recientes debido a la accesibilidad y comodidad de los programas de edición y a las cámaras de alta definición (...) cualquiera que sueña con hacer un documental ahora, tiene un acceso considerable a las herramientas”, dice Kang. “Es la democratización de este género lo que permite a la gente de diferentes contextos contar una historia sobre su experiencia”.
Para cineastas como Arbugaeva, cuya impresionante fotografía eleva “Haulout” a una pieza de arte, esta democratización es clave para garantir la autenticidad que exige un buen documental. “Cuando los locales cuentan historias sobre su tierra es un proceso muy personal”, dijo Arbugaeva. “Estás hablando sobre tu propio corazón y el de tu comunidad que se está rompiendo”.
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