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“Dejar el periodismo sería tanto como que me pegaran un tiro”

El periodista Pedro Cárdenas se ha ido del país por amenazas en dos ocasiones. Su vida depende de que el Estado le renueve las medidas de seguridad y le brinde garantías para seguir haciendo periodismo.

Humberto Coronel N.
03 de mayo de 2008 - 12:22 a. m.
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Hace cinco años varios sujetos armados sacaron a Pedro Cárdenas de su casa y se lo llevaron en un taxi a las afueras de la ciudad de Honda. En una vía despoblada, luego de insultos y reclamos, jugaron ruleta rusa con un revólver en su boca. Hoy, con los ojos encharcados, a sus 53 años de edad, recuerda con nostalgia el tiempo en el que libre de preocupación disfrutaba de un café y conversaba con sus vecinos en las soleadas calles de Tolima.

Su día empieza a las 4:00 de la mañana con el temor y la preocupación certera de que algo va a suceder. Se despide de su mujer y sus hijos con la bendición y la esperanza de volverlos a ver. Con escolta y auto blindado mantiene una pequeña maleta con ropa al interior del vehículo en caso de no regresar a casa y pasar la noche en un modesto hotel. En el último año ha tenido que trastearse cinco veces de residencia, porque quienes le arriendan tienen miedo de que atenten contra él y le destruyan el inmueble. Algo similar le sucede con sus propios colegas, quienes una vez se enteran de las amenazas en su contra le niegan el empleo.

Cansado de los ‘no’ rotundos, creó la Asociación Vida, Paz y Democracia con la que maneja dos proyectos. Uno periodístico, con el que imprime  las revistas La Verdad, Bogotá Social y Bosconia al Día y, otro, al que denominó Agencia de Colocación de Empleo, donde pretende ubicar a personas con problemas de desplazamiento y reinsertados. Le intenta dar trabajo a quienes un día quisieron matarlo.

Revista ‘La Verdad’

Es una publicación mensual de seis páginas, de la que imprime 1.000 ejemplares. Su forma de trabajo es rudimentaria, pero le devuelve la satisfacción profesional que los violentos le arrebataron. Él se disfraza y mimetiza para hacer la investigación, hace las fotos, construye la historia y cuando la tiene lista llama a los amigos para que lo apoyen con la impresión. Algunos le regalan pliegos de papel periódico, otros simplemente le dan plata para que pague el tiraje, y los que pueden le compran docenas de ejemplares para aminorarle la venta.

Los bultos de revistas que  le quedan los monta en el vehículo blindado y, con escoltas a bordo, se va a la población donde la noticia principal dará de qué hablar. Parquea en una esquina concurrida y al pie del carro, con los guardaespaldas a la expectativa, empieza a vender uno a uno cada ejemplar. Luego de cuatro horas las publicaciones que ya no pudo vender las trae de regreso a Bogotá, donde sin pena alguna, cual si fuese vendedor de dulces, se sube a los buses a echar su rollo, acompañado de los miembros del DAS encargados de cuidarlo.

La escena es paradójica. Mientras la camioneta blindada de $100 millones lo sigue durante el trayecto, los pasajeros miran con curiosidad y sorpresa  al hombre de saco y corbata, impecablemente acicalado, acompañado de un escolta que escruta con su mirada a los pasajeros. Pedro les echa su rollo, les dice que ya no tiene trabajo, que por denunciar a los grupos violentos y corruptos lo quieren matar, pero que se rehúsa a abandonar el periodismo. Que por eso sacó esta revista, la cual entrega a todos los pasajeros con devoción, que es su única forma de subsistir, y que sólo vale $500.

“Un día mío no se lo deseo a nadie. Es muy pesado. Estoy en tratamiento psicológico. Me dicen que mi tranquilidad llegará el día que deje de hacer periodismo, el día que me vaya de Colombia y el día que deje de creer que yo puedo cambiar el país. Pero dejar el periodismo sería tanto como que me pegaran un tiro y me mataran de una. Me moriría en menos de nada”.


El giro de su vida La vida de Pedro cambió en noviembre del año 2000, luego de haber denunciado la expansión de los grupos de autodefensa


en Tolima. De hecho, dijo entonces que como consecuencia de la arremetida paramilitar, el municipio de Armero Guayabal se convertiría en un verdadero camposanto de las víctimas de este grupo ilegal. Eso le valió que fuera secuestrado por las autodefensas y su posterior salida del país durante tres meses.

Desde entonces inició un periplo por Colombia y Suramérica, guardando la esperanza de que su situación volviera a la normalidad. Atrás quedaron las frescas camisas manga corta que solía usar. De saco y corbata le toca hoy por las frías calles de Bogotá. Después del exilio se trasladó a Honda, convencido de que cuando una voz de denuncia se va, quien pierde es la democracia. Con empeño recompuso su vida y llegó a dirigir el noticiero de RCN Radio de esa ciudad.

Y las amenazas regresaron. El 12 de marzo de 2003 varios sujetos lo sacaron de su casa, frente a su esposa, y se lo llevaron en un taxi. Luego de insultarlo, los hombres, al mando de Ramón Isaza, jugaron ruleta rusa con un revólver en su boca. Se salvó de milagro, como dice el gastado refranero popular, porque su mujer alertó a tiempo al comandante de la Policía Ómar Francisco Perdomo, quien desplegó un operativo relámpago para devolverle la libertad.

El temor que Pedro siente por su vida no es infundado. Según la Fundación para la Libertad de Prensa, desde 1977 a hoy, se tiene un registro de 133 periodistas asesinados. Pese a la supuesta mejoría que manifiesta el presidente Álvaro Uribe en torno al tema de libertad de expresión, la Flip denunció que tan sólo el año pasado se registraron en Colombia 162 violaciones a la libertad de prensa.

Pensando que la intimidación había cesado, una llamada en su celular esta semana le demostró que su vida continúa en peligro. En la comunicación indicaron que pasara a una marmolería en el centro de Bogotá donde alguien pagó una lápida con su nombre. Aunque ha contado 25 intimidaciones, entre coronas fúnebres, sufragios, mensajes de texto, atentados a su casa e incluso el intento de secuestro de su hija, esta última amenaza le preocupa mucho porque el viejo adagio popular dice que ya “le colgaron la tumba”.

Por Humberto Coronel N.

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