“El Espectador fue una causa de vida”: Norbey Quevedo
El editor de Investigaciones, Norbey Quevedo, deja el periódico después de 22 años. Seguirá en su especialidad, convencido de que los tiempos actuales necesitan profundidad contra las noticias falsas.
Redacción medios
Con la perspectiva inmediata de liderar un nuevo proyecto de periodismo investigativo, Norbey Quevedo Hernández cambia de rumbo. En un momento en el que las noticias falsas y las cadenas de desinformación hacen de las suyas en las plataformas digitales, el hasta hoy editor de Investigación de El Espectador concluye que su manera de enfrentar esa amenaza será persistir en el desarrollo de fórmulas de periodismo de contexto y documentación, como lo hizo en el diario durante 22 años.
“Para mí, El Espectador fue una causa de vida”, comenta al evocar dos décadas de trabajo sumando lectores y críticos, desde cuando optó por el periodismo en profundidad. En esa época, antes de ingresar al diario, oficiaba como asesor de comunicaciones del exsuperintendente de Salud Óscar Emilio Guerra, asesinado en 2006 cuando ahondaba en denuncias contra la corrupción. Las mismas que Norbey Quevedo aprendió a detectar entre los laberintos del sector, tras la expedición de la Ley 100 de 1993.
Llegó al periódico a secundar a otro sabueso del oficio, el actual subdirector de Noticias Uno, Ignacio Gómez, con quien integró el equipo de Periodismo Investigativo de El Espectador (PIE). Entre el apoyo directo del codirector Fernando Cano y las innovaciones que en esos días de 1996 daba el periodista español Miguel Ángel Bastenier, pronto concluyó que ese era su norte y que los coletazos del Proceso 8.000 o los avances en las telecomunicaciones daban caminos informativos para evaluar con lupa.
Fueron 19 meses que derivaron en sonoras investigaciones. La historia de cómo una familia política quiso quedarse con el proyecto turístico de Pozos Colorados en Santa Marta, o la ruta de un exdirector de Ferrovías para quedarse con un millonario contrato. El caso del espía alemán Werner Mauss y el Eln, o el rastro de enriquecimiento ilícito que Fernando Botero Zea y Santiago Medina dejaron en sus cuentas personales, al margen de los dineros del cartel de Cali que entraron a la campaña Samper.
A partir de 1998, cuando Rodrigo Pardo asumió las riendas del diario, y un año después, cuando lo hizo Carlos Lleras, ambos apoyaron su trabajo y esa gestión se vio reflejada en publicaciones de impacto como la quiebra del BCH en la crisis bancaria de la era Pastrana o, junto con Ignacio Gómez, el seguimiento de dos escándalos: el caso Chambacú, en Cartagena, por construcciones en un terreno donde imperó el desalojo, o el expediente Dragacol y una conciliación dolosa en el Ministerio de Transporte.
Cuando el periódico pasó a ser semanario, en 2001, y su colega Gómez marchó a Noticias Uno, como editor en propiedad decidió incursionar en nuevas facetas hasta el momento inexploradas. Entre ellas su obsesión por desentrañar secretos del fútbol profesional colombiano, con escritos, siempre firmados, sobre dudosos dineros en Envigado, América, Santa Fe, Millonarios, o entre los directivos de los organismos rectores, hasta convertirse en un periodista incómodo, en especial para los hinchas.
En los últimos tiempos de redes sociales, cada reportaje suyo fue replicado con avalancha de insultos, casi siempre asociados a su condición de confeso seguidor de Millonarios. Quevedo dice que se divierte despertando rabias, pero que le atrae explorar donde el periodismo deportivo no suele asomarse. A tal punto que fue galardonado por la polémica historia del expresidente de Santa Fe Eduardo Méndez. En el libro Perlas de la corrupción resumió en un capítulo lo que los aficionados prefieren pasar por alto.
Así como destapar secretos del fútbol o de la farándula ha sido su divertimento, ser profesor y estudiante es su obligación. Y justamente, los siete años de El Espectador como semanario le dieron tiempo para fortalecerlo. Desde entonces ha sido catedrático en las universidades Central, Externado, Santo Tomás, la Sabana, Rosario, Sergio Arboleda y Javeriana, y alumno de maestría y especialización en estudios políticos, derecho a la comunicación, investigación en docencia y periodismo multimedia.
En 2008, de regreso a diario, la parapolítica, la yidispolítica o las chuzadas del DAS, después sumados a escándalos como el carrusel de la contratación en Bogotá o la defraudación de DMG, fueron escenarios idóneos para sus nuevos hallazgos. Siempre en las páginas del periódico dirigido por Fidel Cano, y también en la radio y la televisión, porque Guillermo Díaz Salamanca lo sumó a El Cocuyo, La Escalera o El Tren en RCN, y Camila Zuluaga lo invitó a compartir el espacio Puntos Cardinales.
Al paso raudo de la tecnología, más rápido que muchos de los colegas de su generación llegando al quinto piso, el investigador entendió que su reinvención iba en la misma ruta de la transformación digital, y en ese universo encontró los escenarios propicios para integrar formatos. Con un agregado personal: como activo usuario de Twitter, sus 40.380 seguidores son suficiente evidencia. Unos para retuitearlo, otros para respaldar sus escritos o también para agraviarlo con irrepetibles palabras.
Con su peculiar sangre fría, cuando los comentarios se pasan de tono los agradece e invita a sus encendidos detractores a seguirlo. Él reitera que sólo cumple con su deber y que, sin victimizarse, aunque vive a diario acompañado por un funcionario de la Unidad Nacional de Protección (UNP), es inherente a su oficio coleccionar enfurecidos o amenazas, aunque a ninguno le otorgue el grado de enemigo. Prefiere insistir en que pisar callos es necesario para que el periodismo cumpla su oficio de contrapoder.
Ahora, después de 22 años, Norbey Quevedo deja El Espectador con la convicción de refrendar ese legado. Alguna vez, uno de los personajes a quienes destapó entuertos le envió un mensaje contundente: “El que da palo olvida, pero al que le dan nunca lo va a hacer”. Lo cita porque sabe que el costo fueron más inquinas que aplausos, pero sabe que fue inevitable y que la mayoría aún no entiende que el periodismo no es para quedar bien sino para develar lo que la sociedad merece conocer.
“Los premios ya pasaron. No se vive de ellos y es mejor dejarlos en la gratitud que dejaron y el orgullo de la familia”, puntualiza mientras insiste en que el periodismo es una revancha cada día. Y ahora, en su sentir, esa búsqueda de información oculta se debe convertir en hipertextos, tomándole el pulso a la inmediatez con otra densidad y herramientas. Lo demás es preservar sus convicciones: sus amigos, aunque sean pocos, su intimidad, sus gustos, y todo el tiempo posible para sus verdaderos tesoros: sus hijas Valentina y Mariana.
Con la perspectiva inmediata de liderar un nuevo proyecto de periodismo investigativo, Norbey Quevedo Hernández cambia de rumbo. En un momento en el que las noticias falsas y las cadenas de desinformación hacen de las suyas en las plataformas digitales, el hasta hoy editor de Investigación de El Espectador concluye que su manera de enfrentar esa amenaza será persistir en el desarrollo de fórmulas de periodismo de contexto y documentación, como lo hizo en el diario durante 22 años.
“Para mí, El Espectador fue una causa de vida”, comenta al evocar dos décadas de trabajo sumando lectores y críticos, desde cuando optó por el periodismo en profundidad. En esa época, antes de ingresar al diario, oficiaba como asesor de comunicaciones del exsuperintendente de Salud Óscar Emilio Guerra, asesinado en 2006 cuando ahondaba en denuncias contra la corrupción. Las mismas que Norbey Quevedo aprendió a detectar entre los laberintos del sector, tras la expedición de la Ley 100 de 1993.
Llegó al periódico a secundar a otro sabueso del oficio, el actual subdirector de Noticias Uno, Ignacio Gómez, con quien integró el equipo de Periodismo Investigativo de El Espectador (PIE). Entre el apoyo directo del codirector Fernando Cano y las innovaciones que en esos días de 1996 daba el periodista español Miguel Ángel Bastenier, pronto concluyó que ese era su norte y que los coletazos del Proceso 8.000 o los avances en las telecomunicaciones daban caminos informativos para evaluar con lupa.
Fueron 19 meses que derivaron en sonoras investigaciones. La historia de cómo una familia política quiso quedarse con el proyecto turístico de Pozos Colorados en Santa Marta, o la ruta de un exdirector de Ferrovías para quedarse con un millonario contrato. El caso del espía alemán Werner Mauss y el Eln, o el rastro de enriquecimiento ilícito que Fernando Botero Zea y Santiago Medina dejaron en sus cuentas personales, al margen de los dineros del cartel de Cali que entraron a la campaña Samper.
A partir de 1998, cuando Rodrigo Pardo asumió las riendas del diario, y un año después, cuando lo hizo Carlos Lleras, ambos apoyaron su trabajo y esa gestión se vio reflejada en publicaciones de impacto como la quiebra del BCH en la crisis bancaria de la era Pastrana o, junto con Ignacio Gómez, el seguimiento de dos escándalos: el caso Chambacú, en Cartagena, por construcciones en un terreno donde imperó el desalojo, o el expediente Dragacol y una conciliación dolosa en el Ministerio de Transporte.
Cuando el periódico pasó a ser semanario, en 2001, y su colega Gómez marchó a Noticias Uno, como editor en propiedad decidió incursionar en nuevas facetas hasta el momento inexploradas. Entre ellas su obsesión por desentrañar secretos del fútbol profesional colombiano, con escritos, siempre firmados, sobre dudosos dineros en Envigado, América, Santa Fe, Millonarios, o entre los directivos de los organismos rectores, hasta convertirse en un periodista incómodo, en especial para los hinchas.
En los últimos tiempos de redes sociales, cada reportaje suyo fue replicado con avalancha de insultos, casi siempre asociados a su condición de confeso seguidor de Millonarios. Quevedo dice que se divierte despertando rabias, pero que le atrae explorar donde el periodismo deportivo no suele asomarse. A tal punto que fue galardonado por la polémica historia del expresidente de Santa Fe Eduardo Méndez. En el libro Perlas de la corrupción resumió en un capítulo lo que los aficionados prefieren pasar por alto.
Así como destapar secretos del fútbol o de la farándula ha sido su divertimento, ser profesor y estudiante es su obligación. Y justamente, los siete años de El Espectador como semanario le dieron tiempo para fortalecerlo. Desde entonces ha sido catedrático en las universidades Central, Externado, Santo Tomás, la Sabana, Rosario, Sergio Arboleda y Javeriana, y alumno de maestría y especialización en estudios políticos, derecho a la comunicación, investigación en docencia y periodismo multimedia.
En 2008, de regreso a diario, la parapolítica, la yidispolítica o las chuzadas del DAS, después sumados a escándalos como el carrusel de la contratación en Bogotá o la defraudación de DMG, fueron escenarios idóneos para sus nuevos hallazgos. Siempre en las páginas del periódico dirigido por Fidel Cano, y también en la radio y la televisión, porque Guillermo Díaz Salamanca lo sumó a El Cocuyo, La Escalera o El Tren en RCN, y Camila Zuluaga lo invitó a compartir el espacio Puntos Cardinales.
Al paso raudo de la tecnología, más rápido que muchos de los colegas de su generación llegando al quinto piso, el investigador entendió que su reinvención iba en la misma ruta de la transformación digital, y en ese universo encontró los escenarios propicios para integrar formatos. Con un agregado personal: como activo usuario de Twitter, sus 40.380 seguidores son suficiente evidencia. Unos para retuitearlo, otros para respaldar sus escritos o también para agraviarlo con irrepetibles palabras.
Con su peculiar sangre fría, cuando los comentarios se pasan de tono los agradece e invita a sus encendidos detractores a seguirlo. Él reitera que sólo cumple con su deber y que, sin victimizarse, aunque vive a diario acompañado por un funcionario de la Unidad Nacional de Protección (UNP), es inherente a su oficio coleccionar enfurecidos o amenazas, aunque a ninguno le otorgue el grado de enemigo. Prefiere insistir en que pisar callos es necesario para que el periodismo cumpla su oficio de contrapoder.
Ahora, después de 22 años, Norbey Quevedo deja El Espectador con la convicción de refrendar ese legado. Alguna vez, uno de los personajes a quienes destapó entuertos le envió un mensaje contundente: “El que da palo olvida, pero al que le dan nunca lo va a hacer”. Lo cita porque sabe que el costo fueron más inquinas que aplausos, pero sabe que fue inevitable y que la mayoría aún no entiende que el periodismo no es para quedar bien sino para develar lo que la sociedad merece conocer.
“Los premios ya pasaron. No se vive de ellos y es mejor dejarlos en la gratitud que dejaron y el orgullo de la familia”, puntualiza mientras insiste en que el periodismo es una revancha cada día. Y ahora, en su sentir, esa búsqueda de información oculta se debe convertir en hipertextos, tomándole el pulso a la inmediatez con otra densidad y herramientas. Lo demás es preservar sus convicciones: sus amigos, aunque sean pocos, su intimidad, sus gustos, y todo el tiempo posible para sus verdaderos tesoros: sus hijas Valentina y Mariana.