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Esto somos, la serie que nos puso a llorar en tiempos pandémicos

La multipremiada serie de NBC y una de las más vistas en la historia de la televisión abierta en Estados Unidos, termina con un mensaje potente sobre la muerte y el amor. Esa suerte de dicotomía que está en el centro de lo que somos.

Manuela Lopera * / Especial para El Espectador
02 de febrero de 2023 - 07:37 p. m.
This Is Us es una serie de televisión creada por Dan Fogelman. Se estrenó en NBC el 20 de septiembre de 2016 y finalizó el 24 de mayo de 2022. Cuenta la historia de la familia Pearson, que comienza en 1979 cuando los trillizos de Jack y Rebecca llegan a la familia. La saga se desarrolla durante varias generaciones.
This Is Us es una serie de televisión creada por Dan Fogelman. Se estrenó en NBC el 20 de septiembre de 2016 y finalizó el 24 de mayo de 2022. Cuenta la historia de la familia Pearson, que comienza en 1979 cuando los trillizos de Jack y Rebecca llegan a la familia. La saga se desarrolla durante varias generaciones.
Foto: Cortesía
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This is us, la serie creada por Dan Fogelman despide en un tren de lujo a su personaje principal. Rebecca aparece —vestida de gala, joven y hermosa—, conversando con William, el papá biológico de Randall, uno de los “the big three”, que conforman los trillizos Pearson. Allí le cuenta que su padre siempre soñó con llevarla en un tren así, en el que los hombres usaban esmoquin y la gente tomaba martinis. Juntos recuerdan el poema que da origen al nombre del hijo adoptivo y ella hace un último brindis por la vida vivida. (Lea otra nota de Manuela Lopera sobre el Mundial de Fútbol de Qatar).

Esta historia (2016), que terminó en 2022 luego de seis temporadas y 106 capítulos, es un tratado sobre el desgarro de crecer, los complejos, las culpas, los miedos, los vínculos familiares, las adicciones, el racismo, la guerra, las frustraciones, las luchas de género y los sueños. El dolor de perder un hijo y el cobijo que los padres extraviados siguen representando para unas criaturas indefensas, a pesar de todo.

Pienso en esto que dice la narradora de Hamnet, el libro de Maggie O’farrell que cuenta la muerte de un hijo de Shakespeare a finales del siglo XVI: “Agnes comprende que ha hecho lo que habría deseado hacer cualquier padre, sufrir él para que no sufriera su hijo, ponerse en su lugar, ofrecerse a sí mismo a cambio para que el niño pudiera vivir”. En la historia, Hamnet muere para que su hermanita viva, y en la serie, después nos damos cuenta de que con la muerte de Jack pasa algo similar. Jack, esa especie de héroe que sufre y duda pero que sostiene con una fuerza increíble el autoestima de todos.

En el tren, Rebecca va repasando momentos de su vida, despidiéndose de quienes fueron sus compañeros de viaje y —al mismo tiempo—, la vemos acostada, con los ojos cerrados en ese tránsito hacia la muerte. En un momento William le dice: “El tren se mueve rápido, tenemos que seguir”, mientras ella observa y escucha atenta cada recuerdo y cada voz querida, consciente de que no le queda mucho tiempo.

Luego dice:

—Esto es muy triste, —¿no?

—Si algo te entristece cuando se acaba, debe haber sido grandioso cuando sucedía. A decir verdad, siempre me pareció un poco perezoso pensar en el mundo como algo triste, porque gran parte lo es, porque todo termina, todo muere. Pero si das un paso atrás, si eres valiente para permitirte tener una perspectiva amplia, verás que el final no es triste, Rebecca. Es sólo el comienzo de la siguiente cosa increíblemente hermosa. —le contesta William.

El año pasado, la universidad de Louisville publicó un estudio acerca de la actividad cerebral de una persona al momento de morir. El registro ocurrió por accidente mientras practicaban un encefalograma a un hombre epiléptico de 87 años que inesperadamente sufrió un infarto y murió. Los médicos detectaron que durante varios minutos —incluso algún tiempo después del último latido del corazón—, su cerebro produjo un aumento de cierto tipo de ondas conocidas como oscilaciones gamma que están asociadas a funciones cognitivas complejas relacionadas con los sueños y la memoria. “Medimos 900 segundos de actividad cerebral alrededor del momento de la muerte y establecimos un enfoque específico para investigar qué sucedió en los 30 segundos antes y después de que el corazón dejara de latir”, explicó el doctor Ajmal Zemmar, neurocirujano de la universidad mencionada y coautor del estudio publicado en la revista Frontiers in Aging Neuroscience.

Así que es probable que el cerebro esté programado para activar lo que se conoce como el recuerdo de la vida, esa instantánea de los momentos más significativos que mencionan quienes han vivido experiencias cercanas a la muerte. Un gesto que habla de esa urgencia, incluso al final, de narrarnos. Lo que somos, recogido en esos destellos de instantes que nos hacen humanos. La neurociencia observó maravillada cómo la mente, a pesar de estar haciendo sus conexiones definitivas, se configuraba, una última vez, para acompañarnos en ese trance con aquello que más disfrutamos: contarnos historias. La muerte parece desencadenarse en medio de un instante de plenitud gracias a que podemos recordar y agradecer.

Poco antes de perderse en el alzheimer, Rebecca les dice a sus hijos: “Tomen riesgos, tomen las decisiones grandes, incluso si son pequeñas. Avancen con sus vidas en cualquier dirección que los inspire. Les imploro: ¡no tengan miedo!”. Este consejo que es el ikigai que esta mujer adorable les deja. En japonés existe esta palabra zen que significa algo así como “razón de ser”; Iki (vivir) gai (valor). Es un concepto que habla de vivir vidas con sentido para hacer más satisfactoria la existencia; y de la posibilidad de aguardar con anhelo lo que el futuro tenga para nosotros. Un término al que a menudo aluden personas centenarias en Japón para explicar su longevidad. Esta palabra recoge tres perspectivas: la posibilidad de identificar algo que hacemos bien, que disfrutamos y que aporta valor al mundo.

Al comienzo del penúltimo capítulo, Rebecca aparece acostada junto a Jack una mañana de sábado. Él nota que tiene una pequeña cicatriz en la ceja que nunca antes le había visto, y que se ilumina gracias a la luz que entra por la ventana. Ella recuerda entonces el parque al que solía llevarla su padre. El lisadero de latón, los viejos muñecos para mecerse y el columpio, su preferido. Amaba esos momentos, no había nada que la hiciera más feliz y, sin embargo, se reprocha porque cierto sentimiento no la dejaba disfrutarlos más. A pesar de que estaba justo donde quería, no podía dejar de preocuparse porque terminaría, se entristecía porque su papá pronto le diría que era hora de volver a casa. María Negroni, en el Corazón del daño, atesora un recuerdo parecido: “Si tuviera que elegir una sola de las posesiones del mundo, elegiría esta escena de infancia: mi padre llevándome a cocoyo por el jardín de las cosas. (…) Círculos del árbol, círculos de la calesita, círculos del tren eléctrico: sigo girando sobre mi padre en el jardín de la vida”.

En la serie hay un personaje hermoso, Miguel, el outsider que poco a poco va ganándose un lugar en esta familia. En el tren aparece para recordarle a Rebecca que es su persona favorita. La mujer que adoró y que estaba destinada a alguien más, pero que en una de esas vueltas terminó tomándolo de la mano. A lo largo de la serie, la historia juega con este concepto, el de persona favorita, yendo con infinita ternura al corazón de cada uno, mostrando con cuidado las heridas, las fragilidades y los traumas que sin embargo no alcanzan a borrar la esencia particular, todo aquello que los hace únicos. Durante las últimas escenas aparecen esas personas favoritas compartiendo un delivery de comida china, escuchando una canción de Joni Mitchell —la preferida de Rebecca—; interpelándose, intercambiando códigos de toda una vida, señales que les recuerdan de donde vinieron, esa fuerza que los unió en primer lugar. La misma que está acostada en la habitación de al lado, hablando con cada uno, reconociéndolos de niños y adolescentes, asistiendo a su última escena, el tramo final.

Sentado junto al lecho de su madre, Randall habla de la dicotomía. Le cuesta entender que mientras su mamá deja de existir, los chicos juegan afuera, los pájaros cantan, su estómago cruje en señal de hambre, incluso alcanzó a pensar en un asunto de trabajo y acaba de enterarse de que va a ser abuelo. Es la vida que sigue. El tren, que parece detenerse para unos y continuar para otros, en realidad no hace más que acelerar su marcha. Así que más vale estar atentos al viaje.

* Periodista freelance, aficionada a la gastronomía. Feminismo y literatura. Cocinera en @ele_cocina

Por Manuela Lopera * / Especial para El Espectador

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