Griselda Blanco: su verdadera vida en el crimen, lejos de la ficción de Netflix
La vida de la narcotraficante, que ahora es recreada en Netflix por Sofia Vergara, estuvo lejos de ser una ficción.
Vuelve y juega. Los mismos ingredientes de un viejo menú: narcotráfico, violencia, cine, medios. Polémica. Esta vez el plato se llama “Griselda” y es protagonizado por la actriz barranquillera Sofia Vergara. Se estrenó en Netflix el pasado jueves 25 de enero.
Roy Barreras, embajador de Colombia en el Reino Unido, criticó la producción. “Hacen narco novelas, hacen narco cine, viven de la cultura traqueta y hacen gran daño a la imagen de Colombia en el exterior. Nuestra patria tiene tantas historias de resiliencia, de superación, hay tantos colombianos exitosos e historias de vida para contar”.
Gustavo Bolívar, exsenador y guionistas de narco-series, defendió la producción de este tipo de audiovisuales. “Embajador. Narcos, abusadores y corruptos son quienes hacen daño a la imagen del país. Escritores y cineastas solo contamos sus historias. ¿Cuándo publique “nido de ratas” seré culpable de la corrupción y la mala imagen? ¿O la culpa es de narcos corruptos y violentos que han envilecido a Colombia?” Le invitamos a leer: Sofía Vergara y el reto de interpretar a “Griselda”: “Me daba miedo glorificarla”
Y de nuevo un ingrediente ignorado históricamente por producciones de este tipo : las víctimas. José Guarnizo, periodista y autor de “La viuda negra. La historia real de Griselda Blanco”, dijo en una entrevista con El Confidencial:
“Lo que pasa es que yo me muevo en los terrenos del periodismo. La historia de Griselda es tan rara, se sale tanto del molde, que no necesita mitificación y glorificación alguna. Uno no debería exagerar nada para contar su caso. Es una historia muy fuerte, que desencadena una gran tragedia colombiana, las vendettas del narcotráfico y todos sus muertos. Griselda está muy lejos de ser una heroína en nada. Por mucho que fuera mujer o se enfrentara a Pablo Escobar, eso no la convierte en una heroína, sino en una mujer muy ambiciosa que perdió los estribos, cometió muchos delitos, intentó taparlos y pagó con la cárcel. ¿Qué pasa? Que la industria de la televisión se mueve en los terrenos del entretenimiento, muy diferentes a los míos, que son los de indagar para construir veracidad. La tele modifica personajes e historias para adaptarlos al sentido dramático del entretenimiento”.
En entrevista para Caracol Ahora el periodista reflexiona sobre el papel de las víctimas en este tipo de producciones.
De alguna forma Sofia Vergara también es víctima de ese pasado violento. En entrevista para El Espectador dijo que su hermano, quien también trabajó con mafias del narcotráfico, fue asesinado en los años 90.
“No sentía la necesidad de hacer lo que muchos actores hacen. Por ejemplo, si tienen el papel de un cirujano siguen a un doctor por dos semanas o si tienen el papel de un astronauta se van a la NASA, yo sentía que no necesitaba eso. Una de las cosas por las cuales me obsesioné tanto con este personaje es porque vivía en esa época del narcotráfico en Colombia. (...) Desafortunadamente mi hermano estuvo involucrado en ese negocio por un tiempo, a él lo mataron en los 90. Yo conocí a esos personajes. Sé lo que ese negocio hizo con nuestro país, con la familia, no solo con ellos mismos, sino con todo lo que estaba alrededor”.
Dos mundos. La ficción y la no ficción. Las producciones inspiradas en la vida de sus protagonistas cruzan esas fronteras. Van y vienen. Son una puerta giratoria que pueden dejar al televidente con la imagen distorsionada.
No es la primera vez que la vida Griselda Blanco llega al cine o la televisión. Antes que Sofia Vergara, Jennifer Lopez, Catherine Zeta-Jones y Ana Serradilla hicieron su papel
Sin embargo, para rastrear a la verdadera Griselda Blanco, la que no tiene el barniz de ficción por encima, hay que desempolvar viejos artículos periodísticos. En ese ejercicio nos encontramos uno de Juan Miguel Álvarez escrito para para El Espectador y publicado en septiembre de 2012. Lo recordamos:
Griselda Blanco, La Madrina
A pesar del entusiasmo cinematográfico por la vida de Griselda Blanco, son muchos los detalles de la vida de esta señora que bailan entre el mito urbano y la verdad histórica. Se le endilgó haber dado la orden de cargar con seis kilos de cocaína el buque Gloria de la Armada Nacional durante la celebración del bicentenario de Estados Unidos en 1976. Se le endilgó haber ideado un plan para secuestrar a John Kennedy júnior, como arma de negociación en caso de que la condenaran a pena de muerte en una corte de Miami. Y otras acciones más del mismo tamaño.
Además de los agentes de inteligencia, los gringos que más se acercaron a la vida de ella fueron Billy Corben, el director del documental Cocaine cowboys, y el reportero Richard Smitten, autor de un perfil sobre ella titulado La viuda negra, publicado como libro a finales de los años ochenta.
Según este libro y los documentales de Corben, Blanco fue huérfana de papá y junto con su mamá emigró a Medellín, donde se ubicaron en un barrio marginal. Cuando tenía diez u once años, tras haber sido violada por el novio de su progenitora, Blanco huyó de su casa y quedó viviendo en la calle. Para sobrevivir, fue ladrona y prostituta.
De 14 o 15 años se casó con José Trujillo, un tipo veinte años mayor que ella dedicado a la falsificación de papeles para llevar indocumentados a Estados Unidos. Con Trujillo, Griselda tuvo tres hijos: Dixon, Uwer y Oswaldo. Este primer matrimonio terminó con la muerte de Trujillo. Sobre la forma en que murió el tipo tampoco hay consenso: una versión dice que murió de cirrosis, otra dice que Griselda lo mató una noche en que él se había burlado de la tartamudez de ella. “Para que nunca más estas palabras salgan de tu boca”, dijo Griselda. Luego, le disparó a quemarropa en la boca.
Siendo heredera del negocio de Trujillo, se ennovió con Alberto Bravo, uno de los primeros narcotraficantes de cocaína de Colombia, hombre de familia acomodada y tradicional en Medellín. Además de un romance, esta relación fue la alianza justa entre productos y servicios: Bravo tenía la cocaína y Griselda tenía la forma de meter indocumentados a Estados Unidos.
Aunque los viajeros que camuflaban cocaína en su equipaje rumbo a Estados Unidos ya existían, fue el matrimonio Bravo-Blanco el que se hizo famoso en Medellín y en el Eje Cafetero por masificar esta forma de narcotráfico llamada coloquialmente “mulas”.
Esto sucedía en los primeros tres años de la década del setenta. No había carteles y no existía la DEA. La guerra contra las drogas decretada por el presidente Nixon se enfocaba contra la marihuana y la heroína. La cocaína pasaba desapercibida por los aeropuertos en tarros de talco desodorante, en bolsas de harina para arepas, en maletas de doble fondo. Sobre todo, en cavidades ocultas dentro de ropa interior femenina y zapatos que la misma Griselda Blanco mandaba a fabricar. En un corsé, una mujer podía esconder siete u ocho libras de cocaína pura. Y una libra cortada y puesta en calles de Nueva York podía valer unos 150 mil dólares.
A finales de 1974 —la DEA fue creada en 1973—, un equipo de agentes especiales liderados por una agente antinarcóticos llamado Bob Palombo realizó la ‘Operación Banshee’, con la que quisieron neutralizar a la organización Bravo Blanco en Nueva York. Tras el zarpazo, fueron detenidas unas noventa personas. Sólo doce fueron condenadas. Más de cuarenta quedaron con orden de captura federal, entre ellas Griselda y Bravo, que habían eludido la persecución viajando a Medellín.
El romance —o la alianza— terminó, nuevamente, con la muerte del hombre. Por problemas del negocio, ambos, escoltados por sus respectivos sicarios, se enfrentaron a tiros en un parqueadero de una discoteca en Medellín. Como en una película del lejano oeste, Bravo y Griselda se pararon frente a frente a unos cuatro o cinco metros de distancia. Luego de discutir e insultarse, él desenfundó una pistola y disparó. Ella, con una subametralladora, lo acribilló. La balacera se alargó entre los escoltas de cada lado. Finalmente, Bravo murió y Griselda quedó herida. A partir de allí, a los apodos de La Madrina o de La Gaga —por el tartamudeo— se sumó el de Viuda Negra.
En su texto, Álvarez hace un repaso por la vida familiar y criminal de la narcotraficante:
Su tercer marido fue quien hasta ese entonces era uno de sus mejores sicarios y distribuidor de cocaína en Nueva York, un pereirano llamado Darío Sepúlveda. Con él, Griselda tendría a su cuarto hijo: Michael Corleone Sepúlveda Blanco. Nombre con el que la pareja homenajeó a su personaje preferido del cine de gánsters: Vito Corleone, el capo de capos de la saga El padrino.
Los Sepúlveda Blanco, de regreso a Estados Unidos, se ubicaron en Miami. Eran mediados de los años setenta y en el sur de Florida el naciente Cartel de Medellín ya monopolizaba el negocio. Sin embargo, por el respeto que le tenían a Griselda, acogieron a la pareja como socios, no como clientes.
Con lo que no contaban los Ochoa Vásquez ni Pablo Escobar era que los Sepúlveda Blanco se encarnizaron en enfrentamientos contra viejos enemigos de Colombia y con clientes ocasionales por causas incontrolables: si insultaban a Griselda o a Darío, había asesinatos; si ofendían a alguno de los hijos de ella, había asesinatos; si a la pareja le daba por no pagar un negocio, no lo pagaba y mataba a su acreedor. Esto desató venganzas y más venganzas que despertaron una violencia sin precedentes en el sur de Florida: abundaban cadáveres con tiros de gracia y señales de tortura encerrados en cajuelas de carros abandonados, descuartizados empacados en bolsas, cajas o maletas, bombazos en barrios residenciales, tiroteos en centros comerciales atestados de clientes y atentados en el aeropuerto de Miami. La prensa llamó a esta violencia “Guerras de la cocaína” y a los sicarios “Vaqueros de la cocaína”.
El matrimonio Sepúlveda Blanco terminó con el asesinato del hombre. Aunque sucedió en Colombia y en un supuesto operativo del DAS, entre narcotraficantes se sospechó que había sido una acción de Griselda porque Darío Sepúlveda se había traído para Colombia al pequeño Michael Corleone, tras haber peleado con ella por el futuro del niño.
Finalmente en 1984 —diez años después de tener la orden de captura federal— Griselda fue arrestada en un suburbio de clase media en Los Ángeles. Cuando el agente Bob Palombo entró a la habitación, La Madrina se hallaba acostada leyendo la Biblia.
En una columna de 2012, Reinaldo Spitaletta habló de los orígenes de la narcotraficante.
La Reina de la coca
La Reina de la coca, la costeña-paisa Griselda Blanco, después de que un sicario le disparara dos veces en una carnicería del barrio Belén, pasó a ser leyenda.
Bueno, ya lo era antes de su muerte. Por asesina, por narcotraficante, por su sangre fría para la venganza. De los tiempos del mafioso Builes, pasó a ser como una enseñante de Pablo Escobar. Y ascendió al trono infernal de los delincuentes que se tornan novelescos.
¿Qué es lo que forma a un delincuente? ¿Qué papel juega la sociedad en la creación de facinerosos como Escobar y Blanco (aquí puede incluir el lector un infinito listado)? El cuento es que de niña, Griselda llegó al Barrio Antioquia de Medellín, en momentos en que éste se había convertido, por culpa de una alcaldada, en el centro de todas las zonas de tolerancia de la ciudad, adonde habían llevado en volquetas y jaulas a las prostitutas de las nueve zonas autorizadas desde 1940.
En efecto, en septiembre de 1951, presionado por intereses de especulación inmobiliaria, asuntos de la moralidad pública y las quejas de barrios de ricos que lindaban con zonas de burdeles, el alcalde Luis Peláez Restrepo, miembro de la élite industrial antioqueña, sacó el decreto 517 que obligaba a la mudanza de todas las “muchachas de vida alegre” para instalarse en el Barrio Antioquia, al sur de Medellín.
Se escogió este barrio de gente apacible y trabajadora, por si situación geográfica de aislamiento: solo tenía una entrada y una salida. Vecino del aeropuerto Olaya Herrera, el sector era poblado por obreros y artesanos. Tenía un fábrica de medias, dos escuelas, iglesia y una vida tranquila. A partir de entonces, con la presencia no sólo de rameras, sino de proxenetas, dueños de bar y casas de lenocinio, se transformó en un antro de vicios, peleas callejeras, delincuencia y escándalos.
Y como si se tratara de una suerte de “venganza social”, el barrio de cantinas y rumba, fue albergando a delincuentes procedentes de otras geografías. De Manizales, por ejemplo, arribaron varios carteristas (“cosquilleros”) que enseñaron el oficio a pelados de la barriada. Eran, se dice, auténticos artistas para vaciar carteras sin que el paciente se enterara. Cobraron fama internacional. El barrio, célebre por la música de tango, especialmente por la presencia de un boliche atractivo (el Patio de Tango) fundado por otra leyenda: el Gordo Aníbal, que tenía un altar a Gardel, con velas y flores, derivó en centro de delincuencia.Y si antes la arriería (lo mismo que la colonización antioqueña) tenía a la mula como su principal símbolo y medio de transporte, en el Barrio Antioquia surgirían las otras “mulas”, las que inventaron la maleta de doble fondo, los tacones, brasieres y chalecos, para rellenarlos de cocaína y llevarlos a los Estados Unidos. Por algo tenían aeropuerto propio. Y en ese contexto surgió la Reina de la coca, que había sido prostituta en la barriada.
Destacada no solo por su capacidad para el narcotráfico sino por sus métodos violentos para sacar del camino a quien se le opusiera, Griselda Blanco es una de las que introdujo la modalidad criminal del sicariato en Medellín. Asesina de dos de sus maridos, bautizó a uno de sus hijos como Michael Corleone (hijo del Padrino en la película de Coppola y el libro de Puzo), un jibarito menor capturado en alguna calle neoyorquina. Otro de sus hijos, fue abatido por sicarios de Pablo Escobar en Medellín, en 1992. La venganza de ella fue mandarles a sacar las lenguas y descuartizarlos. Así eran las “caricias” de La Madrina o Viuda Negra.
Griselda, que como muchos del Barrio Antioquia se fueron a vivir a El Poblado (llegó a llamarse en un tiempo “la parte alta del Barrio Antioquia”) y Laureles, se erigió como un portaestandarte del crimen. A una prima de los Ochoa la hizo torturar y asesinar en Estados Unidos, para no pagarle un millón ochocientos mil dólares que le debía “por una cocaína”.
Su historia criminal terminó con dos balazos. La enterraron en el mismo cementerio donde está Pablo Escobar. El Patrón y la Madrina juntos, víctimas del infierno y de los demonios que ellos mismos crearon.
Vuelve y juega. Los mismos ingredientes de un viejo menú: narcotráfico, violencia, cine, medios. Polémica. Esta vez el plato se llama “Griselda” y es protagonizado por la actriz barranquillera Sofia Vergara. Se estrenó en Netflix el pasado jueves 25 de enero.
Roy Barreras, embajador de Colombia en el Reino Unido, criticó la producción. “Hacen narco novelas, hacen narco cine, viven de la cultura traqueta y hacen gran daño a la imagen de Colombia en el exterior. Nuestra patria tiene tantas historias de resiliencia, de superación, hay tantos colombianos exitosos e historias de vida para contar”.
Gustavo Bolívar, exsenador y guionistas de narco-series, defendió la producción de este tipo de audiovisuales. “Embajador. Narcos, abusadores y corruptos son quienes hacen daño a la imagen del país. Escritores y cineastas solo contamos sus historias. ¿Cuándo publique “nido de ratas” seré culpable de la corrupción y la mala imagen? ¿O la culpa es de narcos corruptos y violentos que han envilecido a Colombia?” Le invitamos a leer: Sofía Vergara y el reto de interpretar a “Griselda”: “Me daba miedo glorificarla”
Y de nuevo un ingrediente ignorado históricamente por producciones de este tipo : las víctimas. José Guarnizo, periodista y autor de “La viuda negra. La historia real de Griselda Blanco”, dijo en una entrevista con El Confidencial:
“Lo que pasa es que yo me muevo en los terrenos del periodismo. La historia de Griselda es tan rara, se sale tanto del molde, que no necesita mitificación y glorificación alguna. Uno no debería exagerar nada para contar su caso. Es una historia muy fuerte, que desencadena una gran tragedia colombiana, las vendettas del narcotráfico y todos sus muertos. Griselda está muy lejos de ser una heroína en nada. Por mucho que fuera mujer o se enfrentara a Pablo Escobar, eso no la convierte en una heroína, sino en una mujer muy ambiciosa que perdió los estribos, cometió muchos delitos, intentó taparlos y pagó con la cárcel. ¿Qué pasa? Que la industria de la televisión se mueve en los terrenos del entretenimiento, muy diferentes a los míos, que son los de indagar para construir veracidad. La tele modifica personajes e historias para adaptarlos al sentido dramático del entretenimiento”.
En entrevista para Caracol Ahora el periodista reflexiona sobre el papel de las víctimas en este tipo de producciones.
De alguna forma Sofia Vergara también es víctima de ese pasado violento. En entrevista para El Espectador dijo que su hermano, quien también trabajó con mafias del narcotráfico, fue asesinado en los años 90.
“No sentía la necesidad de hacer lo que muchos actores hacen. Por ejemplo, si tienen el papel de un cirujano siguen a un doctor por dos semanas o si tienen el papel de un astronauta se van a la NASA, yo sentía que no necesitaba eso. Una de las cosas por las cuales me obsesioné tanto con este personaje es porque vivía en esa época del narcotráfico en Colombia. (...) Desafortunadamente mi hermano estuvo involucrado en ese negocio por un tiempo, a él lo mataron en los 90. Yo conocí a esos personajes. Sé lo que ese negocio hizo con nuestro país, con la familia, no solo con ellos mismos, sino con todo lo que estaba alrededor”.
Dos mundos. La ficción y la no ficción. Las producciones inspiradas en la vida de sus protagonistas cruzan esas fronteras. Van y vienen. Son una puerta giratoria que pueden dejar al televidente con la imagen distorsionada.
No es la primera vez que la vida Griselda Blanco llega al cine o la televisión. Antes que Sofia Vergara, Jennifer Lopez, Catherine Zeta-Jones y Ana Serradilla hicieron su papel
Sin embargo, para rastrear a la verdadera Griselda Blanco, la que no tiene el barniz de ficción por encima, hay que desempolvar viejos artículos periodísticos. En ese ejercicio nos encontramos uno de Juan Miguel Álvarez escrito para para El Espectador y publicado en septiembre de 2012. Lo recordamos:
Griselda Blanco, La Madrina
A pesar del entusiasmo cinematográfico por la vida de Griselda Blanco, son muchos los detalles de la vida de esta señora que bailan entre el mito urbano y la verdad histórica. Se le endilgó haber dado la orden de cargar con seis kilos de cocaína el buque Gloria de la Armada Nacional durante la celebración del bicentenario de Estados Unidos en 1976. Se le endilgó haber ideado un plan para secuestrar a John Kennedy júnior, como arma de negociación en caso de que la condenaran a pena de muerte en una corte de Miami. Y otras acciones más del mismo tamaño.
Además de los agentes de inteligencia, los gringos que más se acercaron a la vida de ella fueron Billy Corben, el director del documental Cocaine cowboys, y el reportero Richard Smitten, autor de un perfil sobre ella titulado La viuda negra, publicado como libro a finales de los años ochenta.
Según este libro y los documentales de Corben, Blanco fue huérfana de papá y junto con su mamá emigró a Medellín, donde se ubicaron en un barrio marginal. Cuando tenía diez u once años, tras haber sido violada por el novio de su progenitora, Blanco huyó de su casa y quedó viviendo en la calle. Para sobrevivir, fue ladrona y prostituta.
De 14 o 15 años se casó con José Trujillo, un tipo veinte años mayor que ella dedicado a la falsificación de papeles para llevar indocumentados a Estados Unidos. Con Trujillo, Griselda tuvo tres hijos: Dixon, Uwer y Oswaldo. Este primer matrimonio terminó con la muerte de Trujillo. Sobre la forma en que murió el tipo tampoco hay consenso: una versión dice que murió de cirrosis, otra dice que Griselda lo mató una noche en que él se había burlado de la tartamudez de ella. “Para que nunca más estas palabras salgan de tu boca”, dijo Griselda. Luego, le disparó a quemarropa en la boca.
Siendo heredera del negocio de Trujillo, se ennovió con Alberto Bravo, uno de los primeros narcotraficantes de cocaína de Colombia, hombre de familia acomodada y tradicional en Medellín. Además de un romance, esta relación fue la alianza justa entre productos y servicios: Bravo tenía la cocaína y Griselda tenía la forma de meter indocumentados a Estados Unidos.
Aunque los viajeros que camuflaban cocaína en su equipaje rumbo a Estados Unidos ya existían, fue el matrimonio Bravo-Blanco el que se hizo famoso en Medellín y en el Eje Cafetero por masificar esta forma de narcotráfico llamada coloquialmente “mulas”.
Esto sucedía en los primeros tres años de la década del setenta. No había carteles y no existía la DEA. La guerra contra las drogas decretada por el presidente Nixon se enfocaba contra la marihuana y la heroína. La cocaína pasaba desapercibida por los aeropuertos en tarros de talco desodorante, en bolsas de harina para arepas, en maletas de doble fondo. Sobre todo, en cavidades ocultas dentro de ropa interior femenina y zapatos que la misma Griselda Blanco mandaba a fabricar. En un corsé, una mujer podía esconder siete u ocho libras de cocaína pura. Y una libra cortada y puesta en calles de Nueva York podía valer unos 150 mil dólares.
A finales de 1974 —la DEA fue creada en 1973—, un equipo de agentes especiales liderados por una agente antinarcóticos llamado Bob Palombo realizó la ‘Operación Banshee’, con la que quisieron neutralizar a la organización Bravo Blanco en Nueva York. Tras el zarpazo, fueron detenidas unas noventa personas. Sólo doce fueron condenadas. Más de cuarenta quedaron con orden de captura federal, entre ellas Griselda y Bravo, que habían eludido la persecución viajando a Medellín.
El romance —o la alianza— terminó, nuevamente, con la muerte del hombre. Por problemas del negocio, ambos, escoltados por sus respectivos sicarios, se enfrentaron a tiros en un parqueadero de una discoteca en Medellín. Como en una película del lejano oeste, Bravo y Griselda se pararon frente a frente a unos cuatro o cinco metros de distancia. Luego de discutir e insultarse, él desenfundó una pistola y disparó. Ella, con una subametralladora, lo acribilló. La balacera se alargó entre los escoltas de cada lado. Finalmente, Bravo murió y Griselda quedó herida. A partir de allí, a los apodos de La Madrina o de La Gaga —por el tartamudeo— se sumó el de Viuda Negra.
En su texto, Álvarez hace un repaso por la vida familiar y criminal de la narcotraficante:
Su tercer marido fue quien hasta ese entonces era uno de sus mejores sicarios y distribuidor de cocaína en Nueva York, un pereirano llamado Darío Sepúlveda. Con él, Griselda tendría a su cuarto hijo: Michael Corleone Sepúlveda Blanco. Nombre con el que la pareja homenajeó a su personaje preferido del cine de gánsters: Vito Corleone, el capo de capos de la saga El padrino.
Los Sepúlveda Blanco, de regreso a Estados Unidos, se ubicaron en Miami. Eran mediados de los años setenta y en el sur de Florida el naciente Cartel de Medellín ya monopolizaba el negocio. Sin embargo, por el respeto que le tenían a Griselda, acogieron a la pareja como socios, no como clientes.
Con lo que no contaban los Ochoa Vásquez ni Pablo Escobar era que los Sepúlveda Blanco se encarnizaron en enfrentamientos contra viejos enemigos de Colombia y con clientes ocasionales por causas incontrolables: si insultaban a Griselda o a Darío, había asesinatos; si ofendían a alguno de los hijos de ella, había asesinatos; si a la pareja le daba por no pagar un negocio, no lo pagaba y mataba a su acreedor. Esto desató venganzas y más venganzas que despertaron una violencia sin precedentes en el sur de Florida: abundaban cadáveres con tiros de gracia y señales de tortura encerrados en cajuelas de carros abandonados, descuartizados empacados en bolsas, cajas o maletas, bombazos en barrios residenciales, tiroteos en centros comerciales atestados de clientes y atentados en el aeropuerto de Miami. La prensa llamó a esta violencia “Guerras de la cocaína” y a los sicarios “Vaqueros de la cocaína”.
El matrimonio Sepúlveda Blanco terminó con el asesinato del hombre. Aunque sucedió en Colombia y en un supuesto operativo del DAS, entre narcotraficantes se sospechó que había sido una acción de Griselda porque Darío Sepúlveda se había traído para Colombia al pequeño Michael Corleone, tras haber peleado con ella por el futuro del niño.
Finalmente en 1984 —diez años después de tener la orden de captura federal— Griselda fue arrestada en un suburbio de clase media en Los Ángeles. Cuando el agente Bob Palombo entró a la habitación, La Madrina se hallaba acostada leyendo la Biblia.
En una columna de 2012, Reinaldo Spitaletta habló de los orígenes de la narcotraficante.
La Reina de la coca
La Reina de la coca, la costeña-paisa Griselda Blanco, después de que un sicario le disparara dos veces en una carnicería del barrio Belén, pasó a ser leyenda.
Bueno, ya lo era antes de su muerte. Por asesina, por narcotraficante, por su sangre fría para la venganza. De los tiempos del mafioso Builes, pasó a ser como una enseñante de Pablo Escobar. Y ascendió al trono infernal de los delincuentes que se tornan novelescos.
¿Qué es lo que forma a un delincuente? ¿Qué papel juega la sociedad en la creación de facinerosos como Escobar y Blanco (aquí puede incluir el lector un infinito listado)? El cuento es que de niña, Griselda llegó al Barrio Antioquia de Medellín, en momentos en que éste se había convertido, por culpa de una alcaldada, en el centro de todas las zonas de tolerancia de la ciudad, adonde habían llevado en volquetas y jaulas a las prostitutas de las nueve zonas autorizadas desde 1940.
En efecto, en septiembre de 1951, presionado por intereses de especulación inmobiliaria, asuntos de la moralidad pública y las quejas de barrios de ricos que lindaban con zonas de burdeles, el alcalde Luis Peláez Restrepo, miembro de la élite industrial antioqueña, sacó el decreto 517 que obligaba a la mudanza de todas las “muchachas de vida alegre” para instalarse en el Barrio Antioquia, al sur de Medellín.
Se escogió este barrio de gente apacible y trabajadora, por si situación geográfica de aislamiento: solo tenía una entrada y una salida. Vecino del aeropuerto Olaya Herrera, el sector era poblado por obreros y artesanos. Tenía un fábrica de medias, dos escuelas, iglesia y una vida tranquila. A partir de entonces, con la presencia no sólo de rameras, sino de proxenetas, dueños de bar y casas de lenocinio, se transformó en un antro de vicios, peleas callejeras, delincuencia y escándalos.
Y como si se tratara de una suerte de “venganza social”, el barrio de cantinas y rumba, fue albergando a delincuentes procedentes de otras geografías. De Manizales, por ejemplo, arribaron varios carteristas (“cosquilleros”) que enseñaron el oficio a pelados de la barriada. Eran, se dice, auténticos artistas para vaciar carteras sin que el paciente se enterara. Cobraron fama internacional. El barrio, célebre por la música de tango, especialmente por la presencia de un boliche atractivo (el Patio de Tango) fundado por otra leyenda: el Gordo Aníbal, que tenía un altar a Gardel, con velas y flores, derivó en centro de delincuencia.Y si antes la arriería (lo mismo que la colonización antioqueña) tenía a la mula como su principal símbolo y medio de transporte, en el Barrio Antioquia surgirían las otras “mulas”, las que inventaron la maleta de doble fondo, los tacones, brasieres y chalecos, para rellenarlos de cocaína y llevarlos a los Estados Unidos. Por algo tenían aeropuerto propio. Y en ese contexto surgió la Reina de la coca, que había sido prostituta en la barriada.
Destacada no solo por su capacidad para el narcotráfico sino por sus métodos violentos para sacar del camino a quien se le opusiera, Griselda Blanco es una de las que introdujo la modalidad criminal del sicariato en Medellín. Asesina de dos de sus maridos, bautizó a uno de sus hijos como Michael Corleone (hijo del Padrino en la película de Coppola y el libro de Puzo), un jibarito menor capturado en alguna calle neoyorquina. Otro de sus hijos, fue abatido por sicarios de Pablo Escobar en Medellín, en 1992. La venganza de ella fue mandarles a sacar las lenguas y descuartizarlos. Así eran las “caricias” de La Madrina o Viuda Negra.
Griselda, que como muchos del Barrio Antioquia se fueron a vivir a El Poblado (llegó a llamarse en un tiempo “la parte alta del Barrio Antioquia”) y Laureles, se erigió como un portaestandarte del crimen. A una prima de los Ochoa la hizo torturar y asesinar en Estados Unidos, para no pagarle un millón ochocientos mil dólares que le debía “por una cocaína”.
Su historia criminal terminó con dos balazos. La enterraron en el mismo cementerio donde está Pablo Escobar. El Patrón y la Madrina juntos, víctimas del infierno y de los demonios que ellos mismos crearon.