Miyazaki: “Los idiotas siguen siendo idiotas y la gente buena sigue siendo buena”
El 25 de enero llega a la sala de cines del país “El niño y la garza”, la película dirigida por uno de los fundadores de Studio Ghibli y que ha causado revuelo tras la sospechosa historia de Geraldine Fernández, quien aseguró haber trabajado en el largometraje.
Danelys Vega Cardozo
En 2018, a pocos segundos de terminar un discurso de despedida, la voz de Hayao Miyazaki se quebró. No pudo contener el llanto y el micrófono, que tenía al frente, amplificó su dolor. De pie, sostuvo un papel entre sus manos. “Nunca olvidaré aquel día en que te conocí en la parada después de la lluvia hace 55 años”, fueron sus palabras finales ante una audiencia vestida de negro. Él también vistió como ellos: traje negro, corbata y camisa blanca. Su barba, cabello e incluso cejas delataron su edad, el tránsito de la juventud a la vejez. Sin importar el paso del tiempo aún los recuerdos permanecían intactos, grabados como una fotografía fija. El rostro de su amigo Isao Takahata lo acompañaba. Auguró que viviría 95 años, pero le tocó despedirlo 13 años antes: a los 82. Juntos compartieron el nerviosismo y las náuseas producto de estar al frente del sindicato de animadores del estudio Toei Animatio: él, como secretario general, y Takahata, como vicepresidente. El alivio lo encontraron en las charlas nocturnas, en donde expresaron su inconformismo por lo que hacían a diario: “Queríamos hacer un trabajo más profundo, del que estuviéramos orgullosos”. Lo hicieron o al menos lo intentaron: el 15 de junio de 1985 fundaron Studio Ghibli.
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En 2018, a pocos segundos de terminar un discurso de despedida, la voz de Hayao Miyazaki se quebró. No pudo contener el llanto y el micrófono, que tenía al frente, amplificó su dolor. De pie, sostuvo un papel entre sus manos. “Nunca olvidaré aquel día en que te conocí en la parada después de la lluvia hace 55 años”, fueron sus palabras finales ante una audiencia vestida de negro. Él también vistió como ellos: traje negro, corbata y camisa blanca. Su barba, cabello e incluso cejas delataron su edad, el tránsito de la juventud a la vejez. Sin importar el paso del tiempo aún los recuerdos permanecían intactos, grabados como una fotografía fija. El rostro de su amigo Isao Takahata lo acompañaba. Auguró que viviría 95 años, pero le tocó despedirlo 13 años antes: a los 82. Juntos compartieron el nerviosismo y las náuseas producto de estar al frente del sindicato de animadores del estudio Toei Animatio: él, como secretario general, y Takahata, como vicepresidente. El alivio lo encontraron en las charlas nocturnas, en donde expresaron su inconformismo por lo que hacían a diario: “Queríamos hacer un trabajo más profundo, del que estuviéramos orgullosos”. Lo hicieron o al menos lo intentaron: el 15 de junio de 1985 fundaron Studio Ghibli.
Cuando aún Takahata estaba vivo, Hayao Miyazaki solo se fiaba de sus ojos para saber qué tan buenas o malas eran sus películas. Ambos desarrollaron una carrera como cineastas, sobre todo desde su propio estudio de animación, al que se unió Toshio Suzuki como productor y fundador. La tumba de las luciérnagas fue el primer largometraje que dirigió Takahata con Studio Ghibli. Miyazaki se le adelantó con dos títulos cinematográficos bajo aquel estudio: Nausicaä del Valle del viento y El castillo en el cielo. Con los años, los dos extendieron su filmografía. En el caso de Takahata, el tiempo le alcanzó para cuatro cintas más: Recuerdos del ayer, Pompoko, Mis vecinos los Yamada y El cuento de la princesa Kaguya. Mientras tanto, Miyazaki sigue construyendo su obra, que incluye películas como Mi vecino Totoro, La princesa Mononoke, El viaje de Chihiro, El increíble castillo vagabundo, Se levanta el viento, El niño y la garza, entre otros. Quizá con el último filme ha llegado el momento de decirle adiós desde la creación cinematográfica.
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Dar un paso al costado fue un anuncio que hizo el mismo Hayao Miyazaki. Sin embargo, no es la primera vez que dice que se va, pero al final sigue retornando al mismo camino, como lo ha hecho desde 1998, la primera vez que afirmó que dejaría de hacer películas. Se levanta el viento (2013) sería su último largometraje, pero tras 10 años regresó con uno más: El niño y la garza. Siempre regresa porque le surgen las ganas de hacer otra cinta y porque está atravesado por contradicciones, como lo admitió en 1995, comparándose con su padre. Las contradicciones humanas las ha llevado hasta su cine con personajes que transitan entre el bien y el mal, porque, como reconoció en 2021 para The New York Times, él no es “un dios que decide lo que es bueno y malo. Los humanos cometemos errores”.
Creció viendo las fallas de su padre, a quien incluso algún día llamó estafador. Durante la Segunda Guerra Mundial, aquel señor se desempeñó como el director de Miyazaki Airplane, una fábrica de municiones que producía piezas para los aviones de combate A6M Zero. Al parecer, como señaló Miyazaki, su padre “sobornaba a los funcionarios para que aceptaran piezas defectuosas”. Le tocó cargar con ese pasado que no compartía. Entonces llevó la guerra a sus películas y su pasión por los aviones, que surgió quizá de aquella fábrica que nunca pisó y pese a que las aeronaves marcaron un suceso infantil atravesado por llamas.
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En 1945, Miyazaki tenía cuatro años cuando una luz lo sorprendió por su ventana. El destello amenazaba con destruir todo a su alrededor. Los culpables fueron los aviones estadounidenses que bombardearon Utsunomiya, la ciudad japonesa en donde vivía. Buscó refugio debajo de un puente, hasta que junto a su padre se dirigieron a un camión que los ayudaría a dejar todo aquello atrás. Pero nunca pudo hacerlo e incluso contó aquel episodio en el documental El reino de los sueños y la locura.
Antes que el cine, Hayao Miyazaki exploró en el arte a través del dibujo, una habilidad que era admirada por sus compañeros de clase y se convirtió en su medio de comunicación dada su timidez. Al manga llegó durante sus estudios secundarios y en algún punto de su vida decidió que quería seguir ese camino para su carrera artística. Luego conoció la animación y quiso articular ambas a su vida. En cuanto a su ideología, alguna vez se sintió identificado con el marxismo, pero con los años cambió de parecer, como confesó en 1994, según The New York Times. “No importa en qué clase nazca la gente, los idiotas siguen siendo idiotas y la gente buena sigue siendo buena”. Hace tres años para ese mismo diario afirmó que de las ideas marxistas se podían aprender varias cosas, pero aceptaba una realidad en cuanto a cualquier filosofía mundial: que ninguna “nos permitiría a todos vivir felices”.
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Sus influencias en animación han estado lejos de Disney, pues odia sus películas e incluso en 1988 reveló que consideraba que aquellos largometrajes “no muestran más que desprecio por el público”. Entonces se fijó en cintas como El rey y el ruiseñor, de Paul Grimault, y La reina de las nieves, de Lev Atamanov. Hace unos años tenía la intención de grabar con una videocámara lo que sucedía en la calle mientras conducía, como lo dejo ver el documental 10 años con Hayao Miyazaki. “Es en las imágenes de todos los días comunes donde quiero descubrir lo extraordinario (…). No puedo quedarme sentado en mi escritorio. Las ideas vienen de lo inesperado”.