Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Semanas atrás J Balvin lanzó su documental titulado El niño de Medellín, duramente cuestionado —por algunos sectores— por salir en un momento de coyuntura para el país. Por promocionarse con imágenes del paro nacional que ocurrió durante 2019, que funcionó como antesala para las movilizaciones que vivimos hoy. Para colmo, el momento también coincidió con su nueva canción llamada ¿Qué más, pues?, con la figura ascendente y consagrada youtuber argentina María Becerra.
Le puede interesar: J Balvin: “Con el documental van a aprender a no juzgar tan fácil a los demás”
Así que imagínense el calibre de las respuestas que en redes sociales le dieron a las invitaciones a escuchar este nuevo sencillo... Por ejemplo, mi parcera Alejandra V. le contestó: “Todo iba muy pero muy bien, hasta que vi esta publicación y su tremendo sarcasmo”. Lo que muchas personas no saben es que El niño de Medellín no solo es la historia del momento en que el artista estaba preparando lo que en el filme refieren como el concierto más importante de su carrera, sino que también es un producto donde están muy presentes las marchas que ocurrieron en esos días y la forma en que medios de comunicación de todo el mundo las retrataron.
José Álvaro y el director Mathew Heineman podrían haberse limitado a mostrar el show y cómo el momento político que vivía el país casi los deja sin concierto; pero afortunadamente eligieron exaltar a Dilan Cruz y reivindicarlo como un joven que murió luchando por sus sueños; no como el “guerrillero” que la infamia de algunos nos quiso vender. Remarcar las provocaciones online enviadas por un rapero de la ciudad, quien, al conocer cara a cara a Balvin, le remarca que cualquier pronunciamiento que él pueda hacer en contra de las violaciones de derechos humanos cometidas en Colombia aportará una semilla para el cambio. Y dar voz a un manifestante encapuchado, que al ser secundado por las imágenes de archivo tan brutales (más por la realidad misma que por el trabajo de quienes las filmaron), hace catarsis hablando con profunda simpleza: “Estamos cansados de ser marginados, desaparecidos; estamos cansados, necesitamos un cambio”.
En su libro La dictadura del videoclip, el profesor con PH. D. y escritor Jon Illescas sugiere que varias agrupaciones fueron borradas de la industria musical mundial al involucrarse en política —incluso que a 30 Seconds To Mars, la banda del actor Jared Leto, podrían haberle bajado el pulgar por utilizar uno de sus videos para denunciar los riesgos del cambio climático. Sí, ya sé lo que deben estar pensando: sobre Venezuela sí se pronuncian. Naturalmente, la industria de la música está controlada por gente conservadora que a veces no soporta que se hable en contra de su ideología o sus intereses.
Los artistas, aunque aún no podamos entenderlo, son el eslabón más débil de la cadena. Poderosos, líderes de opinión, millonarios; pero el eslabón más débil. Los cantantes que hemos visto pronunciándose sobre política la tendrán realmente difícil para crecer y volverse referentes continentales o mundiales. Si no me creen, analicen cómo se desarrollarán sus carreras en los próximos años. La principal razón son las marcas. Ninguna multinacional quiere relacionarse con un artista político, porque alguien así divide los públicos.
Le puede interesar: “Gobierno, por favor, escuche a la juventud”, J Balvin sobre las marchas en Colombia
El largometraje hace especial hincapié en la depresión sufrida por José (J Balvin), porque, aunque parezca increíble, no es poca la gente que no logra entender que un ícono pop también pueda tener este tipo de recaídas. Es normal que no lo entiendan: según datos del DANE, la pobreza monetaria en Colombia en 2018 alcanzó el 34,7 %, en 2019 el 35,7 % y en el año de la pandemia se disparó al 42,5 %. Todo esto en el marco de un gobierno que tuvo políticas más fuertes para ayudar a grandes empresas y gente con plata que a ciudadanos del común.
Es decir, la salud del artista es importante, pero no está en la lista de prioridades de personas que están desesperadas por poder trabajar. La ecuación es simple para quienes lo critican: que J Balvin se pronuncie en contra de los abusos, como hizo su amigo Bad Bunny en Puerto Rico. Parece que olvidan un pequeño detalle: en San Juan se puede salir a marchar sin la desmedida represión policial. Tampoco le perdonan que ante una pregunta hecha a quemarropa por una periodista haya respondido que el presidente era un bacán.
El niño de Medellín es un documental que toma postura, eso sí, humanitaria y no política, como lo explica el propio artista en el filme. Tiene una posición conciliadora, de centro si se quiere; pero no es un producto tibio, quienes participaron en él tuvieron muy claro lo que quisieron mostrar. Pero parece que en una época en la que estamos hartos de todo, las denuncias no nos sirven sino son en los términos que a nosotros nos gustaría que se hicieran. Y esa es la razón principal por la que escribo este artículo, porque como ciudadano marchante siento que no es momento de estar desprestigiando apoyos y que se pueden construir mensajes poderosísimos y masivos desde la simpleza.
Cuando acérrimos defensores del Gobierno tildan a Dilan Cruz de guerrillero —crimen que afortunadamente no se animaron a repetir con Lucas Villa— y J Balvin sube una imagen presentándolo como un niño lleno de sueños, contribuye a que la mentira se resquebraje una vez más. Son esas pequeñas acciones las que ayudan a la evolución de un país, ya sean las de este artista o las de cualquiera de nosotros. La diferencia es que él le habla al mundo entero: en Instagram lo siguen 47,5 millones.
Le puede interesar: Video: Críticas a J Balvin por ser grabado orinando en vía pública
El resultado final se siente sincero, porque en él hay muchos elementos que si se hubieran fingido o montado no se percibirían genuinos: las reacciones de Balvin a las publicaciones de sus seguidores (porque está claro que el que lee los posts es el ser y no el artista), la manera en que charla con sus amigos sobre la realidad del país y, en general, la razón principal en la que desemboca todo. La intención de José (nuevamente la persona) en hacer las cosas priorizando a sus fans: ya sea que hablemos de responder de la manera más “adecuada” o de pagar tiquetes que por un cambio de última hora ahora tendrán que salir de su bolsillo —y no del de los organizadores de un festival cancelado en Bogotá—, que serán fundamentales para que Medellín tenga el concierto que, según el músico, merece.
Coda: hace pocos días estuvo Luisito Comunica en Colombia, quien es nada más y nada menos que el youtuber más masivo de México y uno de los más grandes de América Latina. No había subido ni siquiera el primer contenido a YouTube, y ya lo estaban acusando de vendido que solo había venido a Colombia a tomarse fotos con La Liendra y agarrarle el miembro a una estatua de Botero. El video salió. Y seguramente va a ser muy útil, porque en él se evidencia que el 99,9 % de los mal llamados vándalos (de todas las edades) son simplemente gente harta que necesita alguna oportunidad. Luisito publicó el video a pocas horas de irse de Colombia, lo que recuerda a aquella ocasión en la que estuvo en Nicaragua y solo se limitó a subir historias de Instagram, hasta cuando ya había abandonado el lugar.
Si nos remitimos a una entrevista que le hizo hace un mes el youtuber venezolano La Divaza, donde no estaban hablando de Colombia, sino del vecino bolivariano, podremos encontrar la pieza del rompecabezas que nos falta para entender el trabajo que vino a hacer por acá: “A uno como figura pública hasta le llega a dar miedo opinar cosas, porque en tu cabeza está el ‘¿y si no les gusta lo que dije?’, ‘¿y si me joden por acá?’, ‘¿y si me joden por allá?’... porque güey, es la autoridad. La autoridad puede hacer lo que quiera”.