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Muy a propósito a éstos 69 años, me surge reflexión, referentes, y esto que observo en cuanto al esfuerzo y sacrificio que debemos hacer las mujeres para aparecer, trabajar y permanecer en la pantalla televisiva. Y me refiero a las mujeres, porque indudablemente este “sacrificio”, no pareciera tocar al sexo masculino, ya que permisivos se mueven cómodos con sus kilitos de más por los sets, sobretodo de los programas de entretenimiento, y con más benevolencia se les abre campo en los dramatizados, lo cual está bien. Nadie dice que no.
Pero cabe anotar que esa condescendencia y generosidad no cobija al sexo femenino. Y no sólo el privilegio es en materia de tv.
A los hombres, tales exigencias les han sido más benévolas; tanto que siempre han disfrutado de prioridades, desde el elemental hecho en la mesa servida, “al señor la presa más grande y se le sirve de primero, el caballero necesita más nutrición dada su condición de jefe del hogar, padre, hermano mayor, que trabaja mucho, su cuerpo es más grande y por eso requiere mayor alimento”, sin contar que, si tiene algo o mucho guayabo, su apetito aumenta vorazmente.
Es más, para “ellos” poder comer sin freno y evitar la gordura, que los excesos producían, en otras culturas, era frecuente el acto de vomitar la comida ingerida contando con canales que atravesaban el lugar donde ubicaban sus banquetes, y eran construidas especialmente para tal propósito.
Increíblemente se incentivó la aterradora bulimia, desde tiempos remotos.
En la Edad Media, la gordura se consideraba un buen síntoma, no ciertamente de salud, pero sí de abundancia, opulencia y la obvia riqueza. En medio de la escasez, pobreza y si se quiere desarrollo, los banquetes y manjares eran para los ricos. Solamente ellos, los solventes, exhibían orgullosos sus protuberancias, lo que hoy no es posible. En conclusión, el ostentar banquetes era muestra de poder, eso no ha cambiado.
Y tan no ha cambiado, que el estereotipo que prima, parte de que sólo las mujeres delgadas clasifican y ameritan un “rol” que represente e interprete las llamadas clases altas y gran poder adquisitivo, si la báscula se inclina a la alza, el “papel” debe ser para los oficios y actividades populares, localizados en los mismos espacios y barrios, como es obvio.
Es aquí donde rompe el dicho y con dosis de humor e ironía se dice “vive como un cura”. Por lo cual se echa mano del cliché y se admiten actores gorditos, para curas y mujeres gorditas, para monjas, como excepción tratándose de la santa institución. Sin embargo, la gordura ha sido considerada por la religión un pecado, aunque venial, pecado. Diversas creencias en materia pecaminosa han predicado en la religión de manera estricta, y reza escaso cuidado en el tema de las pasiones hablando de la gula; cómo consecuencia eran sometidos a severos ayunos y así expiar el pecado de la gula, ese si pecado capital!
De hecho cuando nos llevamos un bocado o dos de más, de inmediato decimos ¡qué pecado!.
Aún así la sociedad observa, desde siempre, la notoria fastuosidad en los representantes de distintos credos; imposible no hacerlo.
Las piernas “trozudas”, las amplias caderas, los encantadores y generosos senos, sinónimos de maternidad, se justificaba (y hasta hoy) por el estado en cuestión, también han sido sinónimos de fertilidad, por ende salud. Resulta atractivo y hasta incentivo sexual para algunos, muchos hoy y desde el barroco. La historia del arte lo plasma, en la pintura del genio DaVinci con su Gioconda, robustica ella. Sin duda, muchas mujeres de estas obras de arte se identifican con las reales, que no pueden (o podemos) poner freno a ese gusto del paladar, al apetito y que no libera del pecado.
Las letras también ha reflejado el concepto de la felicidad con la comida.
Increíblemente, las mujeres se enorgullecían y deseaban una silueta rolliza, aspiraban a tener una imagen complaciente. Creo que ninguna quería ser asociada con delgadez, flacura, que significaba languidez, tristeza, y se identificaba con la avaricia. ¡Eso sí no pasa hoy! Hoy es un “karma y casi que una desgracia”.
Sin contar con que no encaja en los patrones de belleza, estéticos y sociales que también han sido acordes con culturas de otras épocas y de hoy.
Cómo todo, las excepciones existen y prueba de eso, son inolvidables las figuras que en otros momentos en el mundo del celuloide, apreciamos, admiramos y muchos deliraron, con las espectaculares Sofía Loren, Gina Lolobrigida: la mujer diez, Bo Dereck y las que se me escapan..
Llama la atención, la personalidad de Keely Shaye (Esposa de Pierce Brosnan) una plus size el día de hoy. Y por supuesto, la inteligencia de su esposo que encuentra en Ella mucho más.
La obesidad no era apreciada tampoco por los Romanos, las mujeres “clase alta” desde entonces, y hasta las de hoy todas, sin distingo de clase hemos sido sometidas a torturas insospechadas con prendas aliadas para el efecto: el corsé, la faja, cirugías, liposucciones, balones.. y cómplice, el filo padecido, todo por la delgadez. Aún así, en la alcurnia inglesa representada por la reina Isabel (qepd) apreciamos que no era propiamente 90-60-90 y eso no le tumbó la corona y con ella pasó a mejor vida.
En fin, muchísimo se podría ampliar el tema y cabe recordar las palabras del contemporáneo pintor Fernando Botero, volviendo al arte de la pintura: “No pinto gordas, le doy protagonismo al volumen”, ese mismo concepto podría aplicarse a la escogencia de actrices y presentadoras en televisión. Pero no, todo lo opuesto, y es aquí donde entro en materia y acudo a referentes que hoy nos ilustran: “El gordo y la flaca” programa de Univisión, con Raúl de Molina y Lily Estefan -su nombre todo lo dice-. Recientemente se retiró “el gordo de Molina” y lo reemplaza una mujer, creo que sin sobrepeso.
En lo que nos ocupa es evidente que el tema se vuelve delicado y se enfoca especialmente en el género femenino dándole permiso e ignorando de plano el exceso de grasa que es notorio en varones presentadores y conductores de programas de televisión, en los que con frecuencia se refieren a las mujeres de manera despectiva, calificándola, o mejor, descalificándolas de plano por su estética y exceso de calorías, al punto de llamarlas despectivamente “viejas, aunque tengan 30 y hasta abuelas”, (¡Como si serlo constituyera deshonra! ¡Hágame el favor!) Esto dicho por cincuentones, no propiamente Adonis, y esto sin mirarse en el espejo, por supuesto. Vemos cómo en este mundo y medios de comunicación, que pretenden ser incluyentes, descalifican y de forma soterrada. No consideran que el talento y muchas virtudes no son exclusivos de la delgadez, sin apreciar talentos nuevos y echando tantas mujeres al olvido. Hombres que no son propiamente un Henry Cavill o un Brad Pitt, mi Robert De Niro, o nuestro Sebastián Martínez.