La Mirilla: La televisión le apuesta al cine
Ahora apreciamos películas hechas hace décadas y valoradas posteriormente, provenientes de la generación de la Compañía de Fomento Cinematográfico.
Jenniffer Steffens*
Hoy en día, Señal Colombia y el Canal Uno tienen en su programación, cine nacional y extranjero. El propósito se cumple y los amantes del cine pueden ver películas en la televisión abierta, se tiene acceso sin necesidad de pagar plataformas, lo cual va en beneficio del espectador.
(Lea también: “Deadpool 3″, Emma Corrin (Lady Di) se une al elenco)
En el caso del Canal Uno, CMI, NTC y RTI son sus principales proveedores o productores, y adelantan con tino propuestas que se enfrentan a las dos grandes cadenas, Rcn y Caracol. Sin embargo, en diferentes oportunidades, encuentro que se repiten las mismas cintas, el esfuerzo que hace tanto la Tv. Pública, a través de su Señal Colombia y el Canal Uno, privado, se ve disminuido por esta razón.
Hay que aplaudir, de igual manera, esta iniciativa que enriquece el contenido de estos canales. Estamos viendo muchas y variadas películas, buenas, regulares y malas. A la que voy a referirme, ¡excelente! Focine fue determinante en su momento para el desarrollo de la industria cinematográfica que, gracias a gestiones significativas, altibajos varios y a la ley posterior del Cine, logró importantes avances y desarrollo.
(Le recomendamos: “Joker 2″: Primera imagen oficial de Lady Gaga como Harley Quinn)
Ahora apreciamos películas hechas hace décadas y valoradas posteriormente, provenientes de la generación de la Compañía de Fomento Cinematográfico, creada por el Presidente de entonces, Alfonso López Michelsen, y bajo la dirección acertada, entre otros, de Isadora De Norden o María Emma Mejía, que visibilizó en TV, trabajos importantes en una franja a la que llamó “Cine en TV”, en la que se emitieron grandes películas filmadas en 16 mm cosa que en su momento fue un nicho y posibilidad que duró poco, infortunadamente, para que cineastas tuvieran alguna financiación distinta sin vivir el viacrucis del distribuidor, la taquilla entre otros.
Dentro de la nutrida cartelera nacional, hace ya varios días, gracias y a través de Señal Colombia y su Cine Club, enriquecedor en esta materia fascinante del Séptimo Arte, pudimos volver a ver “Cóndores no entierran todos los días”, que dicho sea de paso, respeta el nombre de la novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal. Una adaptación muy buena del chileno Dunav Kuzmanich, entre otros, producción de 1984, que con una mirada crítica y atinada, fue la primera película colombiana en participar en el festival de cine en Cannes; definitivamente da gusto verla otra vez.
(Le puede interesar: “Morgana”, la detective con un carácter indomable)
Dirigida por Francisco Norden, con la asistencia de dirección del reconocido director Mario Ribero, cabe mencionar, que me lo encontré hace unos días, hablamos de la película, de sus vivencias durante el rodaje y me contó también alguna observación del director con respecto a lo que quería para su narración visual: “Esta historia habla de la violencia, así que no quiero una gota de sangre”. Anota Mario, que aunque la historia transcurre en el Valle del Cauca, con su clima caliente, el director acertadamente la traslada al altiplano cundiboyacense, la vistió de ruana y sombrero, que es el mundo y cultura en el que se mueve con mayor comodidad. Acertada decisión que nos muestra lo universal del relato.
Criterios claros para el resultado y su factura impecable; el realizador maneja los tiempos con precisión, sin abusar de los recursos técnicos, su fotografía correcta, respeta la época, cuenta con una idónea dirección de estos grandes actores que la engalanan y la llenan de verdad. En resumen, una dirección bien lograda y elegante de Norden.
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Abrumadora pero nada sorpresiva, la vigencia del tema. En especial, esta narración nos ubica en una época que pareciera lejana, pero que venimos padeciendo sin cesar todavía. Fenómenos como el desplazamiento forzoso, con el aterrador miedo de las boletas y notificaciones, amedrentando mujeres y niños, maltratando, violando derechos, con el único fin de así facilitar la compra de propiedades, desterrando “al enemigo” o eliminándolos uno a uno y, por supuesto, con la correspondiente mordaza a la prensa. Su validez salta a la vista.
Personajes ordenando y mandando muy religiosamente, los pájaros y cóndores, los “José María Lozano”, hacen de las suyas y ciertamente no deja de abrumar su crueldad. Sin saber de dónde viene la mano justiciera, “El Cóndor”, saliendo de la iglesia, es sacado del juego y muere baleado sin que medie nada distinto a la suerte o al equilibrio natural, ofreciendo en el final de la cinta alguna esperanza.
(Lea también: Bridget Moynahan: “Erin es dogmática, fuerte e imperfecta”)
Todo sucede en esa época de la violencia, en los años 50, en tiempos de conservadores contra liberales. “Cóndores no entierran todos los días”, se escucha con una banda sonora acorde y exalta esa emoción que despierta nuestra música, la serenata en esas voces andinas, con un cuarteto en contexto maravilloso: “Pedacito de cielo” y la popular “Gata golosa”.
Sus locaciones bien escogidas y ese desfile de ataúdes por las calles indicando lo extrema de la situación. No se puede pasar por alto, reitero, la magnífica escogencia de los actores para el reparto, encabezados por Frank Ramírez y la mexicana Isabela Corona, impecables, como todos los que los acompañan: Santiago García, Juan Gentile, Vicky Hernández, Yolanda García, Rosa Virginia Bonilla, Víctor Hugo Morant, Edgardo Román, Luis Chiappe, Diego Álvarez, Rafael Bohórquez, Jairo Soto, Mario García, Pacho Martínez, Ramiro Corzo, Rey Vásquez, Manuel Pachón, Gerardo Calero, Parruca, Carlos José Reyes… todos de las grandes ligas, espero no se me escape ninguno, y si es así, me excuso, ¡porque todos merecen aplauso de pie!
*Especial para El Espectador.
Hoy en día, Señal Colombia y el Canal Uno tienen en su programación, cine nacional y extranjero. El propósito se cumple y los amantes del cine pueden ver películas en la televisión abierta, se tiene acceso sin necesidad de pagar plataformas, lo cual va en beneficio del espectador.
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En el caso del Canal Uno, CMI, NTC y RTI son sus principales proveedores o productores, y adelantan con tino propuestas que se enfrentan a las dos grandes cadenas, Rcn y Caracol. Sin embargo, en diferentes oportunidades, encuentro que se repiten las mismas cintas, el esfuerzo que hace tanto la Tv. Pública, a través de su Señal Colombia y el Canal Uno, privado, se ve disminuido por esta razón.
Hay que aplaudir, de igual manera, esta iniciativa que enriquece el contenido de estos canales. Estamos viendo muchas y variadas películas, buenas, regulares y malas. A la que voy a referirme, ¡excelente! Focine fue determinante en su momento para el desarrollo de la industria cinematográfica que, gracias a gestiones significativas, altibajos varios y a la ley posterior del Cine, logró importantes avances y desarrollo.
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Ahora apreciamos películas hechas hace décadas y valoradas posteriormente, provenientes de la generación de la Compañía de Fomento Cinematográfico, creada por el Presidente de entonces, Alfonso López Michelsen, y bajo la dirección acertada, entre otros, de Isadora De Norden o María Emma Mejía, que visibilizó en TV, trabajos importantes en una franja a la que llamó “Cine en TV”, en la que se emitieron grandes películas filmadas en 16 mm cosa que en su momento fue un nicho y posibilidad que duró poco, infortunadamente, para que cineastas tuvieran alguna financiación distinta sin vivir el viacrucis del distribuidor, la taquilla entre otros.
Dentro de la nutrida cartelera nacional, hace ya varios días, gracias y a través de Señal Colombia y su Cine Club, enriquecedor en esta materia fascinante del Séptimo Arte, pudimos volver a ver “Cóndores no entierran todos los días”, que dicho sea de paso, respeta el nombre de la novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal. Una adaptación muy buena del chileno Dunav Kuzmanich, entre otros, producción de 1984, que con una mirada crítica y atinada, fue la primera película colombiana en participar en el festival de cine en Cannes; definitivamente da gusto verla otra vez.
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Dirigida por Francisco Norden, con la asistencia de dirección del reconocido director Mario Ribero, cabe mencionar, que me lo encontré hace unos días, hablamos de la película, de sus vivencias durante el rodaje y me contó también alguna observación del director con respecto a lo que quería para su narración visual: “Esta historia habla de la violencia, así que no quiero una gota de sangre”. Anota Mario, que aunque la historia transcurre en el Valle del Cauca, con su clima caliente, el director acertadamente la traslada al altiplano cundiboyacense, la vistió de ruana y sombrero, que es el mundo y cultura en el que se mueve con mayor comodidad. Acertada decisión que nos muestra lo universal del relato.
Criterios claros para el resultado y su factura impecable; el realizador maneja los tiempos con precisión, sin abusar de los recursos técnicos, su fotografía correcta, respeta la época, cuenta con una idónea dirección de estos grandes actores que la engalanan y la llenan de verdad. En resumen, una dirección bien lograda y elegante de Norden.
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Abrumadora pero nada sorpresiva, la vigencia del tema. En especial, esta narración nos ubica en una época que pareciera lejana, pero que venimos padeciendo sin cesar todavía. Fenómenos como el desplazamiento forzoso, con el aterrador miedo de las boletas y notificaciones, amedrentando mujeres y niños, maltratando, violando derechos, con el único fin de así facilitar la compra de propiedades, desterrando “al enemigo” o eliminándolos uno a uno y, por supuesto, con la correspondiente mordaza a la prensa. Su validez salta a la vista.
Personajes ordenando y mandando muy religiosamente, los pájaros y cóndores, los “José María Lozano”, hacen de las suyas y ciertamente no deja de abrumar su crueldad. Sin saber de dónde viene la mano justiciera, “El Cóndor”, saliendo de la iglesia, es sacado del juego y muere baleado sin que medie nada distinto a la suerte o al equilibrio natural, ofreciendo en el final de la cinta alguna esperanza.
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Todo sucede en esa época de la violencia, en los años 50, en tiempos de conservadores contra liberales. “Cóndores no entierran todos los días”, se escucha con una banda sonora acorde y exalta esa emoción que despierta nuestra música, la serenata en esas voces andinas, con un cuarteto en contexto maravilloso: “Pedacito de cielo” y la popular “Gata golosa”.
Sus locaciones bien escogidas y ese desfile de ataúdes por las calles indicando lo extrema de la situación. No se puede pasar por alto, reitero, la magnífica escogencia de los actores para el reparto, encabezados por Frank Ramírez y la mexicana Isabela Corona, impecables, como todos los que los acompañan: Santiago García, Juan Gentile, Vicky Hernández, Yolanda García, Rosa Virginia Bonilla, Víctor Hugo Morant, Edgardo Román, Luis Chiappe, Diego Álvarez, Rafael Bohórquez, Jairo Soto, Mario García, Pacho Martínez, Ramiro Corzo, Rey Vásquez, Manuel Pachón, Gerardo Calero, Parruca, Carlos José Reyes… todos de las grandes ligas, espero no se me escape ninguno, y si es así, me excuso, ¡porque todos merecen aplauso de pie!
*Especial para El Espectador.