La Mirilla: ¡Los 80 de Mario! (Opinión)
Con motivo de los 80 memorables años cumplidos por el guionista, director, productor y cineasta Mario Mitrotti, el pasado cuatro de febrero, quiero referirme en este espacio a una película con la que puso a consideración del público su talento, su creatividad, su sensibilidad social y su responsabilidad al hacer cine. Hoy sugiero y recomiendo buscar en YouTube “Al Paredón” para otorgarle muchos más galardones, acompañados de aplausos.
Jenniffer Steffens
Conversando con Mario, como siempre con él, en una amena charla, con su desparpajo “caribeño”, con un acento medio venezolano (sin serlo) y medio barranquillero (sin serlo tampoco), se refiere a “Al Paredón”. “¿Mi obra audiovisual que más me gusta? Al Paredón, ¿por qué? Porque yo la financié, yo la dirigí, yo la escribí, e hice lo que me dio la gana”. Le pregunto, ¿por qué usas la técnica del cine mudo en Al Paredón? “Bueno, tiene los letreros que usaba Chaplin... son los letreros que pongo ahí... Porque yo quería que se entendiera muy bien...” y al principio dice: “Explicación esquemática para los que aún no entienden”. A esta respuesta agrega otra anécdota más, y su reflexión a lo que me referiré en otro momento; ahora no es lo que nos ocupa.
Se expresa con plena libertad; evidentemente, a través de cada imagen, cada plano transmite su pensamiento y mensaje. Su puesta revolucionaria contundente va de la mano con la época que se vivía, los años 70, en la que aún se gritaba, “hagamos el amor no la guerra”. Y como hasta hoy pregonando el deseo de libertad.
Esta cinta hecha hace más de 50 años refleja la misma realidad y situación que a diario se sigue enfrentando la sociedad. Lo hace con humor, humor negro; su sátira arranca sonrisas y risas en mí, carcajadas que no puedo evitar, tal vez por el nerviosismo que genera ver que poco o nada ha cambiado, la verdad política y social. Y no es que sea una película cómica, no, ni mucho menos de las que llenan hoy las salas cargadas de chistes y con las que se caricaturiza y ridiculiza nuestra identidad para hacernos vergonzantes. No, para nada. Es porque cada situación expresa en imágenes, no en diálogos, esa alusión que revive el cine mudo; nos ubica en este hoy, tan moderno, tecnológico, cargado de ráfagas con información que impide cualquier reflexión sobre la realidad en la que vivimos, diría sobre todo, cuando todo lo que recibimos está molido y digerido; ver este corto en estos momentos nos concede el alivio de todavía hilar pensamiento.
El blanco y negro nos remite a esa evocadora época de los inicios del cine maestro; plantea esa paradoja de la existencia por la que nos inclinamos porque todo es blanco o negro, bueno o malo, olvidando la fragilidad y ambivalencia del ser humano, condenándolo a esa premisa. Sin embargo, esa ausencia de tonos coloridos con los que podríamos apreciar el azul del cielo, unos labios rojos, la sangre del toro, el verde militar, y que tampoco nos impide oír y sentir la prédica eclesiástica, la doble moral representada en cada personaje, e intuir el olor a pintura y casi palpar la dureza del ladrillo en ese paredón, se vuelve eficaz en el mensaje y en la elaboración de la puesta y toda su estética.
El ritmo acelerado con el que arranca la película y el paso que lleva el personaje atravesando calles, recorriendo callejones, trepando escaleras, mostrando esa ciudad que bien puede ser Bogotá, Quito, o Caracas, siendo universal su cuento, con la música que apresura el deseo de saber qué va a pasar y el porqué de su título, le aporta un misterioso tono y un ritmo vertiginoso. La narrativa es fantástica; observar esos ojos fisgones ocultos en las ventanas que evita a ese ser incógnito amenazante, sumado el peligro de resultar siendo testigo del flagrante delito, y el sigilo indispensable para dar uso a esa temible arma letal y subversiva: ¡el spray! ¡El grafiti! (¡que lo sigue siendo!). Toda esta argucia resulta ingeniosa, sagaz y encantadora. ¡Hay que verla!
Este es el comienzo de su navegar en el lenguaje del cine y es el que a lo largo de su vida, llena de experiencias en la publicidad, con más de dos mil comerciales, entre ellos el de “Pepsi”, que le dio inicio a Sofía Vergara en su carrera. Tuvo bajo su dirección la serie “Pandillas Guerra y Paz” entre muchas.
Su gran experiencia en el cine y la televisión, lo va llenando de fuerza y conocimiento para entender la necesidad y finalmente lo motiva para emprender esa afortunada lucha por una ley a favor del gremio que hace posible la industria y de la industria misma del cine en Colombia, -la ley Pepe Sánchez-. Mucho esfuerzo, determinación y convicción se necesita para esa titánica tarea, para agrupar fuerzas, seducir, captar y llegar con éxito a la meta. Sin omitir lo que significó, apartarse del trasegar de su profesión para lograr el objetivo, un desprendimiento y sacrificio a todas luces. Eso merece muchísimos agradecimientos y el prestigio por siempre.
En tus 80, Mario, todo el reconocimiento por una vida llena de creatividad, trabajo y entrega a esta profesión. La Mirilla rinde tributo a tu obra en la vida, la social en pos de un gremio, y un gran homenaje por tu obra audiovisual.
Conversando con Mario, como siempre con él, en una amena charla, con su desparpajo “caribeño”, con un acento medio venezolano (sin serlo) y medio barranquillero (sin serlo tampoco), se refiere a “Al Paredón”. “¿Mi obra audiovisual que más me gusta? Al Paredón, ¿por qué? Porque yo la financié, yo la dirigí, yo la escribí, e hice lo que me dio la gana”. Le pregunto, ¿por qué usas la técnica del cine mudo en Al Paredón? “Bueno, tiene los letreros que usaba Chaplin... son los letreros que pongo ahí... Porque yo quería que se entendiera muy bien...” y al principio dice: “Explicación esquemática para los que aún no entienden”. A esta respuesta agrega otra anécdota más, y su reflexión a lo que me referiré en otro momento; ahora no es lo que nos ocupa.
Se expresa con plena libertad; evidentemente, a través de cada imagen, cada plano transmite su pensamiento y mensaje. Su puesta revolucionaria contundente va de la mano con la época que se vivía, los años 70, en la que aún se gritaba, “hagamos el amor no la guerra”. Y como hasta hoy pregonando el deseo de libertad.
Esta cinta hecha hace más de 50 años refleja la misma realidad y situación que a diario se sigue enfrentando la sociedad. Lo hace con humor, humor negro; su sátira arranca sonrisas y risas en mí, carcajadas que no puedo evitar, tal vez por el nerviosismo que genera ver que poco o nada ha cambiado, la verdad política y social. Y no es que sea una película cómica, no, ni mucho menos de las que llenan hoy las salas cargadas de chistes y con las que se caricaturiza y ridiculiza nuestra identidad para hacernos vergonzantes. No, para nada. Es porque cada situación expresa en imágenes, no en diálogos, esa alusión que revive el cine mudo; nos ubica en este hoy, tan moderno, tecnológico, cargado de ráfagas con información que impide cualquier reflexión sobre la realidad en la que vivimos, diría sobre todo, cuando todo lo que recibimos está molido y digerido; ver este corto en estos momentos nos concede el alivio de todavía hilar pensamiento.
El blanco y negro nos remite a esa evocadora época de los inicios del cine maestro; plantea esa paradoja de la existencia por la que nos inclinamos porque todo es blanco o negro, bueno o malo, olvidando la fragilidad y ambivalencia del ser humano, condenándolo a esa premisa. Sin embargo, esa ausencia de tonos coloridos con los que podríamos apreciar el azul del cielo, unos labios rojos, la sangre del toro, el verde militar, y que tampoco nos impide oír y sentir la prédica eclesiástica, la doble moral representada en cada personaje, e intuir el olor a pintura y casi palpar la dureza del ladrillo en ese paredón, se vuelve eficaz en el mensaje y en la elaboración de la puesta y toda su estética.
El ritmo acelerado con el que arranca la película y el paso que lleva el personaje atravesando calles, recorriendo callejones, trepando escaleras, mostrando esa ciudad que bien puede ser Bogotá, Quito, o Caracas, siendo universal su cuento, con la música que apresura el deseo de saber qué va a pasar y el porqué de su título, le aporta un misterioso tono y un ritmo vertiginoso. La narrativa es fantástica; observar esos ojos fisgones ocultos en las ventanas que evita a ese ser incógnito amenazante, sumado el peligro de resultar siendo testigo del flagrante delito, y el sigilo indispensable para dar uso a esa temible arma letal y subversiva: ¡el spray! ¡El grafiti! (¡que lo sigue siendo!). Toda esta argucia resulta ingeniosa, sagaz y encantadora. ¡Hay que verla!
Este es el comienzo de su navegar en el lenguaje del cine y es el que a lo largo de su vida, llena de experiencias en la publicidad, con más de dos mil comerciales, entre ellos el de “Pepsi”, que le dio inicio a Sofía Vergara en su carrera. Tuvo bajo su dirección la serie “Pandillas Guerra y Paz” entre muchas.
Su gran experiencia en el cine y la televisión, lo va llenando de fuerza y conocimiento para entender la necesidad y finalmente lo motiva para emprender esa afortunada lucha por una ley a favor del gremio que hace posible la industria y de la industria misma del cine en Colombia, -la ley Pepe Sánchez-. Mucho esfuerzo, determinación y convicción se necesita para esa titánica tarea, para agrupar fuerzas, seducir, captar y llegar con éxito a la meta. Sin omitir lo que significó, apartarse del trasegar de su profesión para lograr el objetivo, un desprendimiento y sacrificio a todas luces. Eso merece muchísimos agradecimientos y el prestigio por siempre.
En tus 80, Mario, todo el reconocimiento por una vida llena de creatividad, trabajo y entrega a esta profesión. La Mirilla rinde tributo a tu obra en la vida, la social en pos de un gremio, y un gran homenaje por tu obra audiovisual.