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Cuando en Colombia se hacía televisión para Colombia y luego para el exterior, “Café con Aroma de mujer”, le dio la vuelta al mundo. El viernes pasado, vimos el último capítulo de la telenovela, debo decir que con nostalgia, alegria y admiración, sentimientos que despierta esta dupla sencilla y maravillosa: Fernando y Pepe. Gaitán y Sánchez, unos enamorados del amor.
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Nostalgia, porque es agradable dejarse llevar por estas historias de amor llenas de pasión y en este caso, con toda una cátedra sobre nuestro exquisito y deseado café, producto y deleite de estas tierras para el mundo y el país. Alegría, porque como artista que soy disfruto de una excelente producción con lo que eso significa. Admiración toda a Margarita Rosa De Francisco, ella deja su creatividad, sensibilidad y talento en la construcción de su personaje, su entrega es total, no guarda nada.
Generosa le da vida a su Gaviota, a su Carolina Olivares. Café paralizó a Colombia en los 90, cuando se estrenó, partiendo la historia de la televisión nacional; todo el país, a las 8 de la noche, corría a sentarse al frente de su caja mágica y disfrutaba de esta oda al amor. No sé si en esta ocasión el país también sucumbió y se paralizó, pero seguramente más de un corazón suspiro, latió y se relajó. Café obtuvo un rating de 7.65, puntos, encabezando la franja sobre la demás programación, según Kantar Ibope Media, para cerrar su segunda o tercera emisión, cifra que significa mucho para las producciones nacionales, que están sujetas y esclavas del mismo.
Realizaciones como Café reivindican, exaltan, el valor de la decencia, la honestidad y grandeza de la cultura cafetera. Son referentes que le muestran a la humanidad que Colombia no es solo traqueteo y bala. Refleja el universo de la telenovela, en el que si bien hay buenos y malos, aún, a pesar de todo, la esencia del colombiano tiene altura moral, y en la estirpe hay decoro. Todo esto dicho con historias universales, palabras de pensadores, salpicado de anécdotas simpáticas, con un gran contenido para enriquecer la mente y aportar un granito de café a la formación y diversión de tantos televidentes.
Vivir de nuevo la historia de Gaviotica, su mamá y este amor por Sebastián, recordar esta turbulencia provocada por la ambición de su primo Iván, ver el arribismo y envidia de estas mujeres, contrarrestadas con la entereza y dignidad de Doña Cecilia, con el humor de Marcela la cuñada buena, todo esto al son del duelo por el amor de la recolectora entre el gran Dr. Salinas y el protagonista, ¡son una delicia! No se puede omitir al villano Tejeiros con su cinismo y desfachatez rampantes. Añorar capítulo a capítulo los buenos oficios del abogado Jorge La Torre para salvar a nuestros protagonistas de la “roya”, que azotan a Sebastian y sus hermanas, gracias a la ambición que une a los antagonistas en pos de la deseada herencia y fortuna.
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No hay personaje que sobre, ¡todos merecen mención!
Este universo lo plasma la dirección maestra con su visual, poesía hecha imagen, Pepe Sánchez, solo él va a mostrar esos cafetales de esa manera. Su puesta exacta, su técnica respetuosa con el momento, la unidad en la actuación, en fin, no omite detalle para enriquecer la narración. Los actores se llevan aplausos hoy, otra vez.
Siempre la televisión ha sido la distracción de la gente que no puede subirse a un avión y ver otros horizontes, que no puede ni salir a un parque… Cuando el género y formato de la telenovela mostraba realidades nuestras, (sin aburrir), el espectador se veía reflejado en verdad, en esas historias auténticas, entre otras, porque el verde era el verde, porque la gente sudaba, las acciones eran reales, en el maquillaje y peinados había pudor, es decir eran acordes al momento y situación, sin artificios, ni estándares exigidos ahora para las plataformas, y sea el momento de decir, restan verdad, no nos identifica, y eso desvía nuestra atención contribuyendo al olvido de quiénes somos y por qué tenemos derecho a ser.
También nos aleja de la conciencia de paz que se necesita y la urgencia que tiene de ella el poblador, el ciudadano, porque distorsiona la realidad diaria y la de quien se esfuerza por pagar para ver esas plataformas. En ausencia del modelo de televisión mixto de otros tiempos, que contaba con alguna regulación, y ahora le otorga manejo absoluto a sus contenidos, convirtiendo la TV. privada y sus derivados en un fortín de imaginación que obedece únicamente a sus intereses particulares. Se pensaría que podrían considerar generosamente, y sin sacrificar sus extraordinarias ganancias (cómo con Café) mirar su identidad, fortalecerse en la cultura y entorno, como en mejores épocas, aprovechando precisamente esa diferencia, y mostrarle al mundo nuestra diversa riqueza.
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“La tierra es memoria” dijo Fernando Gaitán. La televisión también debe y podría serlo. La televisión privada puede ayudar. No solo la pública. Y el cine, porque tampoco pertenecemos a la orbe Hollywoodense. Sin absolutamente tener que romper acuerdos globales, bastaría con recordar maestros como Fernando Gaitán y Pepe Sánchez, que sabían de eso.
*Especial para El Espectador.