“La noche de la bestia” y la vida en un día
Evocación crítica de la película colombiana, del director Mauricio Leiva-Cock, basada en la jornada de dos adolescentes que van a un histórico concierto en Bogotá de Iron Maiden, la legendaria banda inglesa de heavy metal.
Pablo Castellanos * / Especial para El Espectador
En su conferencia sobre la novela Ulises de James Joyce, Borges comenta: “Joyce se dijo: voy a escribir un cuento en el cual esté [el] día de Leopold Bloom desde el momento en que se despierta hasta el momento en la alta noche en que lo rinde el sueño”. Así, dice Borges, “podemos pensar en Joyce inclinándose sobre ese día de Bloom, y viendo que ese día para ser registrado fielmente contenía miles de cosas. Pensemos en el número de percepciones visuales que nos acompañan desde el despertar hasta el momento de dormir, son ciertamente miles; pensemos en las percepciones táctiles, en las percepciones gustativas; pensemos simplemente en lo que significa atravesar una calle, o entrar en una habitación o encontrarnos con una persona y reconocerla; pensemos en el contexto de memorias que traen nuestros actos, [...] todo lo que cabe en un día”.
En la película colombiana La noche de la bestia, el director Mauricio Leiva-Cock se enfrenta a una necesidad similar: registrar fielmente un día en la vida de Vargas y Chuki, dos amigos adolescentes, para mostrarnos la gran anécdota de su jornada. Por esto, el título del filme puede parecernos impreciso, pues vemos que lo más importante es no solo lo que pasará en la noche, sino las experiencias vividas por los chicos desde muy temprano, como callejear por la ciudad, conversar con conocidos, leer, enfrentar peligros, etc.
Es la imagen clásica de dos amigos que vagan por ahí y viven aventuras: pensemos en don Quijote y Sancho, así como en Chaplin y el Chico. La historia transcurre en el año 2008. Vargas y Chuki deciden no asistir al colegio y prepararse para el concierto que en la noche dará Iron Maiden, la legendaria banda inglesa de heavy metal que se presentará en Colombia por primera vez.
Desde la mañana, se mueven de aquí para allá, más o menos con un plan: capar clase, ocultarse de los padres, quitarse el uniforme escolar, comer en la panadería, visitar a un viejo rockero que sabe de la banda, recoger dinero, etc., con la impresión de que tienen todo el tiempo del mundo antes del concierto. Es la oportunidad de ser ellos mismos.
Aunque el centro de la película es el día de Vargas y Chuki, el filme apela a la nostalgia para revelar algunas cosas de la generación que los precedió, como los sueños frustrados del viejo rockero y del padre de Vargas. Dos décadas atrás, estos otros dos amigos habían emprendido un viaje por carretera hacia Brasil, con la misma idea: ver a Maiden en concierto. Sin embargo, ni siquiera alcanzaron a salir del país, pues en el camino se perdieron y terminaron refundidos en otras cosas. Aun así, al cabo de los años les quedarían los recuerdos de ese viaje. Y la amistad, la amistad como refugio.
El recuerdo de momentos significativos de la vida como ese sirve para enfrentar la frustración, y también para que Vargas y Chuki proyecten sus sueños de otra forma. Ahora, el recurso de la nostalgia hace que la película caiga en algunos anacronismos, justificados en la medida en que son memorias de la recepción de la música. El más evidente es cuando Vargas le graba a Chuki un casete con canciones de Iron Maiden transmitidas por una emisora radial. En sentido estricto, esta escena no podría pertenecer al año 2008, sino a los años ochenta o comienzos de los noventa.
Hay una pregunta que implícitamente plantea la película: ¿por qué, durante los años ochenta y buena parte de los noventa, no vinieron a Colombia las grandes bandas de rock? (Esta pregunta es relevante, si tenemos en cuenta que por ejemplo Queen ya estaba visitando Argentina y Brasil en 1981).
Aunque es sabido que durante los años sesenta y setenta la juventud latinoamericana fue reprimida por dictaduras militares y gobiernos de centroderecha, al punto de prohibirse expresiones artísticas como el rock, en Colombia hubo un fenómeno adicional: el surgimiento de los carteles de la droga a mediados de los setenta.
La violencia extrema en que nos sumiría el narcotráfico impactó de tal forma a la sociedad, que la ausencia de las bandas extrajeras de rock era una señal de la precariedad cultural a la que fuimos confinados. Así, más allá del simple hecho de privar a un puñado de jóvenes rockeros de la experiencia de ver en vivo a sus grupos favoritos, la violencia trastornó el contexto sociocultural que se requería para el desarrollo de la escena musical de entonces. A pesar de esto, el rock encontraría algunos espacios, como el Concierto de Conciertos de 1988, y se consolidarían bandas de la importancia de Kraken, La Pestilencia, Masacre y Darkness.
En esta vía, puede decirse que el trasfondo de la película es la relación entre música y violencia, relación que no se refiere al cliché de que el rock es “violento”, “satánico” e “inmoral”, sino que apunta a que la música es una forma de expresar, entre otros estados, la rabia contenida frente a tanta represión y violencia. Pero a veces esa rabia se transforma en una bestia interior, cuyo rostro maligno aturde la mente y lleva a la desesperación, según sugiere la canción “The Number of the Beast” de Iron Maiden. Es precisamente esa rabia infernal la que se libera en la noche, a las afueras del concierto, mientras Vargas y Chuki tratan de entrar.
Ambientado en la ciudad de Bogotá, este interesante filme se vale de algunas técnicas del cómic y la animación para expresar la interioridad de los personajes y la furia en las calles; también, tiene una banda sonora con canciones de los grupos nacionales mencionados, entre otros, y, naturalmente, con música de Maiden.
* Profesional y magíster en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia, editor de la revista Educación Estética y docente de la Uniagustiniana.
En su conferencia sobre la novela Ulises de James Joyce, Borges comenta: “Joyce se dijo: voy a escribir un cuento en el cual esté [el] día de Leopold Bloom desde el momento en que se despierta hasta el momento en la alta noche en que lo rinde el sueño”. Así, dice Borges, “podemos pensar en Joyce inclinándose sobre ese día de Bloom, y viendo que ese día para ser registrado fielmente contenía miles de cosas. Pensemos en el número de percepciones visuales que nos acompañan desde el despertar hasta el momento de dormir, son ciertamente miles; pensemos en las percepciones táctiles, en las percepciones gustativas; pensemos simplemente en lo que significa atravesar una calle, o entrar en una habitación o encontrarnos con una persona y reconocerla; pensemos en el contexto de memorias que traen nuestros actos, [...] todo lo que cabe en un día”.
En la película colombiana La noche de la bestia, el director Mauricio Leiva-Cock se enfrenta a una necesidad similar: registrar fielmente un día en la vida de Vargas y Chuki, dos amigos adolescentes, para mostrarnos la gran anécdota de su jornada. Por esto, el título del filme puede parecernos impreciso, pues vemos que lo más importante es no solo lo que pasará en la noche, sino las experiencias vividas por los chicos desde muy temprano, como callejear por la ciudad, conversar con conocidos, leer, enfrentar peligros, etc.
Es la imagen clásica de dos amigos que vagan por ahí y viven aventuras: pensemos en don Quijote y Sancho, así como en Chaplin y el Chico. La historia transcurre en el año 2008. Vargas y Chuki deciden no asistir al colegio y prepararse para el concierto que en la noche dará Iron Maiden, la legendaria banda inglesa de heavy metal que se presentará en Colombia por primera vez.
Desde la mañana, se mueven de aquí para allá, más o menos con un plan: capar clase, ocultarse de los padres, quitarse el uniforme escolar, comer en la panadería, visitar a un viejo rockero que sabe de la banda, recoger dinero, etc., con la impresión de que tienen todo el tiempo del mundo antes del concierto. Es la oportunidad de ser ellos mismos.
Aunque el centro de la película es el día de Vargas y Chuki, el filme apela a la nostalgia para revelar algunas cosas de la generación que los precedió, como los sueños frustrados del viejo rockero y del padre de Vargas. Dos décadas atrás, estos otros dos amigos habían emprendido un viaje por carretera hacia Brasil, con la misma idea: ver a Maiden en concierto. Sin embargo, ni siquiera alcanzaron a salir del país, pues en el camino se perdieron y terminaron refundidos en otras cosas. Aun así, al cabo de los años les quedarían los recuerdos de ese viaje. Y la amistad, la amistad como refugio.
El recuerdo de momentos significativos de la vida como ese sirve para enfrentar la frustración, y también para que Vargas y Chuki proyecten sus sueños de otra forma. Ahora, el recurso de la nostalgia hace que la película caiga en algunos anacronismos, justificados en la medida en que son memorias de la recepción de la música. El más evidente es cuando Vargas le graba a Chuki un casete con canciones de Iron Maiden transmitidas por una emisora radial. En sentido estricto, esta escena no podría pertenecer al año 2008, sino a los años ochenta o comienzos de los noventa.
Hay una pregunta que implícitamente plantea la película: ¿por qué, durante los años ochenta y buena parte de los noventa, no vinieron a Colombia las grandes bandas de rock? (Esta pregunta es relevante, si tenemos en cuenta que por ejemplo Queen ya estaba visitando Argentina y Brasil en 1981).
Aunque es sabido que durante los años sesenta y setenta la juventud latinoamericana fue reprimida por dictaduras militares y gobiernos de centroderecha, al punto de prohibirse expresiones artísticas como el rock, en Colombia hubo un fenómeno adicional: el surgimiento de los carteles de la droga a mediados de los setenta.
La violencia extrema en que nos sumiría el narcotráfico impactó de tal forma a la sociedad, que la ausencia de las bandas extrajeras de rock era una señal de la precariedad cultural a la que fuimos confinados. Así, más allá del simple hecho de privar a un puñado de jóvenes rockeros de la experiencia de ver en vivo a sus grupos favoritos, la violencia trastornó el contexto sociocultural que se requería para el desarrollo de la escena musical de entonces. A pesar de esto, el rock encontraría algunos espacios, como el Concierto de Conciertos de 1988, y se consolidarían bandas de la importancia de Kraken, La Pestilencia, Masacre y Darkness.
En esta vía, puede decirse que el trasfondo de la película es la relación entre música y violencia, relación que no se refiere al cliché de que el rock es “violento”, “satánico” e “inmoral”, sino que apunta a que la música es una forma de expresar, entre otros estados, la rabia contenida frente a tanta represión y violencia. Pero a veces esa rabia se transforma en una bestia interior, cuyo rostro maligno aturde la mente y lleva a la desesperación, según sugiere la canción “The Number of the Beast” de Iron Maiden. Es precisamente esa rabia infernal la que se libera en la noche, a las afueras del concierto, mientras Vargas y Chuki tratan de entrar.
Ambientado en la ciudad de Bogotá, este interesante filme se vale de algunas técnicas del cómic y la animación para expresar la interioridad de los personajes y la furia en las calles; también, tiene una banda sonora con canciones de los grupos nacionales mencionados, entre otros, y, naturalmente, con música de Maiden.
* Profesional y magíster en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia, editor de la revista Educación Estética y docente de la Uniagustiniana.