El pájaro barranquillero galardonado en el Festival de Cine de Berlín
El director Leinad Pájaro, quien acaba de recibir el Premio del Jurado en el Festival de Berlín, con su corto “Un pájaro voló”, transformó sus recuerdos, anécdotas, sonidos, el duelo de otra persona en el suyo y en una película. “Cuando edité me di cuenta de que el personaje principal era yo”, dijo el cineasta en entrevista para El Espectador.
Alberto González Martínez
Estaba cabizbajo. La cámara no encuadraba su rostro, pero sí su tristeza. No se podía identificar lo que sentía por sus gestos, sino por los sonidos que los acompañaban. Se escuchaba su perturbación mezclada con el golpe del balón en el piso y el chillido de la zuela de los tenis en la cancha mientras jugaba voleibol.
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Estaba cabizbajo. La cámara no encuadraba su rostro, pero sí su tristeza. No se podía identificar lo que sentía por sus gestos, sino por los sonidos que los acompañaban. Se escuchaba su perturbación mezclada con el golpe del balón en el piso y el chillido de la zuela de los tenis en la cancha mientras jugaba voleibol.
La razón de su tristeza era la muerte de su amigo. Un duelo que vive durante los veinte minutos en que se extiende el cortometraje que por primera vez llegó al Festival de Cine de Berlín y se llevó el Premio del Jurado en la categoría “Generation 14Plus”. El recinto se mostró sensible al ver la historia, dirigida por Leinad Pájaro, reflejada en sí mismo y en la pantalla: “un público activo y sensible”, lo definió.
“Fue emotivo y abrumador. Era la primera vez que mostraba este corto que, al final, es muy frágil, que habla mucho de mí, de un contexto específico y de un tema universal. El final fue también bastante especial. Cuando comenzaron a hablar en alemán escuché ‘Cuba’ pero no sabía si era una palabra en alemán, hasta que hacen la traducción al inglés que empiezan a traducir cosas muy bellas”, aseguró el director colombiano.
Leinad es de Barranquilla, pero su película “Un Pájaro Voló” transcurre en Cuba. Su padre hizo parte de la selección atlanticense de voleibol, quien falleció a los 37 años, a causa de un aneurisma cerebral. Él tenía cinco años cuando ocurrió y sus recuerdos vacíos los fue llenando con fotos, anécdotas de amigos y otros familiares. Desde que estudió cine en San Antonio de Los Baños, en la isla caribeña, sabía que haría una película para su padre.
Para su producción hizo casting con los jugadores de la selección de Cuba. Les dijo que quien estuviera interesado le escribiera al WhatsApp, porque pensó que ninguno iba a decir frente a sus compañeros que quería ser el protagonista. Boloy finalmente fue el elegido. “Él es tal cual como está en la película. No hubo que dirigirlo mucho”, agregó el director.
―El tema central del corto es el duelo de un amigo ―le indico mientras afirma con su cabeza―, ¿también se podría definir ese como tu propio duelo?
―Lo que le pasa al personaje es un reflejo de lo que me pasaba a mí. Lo más curioso es que cuando filmo y estoy editando la película, me doy cuenta de que ese personaje soy yo ―lo dice mientras levanto las cejas―. El actor, que es un jugador real de la selección, también estaba pasando por un duelo. Para retratarlo me valí de ese espíritu, de ese fogaje, del juego, como cuando picas un balonazo y suena.
―Parece algo que hubieses planeado, ¿cómo lo tenías pensado antes?
La premisa narrativa siempre estuvo muy clara: alguien que pasa del duelo hasta una catarsis personal. Lo que traté luego fue que, desde lo sensorial, te hablara de ese duelo. Exploré las herramientas propias del cine: encuadre, tiempo, duraciones, microduraciones, ángulos…
―Por ejemplo, usas muchos planos cerrados ―le interrumpo.
―Hay momentos en los que están planos más abiertos ―aclara― y otros más cerrados, pero más como oblicuos o desde una cierta distancia extraña, como tratando de no ser tan invasivos con ellos porque no son actores. No ponerles el plano en la cara, sino tener una distancia y dejar que ellos fueran dentro del cuadro.
―También logras un tinte poético en las imágenes. Hay unas que muestran poco, pero dicen mucho ―le agrego para no salir del tema.
―Me apego bastante a esto de la inmersión. Al ser una película inmersiva siento que se puede venir en cualquier momento esa poética. No es que lo haya premeditado. De repente quería poner al espectador en el centro de un duelo, pero de una manera sensorial. También tiene que ver con que yo perdí a mi padre cuando tenía cinco años. Los recuerdos son muy difusos, pero me acuerdo mucho de los sonidos, de los olores... De hecho, cuando ellos entrenan, que suena el ballet de cuerpos con la música de fondo, el punto de vista ahí es como si fuera un niño de cinco años.
―El sonido es muy importante aquí ―prosigo luego de la nueva lectura en la que me acaba de hacer caer en la cuenta―. Casi que uno como espectador siente la perturbación que siente el personaje.
―Es porque estamos en la cabeza de él, por eso esos momentos que decías donde no lo vemos casi. No hace falta verlo, si no sentirlo ―explica―. Es un momento donde el espectador se puede permitir eso. No solo es una cuestión descriptiva de la cámara, sino dejar un espacio para que esa parte sensorial entre.
***
Asocio el duelo en el cortometraje de Leinad al de otras producciones que se han publicado recientemente como autoficción, que se basan en su propia realidad y desde allí surge la ficción. “Aftersun” de la británica Charlotte Wells, “Alcarrás” de la española Carla Simón y “Matar a Jesús” de la antioqueña Laura Mora, son algunas de esas nuevas cintas de cine de autor. Aunque las influencias del barranquillero están por el lado de los clásicos franceses, lituanos y británicos.
Ahora Leinad está trabajando en su primer largometraje documental, después de sentirse expuesto en este, su tercer cortometraje, al que ve como un cierre de un ciclo personal en su vida. O al que también podría ver cómo un pájaro, que ha estado guardando en sus recuerdos, que se ha anidado, que ha crecido allí, y que, finalmente, ha visto la luz y ha volado. Aunque, dependiendo de la época y las condiciones climáticas, los pájaros regresan a sus nidos.