“Los fierros”: Cuando la familia es una cadena perpetua
El director Pablo González adapta el cine negro al entorno local para plasmar su posición moral frente a la violencia y la familia como institución.
Luis Fernando Mayolo
“Los Fierros es una reflexión sobre la familia, una de las instituciones que nunca ponemos en duda, pero que —pensamos nosotros— es un deber hacerlo. Es una historia sobre dos hermanos, que deben tomar decisiones sobre qué está bien o mal, y acompañarse o dejarse”, dice Pablo González, mientras nos tomamos un café en el barrio La Macarena.
Un diálogo propicio teniendo como contexto un país como el nuestro, en donde el cine colombiano no está exento de la polarización, pues se tiende a escoger entre las películas que muestran nuestra idiosincrasia con humor y exageración, o las que manejan una propuesta mucho más íntima y personal, con narrativas que responden a unas estructuras difíciles de digerir por el espectador común.
Los Fierros se inscribe en un terreno intermedio al que no muchos le apuestan, por los riesgos comerciales o artísticos que implican, con pretensiones claras de cautivar a un público masivo a través de un género como el thriller, pero con reflexiones serias sobre la familia.
Pero a Pablo González, quien en 2015 estrenó su ópera prima Cord, no le interesa ser un autor con muchas películas en su filmografía. A él lo que le emociona es rodar, el proceso de hacer el filme, estar con la gente, ir al set.
En diálogo con El Espectador, el cineasta reflexionó sobre el poder del miedo y la desesperanza, su pasión por el cine negro adaptado a nuestro entorno, los riesgos de entrar en los terrenos de la violencia y el melodrama, y su posición moral frente a la violencia en su obra.
Pablo, cuando vi la película no pude dejar de pensar en un diálogo de la cinta “Hell or High Water”, en el que se dice que la “pobreza es contagiosa”, queriendo expresar la imposibilidad de salirse de un círculo vicioso familiar, heredado generación tras generación. Considero que ese es el espíritu de “Los Fierros”.
La historia explora la conexión trágica entre los lazos de sangre y el destino. La noción del destino es vista menos desde su naturaleza determinista, y más como la idea de que uno no elige la familia —ni el mundo, de hecho— en la que uno nace. Heredamos nuestros lazos de sangre como cargas o bendiciones, pero nunca como elecciones.
Al acompañar a los personajes se puede sentir sus miedos profundos y su desesperanza. ¿Cómo estructuró la película para no perder el foco comercial?
La película tiene dos partes. Al principio es más intimista, más contemplativa. Tú puedes acompañar a los personajes en ese drama susurrado, que implica su vuelta a la normalidad luego de Federico sale de la cárcel con el propósito de corregir su rumbo, mientras su hermano Ramiro sigue involucrado en negocios turbios. Y la segunda mitad es cruda y fuerte, fuera de control. Eso de dos películas de una sola me parece chévere.
Cuando dice que la película se sale de control, me imagino que se refiere al poder que ejerce la violencia sobre la historia...
Justamente planteo que la violencia es como una caja que se abre y destruye hasta la misma historia. Aquí los personajes no doman la violencia y la utilizan para el cumplimiento de sus objetivos, como tal vez ocurre en mis primeros tres cortos: la trilogía El día negro, en los que tenía una fascinación por el cine criminal y la estetización de la violencia. La sangre por la sangre.
¿Y ya no siente esta fascinación?, porque “Los Fierros” es cruda…
Ahora pienso que la violencia siempre implica una posición moral e intento mostrar sus consecuencias. Para mí, esa es una gran diferencia. Aunque, lo repito, la película tiene una voluntad de entretenimiento.
¿Cómo logra empatar entonces lo del entretenimiento con el cine negro?
El cine negro es para mí una forma de ver el mundo con cierto pesimismo, escepticismo y existencialismo, y es transversal a cualquier género, en este caso un thriller, de emoción, con carreras y persecuciones en motocicletas, gánsteres, crimen, la clásica mujer fatal y, por supuesto, la corrupción. Muy cercana a mi concepción, según mi psiquiatra. De todas formas, para mí el género es un vehículo para que la gente te abra la puerta para hablar de otras cosas.
Un universo imposible de desligar de nuestra realidad nacional. ¿Usted cree que esta asociación pueda ser considerada por parte del público como algo desgastante o, todo lo contrario, algo atractivo?
No me preocupa hacer un retrato del país; la verdad, no la hice con la intención social de hacer una denuncia. Si alguien la ve así, es algo muy personal. Lo que me importa es el tema de la violencia. Espero es que la gente sufra con los personajes y que esto al final lleve a una reflexión, pensar sobre la familia, las relaciones, las oportunidades que alguien ha tenido en la vida y las que no.
“Los Fierros es una reflexión sobre la familia, una de las instituciones que nunca ponemos en duda, pero que —pensamos nosotros— es un deber hacerlo. Es una historia sobre dos hermanos, que deben tomar decisiones sobre qué está bien o mal, y acompañarse o dejarse”, dice Pablo González, mientras nos tomamos un café en el barrio La Macarena.
Un diálogo propicio teniendo como contexto un país como el nuestro, en donde el cine colombiano no está exento de la polarización, pues se tiende a escoger entre las películas que muestran nuestra idiosincrasia con humor y exageración, o las que manejan una propuesta mucho más íntima y personal, con narrativas que responden a unas estructuras difíciles de digerir por el espectador común.
Los Fierros se inscribe en un terreno intermedio al que no muchos le apuestan, por los riesgos comerciales o artísticos que implican, con pretensiones claras de cautivar a un público masivo a través de un género como el thriller, pero con reflexiones serias sobre la familia.
Pero a Pablo González, quien en 2015 estrenó su ópera prima Cord, no le interesa ser un autor con muchas películas en su filmografía. A él lo que le emociona es rodar, el proceso de hacer el filme, estar con la gente, ir al set.
En diálogo con El Espectador, el cineasta reflexionó sobre el poder del miedo y la desesperanza, su pasión por el cine negro adaptado a nuestro entorno, los riesgos de entrar en los terrenos de la violencia y el melodrama, y su posición moral frente a la violencia en su obra.
Pablo, cuando vi la película no pude dejar de pensar en un diálogo de la cinta “Hell or High Water”, en el que se dice que la “pobreza es contagiosa”, queriendo expresar la imposibilidad de salirse de un círculo vicioso familiar, heredado generación tras generación. Considero que ese es el espíritu de “Los Fierros”.
La historia explora la conexión trágica entre los lazos de sangre y el destino. La noción del destino es vista menos desde su naturaleza determinista, y más como la idea de que uno no elige la familia —ni el mundo, de hecho— en la que uno nace. Heredamos nuestros lazos de sangre como cargas o bendiciones, pero nunca como elecciones.
Al acompañar a los personajes se puede sentir sus miedos profundos y su desesperanza. ¿Cómo estructuró la película para no perder el foco comercial?
La película tiene dos partes. Al principio es más intimista, más contemplativa. Tú puedes acompañar a los personajes en ese drama susurrado, que implica su vuelta a la normalidad luego de Federico sale de la cárcel con el propósito de corregir su rumbo, mientras su hermano Ramiro sigue involucrado en negocios turbios. Y la segunda mitad es cruda y fuerte, fuera de control. Eso de dos películas de una sola me parece chévere.
Cuando dice que la película se sale de control, me imagino que se refiere al poder que ejerce la violencia sobre la historia...
Justamente planteo que la violencia es como una caja que se abre y destruye hasta la misma historia. Aquí los personajes no doman la violencia y la utilizan para el cumplimiento de sus objetivos, como tal vez ocurre en mis primeros tres cortos: la trilogía El día negro, en los que tenía una fascinación por el cine criminal y la estetización de la violencia. La sangre por la sangre.
¿Y ya no siente esta fascinación?, porque “Los Fierros” es cruda…
Ahora pienso que la violencia siempre implica una posición moral e intento mostrar sus consecuencias. Para mí, esa es una gran diferencia. Aunque, lo repito, la película tiene una voluntad de entretenimiento.
¿Cómo logra empatar entonces lo del entretenimiento con el cine negro?
El cine negro es para mí una forma de ver el mundo con cierto pesimismo, escepticismo y existencialismo, y es transversal a cualquier género, en este caso un thriller, de emoción, con carreras y persecuciones en motocicletas, gánsteres, crimen, la clásica mujer fatal y, por supuesto, la corrupción. Muy cercana a mi concepción, según mi psiquiatra. De todas formas, para mí el género es un vehículo para que la gente te abra la puerta para hablar de otras cosas.
Un universo imposible de desligar de nuestra realidad nacional. ¿Usted cree que esta asociación pueda ser considerada por parte del público como algo desgastante o, todo lo contrario, algo atractivo?
No me preocupa hacer un retrato del país; la verdad, no la hice con la intención social de hacer una denuncia. Si alguien la ve así, es algo muy personal. Lo que me importa es el tema de la violencia. Espero es que la gente sufra con los personajes y que esto al final lleve a una reflexión, pensar sobre la familia, las relaciones, las oportunidades que alguien ha tenido en la vida y las que no.