“Metal Lords”: una amistad con muchos decibeles
La nueva película musical de la plataforma Netflix recurre a las grandes bandas del “heavy metal” con sus canciones, afiches e incluso la participación de algunas de sus estrellas, pero lo más importante es que cuenta una entrañable historia de hermandad y perseverancia.
Alejandro Bonilla C. @alejandrosis
El rock pesado, o metal si se prefiere, ha sido expuesto en el cine con hilarantes relatos acerca de su irreverencia y extravagancia —This is Spinal Tap o Wayne’s World—, así como también ha dado cuenta de sus excesos y violencia —Lords of Chaos—. Sin embargo, la nueva apuesta de Netflix va en otra dirección con un relato juvenil donde lo importantes es la música como válvula de escape al matoneo, las enfermedades mentales y el desarrollo hormonal.
(Le recomendamos: “Las Villamizar”, el empoderamiento femenino desde otra perspectiva)
Hunter y Kevin son dos chicos que van al colegio y son amigos desde tercer grado. Para Hunter, el metal da razón a su existencia. Hijo de un cirujano plástico, no recibe mucho cariño por parte de él, pero sí posee los recursos económicos para tener una habitación llena de finas guitarras eléctricas —como la empleada por Eddie Van Halen, de Van Halen— y un poderoso automóvil que lleva las placas del famoso álbum Powerslave, de Iron Maiden. Su compañero vive una situación no tan cómoda, pero desea aprender todo lo relacionado con el género, y más aún desempeñarse como baterista.
Juntos conforman Skullfucker, un grupo de post death metal, con el serio propósito de alcanzar la gloria. Para ello, el primer paso será ganar una batalla de las bandas que se realizará en su escuela. Allí deberán competir contra Mollycoddle, un conjunto que toca en fiestas y matrimonios un tipo de rock benigno que goza del beneplácito de la mayoría de los alumnos.
(Le puede interesar: “Élite”: ¿qué se sabe sobre la sexta temporada?)
La amistad entre Hunter y Kevin se pone a prueba cuando el baterista conoce a Emily, una violonchelista de ascendencia escocesa que debe tomar medicinas psiquiátricas. Maravillado por su capacidad en las cuerdas, Kevin le comparte una lista de bandas claves con las que él ha venido aprendiendo a castigar los tambores para inducirla en un estilo muy diferente al que ella practica.
Emily encuentra una conexión inmediata con aquella música, a menudo considerada ruidosa y diabólica por los más conservadores. Sin embargo, su posible inclusión en Skullfucker es rechazada por Hunter. Las razones del guitarrista y cantante también resultan ortodoxas: porque es mujer y no le convence su forma de vestir.
(Lea también: Mads Mikkelsen asume la varita de un poderoso mago)
Metal Lords logra con dinámica desarrollar su argumento acerca de los conflictos propios de la adolescencia, como son la identidad, la aceptación social, el primer amor y definir un futuro. Para ello emplea el humor, y aunque algunas situaciones resultan bastante ridículas, tiene un toque de ternura que la transforma en una película encantadora.
Está respaldada por una sólida banda sonora con gemas puras del género: una persecución automovilística a ritmo de Judas Priest, una exposición en clase con los acordes de Motörhead, un escape de un centro de rehabilitación con la furia de Metallica o una llamada en busca de reconciliación bajo la notas de Guns N’ Roses.
(Además: “Somebody Somewhere”, la búsqueda de una voz)
Incluso podemos ver un sensacional cameo en el que reconocidas figuras juegan a ser ángeles y demonios sobre los hombros de un confundido Kevin: los guitarristas Kirk Hammett, de Metallica, y Scott Ian, de Anthrax, así como el sabio consejo del cantante Rob Halford, de Judas Priest, y la aparición de Tom Morello, fundador de Rage Against the Machine y productor ejecutivo del filme.
Cuando Skullfucker debe probarse en escena consigue ser convincente. Su particular ensamble instrumental resulta llamativo, y la canción que interpretan ante sus compañeros de clase, llamada “Machinery of Torment”, es una explosión metálica que seguramente les aseguraría un contrato discográfico.
(También: Morgan Freeman protagoniza una historia de no ficción)
Aunque aparecen los padres de los chicos, la rectora de la escuela y algún terapeuta con pasado metalero, el foco está en los jóvenes talentos. Allí se destaca la convincente actuación de Emily (Isis Hainsworth), la ingenuidad de Kevin (Jaeden Martell) y aunque es un pesado, de a poco va ganando algo de simpatía Hunter (Adrian Greensmith).
Este es un divertimento orientado a un público amplio. No pretende ser una cátedra musical, aunque sí logra captar el ojo con sus imponentes instrumentos y amplificadores, además de aquellos guiños a esas agrupaciones que sacudieron y sacudirán cráneos por las próximas décadas. Los créditos con un tributo a Black Sabbath, pioneros del estilo, son una bendición infernal.
El rock pesado, o metal si se prefiere, ha sido expuesto en el cine con hilarantes relatos acerca de su irreverencia y extravagancia —This is Spinal Tap o Wayne’s World—, así como también ha dado cuenta de sus excesos y violencia —Lords of Chaos—. Sin embargo, la nueva apuesta de Netflix va en otra dirección con un relato juvenil donde lo importantes es la música como válvula de escape al matoneo, las enfermedades mentales y el desarrollo hormonal.
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Hunter y Kevin son dos chicos que van al colegio y son amigos desde tercer grado. Para Hunter, el metal da razón a su existencia. Hijo de un cirujano plástico, no recibe mucho cariño por parte de él, pero sí posee los recursos económicos para tener una habitación llena de finas guitarras eléctricas —como la empleada por Eddie Van Halen, de Van Halen— y un poderoso automóvil que lleva las placas del famoso álbum Powerslave, de Iron Maiden. Su compañero vive una situación no tan cómoda, pero desea aprender todo lo relacionado con el género, y más aún desempeñarse como baterista.
Juntos conforman Skullfucker, un grupo de post death metal, con el serio propósito de alcanzar la gloria. Para ello, el primer paso será ganar una batalla de las bandas que se realizará en su escuela. Allí deberán competir contra Mollycoddle, un conjunto que toca en fiestas y matrimonios un tipo de rock benigno que goza del beneplácito de la mayoría de los alumnos.
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La amistad entre Hunter y Kevin se pone a prueba cuando el baterista conoce a Emily, una violonchelista de ascendencia escocesa que debe tomar medicinas psiquiátricas. Maravillado por su capacidad en las cuerdas, Kevin le comparte una lista de bandas claves con las que él ha venido aprendiendo a castigar los tambores para inducirla en un estilo muy diferente al que ella practica.
Emily encuentra una conexión inmediata con aquella música, a menudo considerada ruidosa y diabólica por los más conservadores. Sin embargo, su posible inclusión en Skullfucker es rechazada por Hunter. Las razones del guitarrista y cantante también resultan ortodoxas: porque es mujer y no le convence su forma de vestir.
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Metal Lords logra con dinámica desarrollar su argumento acerca de los conflictos propios de la adolescencia, como son la identidad, la aceptación social, el primer amor y definir un futuro. Para ello emplea el humor, y aunque algunas situaciones resultan bastante ridículas, tiene un toque de ternura que la transforma en una película encantadora.
Está respaldada por una sólida banda sonora con gemas puras del género: una persecución automovilística a ritmo de Judas Priest, una exposición en clase con los acordes de Motörhead, un escape de un centro de rehabilitación con la furia de Metallica o una llamada en busca de reconciliación bajo la notas de Guns N’ Roses.
(Además: “Somebody Somewhere”, la búsqueda de una voz)
Incluso podemos ver un sensacional cameo en el que reconocidas figuras juegan a ser ángeles y demonios sobre los hombros de un confundido Kevin: los guitarristas Kirk Hammett, de Metallica, y Scott Ian, de Anthrax, así como el sabio consejo del cantante Rob Halford, de Judas Priest, y la aparición de Tom Morello, fundador de Rage Against the Machine y productor ejecutivo del filme.
Cuando Skullfucker debe probarse en escena consigue ser convincente. Su particular ensamble instrumental resulta llamativo, y la canción que interpretan ante sus compañeros de clase, llamada “Machinery of Torment”, es una explosión metálica que seguramente les aseguraría un contrato discográfico.
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Aunque aparecen los padres de los chicos, la rectora de la escuela y algún terapeuta con pasado metalero, el foco está en los jóvenes talentos. Allí se destaca la convincente actuación de Emily (Isis Hainsworth), la ingenuidad de Kevin (Jaeden Martell) y aunque es un pesado, de a poco va ganando algo de simpatía Hunter (Adrian Greensmith).
Este es un divertimento orientado a un público amplio. No pretende ser una cátedra musical, aunque sí logra captar el ojo con sus imponentes instrumentos y amplificadores, además de aquellos guiños a esas agrupaciones que sacudieron y sacudirán cráneos por las próximas décadas. Los créditos con un tributo a Black Sabbath, pioneros del estilo, son una bendición infernal.