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“Yo le di una llave de la casa y le dije: nunca vayas a perder esta llave porque si la pierdes vamos a sufrir tú y yo; alguien puede entrar y solo vivimos los dos aquí. Y él, antes de irse al espacio, me dijo, mire, mami, aquí tengo la llave que usted me pidió que no perdiera”. Son las palabras de Myrna Argueta, mamá de Francisco Carlos Frank Rubio Márquez, quien el pasado 27 de septiembre se convirtió en el astronauta estadounidense que más tiempo ha vivido en el espacio. Se las dijo a su hijo cuando él apenas tenía siete años y ella era una mujer de 23 que aprendía a ser mamá. Corría el año 1983.
Esta anécdota habría pasado desapercibida si Frank no hubiera guardado por 40 años esa llave que su mamá le pidió no botar. Por el contrario, atesorar esa llave, la llave de la casa en la que vivió de niño, revela el carácter de este médico, piloto y científico de la NASA: apasionado por los detalles. Cuidadoso. Contrario a lo que pueden soñar muchos niños cuando les preguntan qué quieren ser cuando sean grandes, a Frank nunca se le pasó por la cabeza que iba a ser astronauta. Mucho menos imaginó que una falla en la cápsula que lo traería de regreso a la Tierra, en marzo de 2023, cambiaría sus planes y lo llevaría a batir un récord.
A este astronauta de origen salvadoreño la vida lo ha sorprendido de mil maneras diferentes. Por ser hijo de una madre adolescente, migrante y de bajos recursos, las posibilidades jugaban en su contra. Pero el talento de Frank siempre fue una carta a su favor y, en contravía de su realidad, con gran paciencia cultivó sus sueños hasta que dieron frutos: en 2017 fue seleccionado miembro del grupo 22 de astronautas de la NASA —entre 18.300 aspirantes— y en julio de 2022 la agencia espacial anunció que haría parte de la tripulación a bordo de la nave rusa Soyuz MS-22, que viajaría a la Estación Espacial Internacional.
¡Houston, tenemos un problema!
Era una hazaña de otro mundo y él estaba hecho para los grandes desafíos. Frank emprendió su vuelo el 21 de septiembre de 2022 en la nave Soyuz para cumplir con la expedición 68 y 69 de la NASA. Allí tenía que permanecer, junto a dos cosmonautas rusos, 188 días. Pero así como en la vida, en el espacio cualquier cosa puede pasar, y la nave que regresaría a Frank y a sus dos colegas rusos, Serguéi Prokópiev y Dimitri Petelin, sufrió una pérdida de refrigerante que obligó a la tripulación a abortar la misión de volver a Tierra y permanecer por más tiempo del previsto en la Estación Espacial.
De nuevo comenzaba el conteo regresivo para Frank y sus compañeros de vuelo. Serían 183 días adicionales en el espacio. Sin querer, este episodio con la nave había desbloqueado una nueva aventura lejos de la Tierra y Frank sería el protagonista. Aprovechó sus días para aprender de todo y de todos en la Estación Espacial, cuyo tamaño es similar al de una cancha de fútbol y gira alrededor de la Tierra en una órbita baja a 400 kilómetros de altura.
Paralelamente, en la Tierra, la mamá de Frank buscó la manera de estar cerca a él mientras pasaba otros seis largos meses lejos. En las noches, cuando la incertidumbre se apoderaba de su sueño hasta vencerlo y le impedía pegar el ojo, Myrna salía al patio, se recostaba en la hamaca y se quedaba viendo las estrellas imaginando que una de ellas podía ser la estación donde estaba Frank. “A veces pienso, ¿será que va pasando por aquí? Porque siempre me acuesto en una hamaca que tengo en un patio con muchos árboles frutales y digo: dónde estará mi hijo, seguro está bien”.
Myrna hizo este ejercicio muchas veces: mirar al cielo e imaginar a su hijo muy cerca de ella. Rubio estuvo a bordo de la Estación Espacial Internacional 371 días y, mientras su mamá imaginó verlo desde el patio de su casa en Conchagua, El Salvador, Frank experimentó más de 5.800 amaneceres y anocheceres desde una gran ventana de la Estación. Según la NASA, Frank Rubio completó el equivalente a unos 328 viajes de ida y vuelta a la Luna y fue testigo de la llegada de 15 naves espaciales y de la partida de otras 14 astronaves en misiones de carga tripuladas y no tripuladas durante su estancia en el espacio.
La mujer detrás de la hazaña
A Myrna Argueta la conocimos justo la semana en que el nombre de Frank ocupaba los titulares de medios de comunicación locales e internacionales por ostentar el título del astronauta estadounidense con mayor permanencia en la estación, después del cosmonauta ruso Valeri Polyakov, que estuvo 437 días a bordo. Era miércoles 13 de septiembre y hacía un calor apabullante en San Miguel, ciudad ubicada a tres horas de San Salvador, adonde llegaron Myrna Argueta y el equipo de Los informantes de María Elvira Arango.
San Miguel nos recibió con un abrazo caluroso y Myrna tenía una sonrisa de oreja a oreja. La sensación térmica superaba los 30 grados. Llegó en su carro después de conducir 45 minutos desde su casa hasta el punto de encuentro. A sus 63 años, está convencida de que haber aprendido a conducir es uno de sus mayores logros y que con su carro puede llegar a la Luna si se lo propone. Llevaba puesta una camisa de manga larga de rayas, un jean, tenis y una gorra rosa que ocultaba su pelo rizado y no se quitó durante la entrevista. Debía cuidarse de un resfriado que había contraído. Éramos el primer medio colombiano que llegaba hasta su tierra en busca de las raíces de Frank.
La voz de Myrna estaba llena de matices suaves: hablaba despacio, como si cuidara cada palabra. Su tez blanca había empezado a reaccionar al sol. Estaba roja y también tenía mucha sed. Se hidrató con agua y, con la sonrisa siempre sostenida, comenzó a narrar lo difícil que fue la crianza de Frank: “Yo tuve un embarazo joven, de 16 años, pero vino la mano salvadora de mi mamá y me dijo: no te preocupes, yo te voy a ayudar. Lo único que te pido es que no dejes de estudiar”. Doña Lidia Márquez, abuela de Frank, le dio ánimos como pudo. Le dijo que ese hijo sería una bendición y que agrandaría la familia.
Argueta tuvo a Frank en Estados Unidos, pero acordó con doña Lidia que lo enviaría a vivir a El Salvador los primeros años. Ese tiempo fue el más difícil para Myrna, pues en la distancia tuvo que “romperse el lomo” para brindarle un mejor futuro a su hijo mientras se perdía de verlo crecer. Cuando no estudiaba, Myrna se dedicaba a trabajar para que a Frank no le faltara nada. Se levantaba a las tres de la mañana y se acostaba muy tarde en la noche. Fueron años de sacrificios y largos horarios que poco a poco fueron recompensados. Frank pudo terminar sus estudios escolares a su lado.
Siempre fue el número uno en su salón de clases y, una vez terminó el bachillerato, West Point, la academia militar más antigua y prestigiosa de Estados Unidos, envió a un cazatalentos para que lo sedujera a empezar la carrera militar. Su talento poco a poco se iba transformando en la llave que le abriría mil puertas. “Él aprendió a leer a los tres años porque mi madre era maestra y lo llevaba a la escuela. Él todo lo que veía lo aprendía (…) y empezó a entender desde muy pequeño que lo único que lo iba a sacar adelante era el estudio”, recordó Myrna con nostalgia en su voz. “Yo siempre le dije que su trabajo era estudiar y que el mío era mantenerlo para que fuera un buen estudiante, así que a mí no me servía una B o C, yo quería una A y punto”.
Y en eso, en ese carácter exigente, Frank se parece a su mamá. No ha hecho otra cosa que estudiar y trabajar. Además de astronauta es médico y piloto. Tiene más de 1.100 horas de experiencia volando helicópteros Black Hawk, incluidas más de 600 horas de combate en Bosnia, Irak y Afganistán. Como es común en las familias con médicos, estos se vuelven una especie de consejeros rodeados por sus pacientes y parientes. La familia de Frank no es la excepción a esta regla. Él es quien examina a Myrna cada vez que un dolor la aqueja y ella es su paciente favorita, pero también la más difícil. “Un día le dije: ya no vas a ser mi médico, ya no quiero que seas mi médico porque siempre que me duele algo me dices que camine y tome agua; señora, usted no tiene nada. Y tenía razón porque a veces uno se queja por pequeñeces”, mencionó.
Misión cumplida
No quejarse, esa frase la grabó Frank en piedra porque sabía lo dañino que podría ser para él en la misión durante sus horas más difíciles. Durante esta misión récord, Rubio dedicó tiempo a actividades científicas sobre la salud humana e investigaciones con plantas. De hecho, hasta su último día en la Estación consintió a una planta de tomates hidropónicos sembrada para ayudar a satisfacer las necesidades dietéticas de los astronautas.
Cuando no investigaba, aprovechaba para llamar a su esposa, a sus cuatro hijos y a su mamá, a quien le regaló la oportunidad de ver el espacio a través de la gran ventana que tiene la Estación Espacial Internacional, a la que se acercó durante una videollamada. “Quiero llevarla a la ventana para que vea el mundo, me dijo. Entonces se fue y me mostró. Fue impresionante ver ese azul diferente, precioso”, recordó Myrna todavía impresionada por lo que había podido experimentar a través de su hijo.
Las llaves de casa
La hazaña para Frank y sus otros dos compañeros de vuelo terminó el pasado 27 de septiembre en una zona remota y semiárida cerca a la ciudad de Zhezkazgan (Kazajistán). Al igual que el mundo entero, Myrna pudo seguir la llegada de su hijo a través del canal oficial de la NASA, que empezó a transmitir los pormenores desde muy temprano ese miércoles.
Rubio dejó la estación espacial a las 3:54 a. m., horario del este de Norteamérica, y realizó un aterrizaje sin incidentes a las 7:17 a. m. La cápsula en la que viajó Frank se veía como un pequeño punto negro, y la sostenía un paracaídas que al abrirse demoró un par de minutos en tocar tierra. El cielo de Zhezkazgan le dio la bienvenida a la tripulación con muchas nubes. Una vez lograron salir de la cápsula, un equipo de apoyo estaba al pie del cañón, listo para ayudar a los tres astronautas.
Los 371 días que aguardó en el espacio este astronauta de 47 años son una muestra de la paciencia que ha cultivado durante años. Frank siempre tuvo la llave que le permitiría desafiar contratiempos de este tamaño. Desde pequeño, cada vez que enfrentaba un nuevo reto en medio de las dificultades que vivían él y su mamá, Rubio siempre tenía la plena convicción de que todo estaría bien. Su mamá no olvida los momentos que le revelaban, cuando era un niño, el carácter que tendría ante la adversidad.
Un día, cuando Frank ya tenía las llaves de casa y sabía lo importante que era cuidarlas, Myrna llegó a su vivienda y le sorprendió verlo en la puerta. “Yo lo encontré sentado en un banquito y le dije: mi amor, ¿por qué no has entrado? Me respondió: porque no alcanzo mamita, no alcanzo a abrir la puerta. Ese día me puse a llorar y pedí dinero prestado para mandar a bajar la chapa y que él pudiera alcanzarla”.
Quién creería que la imagen de Rubio sentado en el banquito, esperando pacientemente a su mamá, se volvería a repetir años después, pero a una escala mucho mayor, lejos de la Tierra y con traje de astronauta. Esta vez no tendría que esperar en un banquito de su barrio a que su mamá llegara de trabajar, sino que tendría que aguardar por un año en la imponente Estación Espacial Internacional a que su misión terminara. Los sacrificios de su mamá no solo le ayudaron a alcanzar la chapa a un niño brillante, sino también le dieron la llave para abrir mil puertas y soñar que sí es posible “tocar el infinito” con las manos.
* El programa periodístico Los Informantes cumple hoy 10 años. Desde que salió al aire en el Canal Caracol lleva 480 programas emitidos y 1.440 grandes historias contadas. Según su directora, María Elvira Arango, “explorando la esencia de la gente que hace girar la Tierra, descubriendo la realidad que otros creen ficción y encontrando lo extraordinario en lo común. Adentrándose donde nadie se atreve”. Este domingo a las 8:30 p.m. revelará tres grandes historias, aparte de la del astronauta de origen salvadoreño, un reportaje sobre niños cruzando el Darién, fenómeno que se multiplicó por cinco en lo que va de 2023. Más de 88.000 menores arriesgaron su vida atravesando la selva más peligrosa del planeta. Armandina Pimentel y sus cuatro hijos, de 10, 8, 5 y 2 años, llegaron a Panamá rumbo al sueño americano. Y una entrevista a David Vélez Osorno, el colombiano más rico del mundo, según la revista Forbes. Es dueño de Nubank, un banco sin billetes y donde toda la operación es digital.