Oppenheimer, un ladrón de fuego
La película dirigida por Christopher Nolan se sumerge en un personaje de la mitología griega para explicar las complejidades del genio.
Joseph Casañas Angulo
Un genio ególatra, un comunista de clóset, un políglota consumado, un hombre fiel a la ciencia e infiel al amor, un idealista, un hombre inseguro e ingenuo, un estoico, un hombre vivaz y noble, el padre de la bomba atómica. De Julius Robert Oppenheimer mucho se ha dicho, pero en la película que dirigió Christopher Nolan, estrenada el pasado jueves, se desarrolla una idea de Oppie, como lo llamaban sus amigos, poco explorada en la historia.
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Un genio ególatra, un comunista de clóset, un políglota consumado, un hombre fiel a la ciencia e infiel al amor, un idealista, un hombre inseguro e ingenuo, un estoico, un hombre vivaz y noble, el padre de la bomba atómica. De Julius Robert Oppenheimer mucho se ha dicho, pero en la película que dirigió Christopher Nolan, estrenada el pasado jueves, se desarrolla una idea de Oppie, como lo llamaban sus amigos, poco explorada en la historia.
J. R. Oppenheimer fue en realidad un ladrón. Un pillo que, como el Prometeo de la tragedia griega, robó el fuego del sol a los dioses para entregárselo a los humanos que querían ganar la guerra. Ese fuego hoy sigue vivo y si algún loco aprieta el botón, nos vamos a quemar todos.
La película de Nolan se basa en Prometeo americano: el triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, una biografía escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin que fue publicada en 2005.
Cillian Murphy, el actor que interpreta al científico, dice que haber interiorizado el mito de Prometeo le ayudó a entender la complejidad del personaje. “Realmente esos matices de Prometeo se sienten en la película. Pactos y hechos para lograr objetivos. Es realmente poderoso”.
La obra en la que se basó la cinta, que llega a Colombia bajo el sello Debate, presenta pistas sobre el personaje central de la película. Con testimonios de amigos, compañeros de trabajo, muchos de ellos ya muertos, y documentos recopilados escritos incluso por el mismo Oppenheimer que se encuentran en la Biblioteca del Congreso, se configuró una idea de esa personalidad repleta de matices. “Pocos hombres han sufrido tal escrutinio de su vida pública. Los lectores oirán sus palabras, atrapadas por las grabadoras del FBI y transcritas después. Muchos de los entrevistados en las décadas de los 70 y 80 no siguen vivos, pero las historias que contaron dejan un retrato lleno de matices de un hombre extraordinario que nos introdujo en la era nuclear y luchó, sin éxito —como hemos seguido luchando—, por encontrar una manera de eliminar el peligro de esa guerra”, se lee en el prefacio de la obra publicada por El Espectador esta semana.
Y es que para Christopher Nolan la historia de la invención de la bomba atómica, contada en Oppenheimer, puede actuar como una advertencia para la humanidad ya no de un solo peligro (el fuego de Zeus convertido en bomba), sino de muchos fuegos más que atentan contra la misma humanidad.
“La irrupción de las nuevas tecnologías es algo que sucede constantemente en nuestras vidas y muchas veces conlleva miedo por lo que puedan traer. Creo que mucho de eso proviene de la historia de Oppenheimer. La historia de la bomba es la máxima expresión de la ciencia, algo esencialmente positivo, con consecuencias negativas en última instancia”, reflexiona el cineasta, conocido por Origen y la trilogía Batman, con Christian Bale.
Nolan pone sobre la mesa la carrera frenética de la inteligencia artificial, ¿acaso una versión moderna de una bomba atómica?
“Los investigadores de la IA se refieren al momento presente como un momento Oppenheimer”, dice Christopher Nolan, refiriéndose a la primera prueba atómica de la historia, cuando algunos temían que la fisión nuclear llevaría a una reacción en cadena descontrolada que pulverizaría todo el planeta. Estos investigadores “están interesados en esta historia porque suministra puntos de referencia sobre el alcance de su responsabilidad, sobre lo que tienen que hacer”.
La película muestra cómo, en ese preciso momento, en plena guerra, el desarrollo de la bomba era un dilema para los científicos. Oppenheimer abogó sin éxito por el control internacional de armas nucleares, con la esperanza de que condujera a la paz.
Los hombres del Proyecto Manhattan, que desembocó en la primera bomba atómica, “habían pasado por la Primera Guerra Mundial y estaban tratando de poner fin a la Segunda Guerra Mundial. Algunos dicen que la existencia del arma atómica puede haber traído estabilidad al mundo (…), personalmente no lo encuentro tan tranquilizador, pero demuestra que no hay una respuesta simple a los dilemas que plantea tal descubrimiento. No creo que [esta historia] ofrezca una respuesta fácil. Es una advertencia. Muestra los peligros”.
Según cuenta la historia, el científico pronunció una frase extraída del poema épico hindú Bhagavad Gita: “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. Esta declaración reflejó su sentimiento de arrepentimiento y responsabilidad que lo atormentó hasta sus últimos días. Falleció el 18 de febrero de 1967 a los 62 años. Sin embargo, su legado como el padre de la bomba atómica y su complicada analogía con la ciencia y la ética permanecen vigentes.