“El secuestro del papa”, a más de un siglo de una herida abierta
Los soldados del papa irrumpen en la casa de los Mortara para secuestrar a su hijo de siete años, Edgardo. La película sigue la lucha de la familia para tratar de recuperar a su hijo ante esta acción de la iglesia católica.
Sandra M. Ríos U. - CineVista
Del caso de Edgardo Mortara, conocido como “el niño judío secuestrado por el papa”, hay dos interpretaciones: La de la iglesia católica, que categóricamente asegura que lo del pequeño no fue un rapto, sino un proceso de conversión, y la de los judíos, que lo declaran como uno de los más polémicos hechos históricos de antijudaísmo cristiano.
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Del caso de Edgardo Mortara, conocido como “el niño judío secuestrado por el papa”, hay dos interpretaciones: La de la iglesia católica, que categóricamente asegura que lo del pequeño no fue un rapto, sino un proceso de conversión, y la de los judíos, que lo declaran como uno de los más polémicos hechos históricos de antijudaísmo cristiano.
Más de 160 años después, el tema continúa generando tensiones entre judíos y católicos, y ahora llega a cartelera la película “El secuestro del papa” (Rapito), coproducción italiana bajo la dirección de Marco Bellochio que entrega un gran panorama de lo sucedido.
La historia es tan sorprendente, incluso inaudita y singular, si se quiere, que a la luz de los tiempos modernos que de Mortara se han escrito por lo menos tres libros reconocidos; el de su descendiente Elèna Mortara “Writing for Justice: Víctor Séjour, the Kidnapping of Edgardo Mortara and the Age of Transatlantic Emancipations”, autora que ha sostenido una lucha porque no se olvide el caso y las repercusiones históricas que conllevaron. También está el del historiador y antropólogo estadounidense David I. Kertzer “The Kidnapping of Edgardo Mortara”, publicado en 1997, que despertó el interés de Steven Spielberg (de herencia judía) y hasta llegó a decirse que había casting para una adaptación bajo su dirección hace apenas ocho años.
El guion de esta película, estrenada en competencia en Cannes 2023, se basa en el libro del periodista italiano “Il Caso Mortara” publicado en 1996, que justamente se destaca por profundizar en el impacto no solo religioso, sino político y social de este incidente, evaluando cómo afectó las relaciones entre judíos y cristianos, pero sobre todo cómo fue un elemento que se aprovechó para la posterior caída del poder temporal del papa.
Y es que para entender el contexto en el que se dio el rapto hay que partir que en 1858, Bolonia, lugar donde vivía la familia Mortara, hacía parte de los Estados Pontificios, es decir, estaba bajo la soberanía directa del papa y entre las leyes que se imponían y delimitaban las relaciones entre judíos y católicos estaba la que no permitía que la comunidad judía contratara servicio doméstico de religión cristiana y la del bautizo, sacramento que para la fecha era estricto y otorgaba el derecho irrestricto a conocer el cristianismo.
La familia Mortara tenía contratada a una criada católica, Anna Morisi, quien encariñada con el pequeño Edgardo decidió practicarle un bautizo clandestino cuando enfermó y temió por su vida – bajo la creencia que un alma no bautizada caía al morir en el limbo. Esas dos situaciones marcaron la vida de este pequeño y de esta familia para siempre. Los inquisidores de la Iglesia al enterarse de los hechos se lo dieron a conocer a Pío IX, el papa Rey, y este aplicó la ley vigente: comprobado el bautizo, no autorizado por sus padres, eso sí, al niño “debía” brindársele su derecho a una educación cristiana y, por tanto, fue separado de su familia y llevado inicialmente a Roma para iniciar su educación religiosa.
La película de Marco Bellocchio hace un amplio recorrido por la historia, partiendo de 1852, nacimiento de Edgardo, hasta 1878, fecha que marca la muerte de Pío IX, pasando por la pérdida de los Estados Pontificios. Con grandes detalles, recoge de entrada el traumático evento de la separación familiar repentina del sexto hijo de la familia Mortara – inmortalizada en una pintura del pintor judío Moritz Daniel Oppenheim en 1962 (The Kidnapping of Edgardo Mortara).
“El secuestro del papa” ( Rapito) en adelante se mantiene en tres líneas narrativas. Una que sigue el drama de los padres de Edgardo y su lucha hasta su muerte por recuperar a su hijo y que no perdiera su origen y religión heredada. Otra, que intenta descifrar el sentir de un niño que lo sacan del seno de su hogar y es llevado a un lugar donde es criado con ciertos privilegios y donde va creciendo con otras costumbres. Una más que es la que evalúa cómo el niño se convirtió, sin imaginarlo, en uno de los catalizadores del derrocamiento de los Estados Pontificios para pasar a la unificación de Italia y de la presión internacional que se ejerció por cuenta de su rapto.
Con un impecable diseño de producción y un casting excepcional, donde hasta los niños actúan de forma destacada, la visión de Bellocchio también pone el foco en la figura de Pío IX, enfatizando en su inmensa terquedad de aplicar una ley absurda a un caso que bien pudo pasar desapercibido y su decisión de no revertirla a pesar de saber las consecuencias perjudiciales y globales que estaba teniendo para la iglesia católica, escudado en una férrea convicción de fe y cumplimiento del deber. La película transita con fluidez por temas de complejidad histórica y política, sin densidad alguna.
Finalmente, acierta también el director en mostrar la dificultad del caso desde lo íntimo al dejar ver cómo Edgardo aceptó casi sin él mismo ser consciente su nueva religión, llegando incluso a convertirse en sacerdote y ser fiel al papa, lo que provocó conflictos en su entorno familiar.
Del espectador queda disfrutarla responsablemente, conociendo de antemano las tensiones y heridas que despierta, y las visiones discordantes de ambos sectores. Por un lado, el dolor judío de un hijo convertido por decisión no propia al catolicismo y, por el otro, el orgullo de una iglesia católica que venera la obra en sí misma que representa Edgardo Mortara, un hombre entregado a su fe hasta su fallecimiento en 1940 y del que han querido su beatificación.