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La charla es en un remolque. El clima fresco en el interior del aparato contrasta con el del exterior, en donde el sol quema y la humedad ahoga. La brisa es escasa. Estamos en una zona selvática entre Magdalena y La Guajira. En un punto en el que el mar y el monte se fusionan.
Sandra Reyes espera el llamado. Tiene la piel ajada, las manos y los antebrazos excesivamente delgados, las venas reptan en relieve sobre una piel maltratada, el pelo parece alambre, muchos hilos son cenizos. Tiene la frente agrietada. Es un ente que atemoriza. La actriz atiende la entrevista caracterizada como uno de sus últimos personajes. Es la muerte o algo así.
“Este ha sido el papel más retador de mi vida. Es un personaje raro. Es como una bruja o una maga o ambas. Trae consigo la muerte. Y ha sido difícil porque he tenido que intentar descifrar cómo habla la muerte, cómo mira, a qué huele”, le dijo la actriz a El Espectador. El proceso de maquillaje tardaba alrededor de dos horas.
El último papel de Sandra Reyes
La charla fue hace siete meses. Ese papel le llegó una vez terminó de encarnar a Aracely, la mamá de Rigoberto Urán en Rigo y de interpretar, 20 años después, a la doctora Paula Dávila, el amor eterno de Pedro Coral Tavera, el entrañable galán de pueblo al que le dio vida Miguel Varoni y que tuvo su segunda parte este año.
Dos de los últimos trabajos de Reyes tuvieron a la muerte como hilo conductor. Reflexiones y batallas en torno a la inevitable. En Pedro el escamoso 2: más escamoso que nunca, a Paula Dávila le diagnostican una enfermedad terminal. Tras algunos intentos por alargar su vida, la doctora decide no hacer más maromas para evitar la muerte.
“No vale la pena el desgaste de sufrir por algo que uno no puede cambiar. Cuando me enfermé la primera vez yo busqué apoyo de muchas formas. En filosofías, en creencias distintas, como para poder entender por qué me estaba pasando algo tan difícil. Y lo primero que entendí es que tenía que cambiar el por qué, por el para qué. Todavía no lo tengo muy claro, pero sí encontré una última esperanza. Yo ya estuve en este planeta, Pedro, y voy a volver”, le dijo a Coral cuando le confesó la situación de salud que enfrentaba.
La maga, la bruja, el ente al que Sandra Reyes le prestó su energía y que caminó sus pasos a principios de este año, danzó con la muerte sin parar. Y además de personificarla, la muerte, esa muerte, tuvo que aprender algunas palabras en arahuaco.
“Es un personaje mágico. La naturaleza tiene su tiempo, yo solo hago el trabajo y llego al mundo de los vivos a anunciar que el tiempo se ha acabado. Es una sabia”.
En pandemia, incluso antes, Sandra Reyes había decidido otra muerte. Guardó en una caja a una mujer altiva y con una idea de belleza que también fue enterrando con el tiempo. Esa mujer que enterró era, de alguna forma, más utilitaria para la industria del entretenimiento. Con busto grande, piernas largas, en minifalda y tacones. De hecho, ese atractivo físico fue clave para darle vida a la primera versión de la doctora Paula, versión que también quedó enterrada 20 años después.
“Lo que he experimentado me ha llevado a tener un entendimiento mucho más claro de la vida y mi profesión. Me he quitado muchas mentiras de encima. Cosas que la sociedad cree y quiere que uno crea, pero no son ni ciertas ni importantes. Ya no quiero encajar en el estereotipo de mujer linda. Lo más valioso es ser yo misma y no pretender ser alguien más”.
“Algunas mujeres desarrollan una masculinidad muy fuerte para darse a conocer y competir entre nosotras. A raíz de encuentros y ceremonias indígenas, entendí que debemos abrazar el poder de nuestra feminidad. En el fondo, las mujeres somos unas brujas maravillosas, pero nunca nos dejaron ni nos dijeron que podíamos serlo”, le dijo a este medio en una entrevista que se publicó en septiembre de 2016
En esa misma entrevista, cuando se le preguntó por su paso por producciones tan icónicas de la televisión colombiana, Reyes señaló: “Me ha dejado cariño. La gente siempre se me acerca con admiración y de una forma muy respetuosa. Vienen a mí con el corazón abierto y eso no tiene precio. Que el público tenga un bonito recuerdo de mi trabajo es un regalo maravilloso”.
En pandemia y en medio de aquella paranoia colectiva, la actriz se mudó a su finca en Ubaté, un espacio que heredó de su padre y en donde había pasado vacaciones y navidades con sus primos. Así lo reveló a revista Vea hace unos años. Allí se mudó junto a su hijo Jerónimo, que entonces tenía 15 años. Esa fue otra expresión de la muerte. Guardó a una mujer cosmopolita y sacó de la bolsa a una amante del campo, la naturaleza y la tierra.
“No me interesa vivir en la ciudad, no me siento a gusto, me siento feliz en el campo. Pienso que hay que volver al origen, a cultivar la comida, por muchas razones, porque me garantiza que no tiene venenos, que no está llena de tanta cosa que le echan y además tengo una tierra que está esperando a que la siembren. Me encanta comerme lo que siembro”.
A propósito de maternidad le dijo a El Espectador sobre los retos de ser mamá en el mundo del entretenimiento. “Una de las cosas más difíciles es entender nuestro ciclo menstrual y trabajar mientras menstruamos. Es un momento reflexivo en el que el cuerpo pide descanso y hacer cualquier cosa hacia fuera nos cuesta el triple de trabajo. Es tenaz tenerle que mostrar al público lo que uno está sintiendo cuando en realidad no se le quiere mostrar nada a nadie”.
“Tener que grabar tanto tiempo y dejar a los niños encargados siempre va a ser muy complicado. En mi caso, me parece que la maternidad ha sido crucial, porque gracias a ella me he podido dar cuenta de todo lo que tengo que cambiar. Ahora soy consciente de que debo atravesar una transformación para llegar a ser el ser humano que sé que soy y que quiero mostrarle a mi hijo”.