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"Podemos hacerlo sin dramas o con espectáculo", dice casi en el desenlace Michael Berg, el personaje que interpreta Fiennes, a Hanna Schmitz, encarnado por Winslet. El tercer as de la historia, Daldry, elige sin temblores la primera opción y hace al espectador leer entre líneas.
El director británico llegó a este proyecto después de haber sido acariciado antes de morir por Anthony Minghella, y, aunque se perciben los alientos grandilocuentes del realizador de The English Patient en 1996, Daldry lleva el filme al terreno que domina: la contención.
The Reader -que se estrena este viernes en Estados Unidos- sigue un difícil y transitado camino: el Holocausto, una historia de amor en la clandestinidad marcada por la diferencia de edad -ella mucho mayor que él- y la reconstrucción moral y física de toda Alemania.
Pero con su discreta gravedad, con su natural discurrir del dolor, el realizador se coloca de nuevo -y van tres de tres, tras Billy Elliot en el 2000 y The Hours en el 2002 - de cara al Oscar con esta película, adaptación de la aclamada novela del escritor alemán Bernhard Schlink.
Lo hace con esa ductilidad que permite mirar la tragedia con detenimiento, sostener el dolor y buscar en la escala de grises las causas de la barbarie. Daldry es un estudioso del alma. La lee y la relee, pero nunca la subraya. La contextualiza, la entiende, la matiza. Y en último término, concluye que juzgarla es una osadía, porque el mal tiene muchas caras. Casi tantas como el bien.
The Reader, el libro y la película, juega a contar una historia sobre la Historia. Como todos los grandes referentes que cita -La dama del Perrito, de Chejov; Doctor Zhivago, de Pasternak; o La Odisea, de Homero- apuesta por mostrar el mundo a través del hombre y no el hombre a través del mundo.
Pero a pesar de reducir sus ambiciones a una historia de aprendizaje entre dos personas imperfectas, "The Reader" tiene el gran y raro aliciente de contar muchísimas cosas y contarlas todas bien, en el fondo y en la forma
De ahí que, también con las inestimables labores de interpretación -además de Winslet y Fiennes, brilla el joven David Kross- la película sepa emocionar e impresionar con cada parcela de su narración, que cada línea de guión esté ahí por algo.
Así, ecléctica, intensa y sutil, siempre acompañada por el excelente gusto musical de Daldry -esta vez con el discípulo de Philip Glass, Nico Muhly-, The Reader mima y da cadencia romántica a una historia de amor, la colisiona delicadamente contra el rumbo de la Historia y, con sus cenizas, confecciona un hondo debate intelectual. Quizá sea demasiado para un Oscar.