Timadores cinematográficos: ¿Parásitos o artistas del engaño?
A propósito del reciente estreno de la película Parasites, del director Bong Joon-ho, una exquisita incursión del cineasta sur-coreano en el cine de estafadores, nuestro “experto” realiza una breve síntesis del género.
Deivis Cortés * / Especial para El Espectador
El camino del grifter
El cine denominado de “grifters” es un subgénero heredero de la tradición criminal, centrado, particularmente, en uno o varios hampones de bajo nivel que se dedican principalmente a la estafa y al engaño. Operan en el bajo mundo haciendo alarde de habilidades que rayan en la prestidigitación, tanto manual como verbal. El grifter, en este sentido, comienza siendo más un personaje que un género, un personaje llamativo dentro del variopinto universo de criminales que pueblan el cine policiaco y sus derivados: noir, thriller, gangsteril, carcelario. Así, la primera aparición de un estafador cinematográfico data de la película de Jules Dassin Night and the city (1950) donde el buscavidas (1) Harry Fabian (Richard Widmark), aliado con el personal de servicio de un establecimiento cercano al aeropuerto (portero y barman), finge ser un empresario acaudalado para simpatizar con los clientes extranjeros y encaminarlos a hoteles específicos de la zona. Situación que evidencia el carácter del personaje y su condición de estafador, pero que no es explotada en el resto del filme, cuya trama se centra en los negocios ilegales alrededor de la lucha greco romana. (Otra nota del columnista sobre saga Volver al futuro).
Un mecanismo similar es empleado en la película de Peter Bogdanovich Paper Moon (1973). Moses Pray (Ryan O´Neal) es un estafador que para sobrevivir en plena depresión americana, engaña a mujeres recién enviudadas vendiéndoles biblias a precios exorbitantes. Una vez más, la estafa es solo un pretexto, en este caso concebido para codificar al personaje ante los ojos de su hija y para entretejer una serie de relaciones entre ambos; tanto así, que cuando el espectador naturaliza la relación de los dos protagonistas, el elemento “estafa” prácticamente desaparece del plot. Es sólo desde The Sting (George Roy Hill, 1973), realizada curiosamente el mismo año, donde la estafa se apodera por completo de la trama dejando de lado otras narrativas también presentes. Ambientada en los años 30s, dos estafadores realizan pequeños timos callejeros. El conflicto se desencadena cuando, sin saberlo, timan a un mensajero de la mafia, y el gran capo, en venganza, ordena el asesinato de ambos timadores. Logran matar al estafador más veterano y, en consecuencia, el joven timador sobreviviente (Robert Redford) deberá buscar a un nuevo maestro (caído en desgracia por el alcohol) quien le ayudará a conformar un equipo de trabajo para organizar una macro-estafa que servirá como golpe de venganza frente al gangster y como prueba de valor y regreso del veterano caído en desgracia. Como se ve en esta breve sinopsis, el género gangsteril, a pesar de su tradición, peso y atractivo, pasa a ser solo el telón de fondo para una trama sustentada principalmente en la estafa, representada en varios niveles que forman una progresión que en adelante codificará al incipiente subgénero: 1. Estafas menores que son mostradas como hechos cotidianos (sin develar su condición de engaño) para luego enseñarnos el truco a través de sus efectos 2. Estafas de mayor calado donde se nos muestra parte de su preparación y posterior ejecución y 3. Macroestafa, construida durante la segunda mitad del filme, con cantidad variada de personal, con varias facetas internas y altibajos dramáticas. Esta última fase evidencia, de manera directa y cabal, uno de los elementos más interesantes del cine de estafadores: la estafa como metáfora del quehacer cinematográfico, lo que convierte a este tipo de narración, en un mecanismo autoconsciente, autorreferencial y en esa misma medida, de marcada preferencia para cinéfilos y realizadores que captan claves que el espectador medio deja pasar.
Así pues, si Night and the city marca el inicio del estafador como personaje, The Sting de la estafa como marca característica de un subgénero incipiente, David Mamet, dará el siguiente paso al constituirse como el primer autor especialista en la estafa y el timo. En efecto, el dramaturgo norteamericano se inicia como guionista de varios productos importantes anclados en revisiones del género criminal en diferentes registros (Los intocables, El cartero siempre llama dos veces) antes de dar el paso definitivo hacia la realización con House of Games (1987), película canónica en el subgénero grifter. Margaret Ford (Lindsay Crouse), es una psiquiatra de renombre a quien el caso particular de un jugador compulsivo la llevará a la “Casa de juegos”, un establecimiento de apuestas y ocio donde conoce a Mike (Joe Mantegna), un diestro estafador del que se enamora. Tras seguir una noche a Mike y aprender algunos trucos y estafas menores, se ve involucrada en un montaje mayor del que sale mal librada: despojada de una considerable suma de dinero y creyendo haber asesinado, por accidente, a un policía. Al final de la película, se da cuenta que tanto su paciente (jugador compulsivo) como el propio policía y todas las personas que conoció en el trayecto, hacían parte de un macro-montaje planeado por Mike para estafarla. Como se puede apreciar, varios de los elementos instaurados en The Sting prevalecen en términos generales, siendo entonces el aporte de Mamet la tendencia especialmente enfática por resaltar el poder y peligro de la mentira y el alarde (bluffing) como herramientas de trabajo imprescindibles del estafador. Tanto en los timadores explícitos de House of games, como en sus versiones “legalizadas” de películas posteriores (los vendedores de finca raíz de Glengarry Glen Ross, el asesor presidencial y el productor de Hollywood en Wag the dog) la mentira suele volverse contra el propio ejecutor, provocando el desarme de un engaño que hasta el momento parecía no tener fisuras.
Precisamente, se trata de un subgénero impuro y no del todo delimitado y que permite varias confusiones dado lo mutable e intercambiable de sus componentes. Con el éxito del vehículo de lucimiento para el Rat Pack que fue Ocean´s Eleven (Lewis Milestone, 1960), y sus correspondientes remakes y secuelas contemporáneos, se ha instaurado una mutación de género que mezcla la conformación de equipo que ya contenía cierto rasgo del gangsteril-negro (La jungla de asfalto, Rififi, The Killing) con el glamour plástico propio de escenarios cercanos a Las Vegas, Reno, Atlantic City y demás territorios de juego. El título en español de algunas de estas películas (La gran estafa, La nueva gran estafa) colaboran aún más a la confusión, la cual se centra en que si bien algunos de los personajes que conforman el equipo de trabajo criminal son estafadores y/o realizan estafas, el núcleo central de la trama se concentra en la preparación y ejecución de un robo a gran escala.
Timando fuera de USA
La experiencia de películas como Incautos (2003) en España, demuestra que es posible hacer audiovisual de estafadores fuera de USA. No obstante, dicho producto demuestra también que la mera aplicación de la fórmula no garantiza el éxito crítico ni de público. Incautos logra convencer durante un 40% de su metraje, pero luego las costuras empiezan a hacerse evidentes, especialmente para el espectador especialista que se da cuenta de la mera trasposición acrítica al contexto español. Más loable es desde luego el caso de Los Simuladores y Nueve Reinas, que aunando cinefilia y conocimiento del contexto argentino, logran homenajear y aportar al género al mismo tiempo.
Se hace necesario que el realizador latino (o de cualquier otra latitud diferente a USA) sea, un estudioso del género que pretende adaptar (caso de Bielinski) pero sepa así mismo identificar los elementos análogos de su territorio que le permitan disfrazar la referencia y dotarla de interés local. El otro ejercicio susceptible de hacerse, consiste en el cruce de géneros (caso de Szifron y de Bon Jon Ho) para dotar de frescura a ambos elementos de la amalgama; y/o forzar los límites del género modificando ya sea la focalización o la materia prima del mismo.
La conciencia del realizador con respecto a la vinculación del género con el propio quehacer cinematográfico, delata su cosmovisión con respecto al cine. Un realizador autoconsciente pero que prefiere la crudeza, la suciedad y la construcción de universos con matices, realizará una película como Nueve Reinas; alguien como Damián Szifrón con su producto Los simuladores, deja ver que le interesa el entretenimiento directo y masivo, aunque de buena factura y sin subestimar al espectador. Bong Joon-Ho parece intentar combinar las dos tendencias. En su película se evidencian guiños a la tradición de estafadores, como lo son los ensayos de parlamentos, unos personajes pobres que se hacen pasar por miembros de la clase alta (aunque sea desde la servidumbre) y toda una serie de guiños a la mecánica misma de dramatizar ficciones: ensayos de parlamentos, actuación dentro de la actuación, construcción de tramas y ejecución de las mismas para lograr fines específicos. Sin embargo, la pulsión por mezclar géneros, una habilidad que Bong Joon-Ho ha demostrado en The Host y en otras películas, hace que el cineasta sur coreano se resista a terminar la película como suelen terminar las películas canónicas de este cine: con un macro timo final y una sorpresa muy en la línea del knock out cortazariano. Bong Joon-Ho se resiste a esto y en consecuencia Parasites, que empeiza como una película de estafadores al uso, con cierto aire farsesco y total ausencia de gravedad en tono, vira hacia un drama más social y realista.
En Colombia el “grifter” es un género/personaje/situación aún sin explotar cabalmente pese al inmenso potencial y materia prima existente en el país. Desde los vendedores callejeros que timan estudiantes de colegios distritales, los populares culebreros, los vendedores puerta a puerta (2), la fauna variopinta que se encuentra en los mercados de las pulgas y “San Andrecitos”, hasta el no tan distante caso de las pirámides y DMG; la estafa se constituye como un modus vivendi del superviviente nato o resignado, como la aplicación inmediata de eso que se suele llamar “malicia indígena”. Falta entonces que algún cineasta dé el paso con el suficiente olfato local que le permita captar los matices colombianos, pero con el suficiente bagaje cinéfilo que le impida llover sobre mojado, caer en lugares comunes y realizar una mera trasposición forzada.
1. El término “Hustler” puede o no emparentarse al grifter según como se mire. Un hustler es un buscavidas, alguien que no goza de un trabajo ortodoxo y se gana la vida en las calles desde el rebusque. Un superviviente nato. Se trata de un sustantivo propio de bajos fondos y que pertenece más al slang que al inglés canónico. Al ser el “hustler” un persecutor del dinero fácil, puede o no dedicarse a la estafa. En algunos sectores se les llama “hustlers” a los traficantes de droga, a los ladrones callejeros y a los comerciantes ilegales en general. En otros escenarios, el “hustler” es asociado con el jugador profesional que hace dinero en apuestas informales. Este jugador generalmente se vincula a los juegos de azar (principalmente el poker) pero puede también ser un “deportista” diestro, como es el caso del mítico billarista Eddie Felson (Paul Newman) en esa brillante muestra de cine negro tardío que es The Hustler (Robert Rossen, 1961) Tanto en la película mencionada como en la infravalorada secuela realizada por Scorsese más de 20 años después (The Color of Money, 1986) el jugador es un talento nato e indómito que es explotado por alguien más vínculado directa o indirectamente con el mundo del crimen.
2. Existe un antecedente español que explota de manera muy completa al vendedor puerta a puerta como estafador. Se trata del cortometraje de Mateo Gil Allanamiento de Morada (1998) Al igual que los vendedores de finca raíz de Glengarry Glen Ross, éste tipo de personajes no se analizan a cabalidad en este artículo al tratarse de estafas “legalizadas” que pasan por el tamiz de la venta.
* Realizador y analista audiovisual. Magíster en Escrituras Creativas. Extra con parlamento en Con Ánimo de Ofender (serie web).
Crítico de cine en El Espectador.
El camino del grifter
El cine denominado de “grifters” es un subgénero heredero de la tradición criminal, centrado, particularmente, en uno o varios hampones de bajo nivel que se dedican principalmente a la estafa y al engaño. Operan en el bajo mundo haciendo alarde de habilidades que rayan en la prestidigitación, tanto manual como verbal. El grifter, en este sentido, comienza siendo más un personaje que un género, un personaje llamativo dentro del variopinto universo de criminales que pueblan el cine policiaco y sus derivados: noir, thriller, gangsteril, carcelario. Así, la primera aparición de un estafador cinematográfico data de la película de Jules Dassin Night and the city (1950) donde el buscavidas (1) Harry Fabian (Richard Widmark), aliado con el personal de servicio de un establecimiento cercano al aeropuerto (portero y barman), finge ser un empresario acaudalado para simpatizar con los clientes extranjeros y encaminarlos a hoteles específicos de la zona. Situación que evidencia el carácter del personaje y su condición de estafador, pero que no es explotada en el resto del filme, cuya trama se centra en los negocios ilegales alrededor de la lucha greco romana. (Otra nota del columnista sobre saga Volver al futuro).
Un mecanismo similar es empleado en la película de Peter Bogdanovich Paper Moon (1973). Moses Pray (Ryan O´Neal) es un estafador que para sobrevivir en plena depresión americana, engaña a mujeres recién enviudadas vendiéndoles biblias a precios exorbitantes. Una vez más, la estafa es solo un pretexto, en este caso concebido para codificar al personaje ante los ojos de su hija y para entretejer una serie de relaciones entre ambos; tanto así, que cuando el espectador naturaliza la relación de los dos protagonistas, el elemento “estafa” prácticamente desaparece del plot. Es sólo desde The Sting (George Roy Hill, 1973), realizada curiosamente el mismo año, donde la estafa se apodera por completo de la trama dejando de lado otras narrativas también presentes. Ambientada en los años 30s, dos estafadores realizan pequeños timos callejeros. El conflicto se desencadena cuando, sin saberlo, timan a un mensajero de la mafia, y el gran capo, en venganza, ordena el asesinato de ambos timadores. Logran matar al estafador más veterano y, en consecuencia, el joven timador sobreviviente (Robert Redford) deberá buscar a un nuevo maestro (caído en desgracia por el alcohol) quien le ayudará a conformar un equipo de trabajo para organizar una macro-estafa que servirá como golpe de venganza frente al gangster y como prueba de valor y regreso del veterano caído en desgracia. Como se ve en esta breve sinopsis, el género gangsteril, a pesar de su tradición, peso y atractivo, pasa a ser solo el telón de fondo para una trama sustentada principalmente en la estafa, representada en varios niveles que forman una progresión que en adelante codificará al incipiente subgénero: 1. Estafas menores que son mostradas como hechos cotidianos (sin develar su condición de engaño) para luego enseñarnos el truco a través de sus efectos 2. Estafas de mayor calado donde se nos muestra parte de su preparación y posterior ejecución y 3. Macroestafa, construida durante la segunda mitad del filme, con cantidad variada de personal, con varias facetas internas y altibajos dramáticas. Esta última fase evidencia, de manera directa y cabal, uno de los elementos más interesantes del cine de estafadores: la estafa como metáfora del quehacer cinematográfico, lo que convierte a este tipo de narración, en un mecanismo autoconsciente, autorreferencial y en esa misma medida, de marcada preferencia para cinéfilos y realizadores que captan claves que el espectador medio deja pasar.
Así pues, si Night and the city marca el inicio del estafador como personaje, The Sting de la estafa como marca característica de un subgénero incipiente, David Mamet, dará el siguiente paso al constituirse como el primer autor especialista en la estafa y el timo. En efecto, el dramaturgo norteamericano se inicia como guionista de varios productos importantes anclados en revisiones del género criminal en diferentes registros (Los intocables, El cartero siempre llama dos veces) antes de dar el paso definitivo hacia la realización con House of Games (1987), película canónica en el subgénero grifter. Margaret Ford (Lindsay Crouse), es una psiquiatra de renombre a quien el caso particular de un jugador compulsivo la llevará a la “Casa de juegos”, un establecimiento de apuestas y ocio donde conoce a Mike (Joe Mantegna), un diestro estafador del que se enamora. Tras seguir una noche a Mike y aprender algunos trucos y estafas menores, se ve involucrada en un montaje mayor del que sale mal librada: despojada de una considerable suma de dinero y creyendo haber asesinado, por accidente, a un policía. Al final de la película, se da cuenta que tanto su paciente (jugador compulsivo) como el propio policía y todas las personas que conoció en el trayecto, hacían parte de un macro-montaje planeado por Mike para estafarla. Como se puede apreciar, varios de los elementos instaurados en The Sting prevalecen en términos generales, siendo entonces el aporte de Mamet la tendencia especialmente enfática por resaltar el poder y peligro de la mentira y el alarde (bluffing) como herramientas de trabajo imprescindibles del estafador. Tanto en los timadores explícitos de House of games, como en sus versiones “legalizadas” de películas posteriores (los vendedores de finca raíz de Glengarry Glen Ross, el asesor presidencial y el productor de Hollywood en Wag the dog) la mentira suele volverse contra el propio ejecutor, provocando el desarme de un engaño que hasta el momento parecía no tener fisuras.
Precisamente, se trata de un subgénero impuro y no del todo delimitado y que permite varias confusiones dado lo mutable e intercambiable de sus componentes. Con el éxito del vehículo de lucimiento para el Rat Pack que fue Ocean´s Eleven (Lewis Milestone, 1960), y sus correspondientes remakes y secuelas contemporáneos, se ha instaurado una mutación de género que mezcla la conformación de equipo que ya contenía cierto rasgo del gangsteril-negro (La jungla de asfalto, Rififi, The Killing) con el glamour plástico propio de escenarios cercanos a Las Vegas, Reno, Atlantic City y demás territorios de juego. El título en español de algunas de estas películas (La gran estafa, La nueva gran estafa) colaboran aún más a la confusión, la cual se centra en que si bien algunos de los personajes que conforman el equipo de trabajo criminal son estafadores y/o realizan estafas, el núcleo central de la trama se concentra en la preparación y ejecución de un robo a gran escala.
Timando fuera de USA
La experiencia de películas como Incautos (2003) en España, demuestra que es posible hacer audiovisual de estafadores fuera de USA. No obstante, dicho producto demuestra también que la mera aplicación de la fórmula no garantiza el éxito crítico ni de público. Incautos logra convencer durante un 40% de su metraje, pero luego las costuras empiezan a hacerse evidentes, especialmente para el espectador especialista que se da cuenta de la mera trasposición acrítica al contexto español. Más loable es desde luego el caso de Los Simuladores y Nueve Reinas, que aunando cinefilia y conocimiento del contexto argentino, logran homenajear y aportar al género al mismo tiempo.
Se hace necesario que el realizador latino (o de cualquier otra latitud diferente a USA) sea, un estudioso del género que pretende adaptar (caso de Bielinski) pero sepa así mismo identificar los elementos análogos de su territorio que le permitan disfrazar la referencia y dotarla de interés local. El otro ejercicio susceptible de hacerse, consiste en el cruce de géneros (caso de Szifron y de Bon Jon Ho) para dotar de frescura a ambos elementos de la amalgama; y/o forzar los límites del género modificando ya sea la focalización o la materia prima del mismo.
La conciencia del realizador con respecto a la vinculación del género con el propio quehacer cinematográfico, delata su cosmovisión con respecto al cine. Un realizador autoconsciente pero que prefiere la crudeza, la suciedad y la construcción de universos con matices, realizará una película como Nueve Reinas; alguien como Damián Szifrón con su producto Los simuladores, deja ver que le interesa el entretenimiento directo y masivo, aunque de buena factura y sin subestimar al espectador. Bong Joon-Ho parece intentar combinar las dos tendencias. En su película se evidencian guiños a la tradición de estafadores, como lo son los ensayos de parlamentos, unos personajes pobres que se hacen pasar por miembros de la clase alta (aunque sea desde la servidumbre) y toda una serie de guiños a la mecánica misma de dramatizar ficciones: ensayos de parlamentos, actuación dentro de la actuación, construcción de tramas y ejecución de las mismas para lograr fines específicos. Sin embargo, la pulsión por mezclar géneros, una habilidad que Bong Joon-Ho ha demostrado en The Host y en otras películas, hace que el cineasta sur coreano se resista a terminar la película como suelen terminar las películas canónicas de este cine: con un macro timo final y una sorpresa muy en la línea del knock out cortazariano. Bong Joon-Ho se resiste a esto y en consecuencia Parasites, que empeiza como una película de estafadores al uso, con cierto aire farsesco y total ausencia de gravedad en tono, vira hacia un drama más social y realista.
En Colombia el “grifter” es un género/personaje/situación aún sin explotar cabalmente pese al inmenso potencial y materia prima existente en el país. Desde los vendedores callejeros que timan estudiantes de colegios distritales, los populares culebreros, los vendedores puerta a puerta (2), la fauna variopinta que se encuentra en los mercados de las pulgas y “San Andrecitos”, hasta el no tan distante caso de las pirámides y DMG; la estafa se constituye como un modus vivendi del superviviente nato o resignado, como la aplicación inmediata de eso que se suele llamar “malicia indígena”. Falta entonces que algún cineasta dé el paso con el suficiente olfato local que le permita captar los matices colombianos, pero con el suficiente bagaje cinéfilo que le impida llover sobre mojado, caer en lugares comunes y realizar una mera trasposición forzada.
1. El término “Hustler” puede o no emparentarse al grifter según como se mire. Un hustler es un buscavidas, alguien que no goza de un trabajo ortodoxo y se gana la vida en las calles desde el rebusque. Un superviviente nato. Se trata de un sustantivo propio de bajos fondos y que pertenece más al slang que al inglés canónico. Al ser el “hustler” un persecutor del dinero fácil, puede o no dedicarse a la estafa. En algunos sectores se les llama “hustlers” a los traficantes de droga, a los ladrones callejeros y a los comerciantes ilegales en general. En otros escenarios, el “hustler” es asociado con el jugador profesional que hace dinero en apuestas informales. Este jugador generalmente se vincula a los juegos de azar (principalmente el poker) pero puede también ser un “deportista” diestro, como es el caso del mítico billarista Eddie Felson (Paul Newman) en esa brillante muestra de cine negro tardío que es The Hustler (Robert Rossen, 1961) Tanto en la película mencionada como en la infravalorada secuela realizada por Scorsese más de 20 años después (The Color of Money, 1986) el jugador es un talento nato e indómito que es explotado por alguien más vínculado directa o indirectamente con el mundo del crimen.
2. Existe un antecedente español que explota de manera muy completa al vendedor puerta a puerta como estafador. Se trata del cortometraje de Mateo Gil Allanamiento de Morada (1998) Al igual que los vendedores de finca raíz de Glengarry Glen Ross, éste tipo de personajes no se analizan a cabalidad en este artículo al tratarse de estafas “legalizadas” que pasan por el tamiz de la venta.
* Realizador y analista audiovisual. Magíster en Escrituras Creativas. Extra con parlamento en Con Ánimo de Ofender (serie web).
Crítico de cine en El Espectador.