“Un héroe”: el tejido iraní de los sentimientos
La película “Un héroe” (“Grahreman”) constituye, junto con “Una separación” y “El cliente”, la trilogía inversa y triste del amor vista por el galardonado Asghar Farhadi. La cinta llega el 28 de abril a Colombia.
Sergio Becerra
Una inesperada polémica acompañó, complejizándolo sin demeritarlo, el lanzamiento de Grahreman (Un héroe, 2021), de Asghar Farhadi, el celebrado y premiado cineasta iraní, doble ganador del Óscar, que, más allá de su aspecto legal, le otorga pleno sentido a esta lectura de su última creación, puesta en diálogo con su obra anterior.
En efecto, Azadeh Masihzadeh, estudiante de un taller documental coordinado por Farhadi, argumenta que su trabajo Todos ganadores, todos perdedores, basado en un hecho real de su natal Shiraz, en torno a las vicisitudes de un preso en su rehabilitación del honor perdido, ampliamente mediatizado, según reporta el LA Times, no fue debidamente reconocido en los créditos de Un héroe como fuente original de inspiración, y, por ende, según la demandante, esta omisión constituiría plagio. La corte aceptó la queja, pero recientemente desestimó el argumento.
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Sin embargo, esto nos lleva a una inspiración aún más amplia y anterior de otro hecho judicial de la sociedad iraní llevado al cine por el gran maestro Abbas Kiarostami, que involucró doblemente a su colega y amigo Mohsen Makhmalbaf. Así, Close Up (1990) recrea la historia de un fanático de Makhmalbaf, preso por suplantar la identidad de su admirado cineasta, mediante la cual logró los favores de propios y extraños hasta su arresto, una vez el simulacro fue descubierto.
El genio de Kiarostami radicó, más allá de reconstruir poéticamente los hechos, en convencer al verdadero Makhmalbaf de encarnar al juez que dictaría la sentencia condenatoria del falso director, y al impostor, de protagonizar su propia historia. No advirtiendo esto último de antemano, sino durante el momento mismo de la filmación, la presencia en el set de la película, y en plano de la realidad de Makhmalbaf, cineasta y juez de sus actos, la reacción de este potente juego de espejos emanó tan traslúcido espectro moral, más allá de lo real y lo imaginario, que su verdad ilumina hasta hoy nuestras noches más oscuras.
Farhadi ahonda entonces en una vía ya explorada por Kiarostami, y otra también por Makhmalbaf. En Gabbeh (1996), el cineasta suplantado interroga, en una inquietante mezcla de ficción y documental, la vida y quehacer de una tejedora de tapices persas, elaborados por varios pueblos nómadas del sur del país, conocidos como Gabbeh, en la que hila, cuenta y narra su propia y trágica historia de amor. La protagonista, que lleva el mismo nombre del tapete que elabora, le permite a Makhmalbaf tejer una narrativa a dos voces, donde nunca sabemos del todo si es el objeto o el sujeto el que cuenta los hechos.
Lo que nos lleva de vuelta a Un héroe. En su última película, Asghar Farhadi deja muy claramente expuesta su intensión de explorar los diferentes momentos de la vida en pareja, entretejiéndola en el tiempo. Dejando de lado sus incursiones internacionales —El pasado (2013) y Everybody Knows (2018)—, Un héroe constituye junto con Una separación (2011) y El cliente (2016) una trilogía inversa y triste del amor, donde las dos primeras despliegan las amarguras del divorcio y el matrimonio, complementadas aquí por los sinsabores propios del noviazgo.
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Rahim es un hombre enamorado, en medio de circunstancias adversas que le impiden casarse con su prometida, Farkhondeh. Tratará, junto con su amada, de hacer frente a todo aquello que conspira en contra de una felicidad compartida; las deudas que lo mantienen preso, la intolerancia de su acreedor, la familia de su novia, la curiosidad de su hermana, los compromisos con su cuñado, la intranquilidad de su hijo. Y la tentación de lo real, en forma de un dinero encontrado, que podría resolver o empeorar tanto su situación, la de su prometida y su familia, como la de una interminable cadena de involucrados.
Cada vez que las acciones de Rahim parecen resolver sus problemas, estas amplifican, al contrario, las consecuencias de sus actos. En un país insensible al dolor propio, y acostumbrado a los modelos del cine ajeno como el nuestro, puede que el propósito de convertir un hecho trivial en un thriller moral pueda no tener sentido alguno, en búsqueda de algo tan abstracto como el honor.
Todo lo contrario sucede en la experiencia entregada al espectador por Un héroe. Una serie de pequeños y simples hechos, que magnifican en sentido contrario sus intenciones, así como la forma en que estos son percibidos e integrados por los observadores, que a su vez se tornan en actores, mantienen una insoportable tensión en el público, hasta el desenlace final.
Pasado y presente del amor constituyen las frondosas fibras emocionales sobre las que Farhadi teje pacientemente su diseño, a lo largo de una trilogía que con Un héroe despliega todo el resultado de su mensaje, luego de diez años de búsqueda, con etapas, picos y valles, como en la entrega capitular que Éric Rohmer hiciera de sus Cuentos morales. No es casualidad alguna que en diferentes momentos esenciales de su entramado, el último opus de Farhadi involucre tapices en la pantalla: tanto en la cárcel como en la casa de su hermana y otros espacios, Rahim come, conversa, habla, reflexiona, bebe, baila y entra en controversia con otros, en el marco de un tapiz, base de la narración.
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El Gabbeh se invita a sí mismo en la película, cuando toda su familia observa con atención un documental en la televisión que muestra la paciente labor de una artesana tejiendo un tapiz en un telar. Momento estelar de la exégesis fílmica que pone de presente la hilatura de su obra y la influencia que, entre nudos, tramas, urdimbres y terciopelo, cobra el acumulado estético que tanto Abbas Kiarostami como Mohsen Makhmalbaf hayan podido desplegar en el proyecto artístico de Farhadi, en toda conciencia y para su mayor beneficio.
Un héroe es, como Gabbeh, una cadena definida y secuencial de puntos, que dejan de presente el diseño, amplificado y extendido, de las complejidades del amor, en todas sus diferentes etapas, entregándonos, además de una expresión fílmica tan vívida, una reflexión sobre la autoría en la obra, nacida tanto de la inspiración individual como del acumulado colectivo, actuando misteriosamente, en una interminable cadena en espiral, donde no hay plagiadores ni plagiados, ni vencedores ni vencidos.
*Exdirector de la Cinemateca de Bogotá. Gestor, investigador y crítico de cine.
Una inesperada polémica acompañó, complejizándolo sin demeritarlo, el lanzamiento de Grahreman (Un héroe, 2021), de Asghar Farhadi, el celebrado y premiado cineasta iraní, doble ganador del Óscar, que, más allá de su aspecto legal, le otorga pleno sentido a esta lectura de su última creación, puesta en diálogo con su obra anterior.
En efecto, Azadeh Masihzadeh, estudiante de un taller documental coordinado por Farhadi, argumenta que su trabajo Todos ganadores, todos perdedores, basado en un hecho real de su natal Shiraz, en torno a las vicisitudes de un preso en su rehabilitación del honor perdido, ampliamente mediatizado, según reporta el LA Times, no fue debidamente reconocido en los créditos de Un héroe como fuente original de inspiración, y, por ende, según la demandante, esta omisión constituiría plagio. La corte aceptó la queja, pero recientemente desestimó el argumento.
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Sin embargo, esto nos lleva a una inspiración aún más amplia y anterior de otro hecho judicial de la sociedad iraní llevado al cine por el gran maestro Abbas Kiarostami, que involucró doblemente a su colega y amigo Mohsen Makhmalbaf. Así, Close Up (1990) recrea la historia de un fanático de Makhmalbaf, preso por suplantar la identidad de su admirado cineasta, mediante la cual logró los favores de propios y extraños hasta su arresto, una vez el simulacro fue descubierto.
El genio de Kiarostami radicó, más allá de reconstruir poéticamente los hechos, en convencer al verdadero Makhmalbaf de encarnar al juez que dictaría la sentencia condenatoria del falso director, y al impostor, de protagonizar su propia historia. No advirtiendo esto último de antemano, sino durante el momento mismo de la filmación, la presencia en el set de la película, y en plano de la realidad de Makhmalbaf, cineasta y juez de sus actos, la reacción de este potente juego de espejos emanó tan traslúcido espectro moral, más allá de lo real y lo imaginario, que su verdad ilumina hasta hoy nuestras noches más oscuras.
Farhadi ahonda entonces en una vía ya explorada por Kiarostami, y otra también por Makhmalbaf. En Gabbeh (1996), el cineasta suplantado interroga, en una inquietante mezcla de ficción y documental, la vida y quehacer de una tejedora de tapices persas, elaborados por varios pueblos nómadas del sur del país, conocidos como Gabbeh, en la que hila, cuenta y narra su propia y trágica historia de amor. La protagonista, que lleva el mismo nombre del tapete que elabora, le permite a Makhmalbaf tejer una narrativa a dos voces, donde nunca sabemos del todo si es el objeto o el sujeto el que cuenta los hechos.
Lo que nos lleva de vuelta a Un héroe. En su última película, Asghar Farhadi deja muy claramente expuesta su intensión de explorar los diferentes momentos de la vida en pareja, entretejiéndola en el tiempo. Dejando de lado sus incursiones internacionales —El pasado (2013) y Everybody Knows (2018)—, Un héroe constituye junto con Una separación (2011) y El cliente (2016) una trilogía inversa y triste del amor, donde las dos primeras despliegan las amarguras del divorcio y el matrimonio, complementadas aquí por los sinsabores propios del noviazgo.
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Rahim es un hombre enamorado, en medio de circunstancias adversas que le impiden casarse con su prometida, Farkhondeh. Tratará, junto con su amada, de hacer frente a todo aquello que conspira en contra de una felicidad compartida; las deudas que lo mantienen preso, la intolerancia de su acreedor, la familia de su novia, la curiosidad de su hermana, los compromisos con su cuñado, la intranquilidad de su hijo. Y la tentación de lo real, en forma de un dinero encontrado, que podría resolver o empeorar tanto su situación, la de su prometida y su familia, como la de una interminable cadena de involucrados.
Cada vez que las acciones de Rahim parecen resolver sus problemas, estas amplifican, al contrario, las consecuencias de sus actos. En un país insensible al dolor propio, y acostumbrado a los modelos del cine ajeno como el nuestro, puede que el propósito de convertir un hecho trivial en un thriller moral pueda no tener sentido alguno, en búsqueda de algo tan abstracto como el honor.
Todo lo contrario sucede en la experiencia entregada al espectador por Un héroe. Una serie de pequeños y simples hechos, que magnifican en sentido contrario sus intenciones, así como la forma en que estos son percibidos e integrados por los observadores, que a su vez se tornan en actores, mantienen una insoportable tensión en el público, hasta el desenlace final.
Pasado y presente del amor constituyen las frondosas fibras emocionales sobre las que Farhadi teje pacientemente su diseño, a lo largo de una trilogía que con Un héroe despliega todo el resultado de su mensaje, luego de diez años de búsqueda, con etapas, picos y valles, como en la entrega capitular que Éric Rohmer hiciera de sus Cuentos morales. No es casualidad alguna que en diferentes momentos esenciales de su entramado, el último opus de Farhadi involucre tapices en la pantalla: tanto en la cárcel como en la casa de su hermana y otros espacios, Rahim come, conversa, habla, reflexiona, bebe, baila y entra en controversia con otros, en el marco de un tapiz, base de la narración.
(Puede leer: “Pálpito”, producción colombiana, es la serie número uno de Netflix en el mundo)
El Gabbeh se invita a sí mismo en la película, cuando toda su familia observa con atención un documental en la televisión que muestra la paciente labor de una artesana tejiendo un tapiz en un telar. Momento estelar de la exégesis fílmica que pone de presente la hilatura de su obra y la influencia que, entre nudos, tramas, urdimbres y terciopelo, cobra el acumulado estético que tanto Abbas Kiarostami como Mohsen Makhmalbaf hayan podido desplegar en el proyecto artístico de Farhadi, en toda conciencia y para su mayor beneficio.
Un héroe es, como Gabbeh, una cadena definida y secuencial de puntos, que dejan de presente el diseño, amplificado y extendido, de las complejidades del amor, en todas sus diferentes etapas, entregándonos, además de una expresión fílmica tan vívida, una reflexión sobre la autoría en la obra, nacida tanto de la inspiración individual como del acumulado colectivo, actuando misteriosamente, en una interminable cadena en espiral, donde no hay plagiadores ni plagiados, ni vencedores ni vencidos.
*Exdirector de la Cinemateca de Bogotá. Gestor, investigador y crítico de cine.