De la basura a las pasarelas: Alejandro Crocker, el diseñador que crea ropa con retazos y cortinas
Por reutilizar telas, este diseñador ha sido tildado de loco. Ahora, que ocupa un lugar relevante en la industria y tras su aparición en la reciente edición de Colombiamoda 2024, aspira a generar consciencia ambiental y social a través de su “revolución verde”.
Jimena Delgado Díaz
“¿Cómo hoy podemos consumir menos vida?” Es la pregunta que se hace Alejandro Crocker al entrar todos los días a su taller. Este diseñador, con 48 años, lleva, tras el marco de sus gafas negras, una mirada que expresa la misma energía que tiene un niño al crear y un ímpetu que lo ha llevado a cumplir uno de sus más grandes sueños: crear prendas de vestir únicas a partir del desperdicio y ser reconocido por ello.
Aunque en un inicio era tildado de loco por crear colecciones enteras con cortinas de baño, tapicería de muebles y otros materiales, que son pensados para todo, menos para llevar en el cuerpo. Crocker se ha ganado el amor del público fashionista, por su ingenio para transformar retazos de telas “inservibles” en jeans, blusas y chaquetas con mucho estilo, a través de lo que él llama “la revolución verde”.
Pero sobre todo, porque el hombre colombo venezolano ha invitado a la industria a tener consciencia social. Pues le apuesta a pagos justos a costureros, diseñadores y equipos de trabajo, lo que se ve reflejado en sus creaciones que pueden costar desde 400.000 a 1.300.000. Lo que, según él, demuestra que el fast fashion no es más que un atropello a la dignidad de quienes trabajan jornadas infinitas, para crear un pantalón de 80.000 pesos.
En conversación con El Espectador, el artista contó todo el proceso que tuvo que vivir para poner de moda el salvar al medio ambiente, la consciencia que requiere esta industria que es responsable del 10 % de las emisiones mundiales de carbono y cómo ha cambiado la mentalidad de un público ante el inminente desgaste del planeta Tierra.
¿Cómo aportar a la sociedad desde una industria que parece superficial?
Doy clase a migrantes para crear ese puente entre Colombia y Venezuela, no porque yo sea venezolano, sino porque la crisis migratoria es real. También a trabajadoras sexuales y población trans, para que creen ropa y luego la vendan.
Enseño pensamiento creativo para usar el desperdicio de la sociedad como materia prima. Y todo esto ha sido posible por alianzas con varias organizaciones como la fundación “Juntos se puede”, Secretaría de Ambiente de Bogotá y la Cooperación Alemana.
De este modo creamos comunidad y hacemos que el mundo de la moda, que tantas veces fue egoísta, pase a contribuir de forma activa en la sociedad. Todavía hay quienes dicen: “yo no me mezclo”, lo que hace ver a la industria como un lugar frívolo, pero eso debe cambiar.
Dices que tu marca exhibe “lujo consciente”, ¿de qué se trata esto?, ¿se pueden crear piezas lujosas con la “basura” de las personas?
No compramos absolutamente nada. Lo único que se compra es aguja, alfiler e hilo y eso que el hilo también lo reutilizo. Además, apuntamos a consumidores responsables, porque el planeta está diciendo, hace muchísimo tiempo, que no podemos seguir explotando la vida y los recursos naturales.
Con nuestra filosofía de marca señalamos la parte social de la moda que la gente no ve. Al comprar, llegamos a una tienda y conseguimos un jean en 80.000 pesos, sin saber el verdadero valor que tiene. Mínimo, para que esté en Colombia navegó medio planeta.
Hay que pensar cuánto le pagaron a las manos que lo crearon, quién produce la materia prima y que técnicas habrá utilizado, seguramente muy poco amigables con el medio ambiente. Lo que nos hace cuestionar el costo de la ropa a nivel ambiental y social, para tomar decisiones personales y generar impacto.
Con la remanufactura se pueden usar telas de tapicería de carro, los accesorios se pueden hacer con el papel que se bota, luego de limpiarlo adecuadamente. Así es como armo la ropa y cuento historias con ella. Incluso, la colección que mostré en Colombiamoda fue terminada a mano y bordada por artesanos del Amazonas, hasta convertirse en piezas de lujo.
Entrar a la industria de la moda es complejo, tener reconocimiento aún más, ¿cómo llegó a este mundo con ideas innovadoras y extrañas para muchos?
Al principio yo era un “loco”, “me iba a morir de hambre”, según la gente. Me decían: “muy linda esa pieza, pero no me la voy a poner”, “muy bello ese pantalón, pero ¿de dónde salió el material?”. Explicaba el proceso y salían preguntas peores: ¿será que la dueña de la prenda inicial sigue viva?, o ¿por casualidad se divorció? Sufrí mucho, pero ahora me río.
Incluso, decidí trabajar en otra cosa por un tiempo para alimentarme. Pero nunca dejé de coser en las noches. Sacaba durante la semana algunas piezas, casi que en secreto y solo contaba lo que hacía a personas que en realidad les gustara la moda.
Hay una colección que nunca olvidaré. La hice con cortinas de baño y las bordamos completas con hilos de cobre, fue un trabajo increíble y se vendieron todas las chaquetas, pero cuando contaba sobre el material, la gente inmediatamente se la quitaba.
Al hablar de moda responsable, la gente se imaginaba ropa hecha con bolsas de basura negra. Era horrible. Hasta que hace 6 años decidí hacer la marca, registrarla en Cámara de Comercio y decidí dedicarme al 100% a mi pasión. En aquella época, me dije: “al que no le guste, que no lo consuma”.
¿Crees que en un futuro veremos marcas tradicionales sumergidas en esta revolución verde?
Lo tienen que hacer. Creo que no hay de otra. Vamos a volver a las técnicas de Coco Chanel, y las que se usaban en el nacimiento de la alta costura. Lo que significa que no se produce en masa, que se hacen muy pocas piezas, a mano y que hay pagos justos.
Yo decidí usar la remanufactura para unir sostenibilidad y moda, pero hay infinitas técnicas como hacer producciones reducidas, contratar mano de obra local y de calidad. De eso, pasamos a producir en masa, al punto de que hay marcas que sacan una colección cada 10 minutos.
Por eso, todos los días cuando llego al taller arranco con un café y una pregunta: ¿cómo hoy podemos consumir menos vida?, porque para mí los recursos son vida. De hecho, el equipo se burla de mí y me dice: “si quieres trabajamos a la luz de las velas”. Yo solo trato de pensar cómo ser más eficiente y ese es el resultado del ensayo y el error.
“¿Cómo hoy podemos consumir menos vida?” Es la pregunta que se hace Alejandro Crocker al entrar todos los días a su taller. Este diseñador, con 48 años, lleva, tras el marco de sus gafas negras, una mirada que expresa la misma energía que tiene un niño al crear y un ímpetu que lo ha llevado a cumplir uno de sus más grandes sueños: crear prendas de vestir únicas a partir del desperdicio y ser reconocido por ello.
Aunque en un inicio era tildado de loco por crear colecciones enteras con cortinas de baño, tapicería de muebles y otros materiales, que son pensados para todo, menos para llevar en el cuerpo. Crocker se ha ganado el amor del público fashionista, por su ingenio para transformar retazos de telas “inservibles” en jeans, blusas y chaquetas con mucho estilo, a través de lo que él llama “la revolución verde”.
Pero sobre todo, porque el hombre colombo venezolano ha invitado a la industria a tener consciencia social. Pues le apuesta a pagos justos a costureros, diseñadores y equipos de trabajo, lo que se ve reflejado en sus creaciones que pueden costar desde 400.000 a 1.300.000. Lo que, según él, demuestra que el fast fashion no es más que un atropello a la dignidad de quienes trabajan jornadas infinitas, para crear un pantalón de 80.000 pesos.
En conversación con El Espectador, el artista contó todo el proceso que tuvo que vivir para poner de moda el salvar al medio ambiente, la consciencia que requiere esta industria que es responsable del 10 % de las emisiones mundiales de carbono y cómo ha cambiado la mentalidad de un público ante el inminente desgaste del planeta Tierra.
¿Cómo aportar a la sociedad desde una industria que parece superficial?
Doy clase a migrantes para crear ese puente entre Colombia y Venezuela, no porque yo sea venezolano, sino porque la crisis migratoria es real. También a trabajadoras sexuales y población trans, para que creen ropa y luego la vendan.
Enseño pensamiento creativo para usar el desperdicio de la sociedad como materia prima. Y todo esto ha sido posible por alianzas con varias organizaciones como la fundación “Juntos se puede”, Secretaría de Ambiente de Bogotá y la Cooperación Alemana.
De este modo creamos comunidad y hacemos que el mundo de la moda, que tantas veces fue egoísta, pase a contribuir de forma activa en la sociedad. Todavía hay quienes dicen: “yo no me mezclo”, lo que hace ver a la industria como un lugar frívolo, pero eso debe cambiar.
Dices que tu marca exhibe “lujo consciente”, ¿de qué se trata esto?, ¿se pueden crear piezas lujosas con la “basura” de las personas?
No compramos absolutamente nada. Lo único que se compra es aguja, alfiler e hilo y eso que el hilo también lo reutilizo. Además, apuntamos a consumidores responsables, porque el planeta está diciendo, hace muchísimo tiempo, que no podemos seguir explotando la vida y los recursos naturales.
Con nuestra filosofía de marca señalamos la parte social de la moda que la gente no ve. Al comprar, llegamos a una tienda y conseguimos un jean en 80.000 pesos, sin saber el verdadero valor que tiene. Mínimo, para que esté en Colombia navegó medio planeta.
Hay que pensar cuánto le pagaron a las manos que lo crearon, quién produce la materia prima y que técnicas habrá utilizado, seguramente muy poco amigables con el medio ambiente. Lo que nos hace cuestionar el costo de la ropa a nivel ambiental y social, para tomar decisiones personales y generar impacto.
Con la remanufactura se pueden usar telas de tapicería de carro, los accesorios se pueden hacer con el papel que se bota, luego de limpiarlo adecuadamente. Así es como armo la ropa y cuento historias con ella. Incluso, la colección que mostré en Colombiamoda fue terminada a mano y bordada por artesanos del Amazonas, hasta convertirse en piezas de lujo.
Entrar a la industria de la moda es complejo, tener reconocimiento aún más, ¿cómo llegó a este mundo con ideas innovadoras y extrañas para muchos?
Al principio yo era un “loco”, “me iba a morir de hambre”, según la gente. Me decían: “muy linda esa pieza, pero no me la voy a poner”, “muy bello ese pantalón, pero ¿de dónde salió el material?”. Explicaba el proceso y salían preguntas peores: ¿será que la dueña de la prenda inicial sigue viva?, o ¿por casualidad se divorció? Sufrí mucho, pero ahora me río.
Incluso, decidí trabajar en otra cosa por un tiempo para alimentarme. Pero nunca dejé de coser en las noches. Sacaba durante la semana algunas piezas, casi que en secreto y solo contaba lo que hacía a personas que en realidad les gustara la moda.
Hay una colección que nunca olvidaré. La hice con cortinas de baño y las bordamos completas con hilos de cobre, fue un trabajo increíble y se vendieron todas las chaquetas, pero cuando contaba sobre el material, la gente inmediatamente se la quitaba.
Al hablar de moda responsable, la gente se imaginaba ropa hecha con bolsas de basura negra. Era horrible. Hasta que hace 6 años decidí hacer la marca, registrarla en Cámara de Comercio y decidí dedicarme al 100% a mi pasión. En aquella época, me dije: “al que no le guste, que no lo consuma”.
¿Crees que en un futuro veremos marcas tradicionales sumergidas en esta revolución verde?
Lo tienen que hacer. Creo que no hay de otra. Vamos a volver a las técnicas de Coco Chanel, y las que se usaban en el nacimiento de la alta costura. Lo que significa que no se produce en masa, que se hacen muy pocas piezas, a mano y que hay pagos justos.
Yo decidí usar la remanufactura para unir sostenibilidad y moda, pero hay infinitas técnicas como hacer producciones reducidas, contratar mano de obra local y de calidad. De eso, pasamos a producir en masa, al punto de que hay marcas que sacan una colección cada 10 minutos.
Por eso, todos los días cuando llego al taller arranco con un café y una pregunta: ¿cómo hoy podemos consumir menos vida?, porque para mí los recursos son vida. De hecho, el equipo se burla de mí y me dice: “si quieres trabajamos a la luz de las velas”. Yo solo trato de pensar cómo ser más eficiente y ese es el resultado del ensayo y el error.