Fiesta en la Mansión Playboy, "una velada insoportablemente larga y muy falsa"
Orgías, trago, mujeres desnudas y descontrol. Durante años se pensó que las fiestas en la casa de Hugh Hefner eran una suerte de fantasía erótica hecha realidad. En 2004, el escritor John Carlin, reveló una verdad incómoda.
Redacción entretenimiento
Es el sueño heterosexual masculino hecho realidad: Mujeres semidesnudas por todo el lugar, trago en cantidaes, lujo, música y sexo, mucho sexo. Esa es la idea de una fiesta en la Mansión Playboy, la misma en la que falleció a los 91 años de edad el creador del imperio erótico, Hugh Hefner.
Sin embargo, esa fantasía, se quedó en eso, en una fantasía barata y aburrida que se constituye en el ejemplo más claro de un mundo falso.
En 2004, el periodista y escritor británico, John Carlin, publicó en El País Semanal, la crónica de una noche de fiesta en esa casa construida en 1927 por el arquitecto Arthur R. Kelly.
Lea también: Hugh Hefner, la leyenda del imperio Playboy que desnudó al mundo
"La sensación de que fiesta no era exactamente la palabra adecuada, que el acto en el que íbamos a participar se podría definir con más exactitud como una visita turística, o quizá una convención de viejos verdes, empezó a confirmarse cuando el autobús que nos recogió en el hotel se detuvo en la oscuridad, a unos 100 metros de la casa de Hef, y el conductor apagó el motor. Había recibido órdenes de detenerse, nos explicó el conductor. Es que teníamos que llegar a las ocho, y todavía faltaban cinco minutos", dice el inicio de la crónica de Carlin.
El escritor describe un ambiente sofisticado y elegante en el que, por su puesto, mujeres jóvenes, no mayores de 25 años, caminan por todo el lugar con la "misma sonrisa congelada, una y otra vez". Es la panacea. Los asistentes, unos cien hombres, miran en todas las direcciones. Quieren tocar todo, pero un dejo de mojigatería se los impide. Parecen niños en una juguetería, pero sin un peso en el bolsillo.
Además: Imágenes para recordar a Hugh Hefner, fundador de la revista Playboy
La expectativa es grande y hay que empezar pronto a hacer realidad aquella fantasía sexual. "Todos se abalanzaron sobre el bar, consiguieron una bebida en vaso de plástico, se la bebieron de un trago y se lanzaron a la actividad que para la gran mayoría de los invitados iba a consumir gran parte de la velada: hacerse fotos con los brazos alrededor del mayor número posible de chicas".
En su crónica, John Carlin da cuenta de diálogos con algunas de esas mujeres. Todas rubias. Una de ellas le explicó que no todas las conejitas que están en esa fiesta, tienen el mismo estatus. Unas son las playmates y otras son las cybergirls, mujeres que están en una escala inferior a las primeras.
También: Asi fue la fiesta de Halloween en la mansión Playboy
"Las playmates, me explicó, eran las que habían posado desnudas para la revista. Las disfrazadas de conejitas eran más recientes que otras más venerables como ella -antigua Miss Agosto, según tuve el honor de enterarme-, que se mantenía en la categoría de playmate desde hacía cinco años.
¿Cuándo perdían su categoría?, me apresuré a preguntarle; ¿cuándo se las eliminaba del equipo? ¿Acaso alguien se dedicaba a vigilar con mirada diligente los inexorables estragos del tiempo? Se estremeció y eludió la pregunta, como si la verdad fuera demasiado horrible para tenerla en cuenta. Pero me indicó que en los libros figura todavía una playmate de la cosecha de 1986, y que las chicas muchas veces dejan de ser playmates cuando se casan o encuentran novio oficial".
Hasta ahora, y después de un par de horas en aquella fiesta, no ha pasado nada de lo que los imaginarios colectivos prometieron. Nadie se ha dado ni siquiera un beso en la frente. Debe ser, seguro, que la noche está muy joven, el descontrol empieza más tarde, cuando el trago haga su tarea.
A eso de las diez de la noche llegó el dueño de la casa.
"Acompañado por un séquito de cuatro rubias superoxigenadas, con vestidos que parecían una burda caricatura del look Versace, de enorme raja en la pierna y escote profundo, Hef entró como un viejo emperador romano, tan arrugado como me esperaba, pero más menudo. Las cuatro mujeres, una de las cuales era de tan extrañamente avanzada edad en este entorno que (si interpreté bien el evidente estiramiento de piel) debía de tener la mitad de años que él, formaban parte del grupo de siete que, según me informó solemnemente un invitado suramericano, viven de forma permanente con él en su mansión. ¿Qué? ¿Quiere decir que…? “Sí”, respondió el suramericano, con sonrisa lasciva. “Lo hace con todas ellas. ¡Todas! Las ventajas del Viagra, ya sabe”.
¿Y el sexo? Ese, de momento esta lejano. De hecho, finalmente no llegó. Para explicar este imaginario, John Carlin describe una conversación entre dos hombres que se lamentan por haber llevado a esa "fiesta" sus anillos de casados.
"Ridículo. Peor que ridículo: demente. Esos hombres que habían ido conmigo a la mansión Playboy se habían creído el engaño de que aquello era una fiesta de verdad (...) Habían perdido el juicio y se habían tragado la fantasía de que aquellas hermosas jóvenes veinteañeras, con sus pechos desbordados y su sonrisa profesional, se habían arreglado así con el propósito declarado de obtener sus favores sexuales. Se habían convencido aquellos hombres en su locura, ¡su objetivo urgente e inmediato era acabar la velada desnudas, en la cama, con ellos!".
La decepción, la realidad. "La mansión Playboy es un parque temático sexual, y la “fiesta” a la que acudí era un espectáculo aséptico, en el que había tan poca oportunidad de que las chicas se quitaran su ropa y complacieran las tristes fantasías de los invitados como de que Marilyn Monroe volviera a la vida en el cercano museo de cera de Hollywood (...) hubo dos pases de strip-tease , pero la artista no llegó a quitarse las piezecillas que le cubrían los pezones, ni mucho menos la braga de su biquini".
Una conversación con un camarero que llevaba 20 años trabajando en las "fiestas" de Hugh Hefner, fue el diálogo más revelador de ese falso lugar.
Cuando Carlin le pregunta si ve posible que alguno de los asistentes termine teninedo sexo con alguna de las conejitas presentes, el hombre responde: “Nunca jamás: antes se congelará el infierno (...) Ahora, la verdad, la verdad que no quieren que se sepa, es que aquí pasan muchísimas menos cosas de las que se imagina la gente”.
Es el sueño heterosexual masculino hecho realidad: Mujeres semidesnudas por todo el lugar, trago en cantidaes, lujo, música y sexo, mucho sexo. Esa es la idea de una fiesta en la Mansión Playboy, la misma en la que falleció a los 91 años de edad el creador del imperio erótico, Hugh Hefner.
Sin embargo, esa fantasía, se quedó en eso, en una fantasía barata y aburrida que se constituye en el ejemplo más claro de un mundo falso.
En 2004, el periodista y escritor británico, John Carlin, publicó en El País Semanal, la crónica de una noche de fiesta en esa casa construida en 1927 por el arquitecto Arthur R. Kelly.
Lea también: Hugh Hefner, la leyenda del imperio Playboy que desnudó al mundo
"La sensación de que fiesta no era exactamente la palabra adecuada, que el acto en el que íbamos a participar se podría definir con más exactitud como una visita turística, o quizá una convención de viejos verdes, empezó a confirmarse cuando el autobús que nos recogió en el hotel se detuvo en la oscuridad, a unos 100 metros de la casa de Hef, y el conductor apagó el motor. Había recibido órdenes de detenerse, nos explicó el conductor. Es que teníamos que llegar a las ocho, y todavía faltaban cinco minutos", dice el inicio de la crónica de Carlin.
El escritor describe un ambiente sofisticado y elegante en el que, por su puesto, mujeres jóvenes, no mayores de 25 años, caminan por todo el lugar con la "misma sonrisa congelada, una y otra vez". Es la panacea. Los asistentes, unos cien hombres, miran en todas las direcciones. Quieren tocar todo, pero un dejo de mojigatería se los impide. Parecen niños en una juguetería, pero sin un peso en el bolsillo.
Además: Imágenes para recordar a Hugh Hefner, fundador de la revista Playboy
La expectativa es grande y hay que empezar pronto a hacer realidad aquella fantasía sexual. "Todos se abalanzaron sobre el bar, consiguieron una bebida en vaso de plástico, se la bebieron de un trago y se lanzaron a la actividad que para la gran mayoría de los invitados iba a consumir gran parte de la velada: hacerse fotos con los brazos alrededor del mayor número posible de chicas".
En su crónica, John Carlin da cuenta de diálogos con algunas de esas mujeres. Todas rubias. Una de ellas le explicó que no todas las conejitas que están en esa fiesta, tienen el mismo estatus. Unas son las playmates y otras son las cybergirls, mujeres que están en una escala inferior a las primeras.
También: Asi fue la fiesta de Halloween en la mansión Playboy
"Las playmates, me explicó, eran las que habían posado desnudas para la revista. Las disfrazadas de conejitas eran más recientes que otras más venerables como ella -antigua Miss Agosto, según tuve el honor de enterarme-, que se mantenía en la categoría de playmate desde hacía cinco años.
¿Cuándo perdían su categoría?, me apresuré a preguntarle; ¿cuándo se las eliminaba del equipo? ¿Acaso alguien se dedicaba a vigilar con mirada diligente los inexorables estragos del tiempo? Se estremeció y eludió la pregunta, como si la verdad fuera demasiado horrible para tenerla en cuenta. Pero me indicó que en los libros figura todavía una playmate de la cosecha de 1986, y que las chicas muchas veces dejan de ser playmates cuando se casan o encuentran novio oficial".
Hasta ahora, y después de un par de horas en aquella fiesta, no ha pasado nada de lo que los imaginarios colectivos prometieron. Nadie se ha dado ni siquiera un beso en la frente. Debe ser, seguro, que la noche está muy joven, el descontrol empieza más tarde, cuando el trago haga su tarea.
A eso de las diez de la noche llegó el dueño de la casa.
"Acompañado por un séquito de cuatro rubias superoxigenadas, con vestidos que parecían una burda caricatura del look Versace, de enorme raja en la pierna y escote profundo, Hef entró como un viejo emperador romano, tan arrugado como me esperaba, pero más menudo. Las cuatro mujeres, una de las cuales era de tan extrañamente avanzada edad en este entorno que (si interpreté bien el evidente estiramiento de piel) debía de tener la mitad de años que él, formaban parte del grupo de siete que, según me informó solemnemente un invitado suramericano, viven de forma permanente con él en su mansión. ¿Qué? ¿Quiere decir que…? “Sí”, respondió el suramericano, con sonrisa lasciva. “Lo hace con todas ellas. ¡Todas! Las ventajas del Viagra, ya sabe”.
¿Y el sexo? Ese, de momento esta lejano. De hecho, finalmente no llegó. Para explicar este imaginario, John Carlin describe una conversación entre dos hombres que se lamentan por haber llevado a esa "fiesta" sus anillos de casados.
"Ridículo. Peor que ridículo: demente. Esos hombres que habían ido conmigo a la mansión Playboy se habían creído el engaño de que aquello era una fiesta de verdad (...) Habían perdido el juicio y se habían tragado la fantasía de que aquellas hermosas jóvenes veinteañeras, con sus pechos desbordados y su sonrisa profesional, se habían arreglado así con el propósito declarado de obtener sus favores sexuales. Se habían convencido aquellos hombres en su locura, ¡su objetivo urgente e inmediato era acabar la velada desnudas, en la cama, con ellos!".
La decepción, la realidad. "La mansión Playboy es un parque temático sexual, y la “fiesta” a la que acudí era un espectáculo aséptico, en el que había tan poca oportunidad de que las chicas se quitaran su ropa y complacieran las tristes fantasías de los invitados como de que Marilyn Monroe volviera a la vida en el cercano museo de cera de Hollywood (...) hubo dos pases de strip-tease , pero la artista no llegó a quitarse las piezecillas que le cubrían los pezones, ni mucho menos la braga de su biquini".
Una conversación con un camarero que llevaba 20 años trabajando en las "fiestas" de Hugh Hefner, fue el diálogo más revelador de ese falso lugar.
Cuando Carlin le pregunta si ve posible que alguno de los asistentes termine teninedo sexo con alguna de las conejitas presentes, el hombre responde: “Nunca jamás: antes se congelará el infierno (...) Ahora, la verdad, la verdad que no quieren que se sepa, es que aquí pasan muchísimas menos cosas de las que se imagina la gente”.