Abelardo Carbonó, leyenda viva de la champeta criolla
El músico nacido en Ciénaga, Magdalena hace 67 años, se ha convertido en un referente de los ritmos tropicales y del caribe colombiano desde hace más de cuatro décadas.
Theo González Castaño
“Un perro caliente y un vaso de gaseosa fue el pago que recibimos por la primera canción que grabamos en los estudios del sello Tropical en Barranquilla. No joda, sí que éramos ingenuos”, dice Abelardo Carbonó entre risas mientras recuerda que junto a ellos, otras once bandas grabaron canciones para ese disco recopilatorio.
“A otro perro con ese hueso se llamaba el sencillo. Yo llegué con mi guitarrita y grabamos todo de una, en bloque. Empecé a tocar como loco y a gozarme la vaina mientras las otras bandas le hacían arreglos sus interpretaciones, le metían pianos o repetían una y otra vez los acordes”, recuerda Carbonó. “Al final, el ritmo y la letra hicieron que nuestra canción pegara en toda la costa, se volvió popular e incluso duró cinco años en el primer puesto de la radio y las casetas de baile. A los de sello Tropical no fuimos capaces de reclamarles, pagamos la novatada y aprendimos la lección. Sabíamos que cosas grandes vendrían para nosotros y así fue”.
Los comienzos de Abelardo
El día que don Abelardo Carbonó, padre de Abelardo, llegó al municipio de Fundación en el departamento de Magdalena, supo que era el lugar perfecto para vivir junto con su esposa Elizabeth y los trece hijos que conformaban el hogar. Venían provenientes de Ciénaga en busca de oportunidades laborales en el sector de la ebanistería pues don Abelardo lo dominaba muy bien y buscaba mejores oportunidades de vida para él y su familia.
“Fundación me huele a leche recién ordeñada, a la boñiga seca de los animales por las calles polvorientas. Me sabe al canto de las aves y al rebuznar de los burros. Ese pueblo selvático al que llegué cuando tenía un año de nacido”, dice Abelardo y recuerda que allí sus padres, sin quererlo, empezaron a inculcarle el amor por la música. “Mi mamá, que ya va para 85 años, cantaba y mi padre era guitarrista. Tenía un trio que interpretaba boleros y con mis hermanos los veíamos tocar por todo el pueblo. Ahí nos enamoramos del trío Los Panchos, de Los Bríos de Argentina”.
A Abelardo también lo influenció el sonido de los tambores que retumbaban entre las veredas y los corregimientos del pueblo avisando que ya venía el tren o llegaba algún personaje ilustre pues no existían líneas telefónicas.
“Cuando terminamos nuestro bachillerato, mi abuelo, que era arquitecto, decidió llevarnos a vivir con él en Barranquilla. Nos vio metidos en la selva, y le dijo a mis padres: me llevo mis nietos a la ciudad”, dice Carbonó.
Con el arribo al barrio Carrizal de la capital atlanticense, Abelardo y sus hermanos tuvieron la oportunidad de encontrarse con las ventajas y los defectos de una ciudad. “Cuando llegamos a la ciudad yo me di cuenta que quería ser doctor porque en la casa siempre era el que hacía los mandados y no quería eso para toda la vida pero luego de ver la cantidad de plata que se necesitaba decidí inscribirme a la policía”, afirma el músico y relata que al ingresar a hacer el curso le quitaron lo que más quería por esos días por una norma de la Institución: "Me raparon toda la cabeza y se fue un copetico lo más de bacano con el que me veía pintoso y me daba mi estilo único”.
Luego de demostrar sus aptitudes musicales en la policía y trabajar en cinco departamentos, a Abelardo lo buscaron para que empezará a presentarse en los carnavales, fiestas y casetas de los pueblos de toda la costa caribe colombiana.
“Me tocó empezar a pedirle permisos a mi coronel. Ahí fue cuando me dijeron o usted es músico o es policía y bueno aquí estamos, al lado de una guitarra”, dice Carbonó y añade: “Cuando era policía no le podía comprar una olla a presión a Mariza, mi mujer. Tampoco podíamos cambiar el colchón que nos lastimaba al dormir pues tenía los resortes por fuera. Gracias a Dios con mis canciones empezamos a ganar platica y a construir un futuro”.
Los sonidos tropicales que Carbonó le infudía a sus composiciones rápidamente lo volvieron un artista popular. Carolina, canción dedicada a su hija, Muévela, Palenque, Quiero a mi gente, Guana Tangula o Te Acordarás de mí, versión champetera de un bolero argentino, fueron algunos de sus éxitos y pronto empezaron a grabarse en discos que rápidamente se agotaban por lo exóticos que resultaban.
Precursor de la Champeta Criolla
Cuando se le pregunta de dónde viene su inspiración y las ideas para componer el ritmo y las letras de las canciones, Abelardo Carbonó asegura que nació con un estilo musical propio. “No puedo explicarlo. Ese estilo para tocar la guitarra y hacer los arreglos venía dentro de mí. Aunque debo aclarar que yo solo me encargo de hacer música, el estilo lo definen los seguidores, todos aquellos que se encuentran alguna vez en la vida con mi música”.
Así mismo habla acerca del debate que existe en Colombia sobre el precursor de la champeta criolla. “Viviano Torres es para muchos el padre de la champeta criolla en nuestro país. Incluso el mismo Viviano se presenta como tal. Sin embargo, otros creen que soy yo. Sobre todo la gente de Magdalena y Barranquilla. Aunque en Cartagena lo niegan, incluso los locutores de radio, la polémica siempre estará. Lo que más importa es hacer música y gozarse la vaina, lo demás viene por añadidura”.
Para Carbonó lo único cierto entorno a la champeta es que sus orígenes se dieron en la música tropical que empezó a llegar a través de los barrios marginales de Barranquilla y Cartagena. Allí los afrodescendientes bailaban esos sonidos provenientes de las islas del caribe y las Antillas con un cuchillo champeta o machetilla en la espalda y bien pegado a su pareja. “Me fascina que a pesar del paso de los años, a la juventud le agradan ritmos musicales como la champeta y tienen el gusto y la visión por la cultura, el teatro y la presentaciones artísticas. Me parece bueno que disfruten de mi ejecución con la guitarra porque siempre busco la precisión y los buenos sonidos”.
Sobre su presente, Abelardo afirma que el conjunto con el que se presenta en diferentes eventos está funcionando bien y lo más importante es que está sonando coordinado. “El día que me duelan las rodillas, ahí de pronto pensamos en el retiro. Por ahora disfruto llevando mi mensaje a Alemania, Francia, Holanda o cualquier parte de Colombia. Soy feliz al saber que tengo muchos seguidores y coleccionistas de mi música. Es increíble la vigencia que tienen mis sonidos en todo el mundo. La otra vez toqué un tema en Alemania y esa gente era encantada con la guitarra, incluso llegué a dictar una conferencia en universidad de allá”, dice emocionado y agrega: “La guitarra hace parte de mí. La cojo y no puedo parar de tocar, a veces me acuesto con ella y me duermo sonándola. La champeta es mi vicio. Lo que estoy viviendo ahora es de repechaje, y por eso desde que abro los ojos sólo pienso en hacer lo que más me gusta, música de verdad”.
“Un perro caliente y un vaso de gaseosa fue el pago que recibimos por la primera canción que grabamos en los estudios del sello Tropical en Barranquilla. No joda, sí que éramos ingenuos”, dice Abelardo Carbonó entre risas mientras recuerda que junto a ellos, otras once bandas grabaron canciones para ese disco recopilatorio.
“A otro perro con ese hueso se llamaba el sencillo. Yo llegué con mi guitarrita y grabamos todo de una, en bloque. Empecé a tocar como loco y a gozarme la vaina mientras las otras bandas le hacían arreglos sus interpretaciones, le metían pianos o repetían una y otra vez los acordes”, recuerda Carbonó. “Al final, el ritmo y la letra hicieron que nuestra canción pegara en toda la costa, se volvió popular e incluso duró cinco años en el primer puesto de la radio y las casetas de baile. A los de sello Tropical no fuimos capaces de reclamarles, pagamos la novatada y aprendimos la lección. Sabíamos que cosas grandes vendrían para nosotros y así fue”.
Los comienzos de Abelardo
El día que don Abelardo Carbonó, padre de Abelardo, llegó al municipio de Fundación en el departamento de Magdalena, supo que era el lugar perfecto para vivir junto con su esposa Elizabeth y los trece hijos que conformaban el hogar. Venían provenientes de Ciénaga en busca de oportunidades laborales en el sector de la ebanistería pues don Abelardo lo dominaba muy bien y buscaba mejores oportunidades de vida para él y su familia.
“Fundación me huele a leche recién ordeñada, a la boñiga seca de los animales por las calles polvorientas. Me sabe al canto de las aves y al rebuznar de los burros. Ese pueblo selvático al que llegué cuando tenía un año de nacido”, dice Abelardo y recuerda que allí sus padres, sin quererlo, empezaron a inculcarle el amor por la música. “Mi mamá, que ya va para 85 años, cantaba y mi padre era guitarrista. Tenía un trio que interpretaba boleros y con mis hermanos los veíamos tocar por todo el pueblo. Ahí nos enamoramos del trío Los Panchos, de Los Bríos de Argentina”.
A Abelardo también lo influenció el sonido de los tambores que retumbaban entre las veredas y los corregimientos del pueblo avisando que ya venía el tren o llegaba algún personaje ilustre pues no existían líneas telefónicas.
“Cuando terminamos nuestro bachillerato, mi abuelo, que era arquitecto, decidió llevarnos a vivir con él en Barranquilla. Nos vio metidos en la selva, y le dijo a mis padres: me llevo mis nietos a la ciudad”, dice Carbonó.
Con el arribo al barrio Carrizal de la capital atlanticense, Abelardo y sus hermanos tuvieron la oportunidad de encontrarse con las ventajas y los defectos de una ciudad. “Cuando llegamos a la ciudad yo me di cuenta que quería ser doctor porque en la casa siempre era el que hacía los mandados y no quería eso para toda la vida pero luego de ver la cantidad de plata que se necesitaba decidí inscribirme a la policía”, afirma el músico y relata que al ingresar a hacer el curso le quitaron lo que más quería por esos días por una norma de la Institución: "Me raparon toda la cabeza y se fue un copetico lo más de bacano con el que me veía pintoso y me daba mi estilo único”.
Luego de demostrar sus aptitudes musicales en la policía y trabajar en cinco departamentos, a Abelardo lo buscaron para que empezará a presentarse en los carnavales, fiestas y casetas de los pueblos de toda la costa caribe colombiana.
“Me tocó empezar a pedirle permisos a mi coronel. Ahí fue cuando me dijeron o usted es músico o es policía y bueno aquí estamos, al lado de una guitarra”, dice Carbonó y añade: “Cuando era policía no le podía comprar una olla a presión a Mariza, mi mujer. Tampoco podíamos cambiar el colchón que nos lastimaba al dormir pues tenía los resortes por fuera. Gracias a Dios con mis canciones empezamos a ganar platica y a construir un futuro”.
Los sonidos tropicales que Carbonó le infudía a sus composiciones rápidamente lo volvieron un artista popular. Carolina, canción dedicada a su hija, Muévela, Palenque, Quiero a mi gente, Guana Tangula o Te Acordarás de mí, versión champetera de un bolero argentino, fueron algunos de sus éxitos y pronto empezaron a grabarse en discos que rápidamente se agotaban por lo exóticos que resultaban.
Precursor de la Champeta Criolla
Cuando se le pregunta de dónde viene su inspiración y las ideas para componer el ritmo y las letras de las canciones, Abelardo Carbonó asegura que nació con un estilo musical propio. “No puedo explicarlo. Ese estilo para tocar la guitarra y hacer los arreglos venía dentro de mí. Aunque debo aclarar que yo solo me encargo de hacer música, el estilo lo definen los seguidores, todos aquellos que se encuentran alguna vez en la vida con mi música”.
Así mismo habla acerca del debate que existe en Colombia sobre el precursor de la champeta criolla. “Viviano Torres es para muchos el padre de la champeta criolla en nuestro país. Incluso el mismo Viviano se presenta como tal. Sin embargo, otros creen que soy yo. Sobre todo la gente de Magdalena y Barranquilla. Aunque en Cartagena lo niegan, incluso los locutores de radio, la polémica siempre estará. Lo que más importa es hacer música y gozarse la vaina, lo demás viene por añadidura”.
Para Carbonó lo único cierto entorno a la champeta es que sus orígenes se dieron en la música tropical que empezó a llegar a través de los barrios marginales de Barranquilla y Cartagena. Allí los afrodescendientes bailaban esos sonidos provenientes de las islas del caribe y las Antillas con un cuchillo champeta o machetilla en la espalda y bien pegado a su pareja. “Me fascina que a pesar del paso de los años, a la juventud le agradan ritmos musicales como la champeta y tienen el gusto y la visión por la cultura, el teatro y la presentaciones artísticas. Me parece bueno que disfruten de mi ejecución con la guitarra porque siempre busco la precisión y los buenos sonidos”.
Sobre su presente, Abelardo afirma que el conjunto con el que se presenta en diferentes eventos está funcionando bien y lo más importante es que está sonando coordinado. “El día que me duelan las rodillas, ahí de pronto pensamos en el retiro. Por ahora disfruto llevando mi mensaje a Alemania, Francia, Holanda o cualquier parte de Colombia. Soy feliz al saber que tengo muchos seguidores y coleccionistas de mi música. Es increíble la vigencia que tienen mis sonidos en todo el mundo. La otra vez toqué un tema en Alemania y esa gente era encantada con la guitarra, incluso llegué a dictar una conferencia en universidad de allá”, dice emocionado y agrega: “La guitarra hace parte de mí. La cojo y no puedo parar de tocar, a veces me acuesto con ella y me duermo sonándola. La champeta es mi vicio. Lo que estoy viviendo ahora es de repechaje, y por eso desde que abro los ojos sólo pienso en hacer lo que más me gusta, música de verdad”.