Álvaro Mutis, artista de la vida
El escritor murió el 22 de septiembre de 2013 en Ciudad de México luego de una vida pródiga.
Álvaro Mutis murió el 22 de septiembre de 2013 en Ciudad de México luego de una vida pródiga. Tenía 90 años y venía de un largo silencio literario. Podemos adivinar que no fue muy feliz durante sus últimos años pero, a cambio, lo tuvo todo antes: belleza, oro, fama, honores. Fue muy generoso, sobre todo con la plata ajena, una virtud que lo llevó a la cárcel de Lecumberri. Tuvo un amorío con la escritora Elena Poniatowska, una escritora brillante que lo hizo rabiar de celos coqueteando con un amigo común, Luis Buñuel. «Solo los que amamos nos pueden herir…»
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Álvaro Mutis murió el 22 de septiembre de 2013 en Ciudad de México luego de una vida pródiga. Tenía 90 años y venía de un largo silencio literario. Podemos adivinar que no fue muy feliz durante sus últimos años pero, a cambio, lo tuvo todo antes: belleza, oro, fama, honores. Fue muy generoso, sobre todo con la plata ajena, una virtud que lo llevó a la cárcel de Lecumberri. Tuvo un amorío con la escritora Elena Poniatowska, una escritora brillante que lo hizo rabiar de celos coqueteando con un amigo común, Luis Buñuel. «Solo los que amamos nos pueden herir…»
Trabajó en publicidad, fue distribuidor de las películas de la 20th Century Fox para Latinoamérica y narrador de la serie Los intocables, una famosa saga de mafiosos, porque también fue dueño de una magnífica voz. Estentórea pero nítida y dramática.
Estudió el bachillerato en Bruselas porque su padre hacía parte del cuerpo diplomático de Colombia en Bélgica. Luego vivió en Bogotá y fue amigo de los jóvenes poetas del círculo de la revista Mito, dirigida por Jorge Gaitán Durán, y publicó libros de poesía como Los elementos del desastre (1953), donde nace Maqroll el gaviero, alter ego de Mutis y protagonista central de sus novelas. En 1959 publicó Memoria de los hospitales de ultramar. En 1960 empezó a virar hacia la prosa –Diario de Lecumberri– y en 1961 escribió Los trabajos perdidos. Luego se residenció en México, donde vivió más de cincuenta años, hasta su muerte.
Recibió premios tan importantes como el Cervantes (2001) y otros que tenían nombres de príncipes y reinas y le hicieron cosquillas en el alma porque era monárquico. El último. Rolo monárquico. Excéntrico el hombre. Repitió tantas veces que la monarquía era la forma de gobierno ideal, que debemos pensar que lo dijo en serio.
Un perfil de Mutis según Poniatowska
Cuando Gabo se fue a vivir a México D.F., ni los vecinos se enteraron. Cuando llegó Álvaro Mutis, en cambio, la ciudad cayó a sus pies. Alto, bello, talentoso, divertido y con la chequera de una multinacional petrolera en el bolsillo, era virtualmente imbatible. La condesa y escritora Elena Poniatowska lo describe así:
«Es el salvador de las fiestas. Seduce a la Duquesa de Altamira, a la Marquesa de Villamarcilla… Sus carcajadas levantan la fiesta como las burbujas al champagne, y nada le gusta tanto a una mujer como sentirse espuma... Cuenta chistes, imita a Cantinflas, habla de Goethe, de Brigitte Bardot y de las Misas Negras. Declama en francés y dice adivinanzas en slang. A los europeos les habla de Siam y a los sudamericanos de Europa. Posee lujosas y muy raras ediciones limitadas. Con Octavio Paz habla noches enteras sobre las relaciones entre la mística y el porvenir del hombre. También a Paz lo seduce. Tiene con qué. Cosmopolita, culto, sensible, bondadoso, mundano, es el rey. Nada se le atora. Su charme derrite. Álvaro Mutis parte plaza. Cruza los salones como un acorazado y su risa y sus ojos son rompevientos, rompeolas, rompecorazones...».
Una de las derretidas fue ella misma, la condesa Poniatowska, pero Mutis apenas reparó en ella.
Después la fiesta se complicó. Mutis desfalcó a la petrolera (lo que será delito mas no pecado) y fue a parar a la Cárcel de Lecumberri. La condesa lo visitaba con frecuencia y Mutis la descubrió con sus nuevos ojos de presidiario.
Carlos Fuentes decía que era una mujer corriente, «ni fea ni chula». Juan José Arreola juraba que era «el conjunto piernas-culo-rostro-cerebro mejor balanceado del Distrito». Lo cierto es que ella siguió visitándolo y Mutis se enamoró locamente. Entonces la condesa se sirvió el plato frío de la venganza, lo sedujo y luego lo traicionó con Luis Buñuel, un amigo común. La cornada casi lo mató. El día que Mutis lo supo, contó uno por uno los remaches de los paneles metálicos de la celda: 4.746 exactamente.
Dicen que Mutis nunca se repuso de este golpe. Que la veía en todas partes, que veía sus zarcillos en los lóbulos de las orejas de Ana La Cretense, sus ojos azules atisbando lejanías en el muelle de Buenaventura, el pelo minucioso ondeando en los recuerdos del hombre de la gavia, sus labios húmedos en el rostro de la proxeneta Ilona Garbowska; que vio su lengua articular obscenidades en un hotelucho de Sumatra, sus ropas en el cuerpo de una hetaira de Chipre, sus calzones estrujados por los dedos urgentes de un oscuro estibador, su naricita aspirando el pecho umbroso de Buñuel, las rayas rojas que sus uñas almendradas dejaron en la espalda de un hombre sin rostro, sus senos cimbrando bajo las arremetidas salvajes del Estratega, el insoportable perfil de sus nalgas en el marco de la ventana en un crepúsculo amazónico, su rostro sepultado en la almohada en una eternidad de doloroso placer...
Yo conocí a Elena Poniatowska en una cafetería de la Feria del Libro de Guadalajara. Hablamos de libros y del PRI, claro. Seguía esbelta y casi victoriosa sobre el tiempo. En un rapto de valor le pregunté si era cierto que había tenido un romance con Mutis. «Todas las mujeres de la ciudad soñamos alguna vez hacer mutis con Mutis», dijo con una sonrisa luminosa y traviesa. Y no dijo más. Condesa es condesa.
Dicen que siempre hay algo de ella en todas las mujeres de sus libros.
Las opiniones de los críticos. Mutis por William Ospina
«Mutis es un personaje múltiple –dice William Ospina–. Influyó de maneras distintas en la literatura colombiana. En primer lugar, diría yo, como poeta. Es uno de los más importantes de nuestra literatura, y me parece que llegó primero que otros al hallazgo de la poesía de esta naturaleza americana, de esta geografía equinoccial, casi que en momentos en que Neruda estaba escribiendo el Canto General, y descubrió la América. Ya Mutis, siendo mucho más joven, estaba también escribiendo sus poemas en ese tono de descubrimiento del paisaje, de celebración del mundo americano.
Mutis por Gabo
El septuagésimo cumpleaños de Mutis fue celebrado en la Casa de Nariño y el orador central fue García Márquez:
»(…) Siempre pensé que la lentitud de su creación era causada por sus oficios tiránicos. Pensé además que estaba agravada por el desastre de su caligrafía, que parece hecha con pluma de ganso, y por el ganso mismo, y cuyos trazos de vampiro harían aullar de pavor a los mastines en la niebla de Transilvania. Él me dijo cuando se lo dije, hace muchos años, que tan pronto como se jubilara de sus galeras iba a ponerse al día con sus libros. Que haya sido así, y que haya saltado sin paracaídas de sus aviones eternos a la tierra firme de una gloria abundante y merecida, es uno de los grandes milagros de nuestras letras: ocho libros en seis años.
»Basta leer una sola página de cualquiera de ellos para entenderlo todo: la obra completa de Álvaro Mutis, su vida misma, son las de un vidente que sabe a ciencia cierta que nunca volveremos a encontrar el paraíso perdido. Es decir: Maqroll no es sólo él, como con tanta facilidad se dice. Maqroll somos todo»s.
Mutis por Harold Alvarado
«Nadie ha hecho más daño, a la cultura en Colombia, en este medio siglo, que Álvaro Mutis, al estucar, con el prestigio y respetabilidad que da la poesía, su variado expediente de servicios de asco a empresarios y gobiernos hegemónicos. Ayer, a los negociantes de hidrocarburos y el celuloide, hoy, junto a Belisario Betancur, el otro agente, a los millonarios españoles nacidos del franquismo, cuyas empresas se dedican no sólo al lucro y blanqueo de divisas, sino al fomento de la ignorancia entre las clases medias de América Latina promoviendo la frivolidad y señorerío ideológicos. Por algo sus amos fueron Nelson y David Rockefeller y en los últimos tiempos, el aliado de los petroleros Bush, José María Aznar, a través de Esperanza Aguirre y Gil de Biedma y la renegada de Bandera Roja, Pilar del Castillo».
Mi Mutis
A mí, lo confieso, Mutis no me dice mucho y estoy seguro de que no fue un gran narrador. No es fácil entender por qué fracasó en esa tarea un señor que tenía mundo, oficio y buen pulso, amén de que se movía como pez en el agua en el circuito de los editores, los escritores y los medios de comunicación.
Quizá el problema estribó en que escribía muy bien. Quiero decir que su prosa tenía mucho relieve, y la narrativa es un asunto de prosas planas, como las de Balzac, Carver o Vargas Llosa. Por eso los grandes estilistas no han sido buenos narradores, con las anómalas excepciones de Gabo, Proust o Marai, señores que triunfaron pese a su virtuosa facundia. Por eso un estilista como Capote renunció a la prosa delicada y adoptó estilo seco para escribir A sangre fría, la obra a la que debe su fama y que opacó por completo a sus otras novelas, todas talladas a mano (y todas mejores que A sangre fría, paradójicamente). Sabía demasiado, dice el criminal. Tenía mucho estilo, podría decir el crítico.
Un estilo con mucha textura no sirve para hacer cuentos, digamos, porque entonces el lenguaje se vuelve protagonista, y el cuento, se sabe, es una forma sintética y esencial cuyo protagonista debe ser el argumento.
Tampoco es aconsejable un gran estilo para hacer novelas porque el autor se siente mucho y el lector se distrae. O desconfía... No puede abandonarse al relato, sumergirse en la historia. Una «prosa elevada» en la novela es impertinente, empalagosa como esos presentadores que hablan mucho, como un partner vanidoso o una segunda voz muy alta. Los protagonistas de las novelas deben ser los personajes, no el lenguaje ni mucho menos el escritor.
El lenguaje puede ser muy visible en el poema porque se trata de un género pretencioso por definición. Y corto.
Otro problema serio fue el tamaño de Maqroll. Mutis no fue capaz de crearle antagonistas a su altura, y Maqroll se quedó sin el contrapunto que requiere un performance memorable. Uno es de la estatura de su enemigo más alto, se sabe, y Maqroll está rodeado de caracteres muy frágiles. Maqroll eclipsa a sus personajes, de una manera similar a la sombra que Mutis arrojó sobre su obra. Ante Mutis, siempre tengo la sensación de que hay más anécdotas que narrativa, más biografía que obra. O como le dijo una vez la condesa Elena Poniatowska: «Usted es mejor conversado que leído» (claro que ella se estaba desquitando porque él le había dicho minutos antes: «Si tuvieras cinco centímetros más de estatura, hasta los ángeles bajarían a la novelería»).
Es por esto que Mutis pertenece a la segunda división de boom, con Asturias, Donoso, Fuentes y Vargas. También, hay que reconocerlo, porque le tocó un vecindario difícil: ¡Borges, Gabo y Rulfo! De malas el hombre.
Mutis fue casi un genio. Esa fue su tragedia.
Los que saben, dicen que en realidad era poeta; que con él, la naturaleza deja de ser escenografía y pasa al primer plano con peso y carácter específicos, aunque lo cierto es que en esta tarea, y solo en Suramérica, se le adelantaron por lo menos dos poetas, Neruda y Aurelio Arturo.
No logró colarse en el salón de los inmortales pero en cambio tuvo tratos muy íntimos con esa zorra arisca, la felicidad. Como Wilde, habría podido decir al final: «En mi vida puse mi genio, en mi obra apenas el talento».
Si nos atenemos a su lujosa lista de premios, y al peso literario de su obra, claro, Mutis es sin duda uno de los grandes escritores latinoamericanos. Lo que está en duda es que sea el segundo escritor colombiano, lugar que le disputan Fernando Vallejo, Piedad Bonnett, William Ospina, Tomás González, Rómulo Bustos y Juan Manuel Roca.
Fue narrador y poeta, y muy bueno poniendo títulos: La muerte del estratega, Abdul Bashur, soñador de navíos, Reseñas de los hospitales de ultramar, La nieve del almirante, Ilona llega con la lluvia, La verdadera historia del flautista Hammelin… pero lo que venía luego no era tan bueno. Como buen botarate, agotaba su talento en los títulos.
Fue un estilista de buen pulso y un narrador aplicado pero el fondo de sus novelas no alcanzó mucho calado.
P.S. Releo estas planas, vuelvo a pensar en la obra del bogotano, dudo y me asalta el temor de que sea la envidia la verdadera autora de estas blasfemias. Reconozco que, llegado el caso, mataría por una línea de Mutis.