Andrés López: “No hago comedia para que la gente olvide sus problemas”
A propósito de los 20 años de “La pelota de letras”, que se cumplen en este 2024, hablamos con su creador e intérprete para profundizar en su vida, en su pensamiento y en las influencias detrás de sus obras.
Danelys Vega Cardozo
El pelo negro es cosa del pasado, bien lo saben sus canas. El maquillaje es para las cámaras, no por temor al paso acelerado de las manecillas del reloj. Sus prendas permanecen intactas: chaqueta de cuero roja y camiseta blanca. No está en frente de un escenario, pero pareciera que lo estuviera: sonríe y cuenta cuentos, que algunos llamarían chistes. “Es algo natural, así soy desde niño”, dice Andrés López, quien procura con su mirada reconocer la existencia de quienes se encuentran en aquella oficina ubicada en un séptimo piso. “Hay personas que tienen ojos que vuelven a la gente invisible. Eso me parece riesgoso tanto para uno como para los demás”. No es lo único que considera peligroso.
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El pelo negro es cosa del pasado, bien lo saben sus canas. El maquillaje es para las cámaras, no por temor al paso acelerado de las manecillas del reloj. Sus prendas permanecen intactas: chaqueta de cuero roja y camiseta blanca. No está en frente de un escenario, pero pareciera que lo estuviera: sonríe y cuenta cuentos, que algunos llamarían chistes. “Es algo natural, así soy desde niño”, dice Andrés López, quien procura con su mirada reconocer la existencia de quienes se encuentran en aquella oficina ubicada en un séptimo piso. “Hay personas que tienen ojos que vuelven a la gente invisible. Eso me parece riesgoso tanto para uno como para los demás”. No es lo único que considera peligroso.
Piensa que “lo peor que le pueden hacer a un ser humano es quitarle la esperanza”. En su caso, nunca la ha perdido, ni siquiera en aquellos tiempos en que tuvo que vivir a punta de papa y gaseosa, o aquel día en que encontró el rostro de su madre enjugado en lágrimas por cuenta de su separación y fracasos afectivos. “Nos abrazamos y consolamos, pero al día siguiente había que seguir trabajando, y eso fue lo que hicimos”.
Cuando sus padres se divorciaron, él quedó bajo la tutoría de su madre. De los labios de su padre se le fueron negadas dos palabras: te amo. Siguió adelante. “Nunca manejé un rencor que me volviera una persona con una mente en muletas, que no pudiera solventar ese tipo de situaciones. Tomé la decisión de ser yo mismo y actuar creando mis propios universos”. Lo que hizo muchos años después fue escribir una obra de comedia y, en ella, una línea basada en aquellas palabras que nunca escuchó. La obra se llamó La pelota de letras, y el mundo la conoció por primera vez en 2004, en Hard Rock Café (Bogotá). Una noche se dio cuenta de que con su monólogo estaba ayudando a que otros sanaran sus heridas.
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Mientras se encontraba en un bar se le acercó un hombre, cuyo hálito dejaba al descubierto su ebriedad. De repente lo abrazó y le dijo: “Andrés, quiero decirle algo; sé que estoy borracho, pero los borrachos siempre decimos la verdad: ‘Usted me ayudó a resolver muchas cosas con mi papá’”. “Se cumplió”, pensó Andrés López. Y lo pensó porque uno de sus propósitos es que “la gente pueda resolver cosas con sus comedias”. Por eso, algún día, cuando concedió una entrevista para la BBC -en la que estaban Andrea Echeverri y Héctor Buitrago, integrantes de los Aterciopelados- decidió despejar las dudas que dejaba una afirmación realizada por una periodista.
-Me imagino que con su comedia la gente olvida sus problemas, dijo la mujer.
-No. No hago comedia para que la gente olvide sus problemas, sino para que salga a la calle y los confronte, pero con una sonrisa en la boca.
No cree en los milagros repentinos, en que los problemas se puedan disolver en un segundo o asistiendo a su show durante una hora. “No existen las noticias falsas, sino las vidas o promesas falsas”. De lo que sí está convencido es de que “la risa es la terapia fundamental”. Entonces, recuerda a su amigo Gonzalo Valderrama y que está próximo a lanzar un libro que habla precisamente de eso: de cómo la comedia lo ayudó a sanar. De repente, como si quisiera darle mayor soporte a su argumento, de Valderrama pasa a Patch Adams, el médico de la risoterapia, aquel que fue interpretado por Robin Williams en una película homónima. “Hay que compartir esa sanidad y risa con los demás. (…) Esa risa tiene una banda, que puede ser constructiva o destructiva. Pienso que la risa fundamental es constructiva”.
Alguna vez creyó que la tecnología computacional iba a salvar la humanidad. Más tarde se daría cuenta de que aquello era solo una ilusión, pero por esa época estaba tan convencido de su pensamiento, que decidió estudiar ingeniería de sistemas. Nunca culminó la carrera. Por aquel entonces comenzó a incursionar en la cuentería, a pararse en las plazoletas de las universidades públicas y privadas a narrar cuentos, que hacían que los asistentes terminaran con una sonrisa o carcajada. Aquella actividad extracurricular lo fue llevando por caminos insospechados.
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Empezó a conocer otras culturas y personas, así que el gremio universitario y Bogotá dejaron de ser su límite universal. “Esto tiene que ver con el ser humano, no con las computadoras”, pensó. Tras aquel descubrimiento cambió la ingeniería de sistemas por la antropología. “La adoro porque me permitió permearme al otro, pues un antropólogo, que entre a estudiar el campo pretendiendo que tiene la razón, pierde. Uno tiene que permearse, no tener la razón, no pretender que el otro está equivocado por no ser como uno”. A pesar de su fascinación por aquella carrera, también la abandonó, entre otras cosas, por su actividad extracurricular de cuentería. Sin embargo, se fue con el equipaje lleno, con conocimientos que tiempo después le sirvieron para sus narraciones orales.
Finalmente, hizo su última parada profesional: educación experiencial. “Me gradué en crear juegos para que la gente aprenda algo, pero mis comedias tienen de las tres cosas: ingeniería de sistemas, antropología y educación experiencial”. Desde sus inicios decidió que quería escribir y contar sus propios cuentos, y nutrirse de otras artes. “Ser original no significa rechazar toda creación anterior. Ser original es un tema de distancia. Si me baso en lo que está haciendo un comediante gringo en Amazon Prime y pienso que nadie sabe inglés en Colombia, y digo lo mismo, pero en español, para echarme una cantidad de millones al bolsillo, eso no es correcto; estoy engañándome a mí mismo y a los otros”.
Su comedia también está permeada por las múltiples incógnitas que habitan su mente desde su infancia, desde que se sentaba en frente del televisor y se preguntaba de dónde salía la gente que veía proyectada en la pantalla. De un cuestionamiento saltaba al siguiente. “¿Por qué la gente cruza la calle? ¿Por qué hablan sola en un carro?”, eran algunas de las preguntas que se hacía. Por eso el fundamento de su formación artística siempre ha sido “coleccionar asombros, no dejar nada por sentado, preguntarme por qué las cosas están ahí”, como le enseñó alguna vez un profesor de filosofía.
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“Los hallazgos más grandes en la filosofía no han estado en encontrar respuestas, sino en hacer buenas preguntas”, afirmó el docente en una clase universitaria. “Hay que atreverse a preguntar cosas nuevas y a encontrar fórmulas nuevas para tratar de resolver esas preguntas, y siempre hay que preguntar qué es lo que pasa detrás de esos asombros”.
-¿Por qué siempre hay que hacerse preguntas?
-Porque es la manera de estar vivo.
Entonces, unos minutos después, trae a colación aquella película de Oliver Stone que hizo sobre la banda de rock The Doors y que lleva el mismo nombre. Recuerda la escena en la que Val Kilmer, quien interpreta a Jim Morrison, el líder de la agrupación, está tratando de ingresar a una de las discotecas más importantes de Los Ángeles y se sube a lo alto de un carro y grita: “¿Cuántos de ustedes saben que están vivos?”.
-Esa frase a mí me quedó. Tenemos que recordar que estamos vivos. La vida no es una penumbra apática. Es un constante viaje, un estado que va por un camino y en el que uno toma las decisiones.
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