Blanqueamiento de grafitis en Medellín, eterna disputa por la tacita de plata
La administración de Federico Gutiérrez intervino varias paredes en las que había grafitis. Las mandó a pintar de blanco para “recuperar” los espacios de la ciudad. Esto generó una conversación entre artistas, académicos y la institucionalidad. ¿Son un medio para expresarse o simplemente para decorar la ciudad?
Alberto González Martínez
“Es una pelea que no tiene nunca cómo acabar, porque mientras haya un muro, mientras haya algo en donde plasmar, el humano lo va a hacer”, respondió Juanchú, líder del colectivo de hip hop Clika Underground, cuando le consulté por el blanqueamiento de algunas paredes en Medellín.
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“Es una pelea que no tiene nunca cómo acabar, porque mientras haya un muro, mientras haya algo en donde plasmar, el humano lo va a hacer”, respondió Juanchú, líder del colectivo de hip hop Clika Underground, cuando le consulté por el blanqueamiento de algunas paredes en Medellín.
Esa medida de la administración corresponde a un plan de la Secretaría de Ambiente, que ha intervenido algunos espacios; ha limpiado zonas verdes, quebradas, pisos y parques; ha sembrado árboles, pintado paredes y más. Todo esto, pretendiendo “recuperar” el espacio público de la ciudad y el calificativo que surgió hace cincuenta años: la tacita de plata.
Al consultarle a Ana Ligia Mora, secretaria de Ambiente, cómo coordinarían con los grafiteros, respondió que mediante la “conversación” (palabra que repitió trece veces durante la entrevista). Una conversación, además, que algunos grafiteros no quieren dar. “El grafiti deja de serlo cuando lo toca la institucionalidad”, sentenció Juanchú.
La eterna disputa
La secretaria de Ambiente dice que con la iniciativa se busca evitar la “contaminación visual”. Para ello, elegirán paredes con grafitis que no sea “agradables estéticamente, que estén desgastados o algunos que hayan sido reiteradamente puestos sobre otros”. En la ciudad también se observa algo parecido con la publicidad, que se acumula en diversos espacios.
“La administración pasada no borró nada, eso no los hace mejores, pero el vacío que hay es que cuando hay una recuperación de espacio público, básicamente lo que hacen es renovar el espacio y es, en cuestión de horas, que se retoma porque ya son espacios conquistados por el grafiti”, dice Verónica Morales, artista y profesora de la Universidad Luis Amigó.
“Muchos han dicho que los muros se convierten nuevamente en unos lienzos. Lo que nosotros hemos propuesto es que nos pongamos de acuerdo. Todos queremos a la ciudad, todos queremos entregar un mensaje, pero ese mensaje que nosotros estamos proponiendo es que sea de manera conversada, que les genere beneficios a los turistas, pero también a los habitantes de este municipio”, insistió la secretaria Ana Ligia Mora.
“El grafiti deja de serlo grafiti cuando lo toca la institucionalidad. Se convierte más en un mural, en una obra que se hace con más tiempo, con más técnica, sí. Pero un minuto en el grafiti puede ser una hora para un artista de la institucionalidad. El sistema quiere ver las cosas de una manera, pero el arte de la calle la quiere ver de otra”, agrega Juanchú.
La institucionalidad en la ciudad, como dice Juanchú, se metió desde hace varios años en el tema. En 2020 creó un Acuerdo Municipal que reglamenta el espacio visual, donde dicta que “se permitirán los murales y el arte público que transmita mensajes cívicos, institucionales o culturales, en las culatas de las edificaciones, sobre los muros de cerramientos de proyectos de construcción, lotes sin construir y en los puentes peatonales y vehiculares”. El documento no menciona directamente al grafiti porque, como dice la académica Morales, ellos siempre lo van a ver como una “invasión”.
Mostrar la tacita de plata
Otras de las palabras que retiró la secretaria, y han reiterado las administraciones pasadas, fue “turismo”. La “ciudad museo”, como han planteado algunos teóricos, es la que vende sus espacios al turista. Medellín lo ha hecho con el Parque Botero, por ejemplo, y con otros donde el mural es protagonista, como en la Comuna 13 y Manrique. Una dinámica que quiere prolongar esta alcaldía.
“El Estado siempre va a querer mantener una visión de ciudad cierta, una visión clara, una visión de una ciudad bonita, o sea, que no presente síntomas que la alteren”, responde Juanchú al comentarle la postura de la administración y lo interrumpo para alimentar su argumento.
“En las ciudades hay burbujas, o sea, la ciudad es una esponja, es un corazón. Si la ciudad late, entonces es muy difícil usted mantener ese latido a un solo ritmo. Todo hace parte de la ciudad en el sentido de querer comunicar algo y más Medellín”.
La calle Barranquilla, que no es frecuentada por turistas, fue escenario del grafiti ilegal desde los años 90. Desde hace una década la institucionalidad intervino y pretendió que se pintaran murales como el de calle 10 en El Poblado, otro de los espacios turísticos. Sin embargo, los artistas llegaron a un acuerdo con la administración. Se pintaron libremente más de 3.000 metros con ayuda de colectivos de la zona.
“Ellos dijeron si es con murales no estamos de acuerdo porque esta es una zona que el grafiti ya desbloqueó, entonces debería conservarse la libertad de la escritura de grafiti y eso fue precisamente lo que pasó. Se dejó el espacio para que los escritores de grafiti de la zona norte participaran de una iniciativa intervención institucionalizada, pero en donde el lenguaje prevaleciera al grafiti”, agrega Verónica Morales.
“Sin embargo, esta administración parece seguir la retórica del grafiti como un artefacto turístico, en el que quiere vincular a la recién creada Secretaría de Turismo, para que haya “una línea de negocio que le aporte a la ciudad”, Juanchú dice que ya hay grafiteros para eso en la ciudad, mientras que ellos siguen prefiriendo la autogestión y contar sus propias realidades.
¿Artistas o decoradores de exteriores?
La tercera frase que más escuché durante la entrevista con la secretaria de Ambiente fue “tacita de plata”, expresión que se viene escuchando con una connotación negativa desde la administración pasada, como “Medellín ya no es la tacita la plata”. Federico Gutiérrez quiere recuperar ese remoquete que ganó hace varios años, mientras la ciudad permanecía limpia y acumulaba la basura en el río y luego en una montaña de basura en el barrio Moravia.
La discusión, ahora, es si el grafiti funciona como un medio artístico o como decoración. Las temáticas recurrentes en estos escenarios son los pájaros, las flores, la ciudad jardín. “Se vuelve incluso malsano porque no dice nada. Es decir, algo que también hablábamos antes, se vuelve como decoradores de espacios en cierta medida, cuando la administración quiere intervenir”, asevera Morales.
“Cuando la institucionalidad toca, entra invirtiendo, pero es una manera de ir degradando, porque el artista deja el lado investigativo o la de la autogestión, porque esperan que haya una convocatoria, reciben dinero y pintan. El arte de la interpretación, o sea, el arte de plasmar algo más interior se pierde”, añade Juanchú.
“Es como cercenar incluso la creatividad del artista simplemente por comisión. Darle siempre esa narrativa, que es inequívoca, que le va a gustar a la comunidad, que va a despertar el sentido de pertenencia en una ciudad como Medellín, que tiene tantas historias tan interesantes por contar, pero que no vamos a quedar como patinando en lo mismo”, agrega Morales.
“El grafiti siempre va a ser un elemento irreverente y contestatario. Entonces ¿el sistema qué hace? Limpia. Pero al limpiar, se vuelve una dualidad. El otro lado, el de calle, vuelve y lo interviene”.