Carlos Gaviria, en foco
Este fotógrafo de moda bogotano lleva 14 años en el oficio. Trabaja con una Hasselblad y cree en la raíz de la fotografía, la que no es hecha por computador.
Liliana López Sorzano
Como en casa de herrero hay azadón de palo, en casa de fotógrafo no hay fotos.
Paradójicamente odia posar para la cámara y desde chiquito anteponía su mano ante la luz de un flash. El trabajo como diplomático de su padre lo llevó a recorrer medio globo terrestre. En Chile empezó la carrera de diseño gráfico, donde tuvo una novia modelo a quien veía salir de una manera impecable en las revistas. Uniendo el imaginario colectivo y el propio, Gaviria se dio cuenta de que quería estar ahí, en el punto exacto entre la realidad y la ficción de una foto de moda. Básicamente fue el amor el que lo motivó a hacer fotos.
Se ganó una beca en el Instituto de Diseño Europeo en Milán para terminar el último año de carrera. “Logré convencer al instituto de que yo podía ser un mejor fotógrafo que diseñador e hice que me cambiaran la beca por el primer año de fotografía”. Se graduó finalmente en fotografía, trabajó un tiempo en Milán y un día decidió coger un avión a Tokio. Era la oportunidad de tocar diferentes puertas y de estar donde sus compañeros no estaban. Cuatro meses bastaron para darse cuenta de que abrirse un camino en un país único en el mundo y donde la demencia y el orden conviven, era muy difícil, era como estar en Lost in Translation.
Volvió al terreno europeo conocido y sus fotos fueron publicadas en revistas como Elle, Marie Claire, Squire, entre otras. Poco a poco fue formando su red de contactos por toda Europa y lo llamaron de Want, una agencia de modelaje en Milán, para que fuera el jefe de selección de modelos. Fue así como llevó a Íngrid Wobst y a Carolina Castro para trabajar en Europa. Pero la tierra hace su llamado en algún punto y regresó a Bogotá. Comenzó a desempeñarse como director de fotografía de la revista Soho gracias a la persuasión de Daniel Samper, quien le planteó el reto, y ahí permaneció por cuatro años. Fue la envidia de muchos hombres, pues cada mes tenía bajo el lente a las mujeres más bonitas de Colombia ligeras de ropa.
Como buen nómada no pudo permanecer por mucho tiempo en un solo sitio. Renunció a la revista, trabajó en México al mismo tiempo que se le fue colando el cine. Cortó la fotografía, se fue a estudiar cine a Madrid y volvió a Bogotá porque se casó. RCN Comerciales le dio la oportunidad como director, donde dirigió más de 20 producciones.
El manejo de la luz y del espacio cambiaron definitivamente en su fotografía después de haber aprendido del cine. Su estilo también es muy influenciado por el diseño gráfico, porque es limpio y geométrico y siempre tiene presente las leyes del tercio.
Según Gaviria, el secreto de una buena modelo no es la de mejor cara ni la de mejor cuerpo, es la que tiene actitud, la que conoce milimétricamente su cuerpo. Para lograr el trabajo se necesita un lobby psicológico muy fuerte. “Tiene que haber química, hay que conectarse con la persona y sacarle el alma. Si no, salen unas fotos como en la sala de su tía abuela”.
Un cortometraje hace parte de sus próximos proyectos, así como también lograr exponer en una galería un trabajo que siga los principios químicos de la fotografía.
Como en casa de herrero hay azadón de palo, en casa de fotógrafo no hay fotos.
Paradójicamente odia posar para la cámara y desde chiquito anteponía su mano ante la luz de un flash. El trabajo como diplomático de su padre lo llevó a recorrer medio globo terrestre. En Chile empezó la carrera de diseño gráfico, donde tuvo una novia modelo a quien veía salir de una manera impecable en las revistas. Uniendo el imaginario colectivo y el propio, Gaviria se dio cuenta de que quería estar ahí, en el punto exacto entre la realidad y la ficción de una foto de moda. Básicamente fue el amor el que lo motivó a hacer fotos.
Se ganó una beca en el Instituto de Diseño Europeo en Milán para terminar el último año de carrera. “Logré convencer al instituto de que yo podía ser un mejor fotógrafo que diseñador e hice que me cambiaran la beca por el primer año de fotografía”. Se graduó finalmente en fotografía, trabajó un tiempo en Milán y un día decidió coger un avión a Tokio. Era la oportunidad de tocar diferentes puertas y de estar donde sus compañeros no estaban. Cuatro meses bastaron para darse cuenta de que abrirse un camino en un país único en el mundo y donde la demencia y el orden conviven, era muy difícil, era como estar en Lost in Translation.
Volvió al terreno europeo conocido y sus fotos fueron publicadas en revistas como Elle, Marie Claire, Squire, entre otras. Poco a poco fue formando su red de contactos por toda Europa y lo llamaron de Want, una agencia de modelaje en Milán, para que fuera el jefe de selección de modelos. Fue así como llevó a Íngrid Wobst y a Carolina Castro para trabajar en Europa. Pero la tierra hace su llamado en algún punto y regresó a Bogotá. Comenzó a desempeñarse como director de fotografía de la revista Soho gracias a la persuasión de Daniel Samper, quien le planteó el reto, y ahí permaneció por cuatro años. Fue la envidia de muchos hombres, pues cada mes tenía bajo el lente a las mujeres más bonitas de Colombia ligeras de ropa.
Como buen nómada no pudo permanecer por mucho tiempo en un solo sitio. Renunció a la revista, trabajó en México al mismo tiempo que se le fue colando el cine. Cortó la fotografía, se fue a estudiar cine a Madrid y volvió a Bogotá porque se casó. RCN Comerciales le dio la oportunidad como director, donde dirigió más de 20 producciones.
El manejo de la luz y del espacio cambiaron definitivamente en su fotografía después de haber aprendido del cine. Su estilo también es muy influenciado por el diseño gráfico, porque es limpio y geométrico y siempre tiene presente las leyes del tercio.
Según Gaviria, el secreto de una buena modelo no es la de mejor cara ni la de mejor cuerpo, es la que tiene actitud, la que conoce milimétricamente su cuerpo. Para lograr el trabajo se necesita un lobby psicológico muy fuerte. “Tiene que haber química, hay que conectarse con la persona y sacarle el alma. Si no, salen unas fotos como en la sala de su tía abuela”.
Un cortometraje hace parte de sus próximos proyectos, así como también lograr exponer en una galería un trabajo que siga los principios químicos de la fotografía.