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Carlos Villagrán, el hombre detrás de Quico que sí nos simpatiza

El actor mexicano cuenta cómo fue su salida de la vecindad de “El Chavo del Ocho”, revela detalles del veto que le aplicó Televisa y dice qué es lo que más recuerda de Colombia.

Carlos Eduardo Manrique B.
08 de octubre de 2020 - 02:00 a. m.
Antes de su interpretación de Quico, el actor mexicano Carlos Villagrán era conocido como Pirolo.  / Photo Press
Antes de su interpretación de Quico, el actor mexicano Carlos Villagrán era conocido como Pirolo. / Photo Press
Foto: Brazil Photo Press via AFP - Victor Cheffer
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¿Cómo fueron los años actorales previos a Quico, que es el personaje por el cual es conocido?

Yo pedía trabajo a casi todos los titulares del programa, me daban papeles de extra. De repente nace televisión independiente de México (Canal 8). Ahí nace el programa Chespirito, que tenía una barra de una hora y la dividía en diferentes segmentos. Me dijo que iba a interpretar a un niño, busqué un traje de marinerito, una gorra, después definimos la voz de Quico y así nació el personaje.

¿Qué le ha dejado Quico a Carlos Villagrán?

Lo inesperado, la felicidad de Carlos Villagrán: por un lado Quico trabaja y yo cobro. Todos tenemos un niño adentro y yo he tenido la facilidad de exhortarlo a través de él. Tengo que agradecerle a todo el público, porque gracias a ustedes yo he comido y mi familia ha comido. La gratitud lo lleva a uno a permanecer humilde, saber que se hizo un personaje, pero que uno no es Dios ni es el gran actor, un actor que hizo un personaje con popularidad a quien la gente quiere mucho porque ahora es un ícono.

¿Cuándo usted comenzó a interpretar a Quico imaginaba el impacto que tendría el personaje?

Cada uno fue aportando a su personaje lo mejor dentro del programa, cada uno pensando en el bien del proyecto, no teníamos idea de la trascendencia que iba a tener el personaje. La primera vez que salimos de México fue a Nicaragua y fue donde comenzamos a ver realmente el cariño y la aceptación de la gente.

¿Cómo eran las grabaciones de “El Chavo del Ocho”? ¿Se divertían tanto como nosotros al verlo?

Claro que sí. El programa se fue haciendo tan popular que mucha gente solicitaba estar en las grabaciones, recuerdo mucho a una pareja de argentinos cuyo regalo de luna de miel fue presenciar una grabación. El programa era muy cuidado y por supuesto que lo disfrutábamos mucho.

¿Cuáles son sus emociones hoy día al ver el programa?

Veo el programa como si nunca lo hubiera hecho. Hay muchas cosas de las que no me acuerdo, porque fueron cientos de programas. Me divierto mucho y lo disfruto como cualquier televidente.

¿Cómo era su relación con Ramón Valdés?

Divina, era con quien mejor me la llevaba, nos llevábamos bien todos porque éramos una gran familia y si alguno hubiese estado molesto , el televidente lo habría notado. Yo le aprendí mucho a Ramón Valdés y realmente compartíamos mucho.

¿Por qué fue la salida de Quico del elenco de “Chespirito”?

No me salí, me salieron; en buen castellano me sacaron. Lo que pasa es que Quico se le trepó en popularidad al Chavo. El Chavo fue creado como el niño huérfano, sin casa, sin papá, ni mamá, pobre; estaba hecho para que el televidente lo protegiera; Quico era el niño “villano” presumido, egoísta. Nunca pensaron que Quico por sus matices iba a llamar más la atención y volverse el “villano simpático” eso llevó a mi salida del programa.

Usted fue vetado por Televisa, ¿cómo pasó esa experiencia?

Emilio Azcárraga Milmo me citó en su oficina para proponerme hacer un programa supervisado por Chespirito. Intenté explicarle que había diferencias entre Chespirito y yo, pero su respuesta fue que si me iba de Televisa me partía y con tono cada vez más fuerte me exigía simplemente un sí o un no a su petición. En ese momento el amor propio me llevó a decirle que no y agradecerle. A partir de entonces quedé sin trabajo y él mandaba fax a todos los canales con la amenaza de no surtir más El Chavo del Ocho ni telenovelas mexicanas si alguno me daba trabajo. Me recibió Venezuela y estuve varios años también en Argentina, Chile, Brasil y Estados Unidos.

¿Cómo es la historia del niño argentino que terminó cenando con usted?

En Rosario me dijeron que si no iba al Viejo Balcón es como si no hubiese ido. Allí un niño me descubrió y comenzó a gritar: “¡Quico, Quico!”. Los guardias comenzaron a pedirle que se alejara, pero él se las ingenió y se pasó entre ellos. Al ser detenido por uno el niño le dijo: “Déjame tomar el cielo con las manos”. Esa frase me mató y yo pedí que cenara conmigo. En Chile también pasó que le hablaron a mi representante para que fuera al Hospital del Niño, iba entregando un juguete a cada niño. El primer piso que tuve que visitar era el de los niños quemados, yo estaba emocionado y al ver aquella escena mi alma se desmoronó y no encontraba las fuerzas para aquel impacto, después fue el impacto de ver a los niños terminales; yo iba con un nudo en la garganta y tuve que quedarme dos horas llorando en la oficina de uno de los doctores.

Háblenos de su amistad con Diego Armando Maradona...

Diego Armando me invitó a su cumpleaños en su casa de campo. Llegamos en taxi mi hijo y yo, me abren la puerta y Maradona había dado la orden de no dejarme entrar sin que le avisaran. Vino hasta la puerta, me cargó, cenamos y compartimos con sus padres, su esposa, después jugamos un partido de fútbol en una cancha que tenía ahí en su casa.

¿Usted tuvo algún contacto con Roberto Gómez Bolaños después de su salida del elenco?

Le hicieron un homenaje y al final de la ceremonia lo saludé, hablamos no más de cinco minutos y fue la última vez que pude verlo. Después yo estaba en San Antonio y al volver encontré varias llamadas perdidas para avisarme de la muerte de Chespirito, tomé inmediatamente un vuelo a México para llegar al funeral; mientras pasaban escenas suyas en una pantalla yo pensaba: “Ve tranquilo, compañero, amigo, maestro, genio”. Ese fue mi último adiós a Roberto Gómez Bolaños.

¿Qué recuerdos tiene usted de Colombia?

Muchos recuerdos, he estado en muchas ciudades. Hay una ciudad donde siempre toman whisky y escuchan vallenatos, ahí decenas de motociclistas me siguieron hasta el hotel. En Bogotá, dos personas llegaron hasta el hotel donde me quedaba y me dijeron que pidiera hasta US$1 millón por actuar en la fiesta de la hija de su “patrón”. Les dije que tenía una cláusula que no me lo permitía, lo respetaron, pero yo quedé con mucho miedo de las represalias que pudieran tomar por mi negativa.

Por Carlos Eduardo Manrique B.

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