Carlos Villagrán, toda la vida siendo un niño
Para Carlos Villagrán, Quico de “El Chavo del Ocho” es el mejor regalo que le ha dado la vida. Cree que nunca va a dejar de interpretarlo, porque es la gente quien debe despedirlo.
Carlos Eduardo Manrique
¿Cómo fue su infancia?
Fue feliz, aunque dentro una gran pobreza. Mi padre salía a las alamedas a fotografiar familias y luego íbamos a las casas a vender las fotos. Él tenía un contacto en el diario El Heraldo de México y trabajé allá como fotógrafo. Aprovechaba la credencial de reportero gráfico para meterme en los estudios de grabación y pedirle trabajo a todo el mundo. Primero fui extra y luego tuve la oportunidad en el Canal Ocho, en Telesistema Mexicano que hoy es Televisa.
¿Cómo conoció a “Chespirito”?
Roberto me vio en una obra en la que tenía el papel de un niño que hacía una declaración para un juicio. Él tenía una barra de programa de una hora y Rubén Aguirre se le había ido a otro canal, entonces debía llenar ese espacio y creo el chavo del ocho, precisamente para suplir esos minutos al aire. Cuando me propuso hacer parte de El Chavo, busqué un traje de marinerito, me peiné y le dije que si hacía voz de niño con los cachetes y me dijo que sí. Así nació Quico.
¿Qué es lo que más recuerda del programa?
Era maravilloso hacer que algo simple pusiera a reír a la gente. Hubo un programa donde aparece la vecindad sola y entra el Chavo desde la calle llamando a Quico y sigue hasta el segundo patio. Quico al escucharlo baja la escalera y empieza a gritar Chavo, mientras que este se va para la calle a buscarlo. El chavo al ver que lo llama Quico vuelve al primer patio y se repite la escena casi por quince minutos. Se me quedó muy grabada de ver como a través de algo tan simple podíamos generar alegría en las personas. A veces estoy viajando y veo los episodios y realmente me dan mucha risa, los disfruto como televidente y aunque soy consciente de que hice parte del programa, no me creo el cuento sino que lo disfruto como uno televidente más.
¿Se ha reencontrado con los actores que hicieron parte de “El Chavo”?
Con el señor Barriga y la Chilindrina. Hablé varias veces a la casa de Roberto para visitarlo en Cancún, pero nunca me contestaron, no hubo relación para bien ni para mal.
¿Por qué salió de “El Chavo del Ocho”?
Hubo muchas cosas. En los vestidores del estadio nacional de Chile, cien mil personas empezaron a gritar al unísono “¡Quico!”. Me sentí muy apenado con mis compañeros. Ramón Valdez para romper el hielo dijo: “Un día va a tumbar un estadio este cachetón”. En ese momento comenzaron los celos profesionales, las envidias y el egoísmo que deterioraron la relación porque Kiko empezaba a treparse en popularidad.
Ha decidido no volver a interpretar a Quico, ¿cómo le ha ido?
Es una realidad. Juan Gabriel decía que Dios perdona pero el tiempo no y sin lugar a dudas los años van pasando. Sin embargo, hace cinco años, de camino a Perú, me encontré a un político a quien le dije que iba a despedir al personaje y me dijo que, no importa cuánto pasen los años, el público es quien debe despedirlo. Me siguen pidiendo el personaje, así que donde me invitan sigo llevándolo con todo el amor que me ha acompañado durante casi cincuenta años.
¿Qué ha representado Quico en su vida?
Es el niño que todos llevamos dentro. Todos tenemos un niño en nuestro interior y se llama felicidad. He tenido la fortuna de poder exteriorizarlo y convivir con el que tengo en mi corazón para sacarlo constantemente. Ese ha sido el mayor regalo de Quico a mi vida.
Para usted, ¿quién es el mejor comediante de México?
Hay varios, unos tuvimos la suerte de trascender otros muy buenos que quedaron en el país. Ahora, Eugenio Derbez hace un excelente trabajo. Con la continuidad de las transmisiones de “El Chavo del Ocho” ya todos sus personajes se volvieron icónicos. Sin lugar a dudas un nombre que ha trascendido las fronteras y los años es Mario Moreno, Cantinflas, él lleva la bandera de la comedia mexicana ante el mundo.
¿Cómo quiere que lo recuerden?
Me gustaría que me recordaran como quisieran. No quiero imponer condiciones de que hice o fui tal cosa en vida. Hice lo mejor posible, en mis cincos sentidos, sin estar bajo el efecto de nada y con todo el profesionalismo y el amor del caso.
¿Cómo fue su infancia?
Fue feliz, aunque dentro una gran pobreza. Mi padre salía a las alamedas a fotografiar familias y luego íbamos a las casas a vender las fotos. Él tenía un contacto en el diario El Heraldo de México y trabajé allá como fotógrafo. Aprovechaba la credencial de reportero gráfico para meterme en los estudios de grabación y pedirle trabajo a todo el mundo. Primero fui extra y luego tuve la oportunidad en el Canal Ocho, en Telesistema Mexicano que hoy es Televisa.
¿Cómo conoció a “Chespirito”?
Roberto me vio en una obra en la que tenía el papel de un niño que hacía una declaración para un juicio. Él tenía una barra de programa de una hora y Rubén Aguirre se le había ido a otro canal, entonces debía llenar ese espacio y creo el chavo del ocho, precisamente para suplir esos minutos al aire. Cuando me propuso hacer parte de El Chavo, busqué un traje de marinerito, me peiné y le dije que si hacía voz de niño con los cachetes y me dijo que sí. Así nació Quico.
¿Qué es lo que más recuerda del programa?
Era maravilloso hacer que algo simple pusiera a reír a la gente. Hubo un programa donde aparece la vecindad sola y entra el Chavo desde la calle llamando a Quico y sigue hasta el segundo patio. Quico al escucharlo baja la escalera y empieza a gritar Chavo, mientras que este se va para la calle a buscarlo. El chavo al ver que lo llama Quico vuelve al primer patio y se repite la escena casi por quince minutos. Se me quedó muy grabada de ver como a través de algo tan simple podíamos generar alegría en las personas. A veces estoy viajando y veo los episodios y realmente me dan mucha risa, los disfruto como televidente y aunque soy consciente de que hice parte del programa, no me creo el cuento sino que lo disfruto como uno televidente más.
¿Se ha reencontrado con los actores que hicieron parte de “El Chavo”?
Con el señor Barriga y la Chilindrina. Hablé varias veces a la casa de Roberto para visitarlo en Cancún, pero nunca me contestaron, no hubo relación para bien ni para mal.
¿Por qué salió de “El Chavo del Ocho”?
Hubo muchas cosas. En los vestidores del estadio nacional de Chile, cien mil personas empezaron a gritar al unísono “¡Quico!”. Me sentí muy apenado con mis compañeros. Ramón Valdez para romper el hielo dijo: “Un día va a tumbar un estadio este cachetón”. En ese momento comenzaron los celos profesionales, las envidias y el egoísmo que deterioraron la relación porque Kiko empezaba a treparse en popularidad.
Ha decidido no volver a interpretar a Quico, ¿cómo le ha ido?
Es una realidad. Juan Gabriel decía que Dios perdona pero el tiempo no y sin lugar a dudas los años van pasando. Sin embargo, hace cinco años, de camino a Perú, me encontré a un político a quien le dije que iba a despedir al personaje y me dijo que, no importa cuánto pasen los años, el público es quien debe despedirlo. Me siguen pidiendo el personaje, así que donde me invitan sigo llevándolo con todo el amor que me ha acompañado durante casi cincuenta años.
¿Qué ha representado Quico en su vida?
Es el niño que todos llevamos dentro. Todos tenemos un niño en nuestro interior y se llama felicidad. He tenido la fortuna de poder exteriorizarlo y convivir con el que tengo en mi corazón para sacarlo constantemente. Ese ha sido el mayor regalo de Quico a mi vida.
Para usted, ¿quién es el mejor comediante de México?
Hay varios, unos tuvimos la suerte de trascender otros muy buenos que quedaron en el país. Ahora, Eugenio Derbez hace un excelente trabajo. Con la continuidad de las transmisiones de “El Chavo del Ocho” ya todos sus personajes se volvieron icónicos. Sin lugar a dudas un nombre que ha trascendido las fronteras y los años es Mario Moreno, Cantinflas, él lleva la bandera de la comedia mexicana ante el mundo.
¿Cómo quiere que lo recuerden?
Me gustaría que me recordaran como quisieran. No quiero imponer condiciones de que hice o fui tal cosa en vida. Hice lo mejor posible, en mis cincos sentidos, sin estar bajo el efecto de nada y con todo el profesionalismo y el amor del caso.