"Casi no existen caricaturistas políticos hoy"
El maestro Héctor Osuna, premio Simón Bolívar a la Vida y Obra de un periodista y decano del oficio, habla de su ejercicio gráfico de contrapoder, de su respeto – aunque no lo parezca – a la institución presidencial, de su parámetros éticos, de su extraño conservadurismo de corte liberal y de sus impresiones sobre las caricaturas jóvenes.
Cecilia Orozco Tascón
Mucha gente que estuvo en la ceremonia de entrega de los premios de periodismo Simón Bolívar, preguntó por qué el personaje a quien se le otorgaba el galardón mayor, no asistía ¿Cuál es su razón: timidez, autocensura, pánico a las multitudes?
Todas las anteriores (risa). También porque creo que, en cierta forma, los premios sólo juzgan al periodista. Como que alguien se pone por encima, para calificarlo. Pero como me vi abocado a aceptarlo, opté por recibirlo de una manera que me pareció simpática: Envié, en mi representación, a un niño ahijado mío al que quiero mucho. Simplemente, no quise hacer la pasarela.
Se sabe que usted ha rechazado varios premios ¿Por qué aceptó este año?
Es difícil responderle porque yo mismo he cuestionado los premios pero volverme a negar después de que lo hice otras veces, no era amable. Además, la omisión a Gabriel Cano, motivo del primer rechazo, se subsanó y, después de entregárselo a él y de que lo recibiera Guillermo Cano a su nombre, se lo dieron a Fidel y a otros periodistas muy importantes (ver parte superior de la pág.). Quedarme en una posición insular podría parecer un gesto de vanidad. Entre otras razones, 35 años después del premio a la caricatura que no acepté, ya no somos los mismos.
Y no están otros personajes de la Fundación del Premio. Por ejemplo, José Alejandro Cortés (expresidente del grupo Bolívar, e Ivonne Nicholls…
Ellos son respetables como lo es Miguel Cortés (nuevo directivo). Ivonne Nicholls era tan importante que en una época llamé al Premio Simón Bolívar, el “Ivonne” Bolívar (sonrisa).
¿Por qué? ¿Por la importancia de Ivonne?
Por hacerle un chiste y porque ella era muy influyente, aunque siempre aclaraba que no tenía ninguna injerencia en las decisiones del jurado.
Daniel Samper Ospina, ganador del premio columna de opinión, ha dicho que evita ir a reuniones sociales porque se encuentra con personas sin sentido del humor que terminan haciéndole reclamos ¿A usted le sucede lo mismo?
No. Hay una diferencia: la caricatura es puramente gráfica y se distancia de la letra de molde en que esta provoca reacciones porque la gente no quiere ser señalada ni burlada en un escrito. Tolera más la caricatura porque sabe que es un dibujo, una exageración, una realidad distorsionada, en cierta forma. En cambio lo que está en letras es agresivo a pesar de que sea chistoso. A Daniel debe sucederle lo que le ocurrió a Klim (Lucas Caballero Calderón, 1913 – 1981) que enfrentó una agresión muy grave en el centro de Bogotá, en los años 40.
¿Se considera un periodista de contrapoder?
Me han dado ese rótulo porque con la caricatura se molesta al poder pues se le critica. Esa es su naturaleza. No existen las caricaturas a favor. A veces hay algunas ilustraciones en ese sentido, pero son muy destempladas y se le caen a uno de las manos porque hay desgano cuando deben hacerse - no por obligación - sino a manera de símbolo.
Eso lo pone, necesariamente, como enemigo del poder ¿Cuántos presidentes ha conocido y cuántos de ellos lo han criticado o han querido ser sus amigos para contrarrestar su acidez?
Pues, vea usted: soy muy presidencialista. Respeto la institución de la Presidencia aunque no lo parezca. Un día le dije a Santos: “respeto la Presidencia entre comillas”. Y él me contestó: “entiendo sus comillas”. No creo que un jefe de Estado haya sido enemigo mío. Tal vez ha sentido antipatía. Me ha ocurrido que recibo más simpatías y no diría que buscando atenuar mis críticas sino porque tienen sentido del humor.
¿Cuántas veces ha ido a Palacio?
Unas dos o tres veces. Fui en época de Belisario pero no solo sino con muchos más periodistas. Allí conocí a Juan Manuel Santos. Me acuerdo que me burlé de él porque desplegó una pitillera de oro para ofrecernos cigarrillos y Enrique Santos me acolitó el chiste.
¿Fue en una de esas visitas cuando vio el cuadro de la monja de Botero que usted hizo famosa con sus caricaturas?
No. Ya sabía que existía porque se hizo público que Belisario había llevado cuadros de artistas nacionales, a palacio. Yo aproveché a la monja para hacer de ella un personaje: la pinté en el cuadro hablando y, después, la puse a caminar fuera del cuadro. A Belisario le encantaba el papel de la monja que lo regañaba y que tenía vida propia. A quien no creo que le hubieran gustado mis caricaturas sobre ella fue al propio Botero.
¿Por qué?
Porque Botero es muy celoso de su arte. En la época de Barco sacaron todas las obras modernas de palacio y se volvió a lo clásico. Pero cuando llegó Andrés Pastrana, la monja regresó. El presidente me invitó a presenciar su restauración. Entonces me dijeron que iba a ir Botero pero no fue porque yo estaba ahí. Es la única vez que un guacal (que contenía el cuadro) ha pasado por encima de una elegante alfombra roja.
¿Ha sufrido censura, presiones intimidaciones o recortes a alguno de sus trabajos?
Nunca, en más de 50 años.
Eso habla bien del país.
Y del medio en que he publicado: El Espectador. Ahora, hay que decir que uno se autocensura.
¿En cuáles ocasiones?
No, en cuanto a mí. Eso me ocurre cuando veo algunas caricaturas publicadas y me digo que no las habría hecho.
¿Por qué?
No me parecen publicables por la impresión de vulgaridad que dan y que creo que hay que evitar. A veces el chiste se pasa del límite. Hay gente más “lanzada” que yo.
Le he oído expresiones siempre amables con sus colegas. No obstante, ¿no le parece que hoy falta finura en el trazo y en la idea entre quienes empiezan a figurar en esa línea periodística?
Es cierto que la caricatura fisonómica es muy escasa hoy. Tal vez usted se refiere al compromiso y a la coherencia con las ideas. Quienes hacen chistes sueltos, no trascienden. Casi no existen caricaturistas políticos sensibles con la realidad nacional.
Precisamente a usted se le conoce por mantener una filosofía conservadora. Sin embargo, ahora se califica mejor a quien parece ser progresista ¿Cree que el suyo es un ejemplo a seguir por sus émulos de menos de 40 años?
No creo porque cada cual es como resulta ser y como es su época. Yo pertenezco a un tiempo en que los de una acera éramos de un partido, y los de la del frente, eran del partido contrario. Pero también estoy convencido de que se me hubiera facilitado mucho el trabajo si hubiera sido de izquierda o más progresista.
¿Por qué?
Porque aunque no me defino como hombre de partido ni mucho menos, siempre he estado más retenido, más frenado en el ejercicio del oficio. No significa que, en ocasiones, no haya terminado siendo muy atrevido para el momento. De todas maneras, el conservatismo cerrado, obstruccionista y amarrado a unos inamovibles, no me gusta. Desde ese punto de vista soy liberal.
Esa sí es una paradoja. Y otra, la de que la mayor parte de su vida profesional se haya desarrollado en un periódico también de corte liberal. Para terminar, sus ‘amores’ profesionales han estado más cerca de los liberales de partido, como la familia Cano.
Por supuesto. No solo de los periodistas liberales sino de algunos políticos del liberalismo como Luis Carlos Galán de quien estuve muy cerca.
¿De cuál otro político fue amigo?
Fui amigo y admirador, más que de Galán, de Rodrigo Lara.
¿Cuál diferencia establece entre ellos?
En mi opinión, Galán iba a ser un presidente del estilo de Alberto Lleras. Posiblemente iba a ser dos veces presidente pero con un perfil exactamente igual al de Lleras Camargo.
¿A qué se refiere?
A que eran hombres liberales, tolerantes, democráticos, sencillos y humanos.
Y ¿en qué aspecto puntual residía su admiración por Rodrigo Lara?
Lo veía con mayor temple, más fuerte, más desafiante, más enérgico.
Usted fue un feroz crítico de los gobiernos de Álvaro Uribe. No obstante, ahora sus caricaturas son mucho más benignas con quien hoy es senador ¿cuál es la razón?
Tengo tendencia a no unirme a las gavillas, a no caerle a caído. Hipotéticamente, Uribe no es digno de lástima. Pero en este unanimismo santista, muchos sectores políticos se le han ido encima. En su contra están la izquierda, la derecha y el gobierno acusándolo traicioneramente. No tengo ninguna simpatía con Uribe, no lo conozco, no quiero conocerlo. Pero la gavilla me ha puesto a la defensiva. Y, como usted dice, lo critiqué muchas veces pero ante todo, por su permanencia en el poder cuando la Corte en que sí creíamos, dijo que hubo desvío de poder.
Es decir, ¿usted no ha modificado ese concepto sobre Uribe?
Para nada.
¿Y su posición de hoy es una especie de protesta suya por las críticas, a su juicio, unánimes en contra de Uribe?
Exactamente, porque la gavilla me parece cobarde. También considero que si una persona que ha sido Presidente de la República durante ocho años, acepta ser senador, ese acto debería producir respeto y no ser un factor de burla. Vuelvo al principio: soy presidencialista y, a pesar de que fuimos opositores a él y a su reelección, él ostentó ese cargo. Y esa dignidad cuenta para mí.
Entonces, ¿por qué es tan duro con Juan Manuel Santos?
Es cierto que he molestado mucho a Juan Manuel Santos desde el inicio de sus ambiciones políticas. En alguna una época me dijo: “yo veo sus caricaturas como gran amigo. Y las conservo como admirador suyo porque soy tolerante”. Él es de los que colecciona las caricaturas. Con él me sucede que no entiendo su contradicción con Uribe. Se suponía que Santos era otro Uribe o que continuaba su línea. Entonces, no sé cómo pudo ocultarse para terminar siendo el que es hoy. Últimamente he pensado que quien cambió no fue Juan Manuel sino que el presidente es Enrique Santos (el hermano)…
(Risas)
… Se lo he dicho a Enrique. Él se ríe y me dice que estoy completamente equivocado. Pero lo sostuve porque es la política de Enrique la que se ha desarrollado. No era la que Juan Manuel Santos desempeñaba como ministro de Defensa. El presidente es dispar, inasible, muy difícil de entender. También le cobro la reelección como se la cobré a Uribe: no me parece que se puedan quedar en el poder con todas las ventajas con que lo hacen.
Y volviendo al oficio, ¿cómo es el ambiente en que crea sus mejores caricaturas: ¿debe ser en un espacio exclusivo, en ciertas horas de la madrugada o de la noche, en silencio, con programas de computador o con lápices?
Nunca he ritualizado mi trabajo. Jamás me he dicho “a esta hora voy a hacer las caricaturas y después voy a hacer otras”. Es muy difícil manejar la ocurrencia. Por más que uno ponga los codos sobre la mesa, pueden no llegar las ideas. Hay que soltar la imaginación. Inclusive, uno se despreocupa y, de pronto, resulta. Y tampoco soy de los que hace caricaturas a la antigua: en cafetín y con trago.
¿Con cuáles insumos nutre sus caricaturas que reflejan gran conocimiento de la actualidad?
Con opiniones, conversaciones accidentales y con la prensa. Hay que nutrirse de la noticia, del periodismo. Usted tiene que leer hasta lo que no le interesa. En eso soy muy disciplinado.
Cuando va a caricaturizar a alguien que no conoce ¿Cómo sabe que va a acertar en el gesto preciso que define al personaje?
Mantengo un archivo de documentos y fotografías que constituyen una buena ayuda. También conservo un buen reservorio de determinados personajes. Y el computador es otro excelente auxiliar. Internet es un regalo: veo muchas fotos para poder interpretar. Ahora, no siempre se puede acertar.
En su caso, se nota que hay formación de artista porque su caricatura es casi un retrato ¿Cómo llegó a ese punto?
Se me ha dado el retrato desde niño. Es una facultad innata. Para hacer la caricatura, me parece que ha de pasarse mentalmente por el retrato o que se tiene que venir de ahí porque es así como uno captura la expresión exacta. La caricatura viene siendo un resumen que se trabaja hasta llegar a la simplificación de un ovalo y dos punticos.
¿Cree que de esa característica de sus caricaturas, que son cuasirretratos, nace el interés de sus personajes en coleccionar sus trabajos?
Cuando doy con el gesto preciso, sí. Pero, a veces, es muy difícil caricaturizar a ciertas personas. Por ejemplo, cuando una persona es joven y mujer, es difícil de pintar. Mucho más que hacer la caricatura de un hombre o de alguien mayor. Las mujeres tienen facciones más suaves y, además, se autodibujan lo cual dificulta descubrir sus verdaderos rasgos.
Un rechazo por solidaridad
¿Cuántos premios ha rechazado y por qué?
El primero lo rechacé hace 35 años y se trataba del Simón Bolívar a la caricatura. En otras dos ocasiones me ofrecieron Vida y Obra y también los rechacé.
¿Por qué no aceptó el premio a la caricatura de esa primera ocasión?
Porque era la época del Estatuto de Seguridad (gobierno Turbay), y El Espectador estaba en la oposición. A mí me parecía que el Premio estaba sintonizado con el gobierno porque había otorgado varios galardones a diarios oficialistas. En cambio, había ignorado a Gabriel Cano, una figura del periodismo más importante que cualquiera otra de ese momento. El único galardón que concedieron a El Espectador fue a mí: el sectorial de caricatura. Me pareció que era contentillo. Lo rechacé en solidaridad con el periódico. Al año siguiente, 1980, el jurado corrigió la situación y le otorgó Vida y Obra a Gabriel Cano. En estos días volví a leer el discurso de Guillermo Cano cuando lo aceptó a nombre de su padre. En dos párrafos, él aludió a que yo lo había rechazado y decía que también lo aceptaba en mi nombre.
Pero, tiempo después, a usted le ofrecieron Vida y Obra y tampoco aceptó ¿Por qué?
Porque quería ser coherente. Le dije al jurado que lo respetaba mucho y que le agradecía pero que no lo recibía.
Caricaturas presidenciales en palabras
Si pudiera caricaturizar a Santos en pocas palabras ¿cómo lo definiría?
Como cambiante y variable. Y como le han dicho: como un jugador de póker y el que lo juega, engaña. Ese es uno de sus ‘méritos’.
¿A Uribe?
Abusó del poder. Se hizo querer de la gente pero es un hombre peligroso porque manipuló las instituciones.
César Gaviria.
Un afortunado que no iba a ser presidente. Le correspondió la ocasión. En un momento dado nos gustó mucho tener un presidente que pudiera hablar porque veníamos de Barco.
Pastrana.
Sabía inglés y esa era una característica que importaba en el momento. Uno reconoce que con él se volvió a la amistad y al respeto de Estados Unidos, país con el que tuvo una relación formidable. A mí me decían que Pastrana no hacía sino viajar. Y yo contestaba que era que él tenía visa... (risas)
Samper.
Se enredó o lo enredaron muy mal. Y no se dejó derrotar pero aunque se mantuvo en el poder, tuvo que abandonar muchos de sus propósitos políticos para luchar por el poder mismo.
Barco.
Un gran señor pero asumió tarde la Presidencia porque llegó enfermo. Creo que el propósito de mantenerse como un liberal duro le hizo daño, a pesar de que, en lo personal y en lo político, era un liberal tolerante.
Mucha gente que estuvo en la ceremonia de entrega de los premios de periodismo Simón Bolívar, preguntó por qué el personaje a quien se le otorgaba el galardón mayor, no asistía ¿Cuál es su razón: timidez, autocensura, pánico a las multitudes?
Todas las anteriores (risa). También porque creo que, en cierta forma, los premios sólo juzgan al periodista. Como que alguien se pone por encima, para calificarlo. Pero como me vi abocado a aceptarlo, opté por recibirlo de una manera que me pareció simpática: Envié, en mi representación, a un niño ahijado mío al que quiero mucho. Simplemente, no quise hacer la pasarela.
Se sabe que usted ha rechazado varios premios ¿Por qué aceptó este año?
Es difícil responderle porque yo mismo he cuestionado los premios pero volverme a negar después de que lo hice otras veces, no era amable. Además, la omisión a Gabriel Cano, motivo del primer rechazo, se subsanó y, después de entregárselo a él y de que lo recibiera Guillermo Cano a su nombre, se lo dieron a Fidel y a otros periodistas muy importantes (ver parte superior de la pág.). Quedarme en una posición insular podría parecer un gesto de vanidad. Entre otras razones, 35 años después del premio a la caricatura que no acepté, ya no somos los mismos.
Y no están otros personajes de la Fundación del Premio. Por ejemplo, José Alejandro Cortés (expresidente del grupo Bolívar, e Ivonne Nicholls…
Ellos son respetables como lo es Miguel Cortés (nuevo directivo). Ivonne Nicholls era tan importante que en una época llamé al Premio Simón Bolívar, el “Ivonne” Bolívar (sonrisa).
¿Por qué? ¿Por la importancia de Ivonne?
Por hacerle un chiste y porque ella era muy influyente, aunque siempre aclaraba que no tenía ninguna injerencia en las decisiones del jurado.
Daniel Samper Ospina, ganador del premio columna de opinión, ha dicho que evita ir a reuniones sociales porque se encuentra con personas sin sentido del humor que terminan haciéndole reclamos ¿A usted le sucede lo mismo?
No. Hay una diferencia: la caricatura es puramente gráfica y se distancia de la letra de molde en que esta provoca reacciones porque la gente no quiere ser señalada ni burlada en un escrito. Tolera más la caricatura porque sabe que es un dibujo, una exageración, una realidad distorsionada, en cierta forma. En cambio lo que está en letras es agresivo a pesar de que sea chistoso. A Daniel debe sucederle lo que le ocurrió a Klim (Lucas Caballero Calderón, 1913 – 1981) que enfrentó una agresión muy grave en el centro de Bogotá, en los años 40.
¿Se considera un periodista de contrapoder?
Me han dado ese rótulo porque con la caricatura se molesta al poder pues se le critica. Esa es su naturaleza. No existen las caricaturas a favor. A veces hay algunas ilustraciones en ese sentido, pero son muy destempladas y se le caen a uno de las manos porque hay desgano cuando deben hacerse - no por obligación - sino a manera de símbolo.
Eso lo pone, necesariamente, como enemigo del poder ¿Cuántos presidentes ha conocido y cuántos de ellos lo han criticado o han querido ser sus amigos para contrarrestar su acidez?
Pues, vea usted: soy muy presidencialista. Respeto la institución de la Presidencia aunque no lo parezca. Un día le dije a Santos: “respeto la Presidencia entre comillas”. Y él me contestó: “entiendo sus comillas”. No creo que un jefe de Estado haya sido enemigo mío. Tal vez ha sentido antipatía. Me ha ocurrido que recibo más simpatías y no diría que buscando atenuar mis críticas sino porque tienen sentido del humor.
¿Cuántas veces ha ido a Palacio?
Unas dos o tres veces. Fui en época de Belisario pero no solo sino con muchos más periodistas. Allí conocí a Juan Manuel Santos. Me acuerdo que me burlé de él porque desplegó una pitillera de oro para ofrecernos cigarrillos y Enrique Santos me acolitó el chiste.
¿Fue en una de esas visitas cuando vio el cuadro de la monja de Botero que usted hizo famosa con sus caricaturas?
No. Ya sabía que existía porque se hizo público que Belisario había llevado cuadros de artistas nacionales, a palacio. Yo aproveché a la monja para hacer de ella un personaje: la pinté en el cuadro hablando y, después, la puse a caminar fuera del cuadro. A Belisario le encantaba el papel de la monja que lo regañaba y que tenía vida propia. A quien no creo que le hubieran gustado mis caricaturas sobre ella fue al propio Botero.
¿Por qué?
Porque Botero es muy celoso de su arte. En la época de Barco sacaron todas las obras modernas de palacio y se volvió a lo clásico. Pero cuando llegó Andrés Pastrana, la monja regresó. El presidente me invitó a presenciar su restauración. Entonces me dijeron que iba a ir Botero pero no fue porque yo estaba ahí. Es la única vez que un guacal (que contenía el cuadro) ha pasado por encima de una elegante alfombra roja.
¿Ha sufrido censura, presiones intimidaciones o recortes a alguno de sus trabajos?
Nunca, en más de 50 años.
Eso habla bien del país.
Y del medio en que he publicado: El Espectador. Ahora, hay que decir que uno se autocensura.
¿En cuáles ocasiones?
No, en cuanto a mí. Eso me ocurre cuando veo algunas caricaturas publicadas y me digo que no las habría hecho.
¿Por qué?
No me parecen publicables por la impresión de vulgaridad que dan y que creo que hay que evitar. A veces el chiste se pasa del límite. Hay gente más “lanzada” que yo.
Le he oído expresiones siempre amables con sus colegas. No obstante, ¿no le parece que hoy falta finura en el trazo y en la idea entre quienes empiezan a figurar en esa línea periodística?
Es cierto que la caricatura fisonómica es muy escasa hoy. Tal vez usted se refiere al compromiso y a la coherencia con las ideas. Quienes hacen chistes sueltos, no trascienden. Casi no existen caricaturistas políticos sensibles con la realidad nacional.
Precisamente a usted se le conoce por mantener una filosofía conservadora. Sin embargo, ahora se califica mejor a quien parece ser progresista ¿Cree que el suyo es un ejemplo a seguir por sus émulos de menos de 40 años?
No creo porque cada cual es como resulta ser y como es su época. Yo pertenezco a un tiempo en que los de una acera éramos de un partido, y los de la del frente, eran del partido contrario. Pero también estoy convencido de que se me hubiera facilitado mucho el trabajo si hubiera sido de izquierda o más progresista.
¿Por qué?
Porque aunque no me defino como hombre de partido ni mucho menos, siempre he estado más retenido, más frenado en el ejercicio del oficio. No significa que, en ocasiones, no haya terminado siendo muy atrevido para el momento. De todas maneras, el conservatismo cerrado, obstruccionista y amarrado a unos inamovibles, no me gusta. Desde ese punto de vista soy liberal.
Esa sí es una paradoja. Y otra, la de que la mayor parte de su vida profesional se haya desarrollado en un periódico también de corte liberal. Para terminar, sus ‘amores’ profesionales han estado más cerca de los liberales de partido, como la familia Cano.
Por supuesto. No solo de los periodistas liberales sino de algunos políticos del liberalismo como Luis Carlos Galán de quien estuve muy cerca.
¿De cuál otro político fue amigo?
Fui amigo y admirador, más que de Galán, de Rodrigo Lara.
¿Cuál diferencia establece entre ellos?
En mi opinión, Galán iba a ser un presidente del estilo de Alberto Lleras. Posiblemente iba a ser dos veces presidente pero con un perfil exactamente igual al de Lleras Camargo.
¿A qué se refiere?
A que eran hombres liberales, tolerantes, democráticos, sencillos y humanos.
Y ¿en qué aspecto puntual residía su admiración por Rodrigo Lara?
Lo veía con mayor temple, más fuerte, más desafiante, más enérgico.
Usted fue un feroz crítico de los gobiernos de Álvaro Uribe. No obstante, ahora sus caricaturas son mucho más benignas con quien hoy es senador ¿cuál es la razón?
Tengo tendencia a no unirme a las gavillas, a no caerle a caído. Hipotéticamente, Uribe no es digno de lástima. Pero en este unanimismo santista, muchos sectores políticos se le han ido encima. En su contra están la izquierda, la derecha y el gobierno acusándolo traicioneramente. No tengo ninguna simpatía con Uribe, no lo conozco, no quiero conocerlo. Pero la gavilla me ha puesto a la defensiva. Y, como usted dice, lo critiqué muchas veces pero ante todo, por su permanencia en el poder cuando la Corte en que sí creíamos, dijo que hubo desvío de poder.
Es decir, ¿usted no ha modificado ese concepto sobre Uribe?
Para nada.
¿Y su posición de hoy es una especie de protesta suya por las críticas, a su juicio, unánimes en contra de Uribe?
Exactamente, porque la gavilla me parece cobarde. También considero que si una persona que ha sido Presidente de la República durante ocho años, acepta ser senador, ese acto debería producir respeto y no ser un factor de burla. Vuelvo al principio: soy presidencialista y, a pesar de que fuimos opositores a él y a su reelección, él ostentó ese cargo. Y esa dignidad cuenta para mí.
Entonces, ¿por qué es tan duro con Juan Manuel Santos?
Es cierto que he molestado mucho a Juan Manuel Santos desde el inicio de sus ambiciones políticas. En alguna una época me dijo: “yo veo sus caricaturas como gran amigo. Y las conservo como admirador suyo porque soy tolerante”. Él es de los que colecciona las caricaturas. Con él me sucede que no entiendo su contradicción con Uribe. Se suponía que Santos era otro Uribe o que continuaba su línea. Entonces, no sé cómo pudo ocultarse para terminar siendo el que es hoy. Últimamente he pensado que quien cambió no fue Juan Manuel sino que el presidente es Enrique Santos (el hermano)…
(Risas)
… Se lo he dicho a Enrique. Él se ríe y me dice que estoy completamente equivocado. Pero lo sostuve porque es la política de Enrique la que se ha desarrollado. No era la que Juan Manuel Santos desempeñaba como ministro de Defensa. El presidente es dispar, inasible, muy difícil de entender. También le cobro la reelección como se la cobré a Uribe: no me parece que se puedan quedar en el poder con todas las ventajas con que lo hacen.
Y volviendo al oficio, ¿cómo es el ambiente en que crea sus mejores caricaturas: ¿debe ser en un espacio exclusivo, en ciertas horas de la madrugada o de la noche, en silencio, con programas de computador o con lápices?
Nunca he ritualizado mi trabajo. Jamás me he dicho “a esta hora voy a hacer las caricaturas y después voy a hacer otras”. Es muy difícil manejar la ocurrencia. Por más que uno ponga los codos sobre la mesa, pueden no llegar las ideas. Hay que soltar la imaginación. Inclusive, uno se despreocupa y, de pronto, resulta. Y tampoco soy de los que hace caricaturas a la antigua: en cafetín y con trago.
¿Con cuáles insumos nutre sus caricaturas que reflejan gran conocimiento de la actualidad?
Con opiniones, conversaciones accidentales y con la prensa. Hay que nutrirse de la noticia, del periodismo. Usted tiene que leer hasta lo que no le interesa. En eso soy muy disciplinado.
Cuando va a caricaturizar a alguien que no conoce ¿Cómo sabe que va a acertar en el gesto preciso que define al personaje?
Mantengo un archivo de documentos y fotografías que constituyen una buena ayuda. También conservo un buen reservorio de determinados personajes. Y el computador es otro excelente auxiliar. Internet es un regalo: veo muchas fotos para poder interpretar. Ahora, no siempre se puede acertar.
En su caso, se nota que hay formación de artista porque su caricatura es casi un retrato ¿Cómo llegó a ese punto?
Se me ha dado el retrato desde niño. Es una facultad innata. Para hacer la caricatura, me parece que ha de pasarse mentalmente por el retrato o que se tiene que venir de ahí porque es así como uno captura la expresión exacta. La caricatura viene siendo un resumen que se trabaja hasta llegar a la simplificación de un ovalo y dos punticos.
¿Cree que de esa característica de sus caricaturas, que son cuasirretratos, nace el interés de sus personajes en coleccionar sus trabajos?
Cuando doy con el gesto preciso, sí. Pero, a veces, es muy difícil caricaturizar a ciertas personas. Por ejemplo, cuando una persona es joven y mujer, es difícil de pintar. Mucho más que hacer la caricatura de un hombre o de alguien mayor. Las mujeres tienen facciones más suaves y, además, se autodibujan lo cual dificulta descubrir sus verdaderos rasgos.
Un rechazo por solidaridad
¿Cuántos premios ha rechazado y por qué?
El primero lo rechacé hace 35 años y se trataba del Simón Bolívar a la caricatura. En otras dos ocasiones me ofrecieron Vida y Obra y también los rechacé.
¿Por qué no aceptó el premio a la caricatura de esa primera ocasión?
Porque era la época del Estatuto de Seguridad (gobierno Turbay), y El Espectador estaba en la oposición. A mí me parecía que el Premio estaba sintonizado con el gobierno porque había otorgado varios galardones a diarios oficialistas. En cambio, había ignorado a Gabriel Cano, una figura del periodismo más importante que cualquiera otra de ese momento. El único galardón que concedieron a El Espectador fue a mí: el sectorial de caricatura. Me pareció que era contentillo. Lo rechacé en solidaridad con el periódico. Al año siguiente, 1980, el jurado corrigió la situación y le otorgó Vida y Obra a Gabriel Cano. En estos días volví a leer el discurso de Guillermo Cano cuando lo aceptó a nombre de su padre. En dos párrafos, él aludió a que yo lo había rechazado y decía que también lo aceptaba en mi nombre.
Pero, tiempo después, a usted le ofrecieron Vida y Obra y tampoco aceptó ¿Por qué?
Porque quería ser coherente. Le dije al jurado que lo respetaba mucho y que le agradecía pero que no lo recibía.
Caricaturas presidenciales en palabras
Si pudiera caricaturizar a Santos en pocas palabras ¿cómo lo definiría?
Como cambiante y variable. Y como le han dicho: como un jugador de póker y el que lo juega, engaña. Ese es uno de sus ‘méritos’.
¿A Uribe?
Abusó del poder. Se hizo querer de la gente pero es un hombre peligroso porque manipuló las instituciones.
César Gaviria.
Un afortunado que no iba a ser presidente. Le correspondió la ocasión. En un momento dado nos gustó mucho tener un presidente que pudiera hablar porque veníamos de Barco.
Pastrana.
Sabía inglés y esa era una característica que importaba en el momento. Uno reconoce que con él se volvió a la amistad y al respeto de Estados Unidos, país con el que tuvo una relación formidable. A mí me decían que Pastrana no hacía sino viajar. Y yo contestaba que era que él tenía visa... (risas)
Samper.
Se enredó o lo enredaron muy mal. Y no se dejó derrotar pero aunque se mantuvo en el poder, tuvo que abandonar muchos de sus propósitos políticos para luchar por el poder mismo.
Barco.
Un gran señor pero asumió tarde la Presidencia porque llegó enfermo. Creo que el propósito de mantenerse como un liberal duro le hizo daño, a pesar de que, en lo personal y en lo político, era un liberal tolerante.