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El poder de síntesis hizo grande a Charles Aznavour. Su capacidad para condensar en una palabra miles de sentimientos ajenos fue la guía que le mostró el camino para ser un cronista de una época y para interpretar con sutileza los secretos de las relaciones humanas. La conceptualización no era su aliada, más bien prefería exponerse con todo el armamento de su piel para cantarles, hablarles en algunos casos, a sus semejantes.
La comunicación, persona a persona, le servía para profundizar en sus creencias y para establecer que lo que veía y quería relatar no era un hecho exclusivo, sino que podía hacer parte del mal de una especie, que en un extremo se llama amor, mientras en el horizonte opuesto recibe una denominación cercana a la indiferencia. En una frase, Aznavour era capaz de manifestar lo que otros artistas se demoraban varias páginas en simplemente elaborar un diagnóstico previo.
La magia de este personaje musical, nacido el 22 de mayo de 1924 en París (Francia), comenzó a expresarse durante sus primeros años de existencia cuando se presentaba de manera aficionada al lado de su hermana, Aída. Ella corría con buena parte de la interpretación artística en frente del público, mientras él prefería el ingenio para estructurar el show y la destreza para determinar qué valía la pena ser contado y cantado, y qué podía obviarse sin prudencia. La síntesis era el recurso favorito ante cualquier eventualidad.
El origen armenio, de ahí su nombre de pila Shahnourh Varinag Aznavourián Baghdassarian, le proporcionó a Charles Aznavour otra óptica para relatar su entorno. Las costumbres familiares, los padecimientos, las migraciones y el mismo hecho de radicarse en una tierra que no era la propia contribuyeron a multiplicar su léxico musical y lo convirtieron en un ciudadano del mundo con la capacidad para ponerse en el lugar del otro.
En plena década del 40, cuando la facilidad para escribir canciones le empezaba a quitar protagonismo a la idea de figurar en el teatro juvenil, Charles Aznavour unió su talento al de Pierre Roche, y juntos tenían la misión de ofrecer la antesala de los conciertos de la diva de la canción francesa, Édith Piaf, a quien le compusieron un número generoso de versos. El hecho de preparar la tarima para el ingreso de una celebridad como ella le proporcionó argumentos esenciales para determinar que en la música los límites son establecidos por los propios artistas.
Aznavour no contemplaba techo alguno y con el suelo firme debajo de sus zapatos estructuró una carrera que confirmó el hecho de que la música es el lenguaje genuino, es la expresión por excelencia y la manera más directa para despertar la sensibilidad del ser humano. Muy pronto dejó de ser el telonero para apropiarse de los primeros renglones del cartel. Fue memorable su debut oficial en el teatro Olympia, en París, donde el público le puso cara y cuerpo a una voz que se había apoderado sin escrúpulos de las ondas radiales.
Con una entonación particular y una fisionomía singular, Aznavour le sacó provecho a lo distinto. Cantantes perfectos salían de debajo de las piedras en Europa y en América, pero alguien que tenía la habilidad para desnudar una historia de la forma en la que él lo llevaba a cabo se podían contar con los dedos de una mano. Eso lo tuvo claro siempre y de ahí que profesionalizara su magia interpretativa hasta eliminar las supuestas barreras del idioma.
Temas como La Bohème, La Mamma y Emmenez-moi figuran entre sus canciones más destacadas dentro de un repertorio que, incluso en esta época caracterizada por otras propuestas, se siguen escuchando, consumiendo y hasta descargando.
Charles Aznavour, a quienes algunos apodaban el Frank Sinatra francés, tenía su agenda copada hasta el próximo año. Sus colaboraciones, antes y ahora, fueron frecuentes y la atmósfera de compartir le ayudó a popularizar su estilo en plazas complejas como Japón, país en el que cumplió un riguroso calendario hasta que se accidentó y se partió un brazo, hecho que lo obligó a volver a casa mucho antes de lo previsto.
Édith Piaf, Gilbert Bécaud, Serge Gainsbourg, Juliette Gréco, Maurice Chevalier y Johnny Hallyday fueron algunas personalidades que inmortalizaron sus canciones, pero su mejor intérprete siempre fue él mismo. Incluso tenía compromisos en Bruselas, donde se presentaría el 26 de octubre haciendo un repaso por sus creaciones.
Charles Aznavour murió en la madrugada del lunes 1º de octubre a los 94, en su casa en Alpilles, en el sur de Francia. En este mundo deja sus creaciones, su idea de la síntesis y su estilo característico, esa voz de siempre.