Colombia le enseñó a Estocolmo cómo se celebra un Nobel
Desde un comienzo García Márquez tuvo claro que la ceremonia en la que fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1982 era la oportunidad para mostrar al mundo toda una dimensión de la cultura colombiana. Por eso sus amigos llevaron a Estocolmo una muestra artística que contribuyó a explicar nuestra idiosincrasia, así como las raíces que nutren su obra literaria.
Fernando Nieto - Señal Memoria
La imagen de García Márquez vestido todo de blanco, estrechando la mano del rey Carlos Gustavo de Suecia, todo de negro, al momento de recibir en diciembre de 1982 el Premio Nobel de Literatura, no solo simboliza el punto culminante en su trayectoria como escritor, sino también una circunstancia sin duda feliz para Colombia, “país que la mayoría de la gente instruida del mundo desarrollado –escribió el historiador Eric Hobsbawm a propósito de la aparición de Cien años de soledad– tenía problemas para ubicar en el mapa”.
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La imagen de García Márquez vestido todo de blanco, estrechando la mano del rey Carlos Gustavo de Suecia, todo de negro, al momento de recibir en diciembre de 1982 el Premio Nobel de Literatura, no solo simboliza el punto culminante en su trayectoria como escritor, sino también una circunstancia sin duda feliz para Colombia, “país que la mayoría de la gente instruida del mundo desarrollado –escribió el historiador Eric Hobsbawm a propósito de la aparición de Cien años de soledad– tenía problemas para ubicar en el mapa”.
Y García Márquez lo sabía y quizás por eso quiso que la recepción del Nobel no se quedara en una ceremonia convencional, pues se trataba de aprovechar las cámaras y reflectores que se darían cita en Estocolmo para que en los cinco continentes se supiera de dónde venía la materia prima que le había servido de argamasa para sus novelas, cuentos y reportajes. De manera que el viaje a Suecia fue una suerte de embajada. “¡Qué va! –dirían muchos– ¡eso fue una parranda!”.
Después de todo, Gabo (así le decían sus amigos, los mismos que lo acompañaron a Estocolmo) confesó que quería celebrar el premio con “cumbias y vallenatos”, palabras que le quedaron girando en la imaginación a la antropóloga Gloria Triana, que trabajaba en Colcultura, para quien la cosa tenía que ser mucho más que cumbias y vallenatos. Por su parte, José Vicente Kataraín, fundador de Oveja Negra, la editorial de García Márquez en ese entonces le dijo a Aura Lucía Mena: “Tú eres la directora de Colcultura, arma una delegación”. Y así, poco a poco, fueron uniéndose las voluntades para organizar el viaje que, en efecto, terminó siendo una auténtica parranda.
Un jumbo como un arca de Noé
Triana, a cuyo cargo estaba la oficina de Festivales y Folclor de Colcultura y que pocos años después dirigiría la serie Yuruparí, empezó a contactar músicos y bailarines, a entusiasmarlos para que hicieran parte de la comitiva: el maestro Luis Quinitiva y su conjunto llanero; Totó la Momposina; Leonor González Mina, la ‘Negra Grande de Colombia’; grupos folclóricos como el de Carlos Franco y sus Danzas del Atlántico o Julián Bueno y las Danzas del Ingrumá; Rafael Escalona, ¿cómo no?, a quien García Márquez menciona en los últimos párrafos de Cien años de soledad… Hombres y mujeres que venían de la Colombia profunda y que sabían bailar y cantar en el sol del trópico. Ahora los esperaba el frío y la luz de invierno de un país nórdico para mostrar su arte. Muchos nunca habían tomado un avión, ni sabían quién era García Márquez, ni tampoco habían leído alguno de sus libros.
En esa búsqueda Gloria Triana también trabajó hombro con hombro al lado de la Cacica Consuelo Araújo Noguera. Avianca puso un jumbo que llevó y trajo a todo el mundo, los Seguros Sociales prestaron los médicos, Artesanías de Colombia regaló pasamontañas, ruanas y guantes para soportar la temperatura de menos 20 grados, la Federación Nacional de Cafeteros donó unos recursos para los gastos…
Sin embargo, hubo voces escépticas. El columnista Roberto Posada, que firmaba en El Tiempo con el seudónimo de D’Artagnan, alertaba del “oso” que se iba a hacer en Estocolmo. Otros decían que los premios Nobel no se celebraban de la manera como lo estaba planeando Colcultura. Y el mismísimo presidente Belisario Betancur estaba nervioso y fue necesario mostrarle un ensayo en el Teatro Colón.
Sin embargo, todo salió muy bien, a juzgar por la larga ovación que García Márquez recibió al momento de recibir el premio.
Las infaltables flores amarillas
La delegación se alojó en el Gran Hotel y en esos días de diciembre llevó a cabo varias presentaciones, disipando cualquier duda en los incrédulos: el diario más importante de Suecia tituló que los amigos de Gabo le habían enseñado a Estocolmo cómo se celebra un Nobel.
El 8 de diciembre de 1982 García Márquez pronunció su discurso en la Academia Sueca. Y el 10 la ejecución de la pieza Entrada festiva, del compositor Flor Peeters, a cargo del organista Erik Lundkvist y el conjunto de instrumentos de viento de la Filarmónica, anunció en la Sala de Conciertos de Estocolmo el inicio de la ceremonia, la cual congregó a cerca de 3.000 personas: figuras del Gobierno, diplomáticos, académicos, periodistas, representantes de la vida cultural de Suecia y, por supuesto, los laureados: Kenneth Wilson (Premio Nobel de Física), Aaron Klug (Química), Sune Bergström , Bengt Samuelsson y John R. Vane (Medicina), George J. Stigler (Economía), Alva Myrdal y Alfonso García Robles (Paz), este último entregado en Oslo por sus monarcas.
“El momento culminante de la tarde –publicó el diario El País de España al día siguiente–estuvo anunciado por los acordes del Intermezzo interrupto, del concierto para orquesta de Béla Bartók, compositor predilecto de García Márquez, según es notorio. En medio de una cerrada y prolongada ovación, el escritor colombiano se adelantó sonriente a recibir su galardón y las felicitaciones del caso. En lugar del riguroso frac de los demás asistentes, García Márquez se presentó vestido con un traje blanco, pantalón y chaqueta abotonada hasta el cuello, una típica prenda caribeña, conocida como liqui-liqui. Una rosa amarilla en sus manos completaba el atuendo”.
Las rosas amarillas no fueron un detalle fortuito. Plinio Apuleyo Mendoza, uno de los amigos que acompañó a García Márquez en esa ocasión, en un texto suyo titulado Postales de Estocolmo las recuerda “estallando en todas las mesas sobre floreros de porcelana” y también evoca la figura de Mercedes, la esposa del flamante Nobel, cuando las iba tomando una a una para quebrarles delicadamente el tallo antes de ensartarlas, momentos antes de la ceremonia, en las solapas de sus amigos, que sí asistieron de frac: Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas, Tita (la viuda de Álvaro Cepeda Samudio), Álvaro Castaño, Gloria Valencia, Álvaro Mutis, Gonzalo Mallarino, y un largo etcétera.
El himno nacional de Suecia puso fin a la ceremonia. Horas más tarde tuvo lugar una recepción en el Ayuntamiento, donde 1.300 comensales tomaron asiento para cenar. Allí también estuvieron los amigos de García Márquez y el conjunto de bailarines y cantantes convocados por Gloria Triana y compañía, que trajeron a la velada los ecos del Caribe. A la hora del postre, García Márquez contó con unos minutos para una última intervención, uno de cuyos pasajes lo podemos escuchar en el siguiente fragmento. Lo demás, fue tener paciencia para que pasara la resaca de esa parranda, volver a Colombia y dejar que el recuerdo de todo aquello se transmutara en nostalgia.
*Señal Memoria el Archivo audiovisual y sonoro de RTVC - Sistema de Medios Públicos, que se encarga de conservar, salvaguardar y promocionar el patrimonio audiovisual de la historia de la radio y la televisión en Colombia.