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Esta semana estrenó la segunda temporada de “Cineclub en cine nos vemos”. ¿Cuál fue el balance de la primera?
Fue muy importante para Señal Colombia, porque tuvo un buen impacto en los televidentes. En la primera temporada, como la idea era hacerlo diario, planteé un espacio abierto a todo tipo de público, que no necesariamente estuviera relacionado con el cine, por lo que tuvimos invitados como jóvenes indígenas, de la comunidad queer o afrocolombianos para dar cuenta de la diversidad de Colombia. Para esta temporada nos dimos cuenta de que la gente quería recibir más cátedra de cine y por eso seleccionamos a otros invitados como Sandro Romero Rey, Alejandra Borrero, Manuel Kalmanovitz y Diana Ospina.
¿Cambió el objetivo del programa?
Lo que se busca es que la gente tenga las mejores herramientas para ver la película que se presenta. Además, generamos un sentido de comunidad, porque al final la comentamos, y no es lo mismo que ver una película solo. Como este programa se emite en televisión abierta, son muchos colombianos los que se pueden conectar a las 10 de la noche para ver cine de lunes a viernes, y el cineforo es miércoles y viernes.
Cineclub es una palabra asociada con la crítica. ¿Cómo logra una conversación cinematográfica en la televisión nacional?
Nuestro cineclub no está dirigido para expertos. El cine no está hecho para expertos, está hecho para la gente, es un espacio de diálogo, un pretexto para hablar sobre lo que nos concierne como seres humanos, por lo que tiene el poder de ser un espejo y crear mecanismos de identificación. Además, nuestro espacio está libre del interés político o comercial.
¿Qué diferencias hay entre este programa y “Cine arte”, que realizó junto a Bernardo Hoyos?
Muchas. Primero, ese programa comenzó en 1998, cuando no estaba el auge de internet, así que la manera de consumir información era diferente, y era el único programa que en Colombia ofrecía la posibilidad de ver cine de esta índole, ahora hay unas ofertas increíbles. Por supuesto, estaba Bernardo, con quien tuve una amistad muchos años… De hecho, el programa se acabó en 2012 cuando él murió. Sin embargo, este programa conserva la mística de que podemos hablar de cine con los que nos gusta el cine. El legado que me dejó Bernardo Hoyos es hacer de la conversación algo precioso.
Dice que lo rico es, más que ver cine, hablar de cine. ¿Cómo ha cambiado esa conversación en estas décadas?
Lo que ha pasado en el cine es que antes no había tanto, no existían las plataformas digitales y siento que la conversación cada vez es más enriquecedora, porque la gente tiene más formación audiovisual por toda esta explosión, así que la gente está empoderada porque sabe qué le gusta. Ahora, siento que antes uno veía todo el cine que salía durante el año, ya no, y las conversaciones empiezan a generarse a partir de los festivales de cine y de acuerdo con la programación que proponen. Cada vez que hablamos de cine cambia la percepción de la película y cuando uno habla de cine, habla de sí mismo, de quién es, cómo creció y cómo está ahora. Cuando uno vuelve a ver una película después de varios años se recuerda lo que se pensaba entonces, lo que sentía. Por eso es tan importante, porque el cine es el espejo donde podemos ver el cambio de nuestra vida, las etapas de la vida.
¿Hay alguna película de la que no valga la pena conversar?
No. Siempre una película es dispositivo de conversación. Si es mala mejor, hay mucho de qué hablar. Ahora, hay películas que uno no quiere ver, pero de las que sí se puede hablar. De hecho, uno puede juzgar una película por el afiche o la sinopsis, porque siempre se puede hablar de una película así no la haya visto.
Usted es artista plástica, pero es más reconocida por el cine. ¿Por qué?
Estudié artes plásticas en la Universidad de los Andes, expuse en bienales de arte y seguí este camino porque el audiovisual es parte de las artes. Si me toca resumir mi trabajo, diría que se enfoca en la herencia, lo que nos dejaron los pueblos antiguos y cómo lo podemos activar para la ciudad. Hace poco volví a las artes plásticas porque, al estar encerrada en la cuarentena, pensé mucho sobre los pictogramas que hay en la sabana de Bogotá y realizamos la obra Relámpagos, grabados y experiencias basados en dichos pictogramas, que son como los códigos QR que dejaron hace años para que los leyéramos en diferentes épocas de diferentes maneras. Me gusta la relación del arte, el territorio, la espiritualidad y nuestra vida en este tiempo y la misión que tenemos, y producimos artes mixtas sobre todo esto.