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La alegría y la fiesta se tomaron las calles de Cúcuta. Y no es para menos, pues los habitantes de la capital del Norte de Santander están celebrando el éxito de la tercera versión de la Feria. Un evento del que se adueñaron y del que hablan con orgullo.
El objetivo de la versión de este año es rescatar las tradiciones ancestrales que se han venido perdiendo con el paso del tiempo. Por eso, los duendes y el Indio Motilón son los protagonistas desde el 18 hasta el 22 de julio.
“Todos nos unimos para mostrar lo mejor de nuestra cultura y nuestras costumbres. Es increíble el impacto que la Feria tiene en la gente. La mayoría de empresas, tanto públicas como privadas, los colegios y personas de todas las edades se unieron para hacer parte del desfile”, comentó Lizzeth, quien hizo parte de la organización de una de las 15 carrozas que recorrieron la ciudad.
El parque Santander fue el punto de partida. El negro y el rojo, los colores de la bandera de Cúcuta, se convirtieron en la insignia del desfile. Y una a una comenzaron a pasar las comparsas con las 11 candidatas a señorita Cúcuta. Unas decidieron rescatar el poder de la cultura indígena, mientras otras prefirieron usar un traje de garota.
Entre las personas que participaron en el show sobresalió un hombre de taparrabo con el pelo en desorden, una barba larga y blanca, un balde adornado con latas y la piel manchada que refleja los años que lleva viviendo en la calle. Se trata de Álvaro, el Loco de los Potes, un personaje icónico y querido por los cucuteños. Asustar a los turistas es el pasatiempo de este hombre que, gracias a su carisma, se ha convertido en figura pública de la ciudad y pieza fundamental de cada uno de sus eventos.
Mientras pasaban las carrozas, los mismos habitantes, acompañados de un costal, iban recogiendo las latas de cerveza y las bolsas de agua que iban quedando en el camino. Una cultura que muy pocas veces se ve en tiempo de ferias y fiestas. “Me sorprendió el sentido de pertenencia que tienen las personas acá. Las calles se ven limpias a pesar de que estamos en tiempo de algarabía. Es la primera vez que vengo y estoy segura de que regresaré”, resaltó Luisa, una de las asistentes.
Ciertamente, el calor y la amabilidad de su gente hacen que los turistas quieran quedarse. A pesar de la crisis por la que están atravesando, siempre sacan una sonrisa para mostrar lo mejor de sus costumbres, como el pastel de garbanzo o el cortado de leche de cabra.
La crisis nos toca a todos
A pesar de que el ambiente es de carnaval y celebración, es imposible no visitar el puente internacional Simón Bolívar y ver de cerca la crisis por la que atraviesa Venezuela. La avenida, que hace unos años era vehicular, pasó a ser netamente peatonal.
El pan de cada día es ver a las personas llegar con sus maletas. Algunas las traen llenas para vender sus cosas y conseguir algo de dinero. Otras las traen vacías para llevar allí los alimentos y ropa que pueden comprar. A pie lo cruzan y a pie recorren cerca de ocho kilómetros. Otros venezolanos vienen sólo a citas médicas. Los únicos que tienen el transporte asegurado son los niños que estudian en Cúcuta.
La esperanza y la ilusión de conseguir un mejor futuro impulsaron a los organizadores de la Feria a darles un espacio. En el Malecón, donde se realizan los conciertos y las fiestas todas las noches, los vendedores ambulantes, muchos de ellos venezolanos, tienen un espacio para ofrecer sus artesanías y productos a los asistentes.
Bolsos hechos con bolívares, arepas venezolanas y el Maltín Polar son los productos que adornan la entrada al Malecón. Otros sólo van y disfrutan de la Feria, que les da un aire de tranquilidad en medio de la situación que atraviesan.
Esta es Cúcuta señores. Una tierra de tradiciones, de cultura, de gente amable. Una ciudad limpia y amena que busca dejar a un lado el estigma de violencia con el que la han catalogado durante varias décadas.