Daniel Gutiérrez: “Los historiadores debemos escribir para públicos más amplios”

Es el autor del libro “1819. Campaña de la Nueva Granada”, publicado por la Universidad Externado de Colombia, una obra que profundiza en los orígenes de nuestra República y que se lanzará este 21 de mayo, a las 6:00 p.m., en la librería Lerner (Bogotá), con la presentación de Ibsen Martínez.

El Espectador
21 de mayo de 2019 - 02:00 a. m.
Daniel Gutiérrez Ardila tiene un doctorado en historia de la Universidad París y es docente investigador de la Universidad Externado de Colombia. / Andrés Torres
Daniel Gutiérrez Ardila tiene un doctorado en historia de la Universidad París y es docente investigador de la Universidad Externado de Colombia. / Andrés Torres
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Su libro se titula “1819. Campaña de la Nueva Granada”. ¿Por qué escribir sobre ese tema?

Por dos razones. Porque los colombianos en general ignoran lo que sucedió en 1819: desconocen las causas y las consecuencias de la campaña “libertadora”, creen que en ella se enfrentaron criollos y españoles (cuando en realidad fue sobre todo una pugna entre americanos independentistas y americanos realistas) y confunden la Colombia actual con la creada en 1819 en la ciudad de Angostura (hoy Ciudad Bolívar, Venezuela), a la que se refieren mal como Gran Colombia. La segunda razón es que no existía un libro de divulgación que le permitiera al estudiante de secundaria o universitario, al maestro, al profesor o al ciudadano satisfacer su curiosidad sobre los orígenes de la República en la que viven.

¿Estamos equivocados entonces cuando decimos “Gran Colombia”?

El nombre que se dio a la República en diciembre de 1819 fue Colombia. Cuando ésta se disolvió, en 1831, surgieron en su lugar tres Estados, también republicanos: Ecuador, Nueva Granada y Venezuela. Nuestro país conservó ese nombre hasta 1858, cuando se transformó en la Confederación Granadina. Después de la guerra civil de 1860, Tomás Cipriano de Mosquera se propuso recrear la vieja República de 1819 bajo un modelo federal: por eso se adoptó el nombre de Estados Unidos de Colombia. Sin embargo, ni los venezolanos ni los ecuatorianos atendieron la invitación. Nos quedamos así con un nombre erróneo, fruto de un proyecto de integración fallido. Cuando Rafael Núñez ganó la guerra civil de 1885, bautizó al país como República de Colombia. Entonces los historiadores y académicos creyeron bueno distinguir la de 1819 con un epíteto. Esa es la historia de la expresión Gran Colombia.

Un aspecto que llama la atención desde la carátula es la apuesta gráfica…

Se trata de un componente fundamental del libro. El editor, Carlos Camacho Arango, el ilustrador, Santiago Guevara, y yo trabajamos en equipo para lograr que las imágenes, más que adornar el texto, dieran claves de lectura y subrayaran los aspectos fundamentales del mensaje que queríamos transmitir. Si usted mira la carátula, por ejemplo, verá los ecosistemas que marcaron la campaña, así como los tres personajes claves de la historia: en el centro, el labriego del altiplano; a su derecha, el llanero, y a su izquierda, el oficial del ejército. Es la imagen gráfica de una de las tesis fundamentales del libro: sin el apoyo multitudinario del pueblo neogranadino, el triunfo de los independentistas es inconcebible. Fue una aventura de la sociedad y no de un grupo reducido de soldados. Otras ilustraciones insisten en el papel protagónico de la lluvia: la campaña se hizo bajo el agua y entre el pantano. Se trata de un aspecto importantísimo: hay que recordar que no había tiendas de campaña y que los soldados y oficiales dormían al aire libre.

¿Por qué romper con el paradigma heroico?

El libro cuenta la historia de 1819 de otra manera y, por lo tanto, Santiago Guevara representa, en un estilo muy original, pero de manera fidedigna, lo que dicen las fuentes: los oficiales llevan la ruana de los campesinos del altiplano y en las contadas ocasiones en que visten casaca (chaqueta militar), está rota. Además, van sin camisa y descalzos, o de alpargatas. Los soldados van casi desnudos: los que llegan del Casanare y el Apure van apenas con un taparrabos. En el siglo XIX y a principios del XX los pintores sintieron por lo general que no podían representar la campaña así, porque les parecía que mataba su carácter épico. Había una suerte de vergüenza al respecto. A nosotros nos parece que, por el contrario, ese aspecto es enaltecedor.

El libro tiene también numerosos mapas…

Como nuestra idea es que los historiadores colombianos debemos escribir y llegar a públicos más amplios, tenemos que pensar en diversas herramientas pedagógicas, y los mapas son fundamentales. Sobre todo porque la geografía juega un papel importantísimo en la campaña. La altimetría define los movimientos de las tropas, porque toda la estrategia patriota consistía en llegar por sorpresa al altiplano desde las tierras bajas del Casanare. Eso significa que era preciso ganar algunos de los pasos que facilitaban ese tránsito en extremo difícil. Habiendo tantos páramos y zonas impracticables en esa masa montañosa, la estrategia era ascender por algunas de las pendientes menos abruptas que ofrece la cordillera.

“1819. Campaña de la Nueva Granada” fue publicado por la Universidad Externado. ¿Cómo fue el acompañamiento institucional?

El entusiasmo del rector Juan Carlos Henao y del comité de publicaciones fue inmediato. Mención especial merece el director de publicaciones, Jorge Sánchez Oviedo, que apoyó la idea de un libro ilustrado y se las ingenió para que el precio fuera asequible.

¿Qué tanto influyó la actualidad colombiana en la escritura de su libro?

El contexto en que escribe un historiador es fundamental. No podíamos hacer abstracción de los interrogantes que suscita el proceso de paz con las Farc. Doris Salcedo se negó a hacer un monumento a la violencia alegando razones poderosas. ¿Cómo escribir entonces acerca de la campaña, que es por definición un fenómeno violento? Nuestra decisión fue contar esa historia porque es maravillosa, pero humanizando a los derrotados, comprendiendo sus padecimientos y prolongando la narración más allá de Boyacá. Solo así se entiende el costo que tuvo la revolución, las consecuencias del reclutamiento masivo y el profundo desagrado causado por el gobierno militar que implantó el triunfo de los independentistas.

Por El Espectador

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