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De 'Breaking Bad' a 'Metástasis'

En 2012 se propuso una versión de la serie estadounidense para el público latino. Detalles de una producción que permite preguntarse cómo hacer exitosa la adaptación de una serie de culto.

Santiago La Rotta - Juan David Torres Duarte
24 de enero de 2015 - 03:01 a. m.
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El proyecto de adaptación de Metástasis comenzó a moverse a finales de 2012, luego de que Sony Pictures Television explorara la opción de ampliar el mercado y alcance de uno de sus productos más exitosos. Todo empezó cuando incluso Breaking Bad continuaba rompiendo récords en la parrilla de Estados Unidos.

Desde ahí se conformó un borrador de cómo se vería el drama de aquel hombre callado y complejo que cocina metanfetamina para dejarle una vida mejor a su familia después de que se lo comiencen a comer los gusanos. El proyecto estuvo en principio en manos de Andrés Burgos, quien encabezó un grupo que planteó cómo sería el universo de Walter White en Colombia, o mejor dicho, el de Wálter Blanco.

La idea contó con el visto bueno de Vince Gilligan, el creador de la serie, y desde entonces Burgos y Lina Arboleda se encargaron de intercambiar el desierto de Nuevo México por el páramo de las afueras de Bogotá y de poner a hablar en español a dos personajes que viven y triunfan sobre la velocidad y concisión del inglés. “No fue una tarea fácil —dice Arboleda—, y cada guión de la serie original lo asumimos como una clase maestra de escritura, pero la fórmula era imaginar cómo se comportarían estas personas en nuestro ambiente. Para esto fue muy útil la investigación que se hizo antes de la escritura, porque nos dio un panorama del mundo de las drogas de diseño acá, por ejemplo”.

Según Arboleda, desde el principio, y siempre con el visto bueno del equipo de Gilligan, se tuvo claro que la línea argumental no se alteraría, pues, en últimas, es uno de los grandes activos de la serie original. El interés de los libretistas era adaptar el contexto y, al final, interpretar a Walter White desde sus características más universales: un padre de familia que busca dejar bien parados a sus cercanos después de un diagnóstico médico nada alentador.

¿Por qué arriesgarse a adaptar una serie que, en su versión original, parece contenerlo todo? En las cifras hay una de muchas respuestas. El final de Breaking Bad —de acuerdo con la revista Variety— fue visto por 10,3 millones de personas entre los 18 y 49 años. En septiembre de 2013, la revista Forbes recordó que el promedio de televidentes por capítulo durante la última temporada fue de 8 millones, cuando al comienzo de la serie era de 1,5 millones. Sin embargo, un éxito económico y de rating en Estados Unidos podría perder eco entre otras audiencias si no se realizaban los cambios convenientes con respecto al formato, los personajes, el contexto y la realidad que rodea a esos nuevos televidentes. “Cuando se crea una serie original —dice Mario Morales—, quien la escribe tiene unos imaginarios, contextos y representaciones específicas que van atadas al público en el que se está pensando. La adaptación no necesariamente logra ese trasplante y puede generar desconexión que se traduce en falta de identificación o de reconocimiento por parte de las audiencias”.

Puede haber éxito. Puede que no. Un ejemplo de una serie extranjera que tuvo acogida entre los televidentes colombianos fue Los Reyes, transmitida por RCN entre 2005 y 2006 y adaptada del seriado argentino Los Roldán, producido por Telefe. Y hay también, por supuesto, una lista de adaptaciones con menor suerte: Casados con hijos (del original Married with Children), A corazón abierto (de la estadounidense Grey’s Anatomy), Amas de casa desesperadas (de Desperate Housewives) y otras más. En vía contraria, Betty la fea, escrita por Fernando Gaitán, es la justa muestra de que un producto local y con sonado éxito puede convertirse en un producto deseado en el exterior, con 22 adaptaciones en países tan diferentes a Colombia en sentido cultural como Polonia, Rusia, República Checa, Filipinas, Israel y Serbia.

Los puentes entre Breaking Bad y Metástasis son varios y amplios: secuencias y planos que fueron producidos de manera muy similar al producto original. Momentos como el colapso de la bañera en la casa de José Miguel Rosas o la salida triunfal del cuartel de Tuco que hace Walter Blanco son recreaciones muy cercanas de las escenas originales. La muerte de Tuco, por ejemplo, cuenta con algunos cambios en planos y secuencias, aunque también pareciera bajar en intensidad y drama cuando Blanco confronta a este narcotraficante: no un problema, quizá, tan sólo una adaptación de un idioma a otro, de un actor a otro.

Ahora, ¿es justo comparar un producto con el otro, ver los méritos del uno examinando la sombra del primero, más aún cuando ambas cosas están destinadas a públicos diferentes? El proceso de adaptar la serie a Colombia contó con el visto bueno de la productora estadounidense; el equipo de Gilligan revisó atentamente por lo menos los 10 primeros libretos de la adaptación.

Y quizá ese es el lado por el que Metástasis ha recibido mayores críticas: “La producción tiene buena factura, cuidada y responsable, pero la adaptación en los libretos y la construcción de personajes no han logrado cuajar plenamente, esto es, trasplantar y transfundir lo que fue creado para un contexto específico, con sus guiños culturales y sociales, a una narrativa que logre identificación y reconocimiento de las audiencias colombianas”, en palabras de Mario Morales, director del Departamento de Comunicación de la Universidad Javeriana. En su columna en El Tiempo, Ómar Rincón argumentó que “no hubo adaptación a nuestros modos de hacer, ver y sentir televisión. El calco frío se nota, el reconocimiento cultural no llega”.

Manuel Carreño, realizador de Radiónica y profesor de la cátedra “Televisión y vida cotidiana” en la Universidad Javeriana, vio la serie original y se ha abstenido de ver la adaptación colombiana por una razón: dice que sería inevitable juzgar desde la comparación. “Las historias son para contarse en otros contextos —dice—. Si uno decide meterse con eso, con cualquier serie, es importante mirar el contexto y mirar la forma de contarlo. (…) El riesgo mayor tiene que ver con los que no han visto la serie, y es vender una historia en un formato distinto, drama norteamericano, un lenguaje audiovisual distinto al colombiano, y lograr cautivar al televidente que está acostumbrado a novelas y a las historias de Marbelle, Diomedes y Pablo Escobar”. En ese punto coincide la libretista Lina Arboleda. Al escribir los libretos, ella y Burgos apuntaban a atraer un público nuevo con una producción poco común en la televisión colombiana, pero amparados en un contexto de narcotráfico y un soporte cultural de otra suerte.

Otra de las razones para embarcarse en este proyecto parece ser la ambición de construir una televisión más competitiva en una época de internacionalización. “La fase en la que estamos es la de la globalización en la industria (…). Las múltiples pantallas que hoy tienen la TV y el video requieren de grandes y numerosas producciones para satisfacer la demanda en la pantalla convencional y en las pantallas móviles. Hay que sumar esfuerzos porque estamos en el siglo del video”, dice Morales. Justo cuando Netflix y Amazon planean y proyectan producciones con inversiones millonarias, los canales nacionales buscan historias y realities para seducir al público en horario prime. En Caracol está Metástasis y en RCN Diomedes y Master Chef, otra adaptación con numerosos éxitos en el exterior, y ambos canales han realizado cambios en sus informativos para recoger más audiencia.

En diciembre de 2014, la Autoridad Nacional de Televisión (ANTV) sumó 4,8 millones de usuarios de televisión por suscripción y satelital en Colombia, y para octubre del año pasado, Caracol era el canal con mayor porcentaje de audiencia (91,3%, de acuerdo con la ANTV), casi cinco puntos por encima de RCN. En septiembre de 2014, la misma institución reportó que el 50,3% de los televidentes utilizaban la televisión abierta; sin embargo, la televisión cerrada, los dispositivos móviles e internet tienen un espacio prácticamente igual: 49,3% del público ve televisión a través de estos medios. Con iniciativas como Caracol Play, el canal imita el modelo de negocios de, por ejemplo, Netflix. De modo que en ese contexto —y con esas cifras— el objetivo es expandirse “en el siglo del video”, abrirse incluso hacia otros formatos y alianzas para captar un público más diverso, acostumbrado ya a otras formas de ver televisión. Es un intercambio constante: sucede de allá hacia acá con Metástasis y sucedió de aquí para allá con la retransmisión en el exterior de Escobar, el patrón del mal, entre otros.

 

* El Espectador y Caracol Televisión hacen parte del Grupo Santo Domingo.

Por Santiago La Rotta - Juan David Torres Duarte

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