De dónde nos llega la tradición de la Navidad

Revisión de un escritor a la historia de estas costumbres familiares de fin de año, que tuvieron sus orígenes en la Edad Media.

Eduardo Márceles Daconte * / Especial para El Espectador
23 de diciembre de 2018 - 02:00 a. m.
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Todos sabemos que en Navidad celebramos el nacimiento del Niño Jesús en un humilde establo de Belén (Palestina) hace más de dos mil años, según el calendario gregoriano. A lo largo de la historia se ha desarrollado un conjunto de tradiciones, creencias, mitos y leyendas relacionadas con esta fecha, que conmemora uno de los acontecimientos más significativos de nuestro proceso civilizador en la sociedad occidental. Además del célebre personaje de Santa Claus, Papá Noel o San Nicolás que se desliza por la chimenea cargado de regalos en la Nochebuena, los cristianos preparan los pesebres para recordar el modesto lugar donde Jesucristo vio la luz por primera vez; las novenas a partir del 16 de diciembre, cuando se reza y se cantan villancicos, composiciones de poética popular con estribillos que se cantan en Navidad para alabar su natalicio, y en muchos hogares se intercambian aguinaldos y se organiza un arbolito celebratorio. En muchos países del mundo, estos regalos se ponen debajo del árbol para ser abiertos a la medianoche del 24 o el 25 de diciembre, día de Navidad.

La historia de san Bonifacio

Tener en casa y decorar un árbol de la familia de las siemprevivas es una de las costumbres más arraigadas de la tradición navideña. Si bien son millones las personas que alrededor del mundo practican esta rutina anual, muy pocos conocen los orígenes y el significado espiritual de esta tradición. Según antiguos cronistas, la tradición se puede trazar a san Bonifacio, natural de Devonshire (Inglaterra), quien en el siglo VII visitó Alemania para hacer proselitismo cristiano.

Durante su permanencia realizó muchas obras de caridad y pasó largo tiempo en Turingia, ciudad que se convertiría en cuna de la industria de decoraciones navideñas. Según la leyenda, el monje utilizaba la forma triangular del pino para simbolizar la Divina Trinidad de Dios padre, hijo y Espíritu Santo. Los conversos empezaron a venerar el pino como “el árbol de Dios” de la misma manera que antes reverenciaban el roble.

Hacia el siglo XII se empezó a colgar bocabajo del techo de las casas para simbolizar el cristianismo. Se dice que el primer árbol decorado fue realizado en Riga (Letonia), en 1510, y a finales del siglo el reformista protestante Martín Lutero empezó a decorar arbolitos con velas para enseñar a los niños cómo titilan las estrellas en las noches oscuras.

Ya desde mediados del siglo XVI se establecieron mercados de Navidad en Alemania para suministrar desde regalos y comida hasta productos más prácticos, como afiladores de cuchillos para deshuesar ¡el ganso de Navidad! En esas ferias callejeras, los panaderos horneaban pan de jengibre y ornamentos de cera como recuerdos o para colgar del arbolito de Navidad.

El árbol del Paraíso Terrenal

Un cronista anónimo de la época, que visitó Estrasburgo en 1601, escribió que los “arbolitos estaban decorados con roscas de azúcar dorada y florecillas de papel de todos los colores”. El árbol también simbolizaba al bíblico “árbol del bien y del mal” del Paraíso terrenal. Los elementos de comida eran símbolos de abundancia, las flores rojas simbolizaban el conocimiento y las blancas, la inocencia.

Los primeros árboles de Navidad llegaron a Inglaterra con los reyes jorgianos (King George) que venían de Alemania. De igual modo, los inmigrantes alemanes de la época en ese país decoraban ya sus hogares con arbolitos. Sin embargo, esos reyes eran detestados en Inglaterra, razón por la cual la costumbre no echó raíces de inmediato. Pero unas pocas familias empezaron a decorar arbolitos de pino con oropeles, hilos de plata, velas y cuentecillas. La costumbre era tener un arbolito sobre las mesas, uno por cada miembro de la familia, con los aguinaldos debajo de cada árbol.

Velitas en faroles de madera

En 1846 el periódico Illustrated London News incluyó una ilustración de los populares monarcas: la reina Victoria y su príncipe Albert junto a la familia, reunida alrededor de un arbolito de Navidad. La reina Victoria era muy querida por sus súbditos y cualquier moda real tenía el impacto de popularizar esa costumbre, que repercutió de inmediato en la costa oriental de los Estados Unidos, donde se inició la tradición del árbol de Navidad, que vemos hoy reflejada en el inmenso pino decorado de luces multicolores del Rockefeller Center o en el pabellón medieval del Metropolitan Museum of Art de Nueva York, entre otros sitios. Las decoraciones eran hechas en casa y consistían de manera fundamental en copos de nieve artificiales, estrellas, bolsitas con sorpresas, canastillas de papel rellenas de almendras azucaradas, cuentecillas, oropel plateado, ángeles en la cima y velitas en faroles de madera, para mayor seguridad. Más tarde, se colgaron de las ramas pequeños juguetes y collares con los aguinaldos sobre la mesa o debajo de los árboles.

Hacia finales del siglo XIX la costumbre se empezó a esparcir por el resto de Europa, aunque los países mediterráneos no se interesaron tanto por el árbol como por el pesebre o nacimiento navideño con la cuna del Niño Jesús, María, José, los Reyes Magos llegados de Oriente con sus regalos de incienso, mirra y oro, pastores y animalitos en un paisaje rústico. En Italia se desarrolló el Ceppo, una plataforma triangular de madera con un pesebre y ornamentos alusivos. En Alemania, mientras tanto, la ecología empezó a sufrir por cuanto se cortaba el retoño superior de los pinos, impidiendo que el árbol siguiera creciendo hasta que una ley estatutaria impidió tal arboricidio.

Costumbres de la vieja Europa

Las comunidades de inmigrantes alemanes en Pensilvania (Estados Unidos) empezaron a venerar los árboles navideños desde 1747, pero por su extensión, el país solo tenía “bolsillos” de inmigrantes donde arraigó la tradición. No fue sino desde que las comunicaciones se volvieron fluidas, en el siglo XIX, cuando se difundió la costumbre. Por tal motivo, son escasas las referencias sobre árboles decorados de Navidad antes de mediados de ese siglo. Hacia 1880 se empezaron a vender arbolitos en almacenes como FW Woolworth, seguidos de cerca por las lucecitas eléctricas en 1882 y los ganchos metálicos para colgar las decoraciones de manera segura en 1892.

Si bien los colonizadores trajeron sus costumbres de la vieja Europa, en Estados Unidos las decoraciones no eran fáciles de encontrar, en especial en los asentamientos de frontera del oeste, donde se recurrió a fabricar los ornamentos de manera doméstica. Se fabricaban faroles para las velas, hojalata para reflejar la luz, recortes de papel en revistas cosidos y pegados. Tras la muerte de la reina Victoria, Inglaterra entró en duelo y el árbol de Navidad declinó en muchos hogares. En algunas casas se organizaron árboles de oropel de diferentes tamaños que fueron inventados en Alemania para combatir el daño que se estaba haciendo a los coníferos en nombre de la Navidad. En Estados Unidos, a su vez, la misma empresa que hacía cepillos para limpiar inodoros empezó a fabricar árboles que resistían más decoraciones.

Los pesebres, las novenas y el árbol en América Latina

La Segunda Guerra Mundial puso fin a muchos de estos árboles en Europa, aunque en los Estados Unidos la costumbre se vigorizó por el fervor religioso de la época. Se inició entonces la costumbre de erigir gigantescos árboles en plazas y lugares públicos para dar apoyo moral a los ciudadanos. La posguerra vio un nostálgico resurgir de la tradición y a mediados de la década del 60 las ideas modernistas estaban en todas partes. En 1950 se patentó el “pino plateado”, diseñado con una fuente de luz giratoria debajo con ventanillas de papel gelatinoso, que permitían la iluminación con diferentes matices a medida que giraba.

En América Latina la costumbre se generalizó con la influencia del cine, la televisión, las revistas, los inmigrantes que regresaban y en general se ha arraigado como una costumbre hispanoamericana. A falta de pino, se utilizan los arbolitos artificiales producidos en serie, ramas secas que se decoran con algodón (para semejar la nieve), los tradicionales bombillitos de colores, collares de cuentas, los adornos, ángeles y la cruz en la cima. Al mismo tiempo, muchas familias siguen apegadas a los pesebres, la novena y los regalos que trae el Niño Dios, lejos de la idea de un Santa Claus que vive en el Polo Norte.

Así que la tradición del árbol que inspira la alegría y la devoción de la Navidad en tantas familias del mundo cuenta con un significativo pedigrí que se remonta a la Edad Media y permanece hasta nuestros días gracias a una accidentada historia rica en sucesos, anécdotas y datos curiosos.

*Autor de biografías, novelas, crónicas y cuentos, entre ellos ¡Azúcar!: La biografía de Celia Cruz y la novela El umbral de fuego, sobre las peripecias de inmigrantes indocumentados en Estados Unidos.

 

Por Eduardo Márceles Daconte * / Especial para El Espectador

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