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¿Cuál fue la primera idea que se le vino a la cabeza para publicar la revista ‘Puesto de Combate’?
Todas las revistas durante los años setenta tenían un nombre contestatario, desde Alaska hasta la Tierra del Fuego. Las revistas circulaban libremente por todos los rincones del planeta, había un florecimiento.
Esta revista tiene un nombre contestatario porque hay que tener un lugar en el mundo, como todos los humanos. ¿Cuántos años lleva combatiendo desde ese puesto como escritor?
Cuarenta y dos años. Podría decir que toda la vida. No estudié en ninguna academia para hacerme escritor; a mí la literatura me la enseñó la vida. Leyendo aprendí dos veces. Mis maestros fueron el capitán Ariel Canzani, Jaime Jaramillo Escobar y Eduardo Mendoza Varela.
¿Qué ha sido lo más satisfactorio de publicar la revista?
La mirada firme y la tranquilidad de saber que muchos escritores colombianos tocaron a mi puerta un día, y nunca les negué la posibilidad de dar a conocer sus trabajos. Para bien o para mal, eso es Puesto de Combate: una revista para darle de comer a la imaginación.
¿Cuáles fueron los temas de sus primeros intentos de poesía?
El paisaje. Siempre me ha parecido que es allí donde está la música de las palabras y por eso podemos nombrar la belleza sin quitarle sus tintes ni perfumes. De ahí la originalidad de la poesía de Aurelio Arturo. Podría nombrar también al amor. Uno no escribe sino para enamorar a alguien, para saber que tenemos compañía, aun así estemos en medio de un desierto de soledad. Por eso todos los que van a ser verdaderos poetas comienzan con el amor.
¿Es complicado trabajar culturalmente en Colombia?
La verdad es que nunca pensé que mi país estuviera tan lleno de envidiosos, lagartos y oportunistas. Creo que en Colombia hay suficientes buenos escritores y poetas en todos los rincones del país, pero sólo se nombran a los mismos de siempre.
¿Con qué cuentos se metió en el fantástico mundo de la literatura?
No empecé con cuentos, sino con teatro. En 1964 mandé a El Espectador una obra de teatro en un acto: Bajo la luna todos los muertos son iguales. En ese momento don Guillermo Cano me anunciaba como un autor teatral prometedor, pero en vez de escribir teatro me puse a vender libros por la Costa y a conseguir dinero para editar la revista que había soñado.
¿Fue maravillosa su experiencia como vendedor de libros?
Fue fantástica, alucinante, sorprendente. Conocí casi toda la Costa y de paso el mundo de la literatura y sus creadores.
Pero, entonces, ¿en qué momento empezó el gusto por los cuentos?
El primer cuento oral que escuché se lo oí a mi madre y se llamaba La flor de lilolá. Para mí, un buen cuento es como un buen poema, uno y otro se complementan.
¿Con qué novela se graduó de escritor?
La casa del fuego y de la lluvia, que fue premio de novela en Pereira en 1985. Después fragmenté esa novela y saqué de ella dos libros de cuentos.
¿Cuál fue el tema de la primera novela que publicó?
Cenizas en la ducha (2001), era la historia de un ciudadano al que le suceden múltiples historias y la principal se trata de la viuda que escribe una novela para ganarse un premio. Es también una novela erótica, citadina y poética.
¿A qué edad le entraron las ganas de hacer fotografías?
Cuando hice mi primera comunión. Mi madre me llevó al estudio para que me tomaran la foto, y ese día se murió el fotógrafo de mi pueblo. Me quedé sin la historia de tan importante suceso. Así que tan pronto pude compré una cámara Kodak, con rollo de 120 milímetros, y me puse a tomarle fotos al paisaje.
¿Cree que ha logrado fotografiar casi al ciento por ciento de escritores de Colombia?
No. Tengo muchísimas fotos de escritores y poetas, pero más fotos de paisajes que de escritores. A los escritores no les gusta ser originales en sus fotos y posan sin necesidad.
¿Cuál ha sido el escritor al que no le ha podido hacer una foto?
A Gonzalo Arango. Siempre que nos encontrábamos yo no tenía la cámara a la mano, ni siquiera cuando nos encontramos por primera vez en Santa Marta. A Jaime Jaramillo Escobar tampoco le he podido tomar una buena foto.