El lenguaje de la geología planetaria
El trabajo de esta científica colombiana demuestra que una mirada profunda al espacio, y desde el espacio hacia la Tierra, puede revelar sorprendentes secretos.
Lisbeth Fog. Periodista científica. Docente de la Universidad Externado.
A la geóloga planetaria Adriana Ocampo le gusta conversar con los dinosaurios, y a través de ese diálogo contar a sus audiencias sobre el trabajo detectivesco que realiza, reconstruyendo el pasado de los planetas del sistema solar, incluida la Tierra, y lo que se puede encontrar en el futuro a través de misiones espaciales.
Dino, un velocirraptor, es su “avatar”, como ella misma lo define, y se convirtió en el dinosaurio que la ayuda a explicar todas sus aventuras científicas, entre ellas la investigación con la que se graduó de su maestría en geología de la California State University, Northridge, en la que sugiere que un gran bólido extraterrestre impactó la tierra a la altura de la península de Yucatán, generando no solamente un gran “cráter de impacto”, sino la extinción del 50 por ciento de las especies que vivían en nuestro planeta hace 65 millones de años, entre ellos los dinosaurios.
Por eso, Ocampo revive a Dino y con él cuenta que fue ella la primera en identificar, por percepción remota a través de imágenes satelitales, el cráter de Chixculub y publicar sus resultados en mayo de 1991, en la revista Nature, su primer logro académico, que causó gran controversia en el mundo. Desde entonces ha organizado seis expediciones científicas en las que la han acompañado reconocidos científicos internacionales.
Como geóloga, Ocampo “habla el lenguaje de las rocas” y se emociona cuando cuenta que gracias a esta disciplina aprendió a entender todos los procesos que tienen lugar en el paisaje para formar los valles o las montañas, lo que comprobó el día que tuvo su primera salida de campo: “Fue como si me hubieran dado un nuevo par de anteojos”.
Como geóloga planetaria, Ocampo busca no sólo aprender más sobre nuestro planeta, sino aplicar ese conocimiento a otras superficies planetarias, como Marte o Venus, y viceversa: aprender de lo que sucede allá para comprender mejor lo que ocurre aquí. Responder, por ejemplo, por qué si Venus tiene el mismo tamaño y la misma composición de la Tierra, tuvo océanos hace 500 millones de años… ¿Qué pasó? Esa respuesta nos la debe todavía y es posible que la encuentre, pues actualmente concentra su investigación en ese planeta.
Las misiones espaciales son la otra mitad de su trabajo. A ellas ha estado vinculada desde 1976 y hasta las tres que tuvieron lugar este año: Juno, que partió hacia Júpiter en agosto; Grail, a la Luna en septiembre, y Curiosity, hace ocho días, a Marte.
Así que los dinosaurios le dejaron muchas lecciones a esta barranquillera que hoy, desde Washington, coordina el programa Nuevas Fronteras de la NASA para la exploración científica del sistema solar. Son muchas las propuestas de los investigadores para encontrar respuestas en el espacio y ella es su coordinadora. La que más la inquieta tiene que ver con la astrobiología: descubrir en qué lugar del universo existen las tres claves para la vida: agua líquida, material orgánico y fuente de energía. Y continúa siguiéndole la pista a los cráteres de impacto para entender su relación con la biosfera. Ellos, explica, “pueden sembrar vida”.
A Colombia regresa cada vez que puede. En los noventa coordinó en Cartagena la Conferencia Espacial de las Américas, que sembró la semilla para crear años más tarde la Comisión Colombiana del Espacio. Ahora apoya al actual Gobierno en las discusiones para crear la Agencia Colombiana de Asuntos Espaciales. Su propuesta es que “esté directamente enlazada con los objetivos del plan de desarrollo del país”. Y buscando su autosostenibilidad, lo ideal es que “las innovaciones que vayan saliendo como base para las industrias satisfagan al menos una parte de su presupuesto”.
Adriana Ocampo participó este año en Expociencia-Expotecnología. “Me encanta la juventud colombiana, porque tiene un interés y una pasión extraordinarias”, dijo. Fue una niña con sueños, y eso hace que quiera inspirar con su presencia y sus conocimientos a muchas otras personas con quienes mantiene contacto. Es una manera de promover la curiosidad científica desde la infancia.
A la geóloga planetaria Adriana Ocampo le gusta conversar con los dinosaurios, y a través de ese diálogo contar a sus audiencias sobre el trabajo detectivesco que realiza, reconstruyendo el pasado de los planetas del sistema solar, incluida la Tierra, y lo que se puede encontrar en el futuro a través de misiones espaciales.
Dino, un velocirraptor, es su “avatar”, como ella misma lo define, y se convirtió en el dinosaurio que la ayuda a explicar todas sus aventuras científicas, entre ellas la investigación con la que se graduó de su maestría en geología de la California State University, Northridge, en la que sugiere que un gran bólido extraterrestre impactó la tierra a la altura de la península de Yucatán, generando no solamente un gran “cráter de impacto”, sino la extinción del 50 por ciento de las especies que vivían en nuestro planeta hace 65 millones de años, entre ellos los dinosaurios.
Por eso, Ocampo revive a Dino y con él cuenta que fue ella la primera en identificar, por percepción remota a través de imágenes satelitales, el cráter de Chixculub y publicar sus resultados en mayo de 1991, en la revista Nature, su primer logro académico, que causó gran controversia en el mundo. Desde entonces ha organizado seis expediciones científicas en las que la han acompañado reconocidos científicos internacionales.
Como geóloga, Ocampo “habla el lenguaje de las rocas” y se emociona cuando cuenta que gracias a esta disciplina aprendió a entender todos los procesos que tienen lugar en el paisaje para formar los valles o las montañas, lo que comprobó el día que tuvo su primera salida de campo: “Fue como si me hubieran dado un nuevo par de anteojos”.
Como geóloga planetaria, Ocampo busca no sólo aprender más sobre nuestro planeta, sino aplicar ese conocimiento a otras superficies planetarias, como Marte o Venus, y viceversa: aprender de lo que sucede allá para comprender mejor lo que ocurre aquí. Responder, por ejemplo, por qué si Venus tiene el mismo tamaño y la misma composición de la Tierra, tuvo océanos hace 500 millones de años… ¿Qué pasó? Esa respuesta nos la debe todavía y es posible que la encuentre, pues actualmente concentra su investigación en ese planeta.
Las misiones espaciales son la otra mitad de su trabajo. A ellas ha estado vinculada desde 1976 y hasta las tres que tuvieron lugar este año: Juno, que partió hacia Júpiter en agosto; Grail, a la Luna en septiembre, y Curiosity, hace ocho días, a Marte.
Así que los dinosaurios le dejaron muchas lecciones a esta barranquillera que hoy, desde Washington, coordina el programa Nuevas Fronteras de la NASA para la exploración científica del sistema solar. Son muchas las propuestas de los investigadores para encontrar respuestas en el espacio y ella es su coordinadora. La que más la inquieta tiene que ver con la astrobiología: descubrir en qué lugar del universo existen las tres claves para la vida: agua líquida, material orgánico y fuente de energía. Y continúa siguiéndole la pista a los cráteres de impacto para entender su relación con la biosfera. Ellos, explica, “pueden sembrar vida”.
A Colombia regresa cada vez que puede. En los noventa coordinó en Cartagena la Conferencia Espacial de las Américas, que sembró la semilla para crear años más tarde la Comisión Colombiana del Espacio. Ahora apoya al actual Gobierno en las discusiones para crear la Agencia Colombiana de Asuntos Espaciales. Su propuesta es que “esté directamente enlazada con los objetivos del plan de desarrollo del país”. Y buscando su autosostenibilidad, lo ideal es que “las innovaciones que vayan saliendo como base para las industrias satisfagan al menos una parte de su presupuesto”.
Adriana Ocampo participó este año en Expociencia-Expotecnología. “Me encanta la juventud colombiana, porque tiene un interés y una pasión extraordinarias”, dijo. Fue una niña con sueños, y eso hace que quiera inspirar con su presencia y sus conocimientos a muchas otras personas con quienes mantiene contacto. Es una manera de promover la curiosidad científica desde la infancia.