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Modelos esbeltas de piernas interminables, rostros tallados y cuerpos torneados desfilan por las calles de una región de grandes sonrisas, pieles morenas y mágicas historias.
La capital de Córdoba se transforma en una larga pasarela para recibir diseño, moda y sofisticación. Diseñadores minimalistas con vestidos blancos de franjas azules, otros con collares y zapatos artesanales y llenos de color que le hacen sentir al espectador que se encuentran en el Caribe. Sobriedad, etiqueta, brillo y elegancia adornan un espacio con luces que resaltan las caras de los cordobeses impresionados por la música y el fuerte taconeo de las modelos.
Una rica gastronomía que no sólo ofrece platos típicos de la región, como pescado frito o sudado y patacones con un sabor único, acompañados de hogao con queso fundido y dos clases de arroz con coco, uno blanco y uno caramelo, sino que además está llena de una amplia oferta internacional de comida árabe, japonesa y hasta alemana, hacen que esta feria de moda sea la feria del contraste.
El río Sinú, considerado como la arteria fluvial más importante de Córdoba, recorre 350 kilómetros y baña 17 municipios del departamento.
Recorriéndolo se perciben la inmensidad y la belleza. Es una gran pasarela que dibuja formas en su superficie, que cuenta historias desde que nace en el nudo de Paramillo, en Antioquia, hasta que se une al mar Caribe.
Mitos y leyendas se escuchan en la región. Hace muchos años el indio Domicó, de la tribu Zenú, poseía la naturaleza, pero no le bastaba, estaba empeñado en encontrar el fruto sagrado, el totumo de oro. Sabía que lo encontraría en la cúspide del Murrucucú, pero no era tarea fácil, pues su dueño era el viento.
Los días pasaron y por fin pudo encontrar el árbol de totumo. Mágicamente el fruto sagrado salió del arrullo del viento y Domicó lo tomó. Agotado por la travesía le fue preciso descansar: se quedó dormido bajo un frondoso árbol. Contento por haber logrado tal hazaña, se levantó al cabo de unas horas dando brincos, pero la magia ya no estaba con él y los dioses cobraron venganza por tal osadía y tropezó con un tronco seco que estaba en el suelo. El viento celoso le arrebató el totumo de oro, pero ya no lo quería conservar, quería castigar la ambición de Domicó, y lo dejó caer fuerte sobre el espeso bosque. Éste se abrió y una tonalidad verdosa apareció y lentamente fue saliendo de su interior un hilillo de agua que formó el río, inundando toda la tierra del osado Domicó. Atónito, tomó un poco de agua y la tiró hacia arriba. Confundido por haber perdido el fruto y viendo el nacimiento del río que crecía veloz e inundaba sus tierras, se quedó dormido y el río lo consumió y fue a buscar su propio nacimiento en el cerro más alto, uno incluso más alto que el Murrucucú, y llegó hasta el nudo de Paramillo, en donde se instaló majestuoso.
Las voces españolas se atribuyen el nombre del río. Cuentan que en 1542, en una expedición en busca de oro y las riquezas de los indígenas zenúes, Heredia Palomino, a pesar de ser un hábil jinete, cayó de su caballo Matamoros, quedando a merced del río y ahogándose. Antes de morir, Heredia le daría al río el nombre de Senú, por la forma de senos que arma a través de su cauce. Posteriormente lo llamarían Sinú.
El Sinú no sólo tomó venganza con Domicó y con Heredia. La más cruda tragedia del río se dio en agosto de 1988, cuando Montería y más de 15 poblaciones ribereñas fueron devastadas, provocando una movilización nacional para ayudar a los damnificados.
Los viejos personajes dueños de estas fértiles tierras consideran que esas tragedias se presentan cada dos décadas por razones de la naturaleza que sólo logran interpretar bajo creencias indígenas. Los indígenas no sólo son dueños de la tradición oral, son dueños del nacimiento del río, son dueños del Sinú. Y le atribuían las inundaciones a una leyenda de amor. El río estaba perdidamente enamorado de la luna llena y se emborrachó y salió a buscar cambamba por pueblos, barrancas y potreros. Cuando por fin encontró a su amada, bebieron alcohol de yuca, cocinaron guarapo con tizones de chichero y se embriagaron. Se abrazaron, gritaron en la soledad de la noche y lloraron juntos. Lloraron tanto que las lágrimas se convirtieron en inundación.
La luna huyó hacia el cielo y el río, sufriendo la rabia de los dioses tutelares, fue condenado a desparramarse por todo el valle y a destruir cuanto encontrara a su paso y a sembrar desolación y muerte. Los dioses castigaron tan grande amor por ser imposible y desde entonces la luna llena, enamorada, se posa sobre el Sinú iluminando su llanto.
Grandes paisajes ganaderos se mezclan entre mar y arena y un río inmenso que alberga manglares e islas y adorna con redondas figuras la belleza de la moda y el color. Belleza y moda en movimiento atraen la atención y el espíritu del que se deja cautivar por la magia de un espacio glamuroso e imponente, elegante y apacible, sencillo y sofisticado. Una pasarela interminable.