El turbante, símbolo de identidad y resistencia afro
A propósito de la gira de la vicepresidenta Francia Márquez por África, que finaliza el próximo jueves, presentamos un análisis del origen y la evolución del turbante, uno de los símbolos del continente negro más expandidos en Colombia.
Sara Avilez - Especial para El Espectador
El uso del turbante implica la construcción de una identidad negra africana en oposición a la identidad blanca europea. Hoy en día se manifiesta como una forma de liberación frente al estándar hegemónico de belleza y a la cosmovisión eurocéntrica. Pero en sus inicios, el turbante no tenía el propósito de ser un símbolo de resistencia e identidad de la mujer negra.
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El uso del turbante implica la construcción de una identidad negra africana en oposición a la identidad blanca europea. Hoy en día se manifiesta como una forma de liberación frente al estándar hegemónico de belleza y a la cosmovisión eurocéntrica. Pero en sus inicios, el turbante no tenía el propósito de ser un símbolo de resistencia e identidad de la mujer negra.
Considerado inicialmente como distintivo humillativo derivado del racismo y la supremacía blanca, el turbante —en sus múltiples formas, colores, estilos y tejidos— fue apropiado y resignificado por el pueblo negro, cuyas creencias, costumbres y humanidad intentaron exterminar. Y aunque sus características materiales pueden variar según la ubicación geográfica, el concepto básico y la construcción de esta prenda, descendiente de las mujeres del África subsahariana y del antiguo Egipto, siguen intactos.
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Sus orígenes en América se remontan al siglo XVIII, con la despiadada trata esclavista de miles de africanos que fueron desterrados de sus naciones y sufrieron todo tipo de atrocidades.
Las colonias europeas, antes de las guerras de independencia americanas, decretaron leyes para diferenciar a la marginada población negra y esclavizada de la entonces, supuesta, prestigiosa raza blanca. El objetivo de aquellos estatutos era, ni más ni menos, afianzar e intensificar la supremacía de los europeos bajo un sistema económico que los favorecía y explotaba el trabajo de los esclavos africanos.
En el sur de Estados Unidos, por ejemplo, muchos esclavistas exigían a las mujeres negras subyugadas llevar la cabeza cubierta, como marcador simbólico que indicaba inferioridad en la jerarquía social de la época. Al igual que la Ley del Negro de 1753, la cual, bajo el mandato del Gobierno británico, determinaba qué tipo de ropa estaba permitida para las personas negras, negando una infinidad de prendas, trajes y hasta joyas que solo eran dignas de ser usadas por personas con ascendencia europea.
Aun así, en algunas partes de América, como Surinam, las mujeres negras encontraron diversas y creativas formas de resistir. Por ejemplo, llegaron a utilizar los pliegues de sus pañuelos en la cabeza para transmitir mensajes codificados entre sí que sus amos no lograban interpretar. O como sucedió en Luisiana en 1785, cuando el gobernador colonial español, Esteban Rodríguez Miró, ordenó a las mujeres criollas y mestizas utilizar turbantes para socavar el creciente atractivo “exótico” que estaban generando frente a los hombres de ascendencia europea; como símbolo de protesta, las mujeres comenzaron a decorar sus turbantes —en ese entonces denominados tignons— con cintas, plumas y joyería, convirtiéndolo en una desafiante declaración de resistencia y moda para las mujeres de color libres.
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Luego de que Estados Unidos aboliera la esclavitud, en 1865, muchas afroamericanas continuaron llevando turbantes en la cabeza de manera creativa. Sin embargo, esta expresión personal terminó siendo asociada, una vez más, a la servidumbre de las mujeres negras representadas masivamente como “mamis”, cuyo objetivo único era satisfacer las necesidades y exigencias de sus amos y amas blancas. Imágenes como las de Aunt Jemima, la famosa mezcla para hacer pancakes, reforzaron este estigma.
Como resultado, y con el fin de acoplarse a la cultura tiránicamente dominante, muchas mujeres negras comenzaron a adoptar los estándares eurocéntricos de belleza, dejando a un lado, por un tiempo, el uso de turbantes en público.
Sin embargo, con el movimiento por los derechos civiles y el Black Power, en Estados Unidos, los turbantes adquirieron una connotación diferente; las telas en la cabeza, al igual que el afro, se convirtieron en un complemento político y estético que desafiaba el statu quo y que, a su vez, era un grito de reclamo frente a su humanidad e identidad.
Aquellos centímetros de tela, tan aparentemente sencillos, pero poderosos, otorgaron a las mujeres negras una salida para identificarse y abrazar con orgullo sus raíces y cultura en un mundo que se esforzaba por reprimirlas.
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Hoy en día, a pesar de haberse convertido en un accesorio de moda, los turbantes siguen representando un poderoso símbolo de libertad y expresión para las mujeres negras, como nos enseñaron nuestras ancestras.
*Investigadora de Cimarrón Producciones, empresa cinematográfica y de gestión de proyectos culturales con contenido étnico, social y de género.