El último suspiro de Gustavo Cerati
El músico argentino estuvo 52 meses en estado de coma, antes de su muerte. Reconstruimos momentos claves, tras 10 años de su muerte. En entrevista para El Espectador, uno de sus ingenieros de sonido, Eduardo Bergallo, contó cuál fue la canción que, en ese estado, le provocó su última actividad cerebral. Los días en su último lecho estuvieron repletos de música.
Alberto González Martínez
—Por un momento pensé que lo había despertado —dijo mientras se quedó en silencio unos segundos, quizá pensando en lo que hubiese ocurrido si lo hubiese logrado despertar después de verlo un par de años dormido.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
—Por un momento pensé que lo había despertado —dijo mientras se quedó en silencio unos segundos, quizá pensando en lo que hubiese ocurrido si lo hubiese logrado despertar después de verlo un par de años dormido.
Eduardo Bergallo cree que por poco logra su objetivo. Había intentado de varias formas que su amigo y antiguo jefe reaccionara a alguno de los estímulos que había pensado que le funcionaría mientras estaba postrado en aquella cama de aquel hospital en Buenos Aires, de la que nunca despertó.
Allí había quedado después de concluir la gira por Estados Unidos y Latinoamérica. Luego de su cierre en Venezuela se notaba extraño. Había llegado tarde a algunos ensayos y tomó cerveza antes de comenzar ese último show, a pesar de la regla tácita en el grupo de no ingerir alcohol antes de cada presentación. También se notaba cansado.
Según el libro “Cerati, la biografía”, los amigos del músico argentino decían que después de una visita donde su tarotista había concluido que, ese mismo año, dejaría de cantar para pasar a un plano más espiritual. Estaba asociado a su idea de vivir en Uruguay para dedicarse a la pintura. Quizá el motivo de su desgaste no era más que eso.
En tarima se vio diferente. Esa noche, en la cancha de fútbol de la Universidad Simón Bolívar en Caracas, Venezuela, en palabras del mismo argentino, y según el libro citado, “fue el show más exitoso de la gira”. Lo dijo después de que visitara a Colombia y a Estados Unidos, donde los escenarios no tuvieron el aforo esperado.
Cerati estaba cerrando su presentación. Había bebido y fumado en el escenario como era costumbre. Cerró su show de 24 canciones con “Lago en el cielo”. Había tocado su guitarra, como siempre, con el placer que lo caracterizaba, y su suspiro al finalizar se había disipado entre la ovación del público venezolano.
En el camerino, con su equipo de trabajo, se culpó por alguna de las estupideces que habría dicho en tarima. Su ingeniero de sonido, Adrián Taverna, lo seguía notando extraño, a pesar de las respuestas negativas ante las preguntas por su estado. Mientras el equipo celebraba el cierre de la gira, a Gustavo Cerati le dio una isquemia y tuvieron que llamar a los paramédicos. La celebración se convirtió en angustia.
Fue llevado inicialmente a una clínica que no contaba con energía eléctrica. Luego llegó a otra donde lo intervinieron. Fue sedado durante 72 horas porque tenía su cerebro inflamado. Esperaban que despertara, aunque no sería igual. Podría no recordar nada o, de alguna manera, podría afectar sus facultades mentales. No despertó y fue trasladado a Buenos Aires.
Bergallo, su exingeniero de sonido, no lo había ido a ver hasta que supo que tuvo actividad cerebral ante unos audios de sus hijos. Entonces probó algunas formas de estimularlo. Le leyó un libro del violinista Itzhak Perlman, compró un bajo del mismo modelo del bajista de la agrupación británica Yes, Chris Squire, que sonó sin amplificación, esperándola en el monitor de signos vitales fuera la de Cerati.
—Son cosas que él apreciaría. Era muy amante de los instrumentos, se compró muchos y los disfrutaba, tanto los de cuerdas como las máquinas —dijo Bergallo.
Bergallo no fue el único que intentó que Cerati reaccionara. Lo intentaron por todos los medios posibles. Lo visitaron curas sanadores, gurús de religiones nuevas, científicos, y una musicóloga, quien lo visitaba todos los días para que escuchara una música especial. Ningún método funcionó.
Entre los amigos hicieron varias playlists en iPods. Su ingeniero de sonido Adrián Taverna, su exingeniero Eduardo Bergallo y su baterista Pedro Moscuzza crearon listados con canciones de su gusto. Había temas de Pescado Rabioso, Genesis, Pappo’s Blues, Vox Dei, Michael Jackson, Of Montreal y más. Bergallo agregó una canción de Yes, que era especial para ambos.
En el momento en que Bergallo sonó su iPod con su playlist, Cerati tuvo una convulsión.
—Los médicos decían que era casualidad, para mí no —asegura el en nuestra conversación.
—¿Para usted no era casualidad, sino causalidad? —le pregunto.
—Absolutamente. Era un estímulo muy fuerte. Es una canción que comienza con unos riffs de guitarra.
Uno de los instrumentos que más apreciaba Cerati era la guitarra. La había tocado tanto que ya no miraba el diapasón y se sabía muchas canciones que interpretó como covers en bares. Cuando hacía las suyas, referenciaba a los guitarristas a los que quería emular. Si quería sonar como Jimmy Page, como Eric Clapton o como Steve Howe.
“Siberian Khatru” era el tema que su exingeniero le había puesto para que escuchara. Bergallo, luego de revisar textos sobre el comportamiento del cerebro, concluyó que la conexión entre la pasión de Cerati por las guitarras y esa canción, había generado aquella reacción involuntaria, como si fuera un suspiro cuando terminaba los solos de guitarra en el escenario.
“Siberian” parece un sinsentido surrealista o un lugar donde hace frío y calor, con ríos que corren por encima de una cabeza, donde el tiempo pasa y no pasa. Un “no lugar”, quizá, al que seguramente Cerati hubiese querido visitar.